EL NACIMIENTO
Un día del mes de
mayo, la Babosa Milagritos y al Caracol Tadeo fueron padres de un niño y
una niña, o sea, para que nos entendamos: de un caracol y de una
babosita. Al caracol le pusieron de nombre Fidelio por aquello de la
ópera de Beethoven a la que Milagritos, ya sabéis, era muy aficionada; y
a la babosita intentó por todos los medios ponerle el nombre de una
soprano famosa, peroa eso se negó rotundamente el caracol Tadeo porque,
le dijo: “ ...es peligroso ya que da lugar a confusiones...”, y después
de mucho discutir y alguna lagrimita que otra surgida de los ojos de
Milagritos, la babosita recién nacida, acabó llamándose Maritere que era
el nombre de una tía segunda del caracol Tadeo a la que tenía mucho
cariño porque siempre había hecho de canguro cuando él era un niño y sus
papás salían alguna noche a ver una obra de teatro.
Aquel día se
celebraba el bautizo de los dos hermanos y el jardín estaba lleno de
invitados que vestían sus mejores galas. De entre todos ellos la que más
destacaba era la abubilla Felicitas que se atrevió a ir a la nueva
peluquería “El canto de la alondra” donde, Doña Copete que era la
Directora, le hizo unos bucles en la cresta de los que no paraba de
presumir.
En una mesa hecha con una caja de zapatos de un cartón con
dibujos muy bonitos que habían encontrado cerca de un contenedor para el
papel, pusieron todos los regalos recibidos para que pudiera
contemplarlos todo aquel que quisiera curiosear mientras la lagartija
Trapisondas, con la máquina de fotografiar en ristre, se pasaba el rato
fijando el objetivo en uno y en otro para luego poder hacer un excelente
artículo en su Revista “Dimes y Diretes.”
Milagritos había estado
preparando el bufete para agasajar a los asistentes al festejo y se pasó
una semana destilando agua de lluvia a la que añadió unos polvos
especiales que le compró al Topillo Pitymy en su tienda "Todo es un
Chollo"con los que hizo una bebida con gas muy parecida a la gaseosa que
tuvo mucho éxito y de la que, además, se agotaron las existencias.
Se
encontraban todos muy contentos disfrutando de la fiesta. Unos paseaban
mientras charlaban de mil cosas diferentes y se acercaban de vez en
cuando a probar los canapés de frambuesa, de moras y de cerezas que a
Milagritos le habían quedado riquísimos y otros contemplaban a los
recién nacidos que descansaban entres sol y sombra, dentro de sus nuevas
cunitas, un regalo del pájaro carpintero Don Torcuato que las había
fabricado con la cáscara de una nuez que le había quedado vacía cuando
le regaló el fruto a la ardilla Petigrís con la que andaba tonteando un
poco.
Pues como decimos, todos se estaban divirtiendo, paseando,
comiendo y escuchando la música de los ratones "Melenudos Guay" que se
habían ofrecido para amenizar la fiesta, cuando, de pronto, de la parte
en donde se encontraban descansando los dos hermanitos, comenzaron a
surgir unos gritos de terror.
-¡Socorro, socorro! ¡Que se la lleva en el pico!
-¡Suéltala! ¡Suéltala!- se oía gritar entre un alboroto general.
El
caracol Tadeo, al oír los gritos, dejó plantado con la palabra en el
pico a Don Búho de Noche con el que se encontraba hablando sobre la
economía del jardín y que, aquel día, se había puesto el chaqué con
pantalón a rayas que sólo usaba en ocasiones importantes, para salir
corriendo seguido de Milagritos hacia donde estaban sus dos pequeños
hijos. Milagritos, al ver lo que sucedía le dio un ataque de histeria y
empezó a patalear, se quitó el sombrero ,y comenzó a darle sombrerazos a
un enorme cuervo que llevaba en su pico a la pequeña babosita Maritere a
la cual había sacado de su cunita con la intención de zampársela.
Los
gritos cada vez eran más espeluznantes y cada cual hacía lo que podía
para que aquel oscuro pájaro devolviera a la babosita sana y salva. Las
mujeres le sacudían con sus bolsos, los hombres sólo intentaban hablar
con serenidad, como siempre hacen, para poner orden en la situación,
pero nadie les oía y el pobre Tadeo, mientras lloraba a lágrima viva,
agarró el bastón de un ciempiés cojo que estaba de mirón y comenzó a
darle bastonazos en el pico al cuervo hasta que éste, asustado ante
tanto alboroto, soltó a la babosita. Milagritos, descompuesta, la cogió
entre sus brazos y comenzó a acunarla al mismo tiempo que Tadeo buscaba a
la Mariquita Antoñita que era la médico que les correspondía por la
Seguridad Social y que rápidamente se puso las gafas, y con el
fonendoscopio en los oídos empezó a auscultar a Maritere.
Se hizo el
silencio en el jardín a la espera del diagnóstico y al cabo de unos
minutos, la Doctora Antoñita se quitó las gafas y el fonendoscopio y
levantando las manos para tranquilizar a todos, dijo:
-¡No pasa nada! ¡Tranquilos! Está tan perfectamente bien que ni siquiera se ha despertado.
Todos
aplaudieron contentos y Trapisondas aprovechó para fotografiar el beso
que se dieron Tadeo y Milagritos con su hijita en brazos y el pequeñin
Fidelio en la cuna.
Los invitados comenzaron a retirarse a sus casas
demasiado afectados por el acontecimiento que podía haber sido muy grave
y la Doctora Antoñita tuvo que dedicarse a poner en orden las plumas
del cuervo que tuvo la mala ocurrencia de querer comerse a la pequeña
babosita Maritere.
Pronto llegó la noche y mientras las hormigas
acompañadas de las cochinillas y los escarabajos se ofrecieron para
dejar limpio el jardín, la familia de Tadeo y Milagritos se refugiaron
en su casa debajo del girasol y antes de acostarse se tomaron una tila
con poleo para calmar tantos nervios como habían pasado. Y es que en
esta vida siempre hay que estar preparados para las sorpresas
inesperadas.
¡Ah! Se me olvidaba... Aquella semana se acabaron todos
los ejemplares de la Revista “Dimes y Diretes” porque aquel suceso que
estuvo a punto de causar una desgracia era muy interesante.... pero,
afortunadamente, todos acabaron contentos... Otro día explicaré otra
historia.
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