sábado, 30 de junio de 2012

Mamá, mamá, hay un monstruo en el váter.

Mamá, mamá, hay un monstruo en el váter.

- ¿Pero qué es eso de que hay un monstruo en el váter?
- Que sí, que sí, pero ven rápido…
-
Eso es imposible. Anda niña, déjame en paz…
- Pero es que necesito hacer pipí y el monstruo no me deja. ¡Veeeen!
- Desde luego… Pero, ¿quién te ha metido esa idea en la cabeza? Los monstruos no están en el váter…
- ¿No? ¿Y dónde están?
- Pues en metidos en los armarios, debajo de la cama, comiendo galletas, en el lago Ness…
- ¡¡Pues yo he visto uno en el váter!!
- Pues habrá tenido una necesidad. Anda ve y dile que cuando termine le dé al “Brise soplo”.
- ¡Que no! ¡Que no voy! ¡Que me da miedo! Ven tú conmigoooo…
-
Hay que ver que no me dejas tranquila ni un momento… Bueno, venga, voy contigo… A ver qué pasa y cómo es el monstruo.
- Yo lo sé, yo sé cómo es. Es rojo y tiene unos colmillos muy afilados, muy afilados y me mira con una cara que me da miedo.
-
¡Uy, uy, uy! Pero, ¿qué me dices? ¡Qué malo, ¿no?! Me voy a asomar, me voy a asomar…
Y la madre se asomó y se encontró con esto:

Mamá, mamá, mira el coche de la Floristería Irene.

Mamá, mamá, mira el coche de la Floristería Irene.

- ¿Pero qué es eso del coche de la Floristería Irene?
- Que sí, que sí… Que está ahí dentro, en la calle.
-
Querrás decir ahí fuera…
- No, no, está dentro de la calle, no fuera.
-
Pero si está en la calle, ¡¡está fuera!! ¿Cómo va a estar dentro?
- Pues porque está fuera de casa y dentro de la calle, ¿cómo va a estar fuera de la calle si está en la misma calle?
- Vale, que sí, que sí, que está dentro… ¿Y qué pasa con ese coche?
- Que es el de la Floristería Irene.
- ¿Y qué?
- Pues nada. Que está ahí… dentro.
-
¿Y qué quieres que yo te diga?
- Nada… ¿Y no quieres entrar a verlo?
- No, no voy a salir a ver un coche.
- ¡¡Pero no es UN coche!! ¡¡Es SU coche!!
- ¡Pero si Irene no tiene coche!
- ¡¡Pero es que no es de Irene!! ¡¡Es de la floristería!!
-
Pero niña, ¿tú no sabes que esa floristería no existe? ¿No sabes que es una invención de Irene? ¿Acaso te creías eso de: “Floristería Irene, échese flores a un precio irresistible”?
- Pues entonces… ¿cómo es que está su coche ahí dentro?
-
Fuera.
- Dentro.
-
Fuera.
- Bueno… si no quieres verlo… Yo me voy a la calle a ver si viene el empleado y me regala alguna flor o algo…
-
No vas a parar hasta que te acompañe, ¿verdad?
- En eso consiste el post… Si no vinieras conmigo, la bloguera nunca podría terminar de escribirlo. Así que más te vale, porque si no vienes se cansará de “mamá” y de “niña” y no podremos seguir viviendo.
- Euh… Vale. Me has convencido. Salgo contigo.
- Entras.
- Salgo.
- Entras…

Después de estar diez minutos discutiendo, la madre salió a entró en la calle y se encontró con esto.

Mamá, mamá, están robando en la calle.


- Mamá, mamá, están robando en la calle.
- ¿Qué?
- Sí, sí, una señora muy rara.
- Pero, ¿qué dices? ¿Dónde?
- Ahí, ahí. Esa mujer que está mirando el cartel que han puesto para tapar las redes verdes.
- ¿Qué redes verdes?
- Esas de las obras. Había una señora mirando detenidamente el cartel ese, porque tiene cuadros.
- Pero, ¿dónde?
- Ahí, en medio de la calle. Como si eso fuera un museo.
- ¿Un museo en medio de la calle?
- No, no, una señora sospechosa. Y ha sacado unas tijeras y está cortando el cartel.
- ¿Unas tijeras? Pero, ¿qué estas diciendo? ¿Cómo va a haber una mujer cortando con unas tijeras un cartel en la calle?
- Que sí, que sí.
- La gente no sale con tijeras a la calle.
- Pues esa señora sí y está cortando eso.
- Anda niña, no digas tonterías.
- Pero mira, por favor.
- A ver…
Y la madre miró y vio esto:

japo.jpg

Mamá, mamá, quiero un helado

Mamá, mamá, quiero un helado


- Mamá, mamá, quiero un helado.

- ¿De qué sabor?

- Me da igual, me gustan todos.

- Pues toma este.

- Mmmmm… Qué rico.

- ¿Te gusta?

- Sí. Mucho.

- Es de turrón.

- ¿De turrón?

- Sí.

- ¿Cómo que de turrón? ¡A mí no me gustan los helados de turrón!

- ¿No decías que estaba muy rico?

- Pero es de turrón.

- Pues dámelo, a mí sí me gusta.

- No, no. Es mi helado.

- Pero…

- Pero nada… Es mi helado.

- Bueno…

- …

- …

- Mi helado…

- Vale, muy bien.

- ¿No lo quieres?

- Hombre, si no me lo quieres dar, no voy a forzarte.

- Vale. Es de turrón.

- Ya.

- Y es mi helado.

- Bien.

- … Toma, te lo devuelvo. No lo quiero. No me gusta.

- Has hecho bien.

- Sí.

- Está bueno.

- Estaba bueno, sí.

- ¿Lo quieres?

- No.

- ¿Ni un poco?

- No.

- …

- Bueno, devuélvemelo.

- Venga, toma.

- Es de turrón.

- Ya.

- Está rico. Pero es de turrón. Y no me gustan los helados de turrón.

- Pues nada. No te lo comas.

- Jo… Toma.

- Ya me lo termino yo.

- Mejor.

- Mmmm…

- … mi helado…

- Era de turrón. Y dices que no te gustan.

- Pero estaba bueno, no sé…

- Pues ya me lo he comido.

- Sí… ¿Y no tienes otro?

- No.

- ¿No?

- No. No tengo más.

- Vale… Pero yo quería un helado… y… y al final…

- ¿Qué pasa?

- Al final te lo has comido tú… Y yo quería un helado.

- ¡Pero si me lo diste!

- Sí… Bueno…

- Pues no tengo más.

- Ya… Pues nada.

- Puedo ir a comprar alguno si quieres.

- Sí, pero seguro que lo traes de turrón.

- De turrón no, de otro sabor.

- ¿Sí? ¿Me lo dices en serio?

- Sí. Si el turrón no te gusta… Para terminar comiéndomelo yo…

- Yo podría comérmelo también.

- No lo voy a comprar de turrón.

- Vale, de otro sabor.

- Ya voy después.

- Vale.

- …

- Quiero un helado.

- Vale…

- Que no sea de turrón.

- Ya lo sé.

- De turrón no.

