domingo, 15 de diciembre de 2013

Otoño, otoño

Otoño, otoño

Ya llega el otoño,
pronto anochecerá
y también lloverá.
Hojitas del árbol
van a caer
y por el suelo
se podrán ver.
Los árboles se quedarán desnudos
y los parques mudos.
Otoño, otoño,
de color amarillo,
naranja y marrón.
Otoño, otoño,
hay calabazas, frutos secos
y setas un montón.

Esencia de amor

Esencia de amor

Dibujo premiado con un Accésit (Categoría C), en el XXVIII Concurso de Tarjetas de Navidad convocado por Caja de Burgos.

En una ciudad llamada Pöskka, pasó algo inesperado en unas navidades no muy lejanas.
Pöskka, una ciudad como cualquier otra, llegó como todos los años la NAVIDAD.
Pero ese año era distinto; la Navidad no llegaba a las calles, ni a las casas y tampoco a las personas.
En la central de "DUENDES DEFENSORES DE LA NAVIDAD" el ambiente era un caos, todos buscaban, investigaban día y noche. ¡No paraban!
Todos opinaban cosas distintas.
No sabían qué hacer; estaban muy disgustados pues no cumplían con su deber de salvar la Navidad y era para lo que habían sido contratados.
Mientras, Pöskka seguía igual, sin llegar la Navidad. Todo eran caras largas y tristeza.
En la central "DUENDES DEFENSORES DE LA NAVIDAD" decidieron llamar a Kirim, uno de los duendes más joven y sobre todo más sabio.
Después de observar varias horas a Pöskka, la ciudad, giró la cabeza y dijo:
- Creo que lo que a esta ciudad le pasa, es que no se tienen amor, no se observan unos a otros, no se dan cuenta de las maravillas que hay tanto en la gente como en la calle.
Pepinco, el duendecillo más pequeño preguntó:
- ¿Y qué debemos hacer?
- Debéis adornar la ciudad y echar esencia de amor por todas las esquinas, -contestó Kirim.
La esencia de amor era un concentrado que se usaba en ocasiones extremas y sirve para devolver el amor, en este caso perdido, entre las personas.
Kirim repartió el trabajo y todos los duendes recorrieron la ciudad siguiendo sus consejos.
Pocos días después en Pöskka llegó un año más la Navidad. Ahora sí que estaban felices todos los duendes de la central DUENDES DEFENSORES DE LA NAVIDAD".
La ciudad se llenó de luces, nieve, alegría y amor. ¡Ya había vuelto la NAVIDAD!
¡Ah! , cuando el pasado año en vacaciones visité Pöskka encontré en una esquina un frasco brillante, pequeñito, y con una etiqueta que ponía: ESENCIA DE AMOR.
Ingredientes:
- Toneladas de buena voluntad.
- Kilos de perdón.
- Millones de comprensión.
- 1.000 g. de alegría.
- Y mucha, mucha paz.
Espero no necesitarlo nunca, pero por si acaso… Lo tengo muy bien guardado.
Ana Marta E. 6º E. P.

Apagón estelar

Apagón estelar

Los pastores se agrupaban delante del pesebre. Cada uno de ellos traía un regalo, traían desde un cuco hasta una garrafa de leche. De repente el agudo piar del cuco hizo silencio ante la multitud.
María dijo inquieta por el retraso:
— ¿Qué les habrá pasado a los Reyes Magos? Son las cinco de la mañana. ¿Es que no les da vergüenza hacer que pongan en la Biblia que van a llegar a las tres y media?
José dijo:
— Habrán perdido la señal de la estrella.
María agobiada salió a tomar el aire mientras José atendía a los pastores impacientes por ver al Niño. Al cabo de un rato María entró en el pesebre asustada diciendo:
— ¡No está! ¡No está! ¡Ha desaparecido!
José, sorprendido por la actuacion extraña de María, preguntó:
— ¿Qué es lo que ha desaparecido?
María asustada contestó tartamudeando:
— L-l-la-estre-lla-a.

Dibujo premiado con un Accésit (Categoría B), en el XXVIII Concurso de Tarjetas de Navidad convocado por Caja de Burgos.
María se tranquilizó.
José dijo:
— ¿Qué estrella?
María le contestó mientras cogía un pañuelo:
— La estrella fugaz que guía a los Reyes Magos, ya no le podrán traer regalos al Niño.
José se subió a una piedra para decir:
— ¿Alguien de aquí tiene un móvil?
Mariano contestó muy rápido:
— Yo, aquí está. Ten cuidado que es nuevo.
José cogió el artilugio, cogió la guía de teléfonos, hasta encontrar cielo. Entonces José empezó a marcar "003203195". Rápidamente le atendieron:
— Telecielo, ¿digame?
José contestó:
— Perdone, soy José y busco un ingeniero estelar.
Telecielo contestó:
— Ahora mismo le paso con Eugenio, espere.
Le dejaron esperando con la famosa cancioncita de : "Jingle bells, jingle bells"
De repente una voz grave le decía.
— Sí, ¿quién es?
José contestó agobiado de tanto esperar:
— Soy José y tenía un pedido, ese pedido consistía en que los Reyes Magos tenían que venir en la madrugada del día 4 de enero a las 3:30 y ese pedido no se ha cumplido, así que quisiera obtener explicaciones...
Eugenio le contestó rápidamente mirando por el telescopio:
— Perdone las molestias, pero... es que... creo que nos han robado la estrella fugaz que les guiaba.
José intentando aclarar el caso dijo:
— Eso ya me he dado cuenta, lo que quiero decir es que a una multinacional como vosotros, pueden robaros uno de vuestros bienes más preciados. ¡No lo puedo creer!
Eugenio intentó dar explicaciones:
— Creemos que el robo se ha realizado por el día burlando los sistemas de seguridad nocturnos. Hasta el momento eso es todo. Contrataremos a los mejores detectives.
José colgó inmediatamente, se puso el abrigo, cogió las llaves del coche, se montó y se dirigió a los juzgados. Allí contrató al detective que resolvió el hurto de las pajitas del Niño Jesús. Se llamaba Emilio.

