lunes, 20 de agosto de 2012

Los tres tesoros

    Los tres tesoros
    Texto: Cuento japonés Adaptación: Rosa Leyva
    Ilustración: Roberto Alfonso

    Los tres tesoros
    Este era un campesino que tenía tres hijos: los dos menores eran vivarachos y ambiciosos y el mayor apenas hablaba. La familia lo tenía por tonto.
    Un día, el padre dijo: -Ya estoy viejo. Tome cada uno este dinero y el que logre multiplicarlo será mi sucesor.
    Los tres hermanos partieron por diferentes caminos. Los dos menores se fueron a la ciudad, y el mayor caminó hasta llegar a un río. Al verlo pensó: "haré un puente para que todos puedan aprovechar las tierras del otro lado". Pero esto le llevó tres años y todo su dinero.
    Como debía regresar se dijo: "se venció el plazo y no tengo un centavo. Todos se burlarán de mí". Y triste, se quedó dormido.
    En medio de su sueño, se le apareció un ancianito que le susurró: "has servido a los demás sin pensar en ti. Tendrás tu recompensa. Lanza tres veces este anzuelo al río. Primero, sacarás un monedero del que saldrán monedas de oro; después, una jarra mágica que dará todo el vino que quieras, por último, una escoba encantada. A cada escobazo que le des a un viejo, este rejuvenece, pero sólo puedes golpear tres veces".
    Al despertarse encontró el anzuelo e inmediatamente hizo lo que había soñado y con los tres "tesoros" regresó a la casa. Todos al verlo se echaron a reír.
    Cada uno de los hermanos mostró lo que había conseguido: los dos menores tenían un almacén lleno de arroz, y el otro, de madejas de seda. ¡Magnífico! -exclamó el padre-. Y ya se iba sin mirar al hijo mayor cuando este le suplicó:
    -Por favor, padre, vea lo que he traído.
    De mala gana el viejo abrió el monedero y enseguida salieron las monedas.
    -Cojan las que necesiten -les dijo a sus hermanos y vecinos que estaban allí. Y vamos a casa a celebrarlo. Los invitados se sentaron y el hijo mayor sacó la jarra y repartió vino.
    -Sólo lamento que soy un viejo y no puedo bailar -dijo el padre.
    -No se preocupe tengo un remedio para eso. Y le dio un escobazo en la espalda. De pronto el anciano se convirtió en un joven.
    En seguida los viejos que estaban allí le pidieron que los golpeara a ellos. Pero la abuela de los hermanos no estuvo conforme.
    -Mejor me habría dado más golpes para ser una jovencita. Y cuando los demás se pusieron a bailar, ella cogió la escoba y desapareció.
    Al darse cuenta salieron a buscarla y sólo encontraron que de la escoba quedaban unas ramitas , al lado, las ropas de la abuela y en medio de ellas, una bebita llorando.
    Los nietos tuvieron que acunar a su abuela. Y como no quedó nada de la escoba, ya ningún viejo puede rejuvenecerse.

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