- ¡Que ya lo sé! ¡Pero deja de decirlo!

- Vale.

- ¿De qué sabor lo quieres?

- De chocolate mismo. O de fresa. De nata… ¡De vainilla, de vainilla!

- Vainilla.

- Sí. Pero no me lo traigas de turrón.

- Al final no iré a por el helado.

- Vale, vale, lo siento. De vainilla.

- De vainilla.

- Sí. De vainilla.

- Ya… Pues voy a bajar.

- Vale.

- Y si no hay de vainilla te lo traigo de cualquier otra cosa, ¿no? Yo creo que al final me voy a comprar uno también, uno de turrón.

- A mí el turrón no me gusta.

- ¿Acaso quieres que no baje a por ellos?

- ¡¿Qué?!

- ¡Qué pesada eres!

- ¡¿Cómo?!

- Es que no hay quien te aguante…

- Bueno, pues no quiero helado. Ya está.

- Buf… Si te lo iba a traer de vainilla.

- Pues no lo quiero. Ni de vainilla ni de turrón. No quiero. Todos para ti.

Y se fue refunfuñando hacia su cuarto.

Mamá, mamá, quiero un helado

Mamá, mamá, quiero un helado


- Mamá, mamá, quiero un helado.

- ¿De qué sabor?

- Me da igual, me gustan todos.

- Pues toma este.

- Mmmmm… Qué rico.

- ¿Te gusta?

- Sí. Mucho.

- Es de turrón.

- ¿De turrón?

- Sí.

- ¿Cómo que de turrón? ¡A mí no me gustan los helados de turrón!

- ¿No decías que estaba muy rico?

- Pero es de turrón.

- Pues dámelo, a mí sí me gusta.

- No, no. Es mi helado.

- Pero…

- Pero nada… Es mi helado.

- Bueno…

- …

- …

- Mi helado…

- Vale, muy bien.

- ¿No lo quieres?

- Hombre, si no me lo quieres dar, no voy a forzarte.

- Vale. Es de turrón.

- Ya.

- Y es mi helado.

- Bien.

- … Toma, te lo devuelvo. No lo quiero. No me gusta.

- Has hecho bien.

- Sí.

- Está bueno.

- Estaba bueno, sí.

- ¿Lo quieres?

- No.

- ¿Ni un poco?

- No.

- …

- Bueno, devuélvemelo.

- Venga, toma.

- Es de turrón.

- Ya.

- Está rico. Pero es de turrón. Y no me gustan los helados de turrón.

- Pues nada. No te lo comas.

- Jo… Toma.

- Ya me lo termino yo.

- Mejor.

- Mmmm…

- … mi helado…

- Era de turrón. Y dices que no te gustan.

- Pero estaba bueno, no sé…

- Pues ya me lo he comido.

- Sí… ¿Y no tienes otro?

- No.

- ¿No?

- No. No tengo más.

- Vale… Pero yo quería un helado… y… y al final…

- ¿Qué pasa?

- Al final te lo has comido tú… Y yo quería un helado.

- ¡Pero si me lo diste!

- Sí… Bueno…

- Pues no tengo más.

- Ya… Pues nada.

- Puedo ir a comprar alguno si quieres.

- Sí, pero seguro que lo traes de turrón.

- De turrón no, de otro sabor.

- ¿Sí? ¿Me lo dices en serio?

- Sí. Si el turrón no te gusta… Para terminar comiéndomelo yo…

- Yo podría comérmelo también.

- No lo voy a comprar de turrón.

- Vale, de otro sabor.

- Ya voy después.

- Vale.

- …

- Quiero un helado.

- Vale…

- Que no sea de turrón.

- Ya lo sé.

- De turrón no.

- ¡Que ya lo sé! ¡Pero deja de decirlo!

- Vale.

- ¿De qué sabor lo quieres?

- De chocolate mismo. O de fresa. De nata… ¡De vainilla, de vainilla!

- Vainilla.

- Sí. Pero no me lo traigas de turrón.

- Al final no iré a por el helado.

- Vale, vale, lo siento. De vainilla.

- De vainilla.

- Sí. De vainilla.

- Ya… Pues voy a bajar.

- Vale.

- Y si no hay de vainilla te lo traigo de cualquier otra cosa, ¿no? Yo creo que al final me voy a comprar uno también, uno de turrón.

- A mí el turrón no me gusta.

- ¿Acaso quieres que no baje a por ellos?

- ¡¿Qué?!

- ¡Qué pesada eres!

- ¡¿Cómo?!

- Es que no hay quien te aguante…

- Bueno, pues no quiero helado. Ya está.

- Buf… Si te lo iba a traer de vainilla.

- Pues no lo quiero. Ni de vainilla ni de turrón. No quiero. Todos para ti.

Y se fue refunfuñando hacia su cuarto.

Mamá, mamá, quiero un flotador

Mamá, mamá, quiero un flotador

por Ireninach

- Mamá, mamá, quiero un flotador.

- Ya tienes uno.

- Sí, pero ese es de cuando tenía cinco años.

- Ah… Y… ¿ahora cuántos tienes?

- Uno.

- ¿Cómo que uno?

- Que el flotador que tengo es ese. Sólo tengo uno.

- ¡¿Cuántos años?!

- Ah… Estaba esquivando esa pregunta… Creo que ni nuestra creadora lo tiene claro aún.

- Vaya, tan joven y ya queriendo ocultar la edad.

- Es para cuando me haga famosa… Que si la digo aquí y ahora, después podrán averiguarla fácilmente.

- Pues ahí te he visto rápida.

- Sí… [pone cara de satisfacción]

~ ñ ~

[Cinco minutos más tarde]

- Mamá, mamá, quiero un flotador.

- ¡Pero si ya tienes uno!

- Sí, pero me está chico. Por ahí no entra ni mi cabeza.

- ¿Y para qué lo quieres? Si ya empieza a hacer frío…

- Para ir a la piscina.

- ¿A la piscina? ¿A qué piscina?

- A la piscina, en general.

- ¿Tú crees que habrá alguna piscina llena de agua en estas fechas?

- No sé… todo es probar. Por eso quiero el flotador.

- ¿Qué?

- Que quiero el flotador por si no hay agua en la piscina.

- ¿Cómo?

- Uno de esos enormes. Que sea más grande que yo.

- ¿Qué?

- ¡Sí! Esos en los que la gente se sienta en lugar de meters…

- ¡Sé cuáles son! Pero, ¿qué estás tramando?

- Quiero asegurarme de que no me pasará nada.

- ¡¿Que no te pase nada de qué?!

- Si me tiro a la piscina y hay agua, sería perfecto. Me desharía del flotador, nadaría y bucearía libremente.

- ¿Y si no hay?

- Si está vacía… ¡no me pasará nada! Porque gracias al flotador… ¡rebotaría!

- Euh… Y… ¿No es más fácil mirar si hay o no agua antes de tirarse?

- Es más fácil… Pero… ¿no es así más divertido?

Mamá, mamá, de dónde venimos.

Mamá, mamá, de dónde venimos.


por Ireninach


- Mamá, mamá, de dónde venimos.