Emilio y José llamaron al cielo:
— Telecielo, ¿dígame?
José dijo:
— Soy José, es muy importante. Póngame con Dios.¡Ah! No me ponga como música de espera la canción de "Jingle bells".
En un periquete Dios se puso al teléfono:
— José, ¿qué tal van las cosas por ahí?
José contestó:
— No muy bien, los Reyes Magos no llegan porque han robado la estrella que les tenía que guiar. Te llamábamos para que nos permitas subir al cielo a Emilio y a mí.
Dijo sin preocupación:
— Vale, podéis subir cuando queráis. Os he mandado una nube para que subáis.
Entonces una nube se les acercó, se montaron y subieron al cielo. Una vez arriba se dirigieron a la zona del robo. Emilio y José registraron el cielo con la ayuda de un ángel. Buscaron por todas partes y vieron una nube grande de la que salía un gran resplandor. Emilio extrañado dijo:
— ¡Mira! ¡En esa nube!
José metió la mano en la nube y sacó una brillante estrella.
El ángel dijo:
— La pobre tiene fobia a la oscuridad.
Entonces la llevaron al médico y la curaron su temor a la falta de luz. Al final el Niño Jesús recibió los regalos el 6 de enero. Por eso se celebra la venida de los Reyes Magos ese día.

viernes, 13 de diciembre de 2013

GOTITA DE LLUVIA

CUENTO LLUVIOSO

GOTITA  DE LLUVIA. Ariela Victoria Espinoza. Curacaví – Chile


El cielo estaba totalmente cerrado nubes que amenazaban en cualquier momento se vendría una aluvión ,en casa de Tomasito ya se estaban preparando ,siempre que acontecía un suceso de esta magnitud era una oportunidad familiar para permanecer calentitos y muy unidos en torno a los cuentos de la abuelita o las ricas sopaipillas de la mama Susan. Papa Felipe muy temprano como siempre recolectaba leña en el inmenso patio contiguo a la casa, en esta oportunidad lo hacia a mayor velocidad, necesitarían leña seca durante todo ese día.. para mantener la chimenea y el fogón siempre activos entregando toda su calidez .
Mientras en otro lugar de aquella pequeña pero acogedora casa se encontraba Tomasito jugando con su perro Pulgas el cual ya habían entrado al ruego de el….¡papa pulgas se mojara y tendrá mucho frío, mejor deja que entre ¡el padre que no podía oponerse a las suplicas de su querido Tomasito accedió rápidamente advirtiendo….¡pero Tomasito procura que no desordene tanto para que mama no se moleste! ….mama Susan mientras preparaba la masa de aquellas reconocidas sopaipillas miraba el cuadro general de su familia su esposo recolectando leña , Tomasito jugando con pulgas su perrito regalón y los abuelos tomando mate en torno a una buena conversación de antaño.. respiraba tranquilidad y agradecimiento por aquel día.
Se sintieron como harte de magia las primeras precipitaciones de pequeñas bolitas cristalinas que se azotaban contra el techo casi desapercibidas por la mayoría menos para papa Felipe que tubo que detener su recolección de leña para entrar rápidamente a casa y dar la noticia ¡ya comenzó a llover! pulgas agito su cola.. mama Susan empezó a freír las exquisitas sopaipillas y los abuelitos se arrimaron más al fogón junto a Tomasito para comenzar las alucinantes historias que hacían volar la imaginación.
La venta principal de la casa, aquella que dejaba traslucir el radiante sol hoy seria el cristal por donde una pequeña gotita de lluvia aprendería lo hermoso de la vida.
Cayeron una tras otra al principio lentamente y cada vez más rápido todas unidas formaban la lluvia pequeñas cascadas de agua que se deslizaban por el techo, puertas, entre otro escondrijos que solo ella sabían alcanzar. Pero una gotita no quería formar parte de aquel maravillosos espectáculo se rehusaba a ser igual que las demás, se contuvo lo mas que pudo.. en su nube y pensaba ¡aguantare hasta que todas caigan! y ese será mi momento para deslizarme sola por aquella maravillosa venta, que puedo ver desde aquí arriba..y así sucedió cuando ya la mayoría había caído y solo quedaban apenas unas pocas gotitas ella se dejo caer spach se deslizo por aquel cristal que poseía algo maravilloso una imagen que nunca olvidaría en su recorrido lento por el cristal frío y resbaloso observo aquel cuadro perfecto, donde vio a Tomasito, pulga su perrito regalón, papa Felipe ,mama Susan y los abuelos compartiendo entorno a la calidez del hogar y la familia en total felicidad. En ese instante comprendió muchas cosas que suerte tienen las personas de poder tener estos momentos de total dicha y hacerlos perdurable todo lo que quieran.. lastima yo solo tengo minutos de existencia para poder disfrutar las cosas simples y hermosas de la vida, ahora entiendo todo; el amor es más cuando es compartido!
En ese momento sintió amor mientras su pequeño y cristalino cuerpo se deslizaba lentamente para perderse en el conjunto de gotitas que ya habían formado una pequeña poza bajo aquella ventana.
Y  Colorín  Colorado..

LAS HABICHUELAS MÁGICAS

CUENTO LEGUMBRE

LAS HABICHUELAS MÁGICAS. Andersen, Hans Christian


Periquín vivía con su madre, que era viuda, en una cabaña del bosque. Como con el tiempo fue empeorando la situación familiar, la madre determinó mandar a Periquín a la ciudad, para que allí intentase vender la única vaca que poseían. 
El niño se puso en camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se encontró con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas. -Son maravillosas -explicó aquel hombre-. Si te gustan, te las daré a cambio de la vaca. Así lo hizo Periquín, y volvió muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogió las habichuelas y las arrojó a la calle. Después se puso a llorar. Cuando se levantó Periquín al día siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las habichuelas habían crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdían de vista. Se puso Periquín a trepar por la planta, y sube que sube, llegó a un país desconocido. Entró en un castillo y vio a un malvado gigante que tenía una gallina que ponía un huevo de oro cada vez que él se lo mandaba. 
Esperó el niño a que el gigante se durmiera, y tomando la gallina, escapó con ella. Llegó a las ramas de las habichuelas, y descolgándose, tocó el suelo y entró en la cabaña. La madre se puso muy contenta. Y así fueron vendiendo los huevos de oro, y con su producto vivieron tranquilos mucho tiempo, hasta que la gallina se murió y Periquín tuvo que trepar por la planta otra vez, dirigiéndose al castillo del gigante. Se escondió tras una cortina y pudo observar como el dueño del castillo iba contando monedas de oro que sacaba de un bolsón de cuero. En cuanto se durmió el gigante, salió Periquín y, recogiendo el talego de oro, echó a correr hacia la planta gigantesca y bajó a su casa. 
Así la viuda y su hijo tuvieron dinero para ir viviendo mucho tiempo. Sin embargo, llegó un día en que el bolsón de cuero del dinero quedó completamente vacío. Se cogió Periquín por tercera vez a las ramas de la planta, y fue escalándolas hasta llegar a la cima. Entonces vio al ogro guardar en un cajón una cajita que, cada vez que se levantaba la tapa, dejaba caer una moneda de oro. Cuando el gigante salió de la estancia, cogió el niño la cajita prodigiosa y se la guardó. Desde su escondite vio Periquín que el gigante se tumbaba en un sofá, y un arpa, oh maravilla!, tocaba sola, sin que mano alguna pulsara sus cuerdas, una delicada música. El gigante, mientras escuchaba aquella melodía, fue cayendo en el sueño poco a poco Apenas le vio así Periquín, cogió el arpa y echó a correr. Pero el arpa estaba encantada y, al ser tomada por Periquín, empezó a gritar: -Eh, señor amo, despierte usted, que me roban! 
Despertose sobresaltado el gigante y empezaron a llegar de nuevo desde la calle los gritos acusadores: -Señor amo, que me roban! Viendo lo que ocurría, el gigante salió en persecución de Periquín. Resonaban a espaldas del niño pasos del gigante, cuando, ya cogido a las ramas empezaba a bajar. Se daba mucha prisa, pero, al mirar hacia la altura, vio que también el gigante descendía hacia él. No había tiempo que perder, y así que gritó Periquín a su madre, que estaba en casa preparando la comida: -Madre, tráigame el hacha en seguida, que me persigue el gigante! Acudió la madre con el hacha, y Periquín, de un certero golpe, cortó el tronco de la trágica habichuela. 
Al caer, el gigante se estrelló, pagando así sus fechorías, y Periquín y su madre vivieron felices con el producto de la cajita que, al abrirse, dejaba caer una moneda de oro. 
Y Colorín colorado...

