Un día la mamá de las cabritas tuvo que salir a comprar la comida y les
dijo a sus hijas: “No le abran la puerta a nadie más que a mí. Tengan
mucho cuidado con el zorro”.
Poco después de haberse ido la mamá cabra, el zorro se acerco a la casa de las cabritas y toco la puerta.
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“¿Quién es?” preguntaron las cabritas. “Soy yo, es mamá abran
hijas mías” contesto el zorro tratando de imitar la voz de la mamá
cabra.
La más pequeña de las cabritas, que era la más lista, le dijo: “Nuestra madre tiene la voz más dulce. Tu eres el zorro”.
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Después de un rato, el zorro volvió a tocar la puerta y esta vez su voz
salió más dulce semejante a la de su madre, pero de nuevo la cabrita no
confió, abrió un poco la puerta y le dijo: “Si en verdad eres nuestra
madre muéstranos una pata por la rendija”.
Al ver la pata negra de zorro las cabritas cerraron la puerta
gritándole: “¡Tú no eres nuestra madre! ¡Ella tiene las patas
blancas!”.
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El zorro corrió en busca de harina para blanquearse las patas, pero en
su carrera cayó a un arroyo y empezó a hundirse. “¡Auxilio! ¡Sáquenme de
aquí! ¡No sé nadar!” gritaba el zorro.
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La mamá cabra en ese momento llegaba de las compras y le dijo al zorro:
“Te sacaremos si prometes no tratar de comernos más” el zorro lo
prometió.
La mamá cabra y las cabritas le tiraron una cuerda. Jalaron y jalaron hasta que el zorro estuvo a salvo.
“¡Muchas gracias me salvaron la vida!” dijo el zorro. La mamá cabra
felicitó a las cabritas por ser tan precavidas y regresaron a su casa
felices de estar otra vez juntas.
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