- ¿Eh? ¿Qué? Yo no vengo de ningún sitio -nerviosa -. Yo llevo aquí toda la tarde. No he salido para nada. No he quedado con nadie. ¿Con quién voy a quedar?

- Mamá, estás rara.


- ¿Yo? Jeje, ¿y por qué iba a estarlo? ¿De dónde vienes tú?


- ¿Yo? No tenía ganas de hacer nada. Y me mandaste a la calle.


- ¡Ah! Bien… bien…


- ¡Pero no es eso! Yo quiero saber de dónde venimos nosotras, así en general.


- ¿Qué?


- ¡Sí! ¡¿De dónde venimos?!


- ¿Cómo que nosotras?


- Pues nosotras. Ahora estamos aquí, pero antes no. ¿Dónde estábamos antes?


- Eh… Pues… Antes… Tú… [¡Maldita sea! ¿Por qué no preparé esta conversación antes?] Mira. Te lo voy a decir claramente. Cuando yo tenía 28 años conocí a un hombre. Me enamoré de él y decidimos tener un hijo. No voy a decir que decidimos tenerte a ti, porque tú ni siquiera existías entonces. No podíamos elegir tener a alguien que aún no existe, porque aún no sabemos cómo es, ¿no? Eso es imposible, ¿no crees? Además, yo prefería un niño y no…


- Mamá. Déjalo. Ahora vas a decir que estabais viendo la película de King Kong, él se puso a imitar al mono, tú a la rubia y una cosa llevó a la otra y CENSURADO.


- ¡Ah! -completamente sorprendida.


- Mamá, eso ya lo sé yo. No soy tonta. Además, eso no pasó así. Que mi padre no pudo hacer de gorila porque era un frasquito de cristal. No me refería a eso, sino a lo otro… ¿De dónde venimos?


- …


- ¿Mamá?


- …¿eh?


- ¿Hola? ¿Estás ahí?


- Emm… ¡Sí! ¡¿De dónde venimos?! Vaya, es una gran pregunta, aunque no sé si podría contestarte. A ver, en el principio fue el caos…


- ¡¿Qué?! ¡¡Mamá!! ¡Déjate de chorradas, por favor! Y contéstame de una vez.


- Es que… no… no sé qué quieres que te diga.


- ¡Pues de dónde venimos! A ver, ahora vivimos aquí, pero antes no. Antes no era este piso en dónde yo vivía. ¡¿Dónde vivíamos antes?! ¿De dónde venimos?


- Vaya, conque era eso… Pues antes vi
víamos en casa de la abuela, en un pueblecito llamado Villañacurutú.

Mamá, mamá, no tengo ganas de hacer nada

Mamá, mamá, no tengo ganas de hacer nada

por Ireninach

- Mamá, mamá, no tengo ganas de hacer nada.

- Ya te veo, hija, que estás ahí echada vagueando.

- Pero es que no tengo ganas de hacer nada.

- Que sí, que vale, estás de vacaciones, puedes seguir así.

- ¡Pero es que no tengo ganas!

- ¡¿Y qué quieres que yo te diga?!

- Pues yo qué sé, que haga algo.

- Pero si no tienes ganas.

- De hacer algo sí, de hacer nada no.

- ¿Cómo?

- Que no tengo ganas de hacer nada. Por lo tanto, tengo ganas de hacer todo menos nada. Cualquier cosa basta.

- Sí, creo que deberías salir un rato a que te dé el aire.

- Sí, eso estaría bien. Pero que me dé el aire es como no hacer nada, ¿no? Quien se mueve es el aire, yo estoy ahí, en la calle, recibiéndolo… Y ya está.

Un rato más tarde…

- Mamá…

- ¿Quéeee?

- ¿Qué hago?

- ¿Por qué no llamas a un amigo?

- Están todos de vacaciones. Y nosotras también estamos de vacaciones, mamá. Y no conozco a nadie aquí.

- Pues ve a conocer a alguien -baja la voz – y dale el coñazo a otro.

- Te he oído.

- ¿Qué? -haciéndose la tonta.

- Que te he oído.

- ¿Y qué? ¿Vas a salir o no?

- ¿Por qué no quieres que esté en casa? ¿Acaso te molesto?

- No, ¿por qué ibas a molestarme? -se pone nerviosa – Ni que estuviera haciendo cosas que no debieras saber…

- ¿Qué estás haciendo? ¿Te puedo ayudar?

- Euh… Esto… Jeje… No estoy haciendo nada…

- ¡Ah! Entonces no, es que yo no tengo ganas de hacer nada.

Mamá, mamá, ¿puedo meter los dedos en el enchufe?


por Ireninach

- Mamá, mamá, ¿puedo meter los dedos en el enchufe?

- Anda niña, cállate.

- Pero hazme caso, ¿no puedo meter los dedos en el enchufe?

– ¿Y para qué quieres hacer eso?

- No sé… Para ver qué pasa.

- Tú estás tonta…

- No entiendo por qué no me dejas…

- …

- ¡¡Nunca me haces caso!!

- …

- ¡Me da igual lo que pienses! (mirando el enchufe) ¡Yo los voy a meter!

- A ver, a ver… (viendo que la niña acerca los dedos) Si lo vas a hacer, hazlo bien.

- ¿Bien? ¿Bien cómo?

Y la madre abrió un cajón y sacó lo siguiente:

viernes, 29 de junio de 2012

LA PARDELA, LA REINA DE LA AVIFAUNA EN ALEGRANZA

LA PARDELA, LA REINA DE LA AVIFAUNA EN ALEGRANZA


 
Por Agustín Pallarés Padilla
[AGUAYRO, nov.-dic. de 1995]