EL ÁRBOL DE LAS RISAS

CUENTO FESTIVO

EL ÁRBOL DE LAS RISAS. Mariana Ramos. Buenos Aires 
Hace muchos años existía un famoso pueblito, alejado de la ciudad, llamado Glabilú . En el medio de la única placita que tenía, había un árbol, con hojas grandes, chicas, medianas, verdes, rojas, amarillas, celestes y muchos colores más. No sólo era hermoso, sino que regalaba sonrisas a toda la gente.
Cada vez que alguien se sentía un poquito triste, se iba hasta la plaza, se acercaba al árbol y automáticamente se empezaba a reír. Para los chicos, Risitas, que así lo llamaban a su árbol, era un amigo más. Esperaban ansiosos que llegara la tarde para poder ir a jugar junto a él. Se trepaban en sus ramas, le cantaban canciones, se divertían mucho. Una noche, el Señor Gogó, que era del pueblito vecino, fue hasta la placita. Miró para todos lado, se fijó que no hubiese nadie, y se acercó al árbol en puntitas de pie. 
Era un hombre muy malo y serio, y no le gustaba que sus vecinos siempre estuvieran alegres. Entonces, empezó a arrancarle las coloridas hojas a Risitas y a patearle su tronco ¡con mucha bronca!. El pobre árbol empezó a reír cada vez menos... hasta dejarlo de hacer por completo. Y cuando lo hizo, el Señor Gogó se fue satisfecho a su pueblo.
A la mañana siguiente el árbol amaneció enfermo, casi muerto. La gente se puso muy triste cuando lo vio, y la risa desapareció de sus caras. Entre ellos se miraban y se preguntaban: ¿qué le habrá pasado? ¿quién lo lastimó?. Se pusieron a juntar sus hojitas, a cuidarlo, a regarlo, pero Risitas seguía igual. Hasta que un día, decidieron que la forma para curarlo era darle lo mismo que él siempre les dio a ellos: RISAS. Se juntaron todos, hicieron una ronda alrededor del árbol, se agarraron de las manos y empezaron a reír. 
Y rieron cada vez más fuerte, tan fuerte que hasta la tierra comenzó a vibrar. Risitas empezó a tomar vida, le volvieron a salir sus coloridas hojas y con ellas, su alegría. Empezó riéndose bajito, casi no se lo oía, pero terminó riéndose tan alto que hasta contagió al Sol. Comenzaron a crecer muchas y muchas flores a su alrededor y se formó un arco iris, el más bello que habían visto en toda su vida.
La risa empezó a contagiar a los pueblos vecinos y llegó hasta la casa del Señor Gogó, y sin darse cuenta, de sus labios, comenzaron a salir risas. 
Y colorín, colorado....

CUENTO VIAJERO NAVIDEÑO

CUENTO VIAJERO NAVIDEÑO

UN VIAJE INCREIBLE. Florencia
Esta es la historia de Carlos, un ratón que vivía en la punta de un cerro. Carlos trabajaba día y noche para limpiar el polvo a una bota que hace años atrás le había regalado su amigo, el viejito Michel.
Ya era costumbre para él pasar las navidades con esa bota, y como faltaba poco para las fiestas, escuchó que golpeaban su puerta. ¡Era su amigo Michel, que venía del pueblo!
Se le veía muy cansado. Carlos le dijo a Michel que se sentara a descansar. Michel había subido caminando hasta la punta del cerro para invitar a Carlos a pasar la Navidad en su casa. Michel pensaba que su amigo se sentiría solo en Navidad. Michel había tardado en su viaje más de los que debía, sabía que para subir a la punta del cerro tenía que caminar nueve días, pero,… debido a lo resbaloso del pasto, había tardado el doble.
Michel se encontraba cansado y triste porque faltaban solo tres días para la Navidad. Sabía que era imposible estar de vuelta con su familia para ese día. Así que Carlos, preocupado, pensaba y pensaba en cómo poder ayudar a su amigo. ¡Y planeó un viaje increíble!
Y fue así que, con voluntad y amistad, Carlos y Michel celebraron juntos la Navidad. Carlos con su bota, y Michel con su familia. 
Y Colorín colorado.

LA ISLA ENCANTADA

LA ISLA ENCANTADA.  Cuentos  Garabato.


