domingo, 21 de noviembre de 2010

LOS MOSQUITOS

Ciertas especies de mosquitos transmiten al hombre terribles enfermedades. Viven preferentemente en regiones cálidas y pantanosas. Actualmente se los combate en forma encarnizada, gracias a lo cual se han transformado en habitables muchas zonas hasta hace poco insalubres.

Hace más o menos un siglo, el viajero que cruzaba ciertas regiones pantanosas de Europa quedaba asombrado ante el espectáculo desolador que ofrecían. Los hombres y los animales domésticos eran escasos; sólo se advertía algún búfalo hundido en el agua hasta las rodillas, unos pocos caballos que erraban a lo largo de las riberas, chozas miserables habitadas por hombres toscos, y en todas partes la misma atmósfera pesada y la misma humedad malsana emanando de las aguas estancadas y fangosas.

Una terrible enfermedad, que se caracteriza por accesos de fiebre acompañados de fuertes dolores de cabeza y, a veces, con delirio, asolaba esas regiones; era la malaria. Durante siglos, la malaria —conocida también por paludismo, fiebre intermitente, fiebre de los pantanos, fiebre climática y chucho— azotó el delta del Danubio, Grecia e Italia, despoblando a pesar de su fertilidad, vastas comarcas destinadas a ser inagotables fuentes de riqueza. No se conformó con sentar sus reales en Europa, sino que llegó a todos los continentes: en Asia, la zona palúdica toma parte de Asia Menor, Arabia, Turquestán, Persia, Indochina, Siam, China, Japón e Islas Filipinas. África está totalmente infectada. En América, la enfermedad se propaga en México, Venezuela, las Antillas, las Guayanas, Brasil, Bolivia, Paraguay y norte de la República Argentina.

No se conocían las causas de la enfermedad; algunos la atribuían al aire pernicioso. De ahí su nombre de malaria (del italiano: malo, malo y aria, aire).

En 1895, el médico italiano Bautista Grassi logró identificar al solapado enemigo transmisor del terrible mal. Era un mosquito que todas las tardes se elevaba sobre las marismas formando con sus congéneres compactas nubes. Su nombre científico es Anofeles. (imagen) Este insecto, al absorber la sangre de un ser humano o de un animal atacados de malaria, absorbe también los parásitos de la sangre llamados hematozoarios (del género Plasmodium), que son los causantes de la enfermedad y fueron descubiertos por el investigador francés Laverán. Luego, cuando el Anofeles pica, los inocula al individuo sano. Grassi, que muchas veces vio flotar en los pantanos los huevos de los Anofeles, como si fueran pequeñas balsas, aprendió pronto a distinguir a estos mosquitos de otros menos peligrosos. De los huevos de esos insectos nacen las larvas, que viven y crecen en el fondo del agua, pero suben a la superficie para llenar de aire los tubos o tráqueas por medio, de los cuales respiran.

Esos descubrimientos permitieron acabar con la malaria. Se comenzó por cubrir de petróleo la superficie de las lagunas peligrosas para privar así a las larvas del aire necesario a su existencia. En otros lugares se criaron ciertos peces (ciprinos) que se alimentan con larvas de mosquitos. Además se desecaron las regiones pantanosas y se cavaron canales para hacer correr el agua estancada. De este modo la enfermedad disminuyó considerablemente. En la actualidad se emplea el DDT (diclorodifeniltricloretano), uno de los insecticidas más poderosos que se conocen.

La fiebre amarilla hacía estragos entre los obreros que trabajaban en las esclusas del canal de Panamá. El médico cubano Carlos Finlay (imagen) sostuvo que el mal era trasmitido por un mosquito llamado Estegomia calopus, cuya hembra deposita los huevos en cualquier sitio donde haya agua estancada. Cuando los norteamericanos intervinieron en la guerra de Cuba, el médico militar Walter Reed pudo comprobar que Finlay tenía razón. La fiebre amarilla o vómito negro es originaria de las costas del golfo de México y de las Antillas. En 1871 la terrible enfermedad llegó a Buenos Aires y la epidemia dejó un saldo de catorce mil muertos.

Ahora se le hace en casi todas partes una guerra sin cuartel. En Río de Janeiro, por ejemplo, cuando se presenta un caso de fiebre amarilla, acude en el acto un pequeño ejército de guardias sanitarios que dispone serias medidas de prevención y profilaxis.

La especie Culex, inofensiva en los países de clima templado, en las zonas tórridas puede inocular, a hombres y animales, unos parásitos del género leishmania que producen una grave enfermedad conocida con el nombre de muerte negra o kala-azar. (imagen izquierda: mosquito de la malaria)

¿Cómo pican los mosquitos? Entre las antenas está. situada la trompa, constituida por una pieza hueca, contra la cual se apoya la lengua.

La trompa se completa con las mandíbulas y con los estiletes terminados, unos con puntas perforantes, y otros con una sierra destinada a ensanchar las heridas alrededor de la picadura. A veces, la trompa presenta una verdadera bomba aspirante-impelente, que inyecta en la presa los líquidos salivares tóxicos y absorbe, al mismo tiempo, la sangre de la víctima.

Con su característico zumbido, los mosquitos inician lo que bien podríamos llamar la caza del hombre, a quien acosan con sus dolorosas picaduras y su inquietante concierto. Es curioso saber que sólo la hembra pica y que lo hace únicamente de noche.

En desacuerdo con sus colegas, el médico estadounidense Walter Reed (1851-1902), que conocía la teoría de Finlay, sostenía que el mosquito Estegomia calopus causaba la fiebre amarilla. Para convencerlos, Reed los reunió y les presentó un recipiente lleno de Estegomias. Cuando lo destapó, los incrédulos colegas levantaron para salir
precipitadamente la sesión

Los mosquitos son insectos que se reproducen enormemente. La hembra pone varios centenares de huevos en las aguas estancadas, de los cuales saldrán igual número de larvas que miden, al nacer, un milímetro escaso. Son ápodas (sin patas), como todas las larvas de los dípteros (insectos con dos alas). Del estado de larva pasarán al de ninfa. En lugar del tubo respiratorio, las. ninfas poseen dos pequeños cuernos cefálicos. Son muy móviles, y suben a respirar a la superficie del agua, volviendo a descender en seguida sin tomar alimento. Una actividad semejante, unida a un ayuno tan severo, no podría continuar mucho tiempo. Por eso, al cabo de tres días, la ninfa sube a la superficie, donde pierde su piel y se transforma en insecto perfecto.

Fuente Consultada: Lo Se Todo - Tomo II

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