La pardela cenicienta –Calonectris diomedea aparte de otras sinonimias caídas en desuso– es con mucho el ave más abundante en la islita de Alegranza, pues según opinión de expertos ornitólogos la población de esta especie debe ascender a un mínimo de 8.000 parejas nidificantes en sus 10’5 Km2 de superficie.
Su tamaño es visiblemente inferior al de la gaviota argéntea o común, con la que un observador poco avezado podría confundirla a primera vista, ya que no suele sobrepasar los 125 cm. de envergadura en el macho y los 120 en la hembra, alcanzando un peso máximo de unos 700 y 600 gramos respectivamente en cada sexo. Sus formas son además, en líneas generales, más gráciles que las de la gaviota, y su color sensiblemente más oscuro.
También, como ella, tiene las patas palmeadas, poseyendo un pico más largo y, sobre todo, más ganchudo en la punta. Un carácter que ayuda a facilitar su identificación entre todas las proceláridas que nos visitan es el color manifiestamente amarillento del pico en la mayor parte de su superficie.
En cuanto al plumaje se refiere, los colores predominantes son un pardo fuliginoso más o menos desvaído en las partes superiores del cuerpo –de donde evidentemente debe venirle el nombre común– y un blanco inmaculado en las regiones inferiores, fundiéndose gradualmente ambos colores en las zonas laterales de transición.
La voz de la pardela es muy característica. En la hembra, que es con mucho la más locuaz, consta de una serie de graznidos guturales de entonación entre plañidera y quejumbrosa que podría representarse onomatopeyicamente con un sonoro ‘¡uaña, uaña, uaña uaa!’ que va atenuándose al final en un sosegado ‘aua, aua, aua aaa’, repetido incesantemente en los momentos de mayor excitación. En las noches oscuras, cuando se congregan en los grandes criaderos comunitarios, especialmente en los instalados en espaciosas cavernas volcánicas en que anidan conjuntamente numerosas parejas, el vocerío de las aves sube de tono gritando todas a porfía como si estuvieran enzarzadas en un descomunal altercado callejero de comadres de barrio. La voz del macho, por su parte, destaca de vez en cuando como intentando poner orden en la chillona algarada de las desbocadas féminas, grave y ronca como el gruñido de un cerdo, pero emitida también con una cierta periodicidad rítmica como en el caso de la hembra. En la época del apareamiento no es raro oír a las parejas en lo profundo de sus cubículos intercambiándose rendidas protestas de amor que suelen acabar en un jadeo sofocado
El hueco o recinto donde instalan el nido pasa, en cuanto a forma y espaciosidad se refiere, por todos los grados de diversificación que nuestra accidentada topografía es capaz de ofrecer. Puede encontrarse casi al descubierto, apenas encajado entre un par de pedruscos, bajo un montón de rocas sueltas, en cualquier grieta o covacha de dimensiones adecuadas o en los más recónditos vericuetos de profundas cavernas volcánicas. Cuando no encuentra un hueco que satisfaga sus deseos se contenta con instalarse bajo las ramas de un tupido matorral o arbusto suficientemente grande, llegando incluso, en último extremo, a construirse ellas mismas el nido excavando con ayuda del pico y de las patas una galería subterránea a modo de madriguera de algunos metros de longitud, más o menos tortuosa, en cualquier terraplén de arenisca o pequeña llanada terrosa, madriguera que en Lanzarote recibe el nombre vulgar de ‘tefío’, uno de los escasos guanchismos que aún perviven incrustados en el habla popular de la isla como preciadas gemas lingüísticas de nuestro pasado prehispánico.
En contra de lo que pudieran hacer pensar por sus hábitos de vida eminentemente pelágica, la zona de nidificación de la pardela no queda restringida a la franja de tierra estrictamente costera como pudiera parecer lo lógico dada su contigüidad al medio marino en que desarrolla sus actividades de subsistencia. Este imperativo del proceso reproductor está determinado más que nada por las características geológicas del terreno en la medida en que éste pueda ofrecerles más facilmente las necesarias oquedades en que instalar el nido, llegando en Alegranza en este sentido a cubrir todo el suelo de la isla incluyendo las cotas más elevadas, que corresponden al borde superior del cráter del imponente volcán de La Caldera, que rebasa los 280 m sobre el nivel del mar.
En cuanto al nido propiamente dicho apenas si existe como tal estructura, ya que está constituido todo lo más, por una acumulación de piedras menudas que el ave va reuniendo pacientemente en torno suyo año tras año, con el complemento, si acaso, de algún que otro palito o trocito de leña u otros objetos parecidos.
La pardela llega a nuestras islas de vuelta de su éxodo migratorio (unos cuatro meses) hacia finales de febrero y comienzos de marzo, no tardando mucho en visitar sus criaderos, aunque no efectuará la puesta hasta pasados unos tres meses. Durante dicho periodo de tiempo las aves se dedican, aprovechando las horas nocturnas, a ‘limpiar’ el nido, según expresión que empleaban los pardeleros o cazadores profesionales en su argot particular.
Mientras, por el día, puede vérselas en alta mar evolucionando a ras de las olas con su característico vuelo ladeado mostrando ora el albo color del vientre, ora el oscuro del dorso entre series de rápidos aleteos alternados con momentos, largos a veces, de raudo planeo en afanosa búsqueda del diario sustento, el cual consiste, sobre todo, en calamares y peces pequeños.
El modo que la pardela tiene de tomar tierra cuando viene del mar, cosa que suele hacer al crepúsculo o primeras horas de la noche, es muy curioso. Suele sobrevolar el lugar del nido a muy escasa altura describiendo amplios círculos a su alrededor como si estuviera llevando a cabo un auténtico vuelo de reconocimiento, hasta que luego de repetir la operación un número prudencial de veces se decide a posarse efectuando un aterrizaje más bien brusco en las inmediaciones de la boca del nido o de la gruta en cuyo interior se haya ubicado, llegando posteriormente hasta el mismo más bien arrastrándose que caminando, ya que sus patas no tienen la fuerza suficiente para permitirle levantar el cuerpo y sostenerlo levantado del suelo.
Es tal la debilidad de sus patas que le es sumamente difícil, al no poder mantenerse erguida, alzar el vuelo en piso llano, viéndose obligada, por lo general, para lograr este objetivo, a aprovechar cualquier prominencia o desnivel del terreno desde el que poder lanzarse al aire.
Los primeros huevos pueden ya verse en algunos nidos en los últimos días de mayo. Es único y de considerables dimensiones en proporción a la corpulencia del ave, ya que normalmente alcanza el tamaño de un huevo de gallina de dos yemas. Su color es blanco limpio y su forma muy variable.
No es cierto, como se ha llegado a decir en alguna publicación especializada, que si la pardela pierde este primer huevo no puede poner otro que lo sustituya. Depende del tiempo que haya transcurrido después de puesto. Si se le retira en los dos o tres primeros días de incubación vuelve a poner otro.
Nace el pollo de la pardela tras una incubación que dura unas siete semanas en la que participan alternadamente ambos progenitores. Es ave nidícola, lo cual quiere decir que al hallarse la cría incapacitada para valerse por sí misma ha de permanecer en el nido dependiendo de sus padres hasta que lo deje y pueda buscar el sustento por sus propios medios.
Durante las primeras semanas de su existencia continúan los padres prestándole el calor y amparo que necesita, visitándolo luego sólo para suministrarle el cotidiano alimento, que se lo ofrecen primero semidigerido y después las presas enteras, que suelen consistir en ‘lulas’ o calamares de pequeño tamaño, y ‘majuga’ (alevines variados) y otros pececillos.
A los pocos días de nacida ya es la más delicada y graciosa criatura que uno pueda imaginarse. Con su abundante y largo plumón de color gris impoluto, increiblemente suave y sedoso, parece una auténtica ‘mopa’ o borla viviente. La extrema fragilidad de su cuerpo y la total indefensión en que la dejan sus padres inspiran un irrefrenable sentimiento de ternura y compasión que mueve compulsivamente a acariciarla y protegerla. Y, ciertamente, el pobre animalito está necesitado de estos afectos habida cuenta de la implacable caza a que el hombre lo ha venido sometiendo sistematicamente desde tiempo inmemorial.
Bajo los efectos de la copiosa ceba a que sus padres lo someten aumenta de tamaño a ojos vista, llegando a transformarse al término de unas cuantas semanas de existencia en una masa informe de grasa recubierta de plumón entreverado con los cañones de las plumas que comienzan a brotarle, pudiendo por este tiempo superar en peso a sus propios padres.
En octubre, más bien en la segunda quincena del mes, ya ha alcanzado practicamente el desarrollo y las formas de los adultos y comienza a hacer los primeros ‘pininos’ ejercitando afanosamente las alas durante la noche a la entrada de la hura individual o caverna comunitaria que le ha servido de hogar, al tiempo que espera anhelante el alimento que le han de traer los solícitos padres.