Había una vez, cerca de las costas de Reino Unido, una casa, muy, pero muy antigua donde vivían dos niños, Juan y María.
Era día de limpieza, y tocaba ordenar el sótano. Antes de hacerlo María dijo:-¡No terminaremos nunca!. Este sótano es muy antiguo y no se sabe lo que podrías encontrar aquí. Juan le respondió: -No te preocupes. Lo vamos a solucionar, y aunque este muy sucio, ¡vamos a terminar! -Bueno, dijo María. Y empezaron a limpiar. Mientras María estaba limpiando uno de los muebles viejos Juan dijo: -Ven María, mira lo que encontré. Y María fue a ver qué pasaba. -Mira María, he encontrado un pergamino que, por lo que se ve, es muy antiguo, dijo Juan. Este pergamino estaba escrito en un lenguaje raro, que no era conocido en la Tierra. El pergamino decía así: "...a avell euq ocigam ejasap un otreibucsed la adeuq aniloc al de acrec soña lim adac" Los niños pasaban el texto a todas las lenguas pero no descifraban nada, lo único que les quedaba era voltear el texto desde le final hasta el principio.
Juan y María llegaron a la conclusión de que el pergamino decía: "Cada mil años cerca de la colina queda al descubierto un pasaje mágico que lleva a..." Los niños no sabían a dónde llevaba ese camino y consultaron en la biblioteca unos libros de leyendas para tener más información. Los niños no pudieron saber a dónde iría a terminar el camino, pero descubrieron que la última vez que se abrió el camino fue hace mil años y el camino se abriría dentro de un mes exactamente.
Un mes era suficiente para prepararse. Los niños se habían quedado con ganas de saber a donde llevaba este pasaje. Ya estaban en la colina. Y según lo que decían los libros, ya se tendría que haber abierto el camino, pero... el camino no se abría. -¡Estos libros deben decir mentiras!, dijo Juan. Los niños decidieron irse a casa. Cuando se alejaban empezó a sonar algo así como un temblor, era el dichoso camino que por fin se estaba abriendo, los niños, sin pensarlo, corrieron hacia él.
En el camino se encontraron con un murciélago que no los dejaba pasar. El murciélago estaba por morder a María pero Juan los alejó con una antorcha que estaba en las paredes. Ya más adelante se encontraron con una parte donde se dividía el camino en tres partes. Los niños no sabían por dónde ir. Y cuando avanzaron aparecieron unos espejos que confundían el camino y parecía que le camino se dividía en seis.
María eligió el camino de la izquierda. - ¿Llegamos? -dijo Juan-. Juan y María habían llegado a una parte del camino tapada por una nube. Los jóvenes dieron un paso y pisaron tierra firme. Cuando vieron el paisaje vieron una isla fría, oscura y destruida completamente. -¿Que habrá pasado? -Dijo María- Y una voz le respondió: "Mi pueblo ha sido hechizado por un fantasma malvado y envidioso que vive en un castillo que se encuentra en una montaña y tiene un murciélago de aliado. Ha convertido a todos mis amigos en piedra y la única forma de romper el hechizo es destruyendo al fantasma con una luz que fue encerrada en una cueva por el malvado fantasma"
Juan después dijo: -No creo que sea muy difícil derrotar al fantasma y además vale la pena derrotarlo después de tan largo viaje. -Tienes razón. Vamos a derrotar al malvado fantasma y a salvar a la isla, exclamó María. -Muchísimas gracias, respondió el unicornio esa voz y apareció entonces un hermoso unicornio convertido en piedra. Después los niños se fueron a buscar la luz para derrotar al fantasma. El unicornio les había dicho que la cueva se encontraba en el extremo Este de la isla.
Juan y María habían llegado a la cueva. María trató de entrar pero un campo de fuerza protegía la cueva y la niña quedó muy dañada. Juan volvió con el unicornio y le preguntó como podía atravesar ese campo de fuerza. El unicornio le dijo que la única manera de entrar era si estabas tranquilo y no pensabas en nada. Siguiendo las instrucciones del unicornio Juan se fue a la cueva. Juan trató de entrar y sin pensar en nada logró entrar a la cueva y encontró la Sagrada Luz. Cuando salió de la cueva Juan iluminaba todo a su paso y también logró restablecer las fuerzas de María.
Los niños se dirigieron al palacio donde se encontraba el malvado fantasma. Él, desde el interior del castillo presentía que Sagrada Luz se acercaba y trató de huir. Los niños lograron encontrarlo y, apenas vio la luz, el fantasma se desintegró por completo y todos los habitantes de la isla convertidos en piedra volvieron a la vida.
El unicornio les agradeció a los niños lo que hicieron y como regalo les dio un mapa donde encontrarían un tesoro que habían enterrado los antiguos habitantes de la isla. Los niños se fueron a buscar el tesoro y, cuando lo encontraron y abrieron el cofre una luz brilló y los niños aparecieron es sus camas. ¿Habrá sido un sueño? Los niños no estaban seguros pero igual tenían el cofre con el tesoro en su casa. Los niños nunca contaron nada de esto a nadie. ¿Quién les creería?
Y  Colorín  Colorado…

viernes, 15 de noviembre de 2013

La pequeña Tortuga

La pequeña Tortuga


Erase una vez una tortuga, que no comprendía por que era tan lenta.

Su mamá cada vez que ella le preguntaba le decía: "Los últimos serán los primeros", y ella por mucho que su mamá le dijese no lo comprendía.

Pasado un tiempo la pequeña tortuga salió a pasear por el bosque, y paseando paseando se encontró con un hada, y sorprendida le dijo: " por favor hada me podrías conceder un deseo".

El hada sonrió y dijo: "claro que sí pequeña para eso he venido".

Entonces aquella pequeña tortuga pidió ser muchos más rápida que todos los animales del bosque. El hada le dijo que su deseo se cumpliria pero que había una pequeña condición, la tortuga le dijo: " cuál es esa condición", y el hada respondió: " pues la condición es que cada vez que te enamores de alguien esa persona a la que amarás morirá".

La tortuga no se lo pensó dos veces y dijo: "acepto", entonces el hada le concedió ese deseo.

Pasados 3 años y aquella tortuga se enamoró, y aquella pobre tortuga murió.

Entonces aquella pequeña tortuga comprendió que da igual como seas, porque no importa nada si tienes "Amor" y si eres feliz, entonces aquella pequeña tortuga dijo: " si no hemos podido estar juntos aquí por mi egoísmo de querer ser la mejor pues lo estaremos donde quiera que tu estés" .

Y aquella pequeña tortuga murió para poder ser feliz y aver comprendido que no importa como seas o como te vean los demás, tienes que estar bien contigo misma y saber que nadie es perfecto y que siempre tenemos cosas que otros no tienen sean mejores o peores....

FIN...

La hormiga trabajadora

La hormiga trabajadora





Érase una hormiga que lo único que hacía todo el día era trabajar y trabajar.
Un día la hormiga se perdió y no sabía regresar. Se sentó con un grupo de grillos que estaban tumbados cantando; esos grillos sólo cantaban y cantaban, la hormiga les preguntó que si no recogían comida para el invierno. Los grillos le dijeron que no, que pasaban; entonces la hormiga hizo un trato con los grillos.
El trato era: si ustedes me cobijáis en vuestra casa todo el invierno yo os cogeré comida para todo el invierno.
Llegando el invierno la hormiga les hacía de comer todo el día. Estuvieron todo el invierno pasándoselo bien y la hormiga comprendió que, aparte de trabajar, también era necesario divertirse y los grillos aprendieron que era necesario recoger comida durante todo el verano.

domingo, 10 de noviembre de 2013

PLUMA

PLUMA

Cuento inédito de Vicente Gerbasi
Canoabo es una aldea situada en un valle rodeado de altas montañas. Su calle principal apenas tiene unas cuatro cuadras de pequeñas casas azules, rojas, amarillas, blancas, con ventanas de balaustres de madera, a los que se asoman de cuando en cuando bellas muchachas de cabellos negros. Al fondo, una plaza de grandes almendrones y más allá la iglesia y su torre donde anidan las palomas. Detrás de la iglesia, la colina del Calvario, con tres cruces, de los cuales, la del centro es la más grande. Allá arriba, vuelan en circulo los gavilanes, lentamente, como en el aire de los siglos.

En Canoabo nacen los días y la noches de la música. Por sus calles pasan los arreos de burros con sus pequeñas campanas, y pasan las vacas y las cabras sin rumbo, y al salir el sol y al medio día y al atardecer la torre de la iglesia hacía oír sus campanas, mientras las palomas se echan a volar por sobre las casas y por sobre los árboles, como si fueran a dar un largo paseo a la redonda, para luego volver en un apretujado aletear a los oscuros y misteriosos rincones de la torre.

