sábado, 4 de agosto de 2012

EL CABALLERO CARMELO

EL CABALLERO CARMELO

Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos aparecer desde la reja un bellísimo caballo de paso, era Roberto, el hermano mayor que después de mucho tiempo volvía, salimos atropelladamente gritando su nombre.

Ya en el comedor sobre la mesa estaba la alforja rebosante; sacaba él, uno a uno los objetos que traía, trajo muchos regalos, pero cuando preguntamos: “¿Para papá?” - le interrogamos cuando terminó:
“¡Nada!” contestó.
Roberto sonrió y ordenó al sirviente y le dijo: “¡EI Carmelo!”
Y saco un gallo que libre, estiró sus cansados miembros y agitó las alas y cantó estentóreamente: ¡Cocorococo! Así entró en nuestra casa de este amigo íntimo de nuestra infancia, cuya memoria perdurará en nuestro hogar como una sombra alada y triste:
¡El Caballero Carmelo! Una tarde mi padre después del almuerzo, nos dio la noticia. Había aceptado una apuesta para la jugada de gallos de San Andrés el 28 de julio. El Carmelo iría a pelear con otro gallo, más fuerte y más joven que él llamado el Ajiseco.
Hacía ya tres años que estaba en casa, había envejecido mientras que crecíamos. ¿Por qué aquella crueldad de hacerlo pelear? – llegó el temible día, estábamos en San Andrés el pueblo estaba de fiesta. Llegábamos al circo, mi padre con sus amigos se instaló, ahí estaba el juez y a su derecha el dueño del Ajiseco. Sonó una campanilla, lanzáronlos al ruedo con singular ademán. Brillaron las cuchillas mirándose los gallos fijamente. “¡Qué crueldad!”, dijo mi madre y mis hermanas lloraban.- “¡Cien soles la apuesta!”- La mayoría de las apuestas eran para el adversario.
-EL Ajiseco dio la primera embestida.
Un hilo de sangre corría por la pierna de nuestro gallo. Estaba herido- “¡Todavía no ha enterrado el pico!” Incorporado el Carmelo, como soldado herido, acometió y con una estocada dejó muerto al Ajiseco en el sitio. “¡Viva el Carmelo!” - Dos días estuvo sometido a todo cuidado, le dábamos de comer maíz, pero el pobrecito no podía comerlo ni incorporarse. De pronto se levantó, abrió sus alas de oro y cantó; estiró sus patitas escamosas y mirándonos amoroso, murió, apaciblemente.
Echamos a llorar. Así pasó por el mundo aquel amigo tan querido de nuestra niñez: El Caballero Carmelo último de aquellos gallos de sangre y raza que fue el orgullo fecundo valle del Caucato.
Abraham Valdelomar
Fuente: Cuentos Peruanos

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