Pero éstos, en las postreras jornadas de la crianza comienzan a restringirle paulatinamente la ración diaria hasta llevarlo a un ayuno total con la finalidad de constreñirlo a abandonar el nido. Por fin, acuciado por el hambre, se decide la pobre ave a vencer la incertidumbre que la embarga y se lanza, impulsada por un ciego instinto, hacia el inmenso océano que la aguarda lleno de sorpresas e incógnitas. En él encontrará la escuela en que desarrollará el duro y largo aprendizaje de la vida, siempre bajo la experta guía y aleccionamiento de los experimentados mayores.
Pocos días después, apenas recuperadas las fuerzas y sosegados los ánimos, la bandada entera, compuesta por jóvenes y adultos entremezclados, se pone en movimiento con rumbo sur perdiéndose en el horizonte infinito.
La caza y subsiguiente comercialización de la pardela, en los tiempos en que estaba permitida, es decir, con anterioridad a la prohibición legal de su práctica, crearon a su alrededor una serie de normas y usos sistematizados que suponen un aspecto enriquecedor más del acervo etnográfico lanzaroteño. Y ha sido en Alegranza, naturalmente, por hallarse en ella los mayores criaderos, con gran diferencia sobre el resto de nuestras islas, de estas proceláridas, donde han alcanzado un más notorio desarrollo y continuismo, a lo que contribuyó también el tratarse de una propiedad privada que permitía un mejor control de estas prácticas cinegéticas.
Los pardeleros, gente ya ducha en el oficio, actuaban bajo el control del medianero o encargado de la isla como representante del propietario de la misma. Llegaban a Alegranza a mediados de septiembre, generalmente el mismo día quince, y empleaban los primeros cinco días en hacer los preparativos necesarios previos a las faenas de captura, como, por ejemplo, la recogida de la leña para hervir el agua en que se habrían de ‘escaldar’ los pichones con objeto de desprenderles el plumón, y la sal de los charcos con que se conservaban, etc.
El día 20 solía comenzarse la caza propiamente dicha, para lo cual tenían dividida la isla convencionalmente en una serie de parcelas que llamaban ‘cortes’, o sea, porciones de terreno, de forma más o menos alargada, a modo de franjas paralelas entre sí, que recorrían a una por día siguiendo un orden de contigüidad. Como la isla quedaba dividida en veintiún ‘cortes’ (exceptuando el terreno del faro expropiado para usufructo del personal del mismo, que quedaba fuera de sus atribuciones), esta primera mano o pasada la terminaban el 10 u 11 de octubre.
Las pardelas capturadas se contaban por ‘líos’, constando cada uno de ellos de veinticinco unidades.
Cada pardelero iba provisto de tres ‘varas’, instrumento de que se valían para extraer el ave del nido, según fuera la profundidad de la covacha en que se hallaba instalado, por lo que una era más corta, de membrillero por ser más ‘amorosa’ o flexible, de poco más de 0’50 m como máximo de largo; otra de almendrero, más rígida, de 2 m o algo más de longitud, y la tercera, de tamaño intermedio, de cualquiera de los dos arbustos citados. Dichas ‘varas’ llevaban un anzuelo en la punta, firmemente atado por la caña, de los del tipo empleado para la pesca de la ‘vieja’, que son redondos y tienen unos 3 cm. de abertura, a los que se les había aplastado la barbilla.
Para coger el ave introducían la ‘vara’ en la cueva, y luego de engancharla, generalmente al tiento, tiraban de ella hasta sacarla al exterior. Una vez fuera la agarraban firmemente por el pescuezo, cerca de la cabeza con objeto de inmovilizársela e impedir que pudiera dar algún picotazo, y acto seguido le daban un mordisco en el cráneo para sacrificarla, sistema este que resultaba más cómodo y expeditivo que utilizar un instrumento contundente o cortante, ya que el cráneo de estas aves cuando jóvenes es muy tierno.
Luego de muertas había que extraerles los alimentos semidigeridos que tenían en el buche, en especial un aceite fino que queda sobrenadando en los cacharros en que se vierte el conjunto de la vomitadora, lo que se conseguía exprimiéndoles el vientre con los dedos pulgares al tiempo que se las sostenía con ambas manos manteniéndoles la cabeza colgando.
El aceite así obtenido es límpido y transparente, y gozaba de una gran estima en los ambientes curanderiles populares como eficaz remedio contra las almorranas, los dolores reumáticos, las ‘bichocas’ o forúnculos, golondrinos y demás abscesos, así como para curar los ‘golpes’ o pequeñas heridas en las bestias. Se podía conservar en botellas durante años, ganando efectividad con el paso del tiempo “porque cogía más fuerza” según se decía.
Otro producto apreciado del pichón de la pardela era la ‘manteca’, que se obtenía derritiendo la grasa que recubre su cuerpo en una gruesa capa, así como la que tiene en la cavidad ventral, denominada ‘sebo’, que era utilizada para freír.
En la primera mano o pasada se cogían las pardelas ‘de vara’, que eran las que no necesitaban de otro recurso que estos artilugios para sacarlas del nido, modalidad que incluía a la mayor parte de ellas. Una vez concluidas en todos los ‘cortes’ esta primera pasada se procedía a efectuar el ‘rebusco’ o segunda mano, en cuya ocasión se cogían las aves que habían quedado atrás por anidar en cuevas tortuosas o muy profundas imposibles de prender con las ‘varas’, o bien por haber pasado inadvertidas o por cualquier otra causa. En esta segunda ocasión o repaso se servían los pardeleros de perros enseñados que apuntaban la presa. Eran por lo general pequeños, de esos comunes de raza indefinida llamados en nuestras islas ‘satos’, cuyo tamaño les permitía a veces introducirse en las madrigueras y sacar a rastras el ave atenazada entre los dientes.
Terminado el ‘rebusco’ se llegaba a la tercera y última de las modalidades de caza, la del ‘aleteo’, consistente en capturar los juveniles en las noches oscuras sin luna agarrándolos simplemente con las manos antes de que pudieran huir cuando salían a la puerta de sus ‘casas’ a esperar a sus padres, que venían a traerles la comida, al tiempo que ejercitaban las alas agitándolas frenéticamente con objeto de prepararse para el vuelo, de donde viene el nombre de ‘aleteo’ que se da a esta modalidad de caza. Para ello se las deslumbraba con la potente luz del ‘mechón’ o ‘jacho’ (vulgarismo por hacho), especie de antorcha formada por un largo recipiente metálico cilíndrico provisto de una gran mecha o ‘torcida’ de tela de saco, que se llenaba de petróleo.
Se solía comenzar a ‘aletiar’ (en dicción popular) hacia el 20 de octubre, prolongándose esta actividad hasta finales de mes por los pardeleros profesionales, momento en que daban por concluida la zafra y regresaban a Lanzarote. Pero en realidad se podía continuar practicando el ‘aleteo’ hasta que las crías abandonaban el nido, cosa que suele ocurrir en los primeros días de noviembre.
La preparación a que se sometía el pollo de la pardela para su expedición y consumo constaba de las siguientes operaciones, llevadas a cabo todas ellas a la orilla del mar, al pie del El Veril, lugar de residencia del medianero de la isla, donde se disponía de amplios charcos de fondo liso en que lavar las aves.
En primer lugar se procedía al desplume. La pluma obtenida, salvo las grandes de la cola (hay que decir que las alas les habían sido ya quitadas en los descansos que hacían durante las faenas de la captura por su casi nulo valor alimenticio, con lo que al propio tiempo se aligeraba la carga de un peso superfluo), se guardaba en sacos, ya que luego se utilizaba para rellenar colchones y almohadas. A continuación se les quitaba el plumón o pelusa que les quedaba cubriendo el cuerpo, para lo cual se sumergían unos instantes en el agua que hervía en unos grandes recipientes confeccionados con medio bidón grande metálico, sobándoles acto seguido el cuerpo hasta dejarles la piel lisa, operación que recibía el nombre de ‘limpiada de caldero’. Luego se lavaban en un charco de suficiente amplitud. Hecho esto se les cercenaba el pico y los dedos con un machete y se les daba un corte largo y profundo a cada lado del vientre, junto a los muslos, con objeto de facilitar la penetración de la sal en estas partes más carnosas, y otro central, longitudinal también, para abrirlas y extraerles las entrañas, empleando para ello unos sólidos cuchillos que eran afilados concienzudamente de vez en cuando en los correspondientes trozos de ‘piedras de amolar’. De igual forma se les abría la cabeza, si bien en los últimos años se optó por quitárselas, ya que al no ser comestibles, además de resultar engorrosas suponían un trabajo inútil.
Llegados a este punto se las lavaba de nuevo cuidadosamente en otro charco de aguas limpias y luego de dejarlas escurrir se procedía a salarlas abundantemente, siendo a continuación colocadas en una habitación, formando con ellas unos montones de figura cilíndrica a los que daban el nombre de ‘pillas’, habitación, por cierto, que, como dato curioso, debo consignar que había sido abierta o labrada en la roca arenisca o toba (‘tosca’ decimos por aquí) de que se compone toda aquella zona litoral.
Así quedaban finalmente dispuestas para el embarque con destino a Lanzarote, que se llevaba a cabo en cestas.