Detrás de la iglesia, en las estribaciones de la alta colina del Calvario, hay unos largos ranchos de paja donde vive la gente más pobre del pueblo. En uno de de estos ranchos nació Pluma, mi viejo y querido amigo, muerto ya hace algunos años y cuya extraña y dolorosa historia voy a recordar.

Pluma, cuando tenía ocho años y había aprendido ya a leer y a escribir, no se llamaba propiamente así. Su nombre era Jorge Cardozo. Su padre le había puesto este nombre porque, como siempre decía le gustaba el Santo que había matado al dragón. No solamente lo decía, sino que lo cantaba, porque era hombre de guitarra y coplas.

Cuando en las noches de luna se iba con su botella de aguardiente por entre los destellos de las rocas y los cactos de aquella colina del Calvario o bajaba a la plaza, se le oía cantar esta copla:

Me gusta el santo varón
San Jorge, el santo valiente,
tan valiente, que una noche
pudo matar al dragón.

El apellido de Jorge Cardozo no era el de su padre. El llevaba el apellido de su madre porque era hijo natural. El padre de Jorge, de nombre Felipe, era un joven indio, de fino bigote caído, labios gruesos, nariz un tanto aplastada, ojos achinados y cabellos negros muy lacios. Con buen humor se iba muy de mañana a trabajar en las haciendas vecinas, para regresar por la noche a tocar la guitarra. a cantar ya tomarse alguna copa de aguardiente.

Su rancho no era de bahareque. sino de palmas entrelazadas en cañas y bambúes. Una parte era la cocina. por donde se entraba. Y el resto eran dos largos cuartos divididos también con cañas, bambúes y palmas. La cocina. o mejor dicho. el fogón. era de adobes. sobre los cuales había tres piedras ennegrecidas sobre los que Petrica colocaba el budare para hacer las arepas o la olla para hervir los frijoles. Toda la cocina relucía por el hollín, y por las noches, cuando la leña estaba encendida. Las llamas le daban a las paredes de palma un rojo y tembloroso color infernal.

Felipe, al regresar del trabajo, se sentaba junto a su mujer en unos cajones frente al rancho. Su preocupación fundamental era la educación de Jorge.

- ¿Pero cómo hacerlo. si somos tan pobres? Apenas gano tres reales al día y sin ninguna esperanza -, le decía a su mujer.

Una tarde, mientras miraban las cumbres de las montañas doradas por el último sol, ese sol maravilloso que la gente de mi tierra llama el sol de los venados, su mujer le dijo:

- ¿y por qué no nos vamos a la ciudad?

- Mira, nunca lo había pensado. Siempre he creído que uno debe vivir donde nace, especialmente si se nace en el campo. ¿Qué podemos hacer nosotros en la ciudad? Yo no tengo oficio. Además, la ciudad es como un mar bravo en el que uno bracea y bucea hasta que se lo traga. Aquí por lo menos uno va llevando la vida. Además, creo que algún día podré conseguir un pedazo de tierra.

- No creas, hay muchos pulpos en este mundo - le contestó la mujer.

- Déjame buscar la guitarra y déjame pensar.

Esa noche Felipe salió a cantar ya tomar aguardiente. Regresó a eso de las once de la noche. Se acostó pero no pudo dormir. La idea que le había dado su mujer le daba vueltas. Pensó que realmente allá podría procurarle mejor educación a su hijo. Estiró el brazo y acarició el rostro de su mujer.

- ¿Qué?, preguntó ella.

- Mañana voy a comenzar a arreglar mis cosas para irnos a la ciudad.

Ella se incorporó en la cama y encendió una vela que tenía a su lado, en el piso de tierra. En el cuarto no había muebles, sino cajones y en una de las paredes de palma una cruz de palo revestida con papel de seda a colores.

- De la alegría te voy a hacer un café.

Felipe volvió a tomar la guitarra y se fue a tocarla bajo las estrellas.

Un viento tibio se arremolinaba en los árboles, trayendo el lúgubre ladrido de los perros que, al decir de los campesinos, andan viendo fantasmas por las horas de la madrugada. El viento, el viento de oscuridad estrellada, que puebla de voces nuestros campos tropicales y se aleja ondulante entre palmeras y crines de caballos hacia los grandes' ríos del Sur.

Felipe posó sus manos sobre las cuerdas de su guitarra y se detuvo a oír el envolvente canto de los gallos, a pensar en su viaje. Petrica vino con el café. Se sentó a su lado y allí estuvieron ambos en silencio hasta que unas pequeñas nubes largas comenzaron a colorearse en las cumbres de las montañas.

Ese día Felipe no fue al trabajo y se dedicó a visitar a algunos amigos a quienes les habló de su idea de marcharse a la ciudad.

Casi todas las opiniones coincidieron en esta pregunta:

- ¿Y qué vas a hacer tú en la ciudad?

Alguien le dijo:

- Lo que andas buscando es que te recluten.

Pero su compadre, Juan Marchena, el padrino de Jorge, al saber que Felipe quería salirse del pueblo para encaminar la educación del ahijado, le prometió ayuda. El tenía una pulpería, y mal que bien, tiraba adelante con lento pero seguro éxito. Era un hombre sedentario y sumamente económico. Era hijo de canarios. Pequeño, gordo, de rostro redondo. Lo ojos pequeños se le perdían debajo de sus pobladas cejas rojizas.

-Como no, compadre -le dijo-. Yo te ayudaré. Sobre todo porque se trata de la educación del ahijado.

-No es mucho lo que te voy a pedir prestado -le dijo Felipe-. Creo que con doscientos bolívares me las podré arreglar.

- Muy bien, aquí los tienes -y Juan Marchena, con paso lento, se fue al centro del mostrador, sacó de una gaveta el dinero y se lo entregó.

Felipe colocó el dedo pulgar sobre el índice en forma de cruz y besándolos dijo:

- Compadre, gracias. Por esta Santa Cruz quedo ahora más que nunca obligado contigo.

Brindaron con un buen coñac español .

Cuando Felipe regresó a su rancho, le dijo a su hijo:

- Mira Jorge, nos vamos a ir a la ciudad para que puedas aprender en un buen colegio y después pasar a la Universidad. Yo y tu mamá queremos que tú seas un buen hombre. Ya tu padrino me prestó el dinero para el viaje y poder pasar allá los primeros días mientras consigo trabajo.

Jorge no le dio demasiada importancia a lo que dijo su padre y siguió enrollando su trompo. Sin embargo, pensó vagamente en lo que podría hacer en la ciudad.

- ¿Qué puede haber distinto allá de lo que hay aquí?, se preguntó. El nunca había salido de Canoabo. Una vez se fue con unos compañeros hasta la sabana, donde hay una casa de dos pisos, propiedad del hacendado más rico del pueblo. Aquel lugar le pareció de otro mundo. La casa con balcones y techos rojos, solitaria entre copudos árboles dispersos, le pareció algo irreal. Jorge pensaba que detrás de las montañas de su pueblo, el mundo se extendía en selvas, ríos y más aldeas como la suya, con burritos, cabras y pavos reales.



