martes, 5 de noviembre de 2013

LAS DOS GOTAS DE AGUA

LAS DOS GOTAS DE AGUA

PRESENTACIÓN


- Abuela, esta noche he tenido un sueño muy bonito.

- Con qué soñaste para ser un sueño tan bonito.

- Soñé que estábamos en el campo, al lado de un riachuelo.

- Y ¿qué hacíamos al lado del riachuelo.

- Yo jugaba con el agua y tú mirabas el paisaje. Pero comenzó a llover y lo dos corrimos a escondernos.
- Y ¿dónde nos refugiamos?

- Debajo de un pórtico que había en una casa muy pequeña.

- Y ¿qué tiene que ver esto con el cuento?

- Porque también soñé que me contabas un cuento.

- Y ¿te acuerdas ahora de qué trataba el cuento?

- Claro que me acuerdo, abuela, de todo lo que trataba el cuento.

Y te lo voy a contar ahora.
Y, con éste, es el segundo que por mi parte te cuento.
Y si otro día sueño con otro, también te lo contaré y será el tercero.
Hasta que los cuentos que yo te cuente sean los cuentos del nieto.


- Pues cuéntamelo cuando quieras que yo lo escucharé muy contenta.


Había una vez, comenzó el nieto su cuento del sueño, un río pequeño, que corría por un valle llamado de las Fuentes.
Su corriente, formada de gotas de agua, transcurría silenciosa en medio de la alameda.
Una tarde la lluvia había sido abundante.

Muchas gotas de agua se había aplastado empapando la tierra. Otras habían caído, en el río, mezclándose con el agua de su corriente.
Solamente una gota se había salvado. Llevada por la corriente, había logrado subirse a una hoja del otoño que flotaba en el río.
Durante un rato largo estuvo balanceándose de un lado para otro hasta que el remanso de unos juncos la detuvo. La gota miró extrañada la hoja.

- ¡Uy!, qué susto me he llevado, dijo en voz baja.


Por unos momentos pensó en su destino.
¿Qué podría hacer ella sola en medio de tanta agua?
¿A quién podría pedir ayuda?
Con esta preocupación y en medio de aquel remanso quedó dormida.

Por la mañana, cuando se despertó, vio, junto a ella, otra gota que se movía suavemente.
Las dos se saludaron con una sonrisa.

- ¿Cómo te llamas?, preguntó una de la gotas.

- No tengo nombre.

- Tienes razón. Yo tampoco tengo nombre. Todos nos llaman gotas de agua.

- ¿Por qué no nos ponemos un nombre?

Desde ahora las dos vamos a estar juntas y tenemos que diferenciarnos.

- ¿Te gustaría que te llamara Perla?


- Es muy bonito.

- Y a ti, ¿qué te parece si te llamo Clara?

- Me gusta mucho.

Las dos rieron juntas la idea de ponerse nombre.

Perla era la primera vez que caía de una nube.
Para ella todo era desconocido. Al remanso de los juncos y su nueva vida en el río parecía muy bonito. Después de la lluvia, cansada, se había dormido y, al despertar, se había encontrado con otra gota.
La aparición de Clara era para Perla algo misterioso.

Clara, sin embargo, había estado muchas veces en la tierra.
La última vez que estuvo, una nube la dejó caer en un lago muy grande y allí pasó la primavera, hasta que un rayo de sol la evaporó.

Al el remanso del río, las dos gotas de agua, se divertían flotando de roca en roca.
Perla llamaba a Clara cuando ésta descubría algo nuevo y Clara invitaba a Perla para que hiciera sus movimientos de balanceo, al ritmo de las minúsculas olas de la corriente.
Los días transcurrían felices.
Del remanso de los juncos, se trasladaron a un pequeño charco.
Subidas en sus hojas pasaban los ratos contemplando las cosas nuevas que iban apareciendo.
El croar de las ranas, el revoloteo de las mariposas y el balanceo de los juncos entretenían a las dos amigas.
Clara y Perla estaban alegres en la charca del río.
Un día, que se divertían chapoteando con el roce de las piedras y se balanceaban en las hojas del otoño, Clara preguntó a su amiga:


- ¿Por qué no seguimos la corriente del río?

Perla no contestó. Sólo miró a su amiga con cara extrañada.
¡Era tan feliz en aquel remanso!


- Aquí, insistió Clara, ya llevamos mucho tiempo. Es muy bonito pero ya lo conocemos todo.

Si salimos de aquí, insistió, podremos llegar muy lejos.


- Pero ¿hasta dónde?

- No lo sé, pero seguro que veremos muchas cosas.

- ¡Mira!, tenemos unas hojas muy grandes que flotan en el agua.

Podremos descansar en otros remansos y conocer nuevas tierras más bonitas que éstas.

- ¿Más bonitas que éstas?, preguntó Perla llena de curiosidad.


- ¡Claro!

A la mañana siguiente las dos se prepararon para el viaje.
Una pequeña brisa les ayudó a salir del charco y, poco a poco, siguieron la corriente.
Pasaron llanuras, bordearon acantilados, bajaron pequeñas pendientes y atravesaron puentes.

Un día, llegaron a una presa.
A lo lejos Perla vio una gran balsa de agua.
Sorprendida miró a Clara.


- ¿Qué hacemos ahora?, preguntó.

Su amiga le tranquilizó.

- Es un embalse, le dijo.

Clara conocía muy bien lo que era un pantano. Se lo explicó y, cuando llegaron, las dos bajaron por un lateral.
Flotando en el riachuelo Perla miró hacia arriba.

- ¡Qué maravilla!, dijo.

Un gran bloque de cemento detenía todo el embalse y, en el centro, un enorme chorro de agua caía en cascada.
Perla permaneció en silencio contemplando aquella maravilla.
El viaje merecía la pena.
Clara también estaba orgullosa de la cara de satisfacción que tenía su amiga.
Esa noche la pasaron al lado del pantano y al día siguiente las dos continuaron el viaje.
Clara iba señalando a Perla, el paisaje tan bonito que había en las laderas, las acequias que salían del río y el lento caminar de las aguas próximas a desembocar.
Era la última parte del viaje y quería que su amiga quedara contenta.
Aquella noche. Clara se despidió de Perla.

- Mañana, le dijo, tú seguirás y yo me volveré a la nube.
Perla la escuchó en silencio.

No entendía eso de volver a la nube, pero no quería preguntar. Sólo sabía que con ella había hecho un viaje muy bonito

- Muchas gracias, le dijo, después de un rato de silencio.

Has sido una buena amiga y guardaré un buen recuerdo de este viaje.
Al día siguiente, cuando se despertó, Clara no estaba. Había vuelto a la nube.

Otro día, volvería a caer, para ser el ángel de otra gota.
Perla siguió el cauce del riachuelo.
Desde lo alto, una nube blanca le acompañó en el viaje hasta llegar al final del río.
Allí se confundió con las aguas del mar, mientras la nube siguió su camino en busca de otra gota que necesitara su ayuda.




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