El pueblo fantasma.
La noche era lluviosa, una gran tormenta caía sobre el mar.
Las olas eran gigantes y la niebla era espesa.
Los barcos se bamboleaban de un lado a otro como marionetas de guiñol.
De repente, un crujido espantoso sonó en la oscuridad.
Una gran humareda se veía a lo lejos y un olor intenso se dejaba notar en el aire.
Todos se preguntaban que es lo que habría ocurrido.
Un barco había encallado cerca de la orilla, y había derramado parte del petróleo que llevaba.
Una gran mancha negra se extendió por el agua, como un gran manto negro que ponía de luto al mar.
El olor a petróleo era cada vez mas fuerte, y se confundía con la frescura que la brisa tenía cada anochecer cuando junto a la playa,
Carlos y Ana iban a contemplar las estrellas.
Cuando sentían esa libertad que sólo sienten los que aún no han traicionado sus ideales.
Carlos y Ana eran los hijos de un pescador y vivían en una humilde casa blanca muy cerca del acantilado.
Los pescadores habían tenido últimamente problemas para pescar,
la pesca no era muy abundante.
Ahora, aun sería mucho peor, ya no habría nada en mucho tiempo.
Ya no se vería a los pescadores traer el pescado a puerto.
Ni se podría despedirlos hasta pronto como era habitual.
Ahora tendrían que marcharse lejos, para poder seguir viviendo.
El pueblo se convirtió en un pueblo sin gente, un pueblo fantasma.
Apenas unas cuantas mujeres y niños pequeños quedaban allí.
Los hombres y los jóvenes partían en busca de trabajo y volvían de tarde en tarde, para ver a los suyos.
Cada anochecer, apenas unas cuantas luces, devolvían la existencia al pueblo.
Pero desde el acantilado, la vista no era la misma, parecía que hasta la brisa había cambiado de lugar.
El aire olía a petróleo y la calma del mar, se había convertido en una tremenda angustia de ver como toda la vida marina se destruía.
Los peces muertos flotaban y todo era desolador.
Los pocos que quedaron, empezaron a reconstruir y limpiar todo aquello que había sido dañado.
Pasaron unos cuantos años, hasta que el pueblo volvió a la normalidad.
Comenzaron a llegar algunos de los que se habían marchado, y las barcas volvieron a puerto.
Renacía de nuevo la esperanza, con el temor de que algún día volviera a repetirse.
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