La vela encendida resbaló en el piso de tierra y su llama se recostó suavemente en las palmas entrelazadas. Afuera soplaba el viento silbante de la noche. Lenta, la llama tomó cuerpo en una hoja de palma y luego saltó a otra como una lagartija de una palma a otra ya otra, hasta que se convirtió en un gran dragón rojo que se retorcía mordiendo el tejido de hojas secas entre cañas y bambúes. Soplaba el gran viento de la noche y el dragón rojo de largas patas y uñas y lengua ardientes siguió saltando de un sitio a otro de las paredes, hasta que fue a contorsionarse en el techo donde el gran viento de la noche hacía volar sus escamas como piedras de un volcán en erupción.

Los padres de Jorge sintieron las uñas del fuego en los cabellos, en las piernas, en los ojos. Apenas vieron la puerta del infierno, círculos de fuego, las patas y las uñas del dragón. Luego, por un instante, mientras oían el llanto del hijo, una honda oscuridad rojiza invadió sus ojos.

COMETAS

COMETAS

Por: Vicente Gerbasi

Publicado 1971 en Nuevas Páginas para Imaginar, Caracas, Ediciones Fundación del Niño


Cuatro cuadras de casas bajas, pintadas de azul, amarillo, verde, rojo, o simplemente encaladas, forman la calle principal de Canoabo. Comienza a orillas del río, donde vuela el martín pescador, y termina en una plaza arbolada y una iglesia blanca, al pie
de la colina del Calvario, donde duermen los mendigos.

Hay otras callecitas, como la de "Los Sapos", la de "Machado" y "Boquerón". Esta última es un túnel de árboles suavemente empinado hacia la montana, donde zigzaguea el camino rojo que va a Aguirre, a Bejuma, a Montalbán, pueblos éstos que se encuentran en una altiplanicie de frescos sembradíos y pastizales.

Las calles de mi pueblo eran de arena y en sus aceras de piedra o de ladrillos crecían hierbas tenaces.

Por aquel tiempo volábamos cometas en el azul límpido de la tarde. El cielo se poblaba de colores, como de aves que hubieran abandonado otro mundo.

Yo miraba las montañas que rodean la aldea. Los niños que vivían allá arriba no volaban cometas. Pero sí venían al pueblo en pequeños asnos negros. Los niños
labriegos miraban nuestras cometas allá en el cielo, hacia donde una nube blanca se adelgaba sobre las cumbres. En aquellas montañas florecen los cafetales a la sombra de inmensos árboles húmedos. Las flores del cafeto son como pequeñas estrellas blancas y su perfume tiene una como suavidad sideral.

Hacia esos altos lugares de flores y de fieras se alejaban nuestras cometas. Don Arturo Sifuentes se reunía con nosotros para volar su gran barrilete de seda con
una larga cola en forma de flores multicolores.

Don Arturo era un viejo alto, muy delgado, siempre vestido pulcramente blanco. Cuando nosotros comenzabamos a reunirnos con nuestras cometas de papel de seda, él abandonaba su negocio de telas, donde, en verdad, había más botones que telas, y se reunía con nosotros sin hablar.

Cuando uno de nosotros llevaba una cometa nueva, él la tomaba en sus manos, la observaba cuidadosamente, y si la encontraba de su gusto, se limitaba a hacer con la cabeza además de aprobación.

Como su barrilete era tan grande y pesado, debía ser elevado con cordel. En el cielo se mantenía sereno, como un extraño invento, en medio de nuestras pequeñas cometas.


De cuando en cuando, entre una y otra, pasaban lentos los zamuros en su vuelo circular.

Si la brisa era fuerte, Don Arturo ataba el cordel al balaústre de una de las pequeñas ventanas, se iba al negocio y regresaba con otro rollo que empataba para ver a su barrilete alejarse de nuestras cometas hasta casi desaparecer como un punto en el espacio.

A esa hora solar se abrían los pavos reales sobre la arena.

En cierta ocasión nos pusimos de acuerdo para ponerles nombre a nuestras cometas. Rafael Linares, quien vivía frente a la plaza en una casa con dos árboles de guayabitas del Perú, llamó a la suya, Hoja Morada, porque siempre hacía sus cometas con papel de ese color.

A mi vecino Ramón le gustaba hacerlas mitad blancas y mitad negras, y no sé por qué causa rara le puso a la suya el nombre de Vaca del Aire. Pedrito Gómez, un muchacho gordo como un tonel, de cabeza pequeña y ojos negros, grandes, hundidos bajo las cejas, prefería los colores anaranjados y llamaba a su cometa Velero Volador. Francisco Ruiz le ponía a la suya anchas colas azules y la llamaba Aguila de Canoabo. Rosendo, el hijo del maestro de escuela, tal vez ayudado por su padre, la llamó Saturno. Por aquel entonces ya comenzábamos a saber lo que era un planeta y, desde ese momento, supimos que en este caso se trataba de un planeta
con anillos.

Había otros nombres que no recuerdo. ¡Ah!...Yo le puse a mi cometa el nombre de Gallina Verde.

Pero lo más gracioso fue el nombre que don Arturo le puso a su barrilete: Gigante del Aire.

Desde ese momento, cuando todas nuestras cometas estaban en el cielo rodeando a su barrilete, él nos veía las caras, nos picaba el ojo y nos decía moviendo la cabeza de arriba abajo: "el Gigante, el Gigante".

Muchas veces nos sorprendía la noche con densos tintes rojos más allá de las cumbres. Nosotros bajábamos nuestras cometas. Pero como el barrilete de Don Arturo se había ido tan lejos, se demoraba largo rato en el aire, donde comenzaban a encenderse las luciérnagas, y se le veía bajar en las sombras, lentamente, como un astro opaco de cuatro colores.

martes, 5 de noviembre de 2013

LAS CIGÜEÑAS Y EL MOLINERO

  LAS CIGÜEÑAS Y EL MOLINERO

PRESENTACIÓN
- Abuela, ¿por qué se dice: “En San Blas la cigüeña verás y si no la vieres año de nieves”

- Porque es un refrán popular que quiere decir que las cigüeñas cuando vuelven a hacer sus nidos es que llega el buen tiempo y ya no va a nevar.

- Pero, ¿lo de San Blas?

- Porque, pasado el día de San Blas, las cigüeñas comienzan a llegar.
- Y, ¿cuándo es el día de San Blas?

- El día 3 de Febrero es la fiesta San Blas.

- Entonces ahora, abuela, ¿todavía podría nevar?

- Claro que podría nevar. Porque no ha llegado Febrero, ni la fiesta de San Blas. Ni han llegado las cigüeñas a la torre a anidar.

- Y, ¿por qué se ha elegido a San Blas?

- Porque dice una leyenda que San Blas vivía en una cueva y solamente salía de ella, más o menos en Febrero, cuando, a lo lejos, en la copa de unos árboles grandes, veía que las cigüeñas comenzaban a hacer su nido.
Un día le preguntaron al santo, por qué hacía eso y él contestó: “las cigüeñas traen el buen tiempo cuando comienzan a anidar”.

