jueves, 1 de noviembre de 2012

Nasreddin y el derecho a comer

Nasreddin y el derecho a comer

Cuentos
Nasreddin y el derecho a comer
Debemos valorar a las personas por cómo son, y no por la riqueza que posean. Esto es lo que piensa nuestro protagonista del cuento, un hombre pobre pero lo suficientemente rico en valores como para dar una buena lección a la gente que sólo sabe valorar a las personas por su apariencia. ¿Quieres saber cómo y qué lección les da? ¡Pues entra y descubre la historia!
El protagonista de esta historia es Nasreddin, un excéntrico hombre muy sabio conocido por todos los que viven en su ciudad, ubicada al sur de Irán, donde existe todavía una gran diferencia social y económica entre ricos y pobres. Nasreddin es muy amable con todo el mundo, y no tiene ningún problema en compartir su sabiduría con los demás. Pero como él es pobre, es muy crítico con los problemas sociales que sufre su ciudad.
En cierta ocasión, Nasreddin fue invitado por un amigo a cenar al palacio más elegante del lugar. Cuando el hombre, montado en su inseparable burro, llegó a las puertas del palacio vestido con sus ropas de siempre, que eran pobres y viejas, por más que protestó y dijo que había sido invitado, los guardias no le dejaron entrar tomándole por un mendigo.
Muy enfadado, pero con el deseo de poder comer bien, pidió prestado al sastre del pueblo una camisa y unos pantalones nuevos. Después se lavó, se peinó y perfumó y se vistió con la ropa nueva. Esta vez, los guardias le hicieron grandes reverencias al llegar, y el dueño del palacio lo instaló en uno de los lugares de honor.
Cuando empezó a llegar la comida, Nasreddin se dispuso a mojar las mangas de su camisa en cada plato antes de comer, mientras decía:
- Come bonita, come, que está muy rico, anda come…
Todo el mundo allí presente se le quedó mirando. El dueño del palacio se quedó muy extrañado y le preguntó:
- Pero Nasreddin, ¿por qué metes las mangas de la camisa en tu plato?
Y el sabio contestó:
- Puesto que las atenciones que recibo y la comida que se me dan tiene que ver con mi ropa y no con mi persona, creo que es justo que mi ropa pueda también recibir su parte y probar la comida, ¿no es así?
Desde entonces, y después de esta pública lección, el dueño del palacio sintió tanta vergüenza que nunca más se le ha vuelto a negar la entrada a un invitado por el simple hecho de llevar ropas pobres.

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