jueves, 14 de febrero de 2013

MÁS ENREDOS DE MILAGRITOS





Milagritos se aburría soberanamente a causa de su brazo roto y la torcedura de su tobillo. Como no podía hacer nada, se pasaba el rato asomada a la ventana cotilleando lo que pasaba en el jardín para, luego, contárselo a la Lagartija Trapisondas para que lo publicara en su Revista “Dimes y Diretes”.

Una mañana vio como la señorita Priscilla salía del colegio de dar su clase de inglés y ¿a que no sabéis quién la estaba esperando con un ramo de flores en la mano? Pues nada más y nada menos que Don Torcuato, el Pájaro Carpintero. ¡Ay cuando lo vio Milagritos...! Don Torcuato con los ojos entrecerrados y el pico semiabierto mirando con cara de bobito a la señorita Priscilla mientras le entregaba un ramo de violetas. Pero esto no fue lo peor. Resulta que la Conejita Priscilla que aquel día llevaba puestos unos pantaloncitos cortos y una camiseta de tirantes a la última moda, se había puesto también unas gafas de sol con la montura ¡de color rosa chicle chillón...! El color preferido de la Babosa Milagritos! ¡Cómo se puso Milagritos cuando la vio...! ¡Madre...madre! Dijo: ¡No! ¡Eso no lo voy a consentir! Y como no sabía que hacer para evitarlo se fue en busca de la Lagartija Trapisondas para ir las dos juntas a ver que pasaba con la pareja y de paso, pensar en hacer algún enredo para que la señorita Priscilla no se pusiera aquellas gafas nunca más.

Escondidas detrás del sauce que estaba junto a la piscina, estuvieron espiando a don Torcuato y a la profesora, y mientras Trapisondas sacaba fotos y más fotos, llegaron a la conclusión de que Don Torcuato, estaba enamoriscado de la señorita Priscilla que, por cierto, también lo miraba con cara de tonta.

-¡Tenemos que arreglar esto!-dijo Milagritos muy sulfurada -¡Don Torcuato no puede enamorarse de una conejita, tiene que buscar alguien de su misma especie...

-¡Sí!- le respondió Trapisondas –yo sé que la Abubilla Felicitas tiene muchas ganas de casarse... y también la Alondra Doña Copete... ¡pero la señorita Priscillaaa....!

-¡Ya se me ocurrirá algo- dijo Milagritos muy enfadada – Estas tonterías no se pueden consentir.

Esto lo dijo imitando a su marido el Caracol Tadeo que siempre empleaba estas palabras cuando se enfadaba con Milagritos. Y se fue a su casa a meditar alguna solución para aquel desaguisado. ¿Pero quién podría ser una buena pareja para la Conejita Priscilla? ¡Ya está! De pronto, se le encendió la bombillita...¡El hijo de la dueña de la Chocolatería “La Liebre Enana”...! Era una mezcla de conejo y liebre bastante atractivo, de color gris plateado y con unos bigotes muy blancos que siempre llevaba engominados. ¡Sí...eso es! Y a Milagritos se le ocurrió una idea. Cogió papel y un boli y se puso a escribir una carta, mejor, pensó en un poema, y allá que fue a poner en el papel lo primeo que se le vino a la cabeza:

“Tienes los ojos rojitos
como la flor de alhelí,
no te pongas esas gafas
porque me haces sufrir”

y firmaba: “Justino, el Conejo de la Chocolatería “La Liebre Enana”

Bueno, naturalmente, a Milagritos le importaba un pito que los versos rimaran o no, o si lo que decía estaba bien o mal, el caso era que Priscilla no volviera a ponerse las gafas con montura de color rosa chicle chillón, nunca más.

Envió la carta por correo a la Casa del Ciruelo donde vivía la Conejita y se quedó esperando los resultados. Pero las cosas no salieron como esperaba porque, a los pocos días, se presentó en el Jardín, preguntando por Miss Priscilla, un Zorrillo inglés la mar de chulo; alto, delgadito y muy rubio que resultó ser el novio formal de la Conejita Priscilla.

Bueno... ¡la que se organizó otra vez...! Priscilla que se había entusiasmado con el éxito que tenía en el jardín, no le hizo ni caso al Zorrillo inglés y todos los días iba a tomarse un chocolate con churros a la Chocolatería “La Liebre Enana” para ver al Conejo Justino que, por cierto, se quedó pasmado cuando vio las miradas tiernas con las que lo obsequiaba la señorita Priscilla. Hasta que, un día, su madre, la Liebre Enana, le dio un escobazo por pasarse el día atusando su bigote y mirando la puerta para ver cuando entraba la señorita Priscilla.

La Liebre Enana que tenía muy malas pulgas porque le había costado mucho trabajo sacar su negocio adelante y veía que con aquella tontería del coqueteo se quedaba sin la ayuda de su hijo, un día, se plantó delante de la señorita Priscilla y le dijo que ya no le servía más chocolate con churros, que dejase en paz a su hijo Justino y que se mirase en el espejo para que viera lo gorda que se estaba poniendo con tanto chocolate.

La Conejita Priscilla se fue llorando como una Magdalena y más colorada que un tomate, momento que aprovechó el Zorrillo Inglés para consolarla y hacerse amigos otra vez.

Así que todo quedó bien, igual que antes; bueno... algunas cosas cambiaron. Por ejemplo: a Justino se le quedaron los bigotes un poco lacios porque ya no le importaba ponerles gomina ¿para qué? Y Milagritos se salió con la suya porque la Conejita Priscilla tiró a la basura las gafas de montura color rosa chicle chillón y no se las puso nunca más.

¡Ah! Don Torcuato comenzó a tontear con la Abubilla Felicitas porque, no se sabe cómo ni por qué, pero recibió una carta con un poema que decía:

“Quisiera ser buena amiga
de Torcuato el Carpintero,
te lo dice Felicitas,
que siempre te amó en silencio”

¡Si es que en el Jardín de Milagritos pasa de todo... de verdad!

1 comentario:

Magda R. Martín dijo...

¡Otro más!!! Registrado - Denunciable.