domingo, 24 de junio de 2012

Cucu y Cricri, en la noche de San Juan


Caía la noche en un gran verano tedioso, con gran bochorno, en la granja de Ingenio. Una granja tranquila, donde el ruido dormía y sólo los murmullos de los animalitos se escuchaban en la oscuridad.
Tras la ventana de una casita hecha de hojas, dentro del bebedero,  vivía la rana CUCU, una ranita muy alegre, con grandes ojos y patitas cortas. Miraba embobada como caía la  noche  lentamente como si estuvieran planchado el cielo.
En la casa de Ingenio, como ya sabemos también vivían otros animalitos, pero eran muy orgullosos y presumidos, sólo el saltamonte  Cricri quería de verdad a la ranita CUCU.
Era un saltamonte  verde, muy verde, pero muy educado y elegante, tenía un bonito sombrero que sólo se ponía en las grandes ocasiones.
Llego el día que todos esperaban, la fiesta de San Juan, la rana y el saltamonte , tenían muchos deseos de ver todas las hogueras de la gran ciudad y pensaban acercarse a ver un gran fuego, para poder saltar por encima de ella. Les gustaba mucho cantar isas, folias etc. A veces se ponían un poquito tristes de estar tan solitos, pero enseguida recordaban dónde jugaban los niños, y disfrutaban de verlos correr y reir.¡Todas las penas se marchaban|.
Cucu y Cricri se prepararon para ir a la ciudad. Cucu se puso su chaleco y su bufanda a cuadros y Cricri su sombrero de copa.
Atravesaron la granja . Algunos animalitos se burlaron de ellos, diciendo:
¡Mirad que pintas llevan| ,¡ Se creen muy finos|.
Pero nuestros amigos no le dieron importancia y siguieron su camino.  Al poco tiempo oyeron un gemido, se preguntaron: ¿Qué es eso?.
Cada vez lo oían más cerca. De pronto, descubrieron un pobre grillo que estaba aterido de calor.
¡Pobrecito, qué te pasa?. Dijo Cucu.
Estaba saltando y se me echó la noche encima, me quedé tan agotado que no podía moverme. Los animalitos me vieron pero ninguno me ayudó.
¡Ves Cricri|. – Dijo Cucu. -Todos son muy orgullosos, pero no tienen corazón.
Tanto Cucu, como Cricri, le prestaron sus ropas y le abrigaron, mimándolo para que entrara en calor.
El grillo agradecido, les dijo:
Conozco un lugar donde podeis pasar las mejores fiestas de San Juan, además hay una Gran hoguera tan bonita que no se os olvidará nunca.
Allí, fueron los tres. Era cierto lo que les contó el grillo. Había un gran muñeco de madrea y cartón lleno de colores, era un ninot traído desde Valencia, para hacer la hoguera más hermosa del mundo.

Cucu, le explica Cricri, la tradición de las fiestas: La festividad de la Noche de San Juan, tradición antiquísima, está ligada al fuego y las hogueras y a la celebración de la llegada del solsticio de verano, pues uno de los motivos por los cuales se celebraba era para dar más fuerza al sol, que a partir de entonces iba a debilitarse (haciéndose los días más cortos hasta el solsticio del invierno). Así, el fuego, como elemento purificador y de fortaleza, y el agua, como representación del devenir, forman parte de esta tradición especialmente arraigada en Las Palmas.

Cucu se dio la vuelta y de repente el Cricri chilló:
¡Cucu, Cucu , ha comenzado la hoguera!|.
Era verdad, una gran hoguera iluminaba los alrededores de la playa, donde se hacían las hogueras tradicionalmente.
Cucu, se decide a dar ¡El gran salto!
Respira tranquilo y asegura de contar con la distancia necesaria para tener carrerilla suficiente para hacer un salto lo más alto y largo posible. Una vez  percatado de que no hay nadie ni nada que se pueda cruzar en su camino se lanza a la carrera y… ¡saltó!
Muchos aplausos para Cucu, la  rana, que hizo un salto impecable y maravilloso, todos fueron enhorabuenas y plácemes para Cucu, que se puso colorado, que ya está bien, con lo verde que es.
Ahora le tocaba a Cricri, que hizo la misma operación y ¡ saltó !, que maravilla, aún más alejado  que la ranita Cucu, este le dijo' diciendo «¡qué maravilla!».

Los amigos volvieron a casa, y esa fue la noche de San Juan más feliz de su vida.
Fin

Cricri el Saltamontes

Cricri el Saltamontes


El Jardín de las Margaritas, se convirtió en un hermoso lugar, en donde vivían en paz, todo tipo de insectos... muchas mariposas, saltamontes, abejas, escarabajos y caracoles. La vida en ese lugar, era feliz y tranquila.
Pero tanta alegría, se veía interrumpida con la presencia de la señora Arañacota, que desde el tiempo en que Colín quedó atrapada en su red, seguía tejiendo sus peligrosas telas por todos lados.

