sábado, 18 de agosto de 2012

MAMERTO Y LA LUCIÉRNAGA


En las noches de verano, Mamerto y su familia solían cenar en el jardín. Una vez, cuando ya estaban terminando, Mamerto se fijó en una luz que se encendía y apagaba entre los árboles que rodeaban el jardín. Se acercó para ver qué pasaba y vio un insecto revoloteando. Sin embargo, era muy diferente de los que se ven por la mañana. Emitía luz mientras volaba.
El insecto dejó de volar por un instante y se acercó a Mamerto. “Hola”, dijo. “Pareces muy sorprendido. Me has estado observando durante un largo rato. Soy una luciérnaga, ¿y tú quién eres?”
“Me llamo Mamerto. Tienes razón, nunca he visto un insecto que emitiera luz como tú lo haces. De tu cuerpo salen rayos verde-amarillentos. Me acuerdo de una vez que toqué una bombilla y me quemé la mano. ¿No te hace daño la luz que sale de tu cuerpo?”
La luciérnaga dijo: “Estás en lo cierto cuando afirmas que las bombillas están muy calientes cuando dan luz. Es porque utilizan energía eléctrica para producirla, y parte de esta energía se convierte en calor. Esto hace que se calienten mucho. Pero la energía que nosotras usamos para dar luz no proviene de fuera de nuestro cuerpo.”
 Mamerto comprendió. “Entonces, ¿significa eso que no os calentáis?”, preguntó.
“Cierto”, asintió la luciérnaga. “Nosotras mismas producimos la energía y la utilizamos con sumo cuidado. Es decir, no malgastamos nada, y tampoco genera calor que nos dañaría.”
Mamerto reflexionó un momento: “Es un sistema muy elaborado.”
“Sí que lo es”, afirmó su amiga. “Cuando la naturaleza nos creó, planeó todo lo que necesitamos al detalle. Cuando volamos, batimos las alas muy rápidamente. Por supuesto, es un trabajo que requiere mucha energía, pero como nuestra luz no consume mucha, no tenemos problema.”
Mamerto tenía algo más que preguntar: “¿Para qué usáis la luz que emitís?”
Su amiga le explicó: “La utilizamos tanto para comunicarnos entre nosotras como para defendernos. Cuando queremos decirnos algo, hacemos centellear nuestra luz. Otras veces, la usamos para asustar a nuestros enemigos y alejarlos.”
Mamerto estaba muy impresionado con lo que su amiga le estaba contando: “Entonces, ¡todo lo que necesitáis está en el interior de vuestros cuerpos, y no tenéis necesidad de cansaros!”
“Eso es”, aseguró la luciérnaga. “A pesar de todos sus esfuerzos, los científicos han sido incapaces de desarrollar un sistema parecido al nuestro. Como te dije antes, la naturaleza nos hizo de la manera más perfecta posible y del modo más adecuado para cubrir nuestras necesidades, como a todos los demás seres vivos.”
Mamerto sonrió: “Gracias. Lo que me has contado es muy interesante. 
Mamerto le dijo adiós a su amiga: “Encantado de conocerte. Espero volver a verte.”
De regreso a casa, reflexionando sobre el increíble diseño de la luciérnaga, Mamerto estaba deseoso de contarle a su familia la conversación que tuvo con ella.

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