El hada y el leñador
Había una vez un leñador muy amable que vivía en las montañas de un pueblo perdido de Corea del Sur. Un día, un ciervo se acercó a él mientras cortaba leña. El ciervo le pidió al hombre que lo ocultara de los cazadores. Este le ayudó encantado, y el ciervo pudo salvarse. Y por eso el ciervo, que se sentía en deuda con el leñador, le dijo:
- Si vas al bosque que se esconde en aquella ladera de allá- dijo mientras señalaba con la cabeza hacia lo que parecía el infinito- encontrarás a una hermosa hada, pues las hadas se bañan todos los días en esos ríos. Si le coges la túnica, el hada no será capaz de volver al cielo. Entonces, cásate con ella. Pero cuidado, no debes devolverle la túnica hasta que tengas tres hijos con ella. Es sabido por todos que si tienes tres hijos con un hada, nunca más podrá volver al cielo.- y de pronto el ciervo desapareció entre las montañas.
Aquella noche, el leñador le robó la túnica al hada. Unos minutos más tarde, todas las hadas volaron hacia el cielo excepto una, aquella que había perdido su túnica. El leñador le dijo que sólo se la devolvería si tenía tres hijos con él.
Volvieron al pueblo, se casaron y tuvieron dos hijos. Un día el hada rompió a llorar, y le rogó a su marido que le devolviera su desgastada túnica. El hombre, triste por ver a su mujer llorar, se la devolvió. Entonces, el hada volvió hacia el cielo con sus dos hijos en brazos, y el leñador se quedó estupefacto mientras miraba cómo se alejaban.
Un día, como el hombre echaba de menos a su familia, le contó su historia a su amigo el ciervo, y éste le dijo:
- No te preocupes, puedes escalar la montaña de nuevo. Detrás del bosque encontrarás un gran cucharón. Nadie lo sabe, pero si te subes, te lleva al cielo. Así podrás ver a tu familia.
Y así fue durante cuatro días, hasta que el leñador le dijo a su mujer que quería ver a su madre. Ella entonces le dijo que podía bajar al pueblo montando en su caballo alado Pegaso, pero que no debía separarse ni bajar de él. Al día siguiente, el leñador montó al caballo y bajaron hasta el pueblo. Allí encontró a su madre, y estaba muy feliz. Su madre, al verlo tan agotado, le dio un cuenco de legumbres para que comiera algo. Para comer mejor, el leñador desmontó al caballo, y éste asustado se fue volando hacia el cielo sin el hombre, que le gritaba: “¡Por favor, por favor, no te vayas! ¡Vuelve!” Pero el caballo nunca más regresó a por él, ni su mujer, ni sus hijos.
Cuando un día habló con su amigo el ciervo, éste le dijo:
- Amigo mío, eres muy amable, pero tu pecado ha sido no valorar lo que tienes. Has deseado tenerlo todo, lo has tomado por la fuerza, y luego te has arriesgado a perderlo. Todo aquello que se consigue por la fuerza y por egoísmo, tiene un final tan triste como este.
No hay comentarios:
Publicar un comentario