En este jardín, vivía Cricrí y su familia. El era un pequeño saltamontes muy alegre y travieso, pero también, muy desobediente. Eso le traía siempre, muchos problemas y por eso, sus padres estaban muy preocupados, ya que no conseguían que Cricrí les obedeciera.


En una ocasión, siguió a Don Escarabajo Pelotero hasta su guarida, a pesar de que su papá le tenía prohibido acercarse a él, puesto que todos sabían, que este escarabajo tenía un terrible carácter y hasta resultaba peligroso cuando se enojaba.



Pero a Cricrí eso no le importaba, pues estaba decidido a averiguar, que hacía el escarabajo con las pelotas.


Para su desgracia, el escarabajo lo sorprendió espiando y se enojó tanto, que enterró a Cricrí de cabeza en una de estas malolientes pelotas. Sacarlo de ahí no fue problema, pero si quitarle el mal olor, ya que después de una semana, aun se le olía venir desde muy lejos.

Cierto día, se le ocurrió seguir a unas abejas obreras hasta su colmena, pues le habían dicho, que estas tenían una piscina llena de miel y Cricrí quería ser el primero en bañarse en ella.



Por desgracia, fue sorprendido por la segunda guardia del panal y estas abejas lo picaron, antes de que pudiera huir. Pobre Cricrí, el dolor tardaría mucho en pasar y lo peor de todo, era que aún no comprendía el peligro de tanta desobediencia.

Días después, Cricrí fue invitado por su papá, a la recolección de tallos que se haría cerca del charco y después, disfrutarían de un agradable día de campo.


Esa tarde, Cricrí y los demás saltamontes jugaban a “brinco adelante”... Este juego lo ganaba el saltamontes que más lejos llegaba al saltar y todos se estaban divirtiendo mucho.

Cuando era el turno de Cricrí, este tomó mucho impulso para que su brinco fuera el mejor y en el momento que se disponía a saltar, escuchó un fuerte grito de su papá que le decía: ¡No saltes! Cricrí sin saber porqué, obedeció de inmediato.

Cual sería su sorpresa al ver que su papá se acercaba a mostrarle una de las muchas redes que había dejado la fea Arañacota ¡¡Justo en donde hubiese caído al saltar!! Su papá estaba feliz, pues se daba cuenta de que al fin su hijo estaba aprendiendo a obedecer.


Cricrí también se sentía feliz, ya que ahora comprendía la importancia de obedecer, pues le había salvado de morir en las invencibles redes de la Arañacota.

Tú te preguntaras ¿Qué ocurrió con la fea Arañacota? Pues te contaré que un mal día, la atrapó un niño muy travieso y le quitó dos de sus ocho patas.



Como no pudo volver a tejer redes, los bichos del jardín, comenzaron a alimentarla de granos y hojas... Con el tiempo, la señora Arañacota se volvió vegetariana y de esta forma, dejo de ser una amenaza para todos.

Te contaré también, qué Cricrí llegó a ser uno de sus mejores amigos, pues, le agradecía en parte, el ayudarle a comprender la importancia de la obediencia.

FIN

Una Lección para Catrina

Una Lección para Catrina

Era el primer día de primavera y todos los insectos en el Jardín de las Margaritas, estaban muy emocionados.

Porque la reina mariposa, que era nieta de Colín, ofrecería la mano de su hija Catrina en matrimonio.

Atrás habían quedado los días en que las orugas eran esclavas de las libélulas y no podían transformarse en mariposas.

Ahora era todo un lujo poder casarse con una joven mariposa y por esta razón, fueron muchos los pretendientes que llegaron.

Catrina era sin duda, la mariposa más bella del lugar, pero también debo decirles, que era la más vanidosa y esto en verdad, le traería grandes problemas.
Pero por el momento, poco a poco fueron llegando todos los aspirantes a la mano de Catrina.
El primero en llegar fue el Señor Chinita, que venía vestido con su rojo e impecable traje, con simpáticos lunares negros.

Cuando Catrina lo vio, le preguntó burlonamente: ¿No crees que estas un poco gordo para ese traje tan ajustado?

Deberías mirarte a un espejo antes de salir de casa, pareces un rabanito de la huerta, solo te faltan las hojas verdes en la cabeza.

Al terminar de decir esto, se rió con muchas ganas y le dio la espalda.
¡El pobre Señor Chinita se fue muy triste y avergonzado!.La reina estaba muy enojada con la actitud de su hija, pero decidió no intervenir todavía.
Luego llegó el turno del Señor Abejorro. El se sentía muy confiado, pues tenía mucha miel que ofrecer.

Todas el mundo sabe que a las mariposas les encantan las cosas dulces y casarse con un abejorro, era una verdadera fortuna.

Pero Catrina era la excepción, pues mirándolo le preguntó muy irritada: ¿Acaso pretendes que me convierta en una mariposa gorda y golosa?

Si es así, estas muy equivocado, ya que no voy a pasar el resto de mi vida con un feo abejorro comiendo miel.Entonces al Señor Abejorro, no le quedó mas que marcharse por donde había llegado.
Ahí se iba otro de los pretendientes, tan humillado como el primero y los que aún no habían sido presentados, estaban muy arrepentidos de haber asistido y comenzaron a retirarse.

Aunque no fue el caso del Señor Caracol. Primero, por que tenía una casa que ofrecer a diferencia de los otros pretendientes.

En segundo lugar, le tomaría una semana volver a su planta de donde había venido y no estaba dispuesto a perder el arduo viaje. Cuando Catrina lo vio acercarse, no esperó que llegara a su lado, si no que le gritó desde lejos, que podía irse con su pequeña y húmeda casa sin ventilación…
Y ahí se iba el penúltimo pretendiente, ya que los demás se habían retirado en silencio y solo quedaba el valiente Señor Hormiga.Este le dijo a Catrina directamente: Yo soy una hormiga muy trabajador y quiero a mi lado, a una mariposa trabajadora.

Así es que tú decides, pero no estoy dispuesto a ser humillado como los demás insectos... Entonces Catrina, bajó su mirada y le respondió con un tímido “no gracias”.
Ya casi había llegado el final del día y la reina estaba muy furiosa con la actitud de Catrina. Por eso le dijo, que si no cambiaba su mala actitud, tendría que tomar otras medidas.
Catrina un poco confundida por la reacción “exagerada” de su madre, se fue a volar cerca de los juncos de la laguna para distraerse.

Ahora quería pasear y pensar un rato, en quien llegaría a ser su esposo, pues con la belleza que ella poseía, veía muy difícil hallar a un esposo que estuviera a su altura.
De pronto, se sintió deslumbrada por un hermoso juego de colores que pasaba frente a sus ojos ¿Quién sería ese guapo señor? Se preguntó.