- Y tú, ¿por qué sabes tanto de San Blas?

- Porque lo he leído en un libro. Y sé muchas cosas más.

Pero ahora escucha primero el cuento que te quiero contar.

- ¿Es de San Blas o de las cigüeñas lo que me quieres contar?

- ¡Caliente!, !caliente!, pero escucha y verás.


“Había una vez, comenzó el cuento la abuela, una pareja de cigüeñas que, un día, comenzaron hacer su nido encima del muro del molino.
Viaje tras viaje fueron trayendo unos palos, unas hojas y el barro de la charca, hasta que formaron un nido grande y fuerte.
El molinero estaba muy satisfecho.
De todos los alrededores habían elegido su molino.
Cada día, pasaba junto al muro y se quedaba mirando fijamente.
Admiraba el esfuerzo de aquella pareja de cigüeñas fabricando su nido y la habilidad con la que iban colocando los materiales.
Una de las tardes que se acercó para ver aquella gran obra, se dio cuenta que algo se movía dentro del nido.
Eran sus crías, envueltas en un plumón blanco. Miró a su alrededor y vio que una de las parejas se acercaba volando.
A distancia pudo observar, el picoteo de la madre y el bullicio que las crías hacían con la comida.
Poco a poco las crías fueron creciendo y comenzaron a revolotear sobre el nido.
Pronto darían su primer vuelo y, con él, dejarían el nido para formar, como sus padres, una nueva pareja.
El molinero sabía, muy bien que emigrarían a tierras más cálidas. Pero ahora era muy feliz con su compañía y disfrutaba mucho con su presencia. Desde su ventana, se entretenía observando el rojo de sus patas, el revoloteo de sus alas y el traqueteo de su pico.
Por las mañanas, cuando salía a trabajar, procuraba saludarlas, agitando su gorra, como si ellas pudieran entenderle.

Un día, cuando se levantó, el nido estaba vacío
Han emigrado a tierras más cálidas, pensó, pero un día volverán y arreglarán de nuevo su nido, incubarán sus huevos, tendrán crías y para comer, volarán hasta posarse junto al río.
Y yo podré saludarlas.
Cada mañana desde la ventana de su casa miraba el muro vacío.
Pero pensaba en sus amigas que, lejos, eran felices y que pronto volverían al molino donde habían dejado su nido grande y fuerte.
Los días iban pasando.
El molinero había mirado el calendario y, el día de San Blas estaba muy cerca.
“San Blas, la cigüeña verás...”, recitaba el molinero mientras pensaba que pronto volverían sus amigas.
Como todos los años, procuraba que el nido estuviera casi preparado.
Quitaba los palos viejos, reparaba lo que la lluvia y la nieve habían destrozado y metía puñados de paja dentro del nido.
Los huevos, pensaba el molinero, necesitan mullida y las crías, ¡tienen la piel tan fina!...
La alegría del molinero era muy grande cuando los primeros días de Febrero volvía a ver a sus amigas.
Las dos cigüeñas repetían y repetían cada año.
Preparaban su nido.
Cazaban los peces y las ranas que les servía de comida para sus crías y, cuando llegaba la época, se unían al grupo de compañeras y emigraban a tierras más cálidas.
Uno de los años en los que esperaba, como siempre, la vuelta de sus amigas, una gran tormenta arrasó la cerca de su molino y el agua derrumbó el muro.
Vio cómo el agua arrastraba el nido.
Quiso cogerlo, pero no pudo.
La corriente era muy grande.
A distancia fue viendo como se deshacía entre las aguas.

Esa noche, no podía dormir.
Pensaba en sus amigas.
El trabajo y el esfuerzo de tantos años había desaparecido.
Era la época de su llegada y no iban a encontrar nada.
Pero, ¿dónde podré yo construir su nuevo nido?, se preguntaba.
Pensó en una encina que había junto a su casa.
También podría hacerlo en el trozo de muro que se había salvado de la corriente. Pero, no, será mejor hacerlo encima del chaparral.
Y, pensando en el chaparral se quedó dormido.

A la mañana siguiente, se levantó deprisa.
Había que comenzar a fabricar otro nido, antes que volvieran las cigüeñas.
Pero al salir de su casa se llevó una gran sorpresa
Sus amigas de todos los años ya habían llegado y habían sido más madrugadoras que él.
Cuando las vio, se restregó los ojos pensando que era un sueño. Pero no, eran sus dos amigas que habían comenzado hacer su nuevo nido en el tejado de la casa.
Lleno de alegría, el molinero, comenzó a agitar su gorra, mientras las cigüeñas revoloteaban sobre el tejado.
Querían devolverle el saludo, darle las gracias y decirle, que construirían otro nido y seguirían siendo sus amigas.
Y colorín colorado este cuento ha terminado.


- Abuela, cuando me contabas el cuento he tenido un poco de pena.

- Pena ¿de qué?

- Me ha dado pena, cuando la tormenta arrastró el nido y el pobre molinero no sabía que hacer.
- No te debe dar pena porque, peor hubiera podido ser.

- ¿Peor que quedarse sin nido las cigüeñas?

- Imagínate que en vez de estar vacío hubiera tenido dos crías.

- Qué lista eres abuela y qué rápido me has quitado la pena.

- Es que recuerdo una historia que me contó un día mi abuela que es también tu bisabuela

- Cuéntamela abuela aunque no sea como cuento.

Es la historia de dos golondrinas que comenzaron hacer su nido.
Cuando ya estaba terminado, un pájaro carpintero se lo destruyó.
La pareja se sintió muy triste. ¡Habían trabajado tanto!
De nuevo comenzaron a hacer otro nido y... el pájaro carpintero de nuevo se lo destruyó.
Cansadas, decidieron volar hasta otro lugar más alejado.
Cuando ya estaban preparadas... vieron que a su alrededor volaba el pájaro carpintero.
- ¿No te parece suficiente con habernos roto el nido?, dijo una de las golondrinas.
- Me parece suficiente si con esto habéis aprendido, contestó el pájaro carpintero.
Allí donde vosotras queríais hacer el nido, había un nido de avispas que vosotras no habías visto.
¿Qué hubiera pasado si un día, vuestras crías ya nacidas hubieran sido picoteadas y muertas por las avispas?
Las dos golondrinas se quedaron quietas escuchando al “carpintero”.
Sus palabras eran sabias y su intención era buena.
- Muchas gracias “carpintero”, dijeron las dos a la vez, lo que nos parecía malo, salía de un corazón bueno.
- Volad, si queréis a otros lugares y allí podréis hacer vuestro nido, pero no olvidéis este consejo:
“antes de hacer vuestro nido, fijaos bien lo que dejáis dentro”.
Os lo dice vuestro amigo, el pájaro carpintero.

- ¿Qué te parece la historia que un día me contó mi abuela?

- Que ahora, me ha gustado la historia tanto como me gustó el cuento.

