En
un tranquilo pueblo vivían un hombre y una mujer, pero un día
decidieron correr nuevas aventuras y se marcharon a vivir a la selva.
Allí podían encontrar o fabricar todo lo que necesitaban: alimentos,
vestidos, enseres, utensilios, etc. Pero también existían otros peligros
desconocidos para ellos: animales salvajes, enanos, plantas venenosas,
duendes, diablos...
Una
mañana, el hombre salió temprano a cazar algún animal para usar su piel
en invierno y alimentarse durante semanas. La mujer se quedó preparando
la cena. De repente, miró por la ventana al jardín y allí vio a un
enano con cara de diablo que la observaba fijamente. Era un "eloko".
Se asustó mucho y, como tenía miedo de que el enano le hiciera daño, se armó de valor y dijo:
- Imagino que tienes hambre, así que siéntate ahí y, en cuanto termine
de preparar esta sopa que estoy haciendo, te daré de comer lo que
quieras.
Algo sorprendido, el eloko se sentó a esperar, tal como la mujer le
había dicho. Pasaron algunos minutos y apareció otro eloko en el jardín
de la casa. La mujer repitió que esperara hasta que la comida estuviese
hecha.
Al poco rato vino otro eloko y otro y otro. Así llegaron un total de
cuarenta enanos al jardín de la casa de la mujer. Ella, sin perder la
calma, les decía a todos que se sentaran y esperasen a que la comida
estuviese preparada.
Cuando acabó de cocinar la sopa, la mujer la sirvió en una calabaza muy
grande. Los elokos lo devoraron todo con rapidez. No quedó resto alguno
de sopa pero aquellos enanos seguían teniendo hambre y le dijeron a la
mujer:
- Como no tienes más comida, te comeremos a ti.
Al oír esto, la mujer, muy asustada, comenzó a llorar desconsoladamente. Entonces se le acercó una tórtola y le dijo:
- Si los humanos no fueseis tan desagradecidos y egoístas yo volaría a avisar a tu marido para que te ayudase.
La mujer, sin parar de llorar, le dijo a la tórtola: "Si me ayudas, te juro por lo más sagrado que te lo agradeceré siempre".
La tórtola salió volando para buscar en el interior de la selva a su
marido. No tardó en encontrarlo. El hombre cargaba con una cierva que
había cazado y con una pequeña calabaza llena de rica miel. La tórtola
empezó a gritarle fuertemente: "¡A tu casa, a tu casa!".
Él reaccionó con sorpresa, pero enseguida comprendió el mensaje del pájaro: "su mujer estaba en peligro".
Tan deprisa como le era posible, echó a correr y al poco rato llegó a su casa.
Se quedó perplejo al ver a los elokos afilando sus cuchillos. Estaban
colocados en un corro, dispuestos a dar muerte a la mujer que se
encontraba en el centro.
El hombre gritó angustiado a los malvados enanos:
- No matéis a mi mujer, esperad. Yo os daré una comida mucho más sabrosa que la carne humana.
Entonces repartió entre ellos la calabaza llena de miel que
había traído. Los elokos devoraron aquel manjar. Cuando acabaron le
dijeron:
- Ciertamente, nos has dado algo muy sabroso, pero si no nos
das más, te mataremos a ti y a tu mujer y después os comeremos a los
dos.
- De acuerdo -les contestó el hombre- pero dadme algo de
tiempo para que vaya al interior de la selva a buscar más miel.
Rápidamente, el hombre fue hasta la colmena donde había cogido
antes el dulce y en una calabaza enorme metió la colmena entera llena
de miel y de todas las abejas que en ella habitaban.
Llegó al jardín de la casa y les dijo a los elokos:
- Os he traído esta calabaza enorme llena del manjar que tanto
os gusta y además os he traído una sorpresa, pero no podéis mirar
mientras os la preparo para que comáis.
Cuando
los enanos estuvieron de espaldas, el marido y la mujer cogieron unas
piedras y las lanzaron con todas sus fuerzas contra la calabaza para
romperla. Hecho esto, los dos salieron corriendo y se metieron en el
interior de su casa, cerrando puertas y ventanas.
De la calabaza rota comenzaron a salir miles de abejas
furiosas que se lanzaron sobre los enanos para acribillarlos con sus
aguijones venenosos.
Los elokos salieron huyendo despavoridos y nunca más volvieron
a aquel lugar. Desde entonces el hombre y la mujer continuaron viviendo
felizmente en la selva.
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