Luego pensó, que ella se merecía algo tan bello como el Señor Libélula, tal parece, que no había escuchado nunca la historia de su abuela Colín...A Catrina le extraño de que nadie le hubiese avisado a este caballero, que su mano estaba en oferta y se acercó a saludarlo.
Lo que ella no sabía, era que el alimento favorito del Señor Libélula, son las hermosas mariposas, ya que ahora, solo de esa forma consiguen el bello color de sus alas satinadas.Cuando el Señor Libélula vio a Catrina acercarse, se extrañó un poco, pero luego pensó que tal vez era un regalo de su hada madrina y esperó feliz y atento, para poder comérsela...
... Cuando estaba apunto de poner sus filudas garras sobre Catrina, apareció de la nada, Cricri el Saltamontes, que ahora ya era un joven sabio y muy valiente.

Con un gran salto, empujó al Señor Libélula hasta la misma boca de una rana que bostezaba por ahí cerca, la cual también pensó que el Señor Libélula e era un regalo de su hada madrina.
Catrina aún asustada, estaba agradecida por la valerosa acción de Cricri y en ese momento pensó que una persona desinteresada y valiente como él, sería un esposo perfecto.
Atrás había quedado la preocupación por la apariencia física, ya que ahora descubrió, que la belleza exterior no sirve de nada sin un bello corazón y hasta puede ser peligrosa.
Cuando Catrina volvió al reino junto a Cricri el Saltamontes, su madre quedó muy sorprendida por la sencillez de su apariencia.Cuando supo que él sería el elegido, para ser su esposo, se sintió feliz al ver que algo había cambiado en su hija y era muy bueno.

Catrina y Cricri nunca le contaron a nadie lo que ocurrió ese día en la laguna, ya que lo más importante, es que fueron muy felices y ella nunca volvió a ser una vanidosa mariposa.
FIN

Colín la Primera Mariposa

Colín la Primera Mariposa

Hace mucho tiempo atrás, en el Jardín de las Margaritas, existió una malvada y vanidosa Libélula llamada Lea.

Ella, era la reina en este hermoso jardín y gobernaba sobre todos los insectos que allí vivían.Pero las pobres orugas, eran las esclavas en este reino y por esa razón estaban obligadas a servir a la reina y a todos sus súbditos.
Las orugas desde pequeñas, eran llevadas al palacio real, para aprender distintas labores de servicio.
Pero cuando las orugas se hacían adolescentes, eran enviadas a los parrones recoger uvas y de allí, nunca volvían a salir... y nadie sabía el porqué.
La reina usaba el suave néctar de las uvas, para bañarse, pues, como era tan vanidosa, cuidaba en forma exagerada de su belleza.

Todo su cuerpo, era de un color púrpura satinado y sus alas, eran de un bello color violeta brillante... En realidad, la reina Lea, era el insecto más hermoso, en todo el Jardín de las margaritas.

Pero tanta belleza merecía un cuidado especial, al menos así lo creía la reina y por eso tenía cien orugas, que solo se encargaban de mantener su belleza reluciente.
Entre estas orugas, se encontraba Poli, una oruga muy inteligente, junto a su hermana menor llamada Colín.

Poli estaba a punto de convertirse en adolescente y muy pronto sería enviada a los parrones.

Pero a ella le preocupaba dejar a la pequeña Colín, abandonada en manos de la reina, pues esta Libélula, era muy cruel con las oruguitas y no perdía oportunidad para maltratarlas o insultarlas.
Pero cuando llegó el momento de la separación, los ruegos y lagrimas de las hermanas orugas, fueron ignorados por las malvadas libélulas y Poli fue sacada a la fuerza, por la guardia del palacio.
Pasaron muchos días, sin que Poli recibiera noticias de Colín y estaba muy preocupada.

Pero una noche, una oruga recién llegada a los parrones, le contó a Poli, que Colín había roto una de las alas de la reina y en castigo la habían desterrado al “Cementerio de Tulipanes”.
Poli se preocupó mucho al oír esta noticia, pues todos sabían, que muy pocas orugas sobreviven en el Cementerio de Tulipanes... Ahí vive la joven Arañacota, que teje sus redes por todas partes y las orugas que quedan atrapadas entre las redes, mueren de hambre y sed. Si es que antes, no son comidas por esta fea araña.
Poli comenzó su viaje rumbo al Cementerio de Tulipanes de inmediato, rogando no llegar muy tarde, pues no quería perder a su única hermana.

Por fortuna, llegó justo a tiempo, ya que tal como se imaginaba, Colín llevaba días atrapada entre las redes de la Arañacota y estaba moribunda.

Poli miró a todos lados buscando algún alimento para Colín, pero solo encontró un Tulipán, el alimento prohibido para las orugas, por la reina Lea.

Pero en ese momento, las reglas de la reina, era lo que menos le importaba, ya que la vida de su hermana estaba en peligro.

Luego de tres días de haber comido el Tulipán, Colín comenzó a sentirse muy extraña, pues su cuerpo estaba hinchado y le picaba mucho, además tenía sueño como nunca antes.

Poli se sintió muy inquieta, incluso lamentó haberle dado el Tulipán a Colín.
En la mañana siguiente, cual sería la sorpresa para Poli, al encontrar a Colín dentro de un capullo de seda muy extraño, del cual no pudo sacarla.

¡¡Pobre Poli, había perdido a su hermanita, para siempre!!... Pero aún no perdía todas las esperanzas y dejó pasar unos días antes de enterrar a Colín, pues algo en su corazón le decía que ese no era el fin.
Luego de días esperando, Poli notó que el capullo comenzaba a romperse y del salió una hermosa criatura que ella nunca antes había visto.

Tenía unas grandes alas azules, ribeteadas de un color celeste brillante, era su hermana Colín, que ahora estaba muy diferente, toda esa mezcla de colores era como estar mirando el mar cuando quieto en la orilla se posa… ¡Eso era! Algo como “mar-i-posa”.

Que maravilloso descubrimiento habían hecho, esa era la razón por la que la reina Libélula prohibía comer Tulipanes, pues conocía el poder que esa flor ocultaba.
Poli reunió durante la noche, a todas las orugas que ahí se encontraban y luego de contarles lo sucedido, les ofreció la oportunidad de liberarse de una vez y para siempre, del dominio de las libélulas.

Como primer objetivo, decidieron que Colín recolectara muchos Tulipanes para que se alimentara la mayor cantidad de orugas posible.

Ahora, esperarían que estas orugas se transformaran en mariposas y luego, todas unidas, irían a la batalla contra la reina Lea y todos sus súbditos... Así, de una vez para siempre, serían libres.

Pasaron dos semanas, desde aquella noche y la cantidad de orugas convertidas en mariposas triplicó a la de las libélulas.

Cuando por fin se realizó la batalla entre ambas, la victoria para las mariposas fue fácil de conseguir, pues las libélulas al ver que su reina era capturada, huyeron del palacio y la abandonaron a su suerte.

Lea, la reina, fue desterrada a los pantanos en donde nunca más podría hacerle daño a una oruga o a una mariposa y como es lógico, la pequeña Colín, se convirtió en la reina de todas las mariposas, Poli, por su parte, decidió esperar un poco antes de transformarse en mariposa, puesto que quería que ese momento fuera muy especial.

Pero esa historia, te la cuento la próxima vez y ya lo sabes, cada vez que veas a una oruga en un Tulipán, no la espante, pues de seguro, ella sé esta preparando para ser una linda mariposa.