LAS DOS GOTAS DE AGUA

LAS DOS GOTAS DE AGUA

PRESENTACIÓN


- Abuela, esta noche he tenido un sueño muy bonito.

- Con qué soñaste para ser un sueño tan bonito.

- Soñé que estábamos en el campo, al lado de un riachuelo.

- Y ¿qué hacíamos al lado del riachuelo.

- Yo jugaba con el agua y tú mirabas el paisaje. Pero comenzó a llover y lo dos corrimos a escondernos.
- Y ¿dónde nos refugiamos?

- Debajo de un pórtico que había en una casa muy pequeña.

- Y ¿qué tiene que ver esto con el cuento?

- Porque también soñé que me contabas un cuento.

- Y ¿te acuerdas ahora de qué trataba el cuento?

- Claro que me acuerdo, abuela, de todo lo que trataba el cuento.

Y te lo voy a contar ahora.
Y, con éste, es el segundo que por mi parte te cuento.
Y si otro día sueño con otro, también te lo contaré y será el tercero.
Hasta que los cuentos que yo te cuente sean los cuentos del nieto.


- Pues cuéntamelo cuando quieras que yo lo escucharé muy contenta.


Había una vez, comenzó el nieto su cuento del sueño, un río pequeño, que corría por un valle llamado de las Fuentes.
Su corriente, formada de gotas de agua, transcurría silenciosa en medio de la alameda.
Una tarde la lluvia había sido abundante.

Muchas gotas de agua se había aplastado empapando la tierra. Otras habían caído, en el río, mezclándose con el agua de su corriente.
Solamente una gota se había salvado. Llevada por la corriente, había logrado subirse a una hoja del otoño que flotaba en el río.
Durante un rato largo estuvo balanceándose de un lado para otro hasta que el remanso de unos juncos la detuvo. La gota miró extrañada la hoja.

- ¡Uy!, qué susto me he llevado, dijo en voz baja.


Por unos momentos pensó en su destino.
¿Qué podría hacer ella sola en medio de tanta agua?
¿A quién podría pedir ayuda?
Con esta preocupación y en medio de aquel remanso quedó dormida.

Por la mañana, cuando se despertó, vio, junto a ella, otra gota que se movía suavemente.
Las dos se saludaron con una sonrisa.

- ¿Cómo te llamas?, preguntó una de la gotas.

- No tengo nombre.

- Tienes razón. Yo tampoco tengo nombre. Todos nos llaman gotas de agua.

- ¿Por qué no nos ponemos un nombre?

Desde ahora las dos vamos a estar juntas y tenemos que diferenciarnos.

- ¿Te gustaría que te llamara Perla?


- Es muy bonito.

- Y a ti, ¿qué te parece si te llamo Clara?

- Me gusta mucho.

Las dos rieron juntas la idea de ponerse nombre.

Perla era la primera vez que caía de una nube.
Para ella todo era desconocido. Al remanso de los juncos y su nueva vida en el río parecía muy bonito. Después de la lluvia, cansada, se había dormido y, al despertar, se había encontrado con otra gota.
La aparición de Clara era para Perla algo misterioso.

Clara, sin embargo, había estado muchas veces en la tierra.
La última vez que estuvo, una nube la dejó caer en un lago muy grande y allí pasó la primavera, hasta que un rayo de sol la evaporó.

Al el remanso del río, las dos gotas de agua, se divertían flotando de roca en roca.
Perla llamaba a Clara cuando ésta descubría algo nuevo y Clara invitaba a Perla para que hiciera sus movimientos de balanceo, al ritmo de las minúsculas olas de la corriente.
Los días transcurrían felices.
Del remanso de los juncos, se trasladaron a un pequeño charco.
Subidas en sus hojas pasaban los ratos contemplando las cosas nuevas que iban apareciendo.
El croar de las ranas, el revoloteo de las mariposas y el balanceo de los juncos entretenían a las dos amigas.
Clara y Perla estaban alegres en la charca del río.
Un día, que se divertían chapoteando con el roce de las piedras y se balanceaban en las hojas del otoño, Clara preguntó a su amiga:


- ¿Por qué no seguimos la corriente del río?

Perla no contestó. Sólo miró a su amiga con cara extrañada.
¡Era tan feliz en aquel remanso!


- Aquí, insistió Clara, ya llevamos mucho tiempo. Es muy bonito pero ya lo conocemos todo.

Si salimos de aquí, insistió, podremos llegar muy lejos.


- Pero ¿hasta dónde?

- No lo sé, pero seguro que veremos muchas cosas.

- ¡Mira!, tenemos unas hojas muy grandes que flotan en el agua.

Podremos descansar en otros remansos y conocer nuevas tierras más bonitas que éstas.

- ¿Más bonitas que éstas?, preguntó Perla llena de curiosidad.


- ¡Claro!

A la mañana siguiente las dos se prepararon para el viaje.
Una pequeña brisa les ayudó a salir del charco y, poco a poco, siguieron la corriente.
Pasaron llanuras, bordearon acantilados, bajaron pequeñas pendientes y atravesaron puentes.

Un día, llegaron a una presa.
A lo lejos Perla vio una gran balsa de agua.
Sorprendida miró a Clara.


- ¿Qué hacemos ahora?, preguntó.

Su amiga le tranquilizó.

- Es un embalse, le dijo.

Clara conocía muy bien lo que era un pantano. Se lo explicó y, cuando llegaron, las dos bajaron por un lateral.
Flotando en el riachuelo Perla miró hacia arriba.

- ¡Qué maravilla!, dijo.

Un gran bloque de cemento detenía todo el embalse y, en el centro, un enorme chorro de agua caía en cascada.
Perla permaneció en silencio contemplando aquella maravilla.
El viaje merecía la pena.
Clara también estaba orgullosa de la cara de satisfacción que tenía su amiga.
Esa noche la pasaron al lado del pantano y al día siguiente las dos continuaron el viaje.
Clara iba señalando a Perla, el paisaje tan bonito que había en las laderas, las acequias que salían del río y el lento caminar de las aguas próximas a desembocar.
Era la última parte del viaje y quería que su amiga quedara contenta.
Aquella noche. Clara se despidió de Perla.

- Mañana, le dijo, tú seguirás y yo me volveré a la nube.
Perla la escuchó en silencio.

No entendía eso de volver a la nube, pero no quería preguntar. Sólo sabía que con ella había hecho un viaje muy bonito

- Muchas gracias, le dijo, después de un rato de silencio.

Has sido una buena amiga y guardaré un buen recuerdo de este viaje.
Al día siguiente, cuando se despertó, Clara no estaba. Había vuelto a la nube.

Otro día, volvería a caer, para ser el ángel de otra gota.
Perla siguió el cauce del riachuelo.
Desde lo alto, una nube blanca le acompañó en el viaje hasta llegar al final del río.
Allí se confundió con las aguas del mar, mientras la nube siguió su camino en busca de otra gota que necesitara su ayuda.