miércoles, 24 de octubre de 2012

La vuelta de Nuco

La vuelta de Nuco

 

En las lindes del bosque los cazadores se camuflan entre las hierbas altas, y, cuidadosos de no hacer ruido, acechan a su próxima presa.
Desde las ramas del eucalipto se balancea Lala de un solo brazo y, para ser un koala, es bastante habilidosa. En su bolsillo de la tripa lleva a Nuco, que sólo asoma las grandes orejotas y la nariz para mirar hacia abajo buscando otros animales a quienes lanzarle bolitas y ramas.
Es de noche y los hombres llevan lámparas de aceite, en un momento dado una de ellas estalla por un golpe seco y Nuco grita:
- ¡Le dí, le dí, he acertado mamá!.
El desastre se avecina, la lámpara prende las hierbas altas y ramas secas y el incendio empieza a cobrar intensidad. Lala sabe que habrá un gran fuego porque es verano y todo está seco, no ve más salida que abandonar el bosque y salir a campo abierto.
Despacio, desciende del árbol y va caminando torpemente. A lo lejos divisa unas luces y Lala sabe perfectamente que se trata de una granja, en ella viven hombres que cuidan de otros animales.
Al mirar hacia atrás ve el bosque envuelto en llamas y sabe que no podrá volver con Nuco, nunca lo superaría siendo tan pequeño. Decide entonces llevarlo a la granja. Sube al árbol más alto y mira por la ventana abierta, no hay nadie, todo el mundo está en la pradera observando el fuego.
Lala entra en la habitación y observa una bonita cesta donde Nuco podrá estar cómodo. Nuco se acurruca más adentro en la tripita de su mamá y no quiere salir.
- Nuco, tienes que escucharme, volveré después de las lluvias, sé fuerte.
- Pero yo no quiero que te vayas...
Durante unos segundos estuvieron abrazados y después Lala lo depositó en la cesta. Desde la ventana le lanzó un beso de despedida y se marchó. Mariela entró con su bebé de un año en brazos y subió a la habitación. Nuco estaba asustado y entonces vio unas manos blancas y finas que lo cogieron por los brazos. De un golpe se encuentró cara a cara con Mariela que de un grito lo dejó con los oídos haciendo "piiiiiii" mientras el bebé reía y daba palmas con énfasis.
Y así fue como Nuco conoció a Mariela y a Samuel, que recuperados del susto, lo acogieron con cariño y lo cuidaron todo el verano, el invierno y parte de la primavera. Nuco echaba de menos a su madre, pero el amor de sus amigos le hacían olvidarse un poco de ella. Y llegó el momento de que los árboles florecieran de nuevo, todo se volvió verde y frondoso. Todas las tardes Nuco se sentaba en la rama del árbol de la ventana, mirando al bosque y esperando con paciencia.
Nuco se hartó de esperar y decidió ir solo al bosque. Antes de que pudiera llegar muy lejos Mariela lo cogió. Esto se repitió muchas veces y siempre lo devolvían a la granja. Todos querían a Nuco y este amor no le dejaba marcharse. Entonces enfermó de tristeza y fue Samuel quien se dio cuenta. Con su pequeña manita tiraba de Nuco hacia la puerta.
Mariela intentó separarlos pero Samuel era muy testarudo y les dejó hacer. Despacito fueron andando hacia el bosque al atardecer y cuando los tres llegaron a los lindes vieron una verja grande y una valla bien alta donde colgaba un cartel que decía: Parque natural para la protección del koala, fundado tras el incendio que asoló el parque.
Nuco se dio cuenta de porqué su mamá no regresaba a por él, porque no pudo saltar la valla. Entonces empezó a llamarla con el lenguaje de los koalas. Y en lo más alto del eucalipto una voz le contestó.
- Estoy esperándote, siempre estuve aquí.
Samuel empujó a Nuco a la puerta y le dio patadas a la verja.
- Déjalo Samuel, yo la abriré, dijo Mariela.
Los tres se miraron fijamente y las lágrimas afloraron en sus ojos y en el lenguaje del koala Nuco dijo:
- Siempre me acordaré de tí.
Y en el lenguaje de los hombres Samuel dijo:
- Te quiero.
Mariela abrió la verja, cogió a Nuco y lo alzó a una rama.
- Adiós, pequeño osito, volveremos a vernos.
Y allí en lo más alto de los árboles se oían gritos y alboroto. Todos los koalas daban la bienvenida a Nuco. Samuel y Mariela se marcharon un poco tristes pero felices, porque quién sabe cuántas aventuras esperarán a Nuco y Samuel en un futuro.
Antonio Moreno García

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