Danilo era un vampiro bajito, muy bajito, y canijo, muy canijo.
Danilo era tan delgadito que debía ir
siempre con piedras en los bolsillos para no salir volando, y tan
bajito que no conseguía llegar a un cuello ni dando saltitos, y como
comía tan poquito (sangre de ratoncitos sobre todo) no conseguía crecer.
El pequeño vampiro había probado de todo
-o de casi todo- para poder morder cuellos de los que eran más altos
que él. Hubo cierta ocasión, por ejemplo, en que se le ocurrió que
ponerse muelles en los zapatos sería de alguna ayuda -Dando un buen
salto -pensaba el vampirín- llegaré al cuello hasta del más alto.
Y tal como lo dijo, así lo hizo. Buscó
unos muelles bien grandes, los ató a sus zapatos bien fuerte y en
cuanto vio un señor muy gordo con un cuello enorme, dio un salto bien
alto. Del salto Danilo al cuello llegó, luego lo pasó, alcanzó la
cabeza y subió más alto. Y luego bajó, y siguió bajando, y no pudo
frenar y… ¡¡¡¡BADABOM!!! ¡Menudo trastazo que se pegó!
-Los muelles -dijo dolorido- no son la
solución. Unos días más tarde, mientras cazaba ratones, se le ocurrió
que unos globos a la cintura bien atados podrían ayudarle a estar bien
alimentado.
Y tal como lo dijo, así lo hizo.
Consiguió muchos globos de todos los colores, los llenó de helio, los
ató a su cintura y, enseguida, del suelo se elevó. Y subió. Y siguió
subiendo.Y llegó tan alto que no veía el suelo.
-¿Y ahora qué hago? -pensó el vampirillo- ¿Cómo puedo bajar?
Y estuvo volando dos o tres días, hasta que los globos se empezaron a desinflar.
-Los globos -dijo apenado- no son la solución.
Y estuvo aquella vez en que Danilo creyó
que usar una escalera sería lo mejor. Buscó una lo bastante alta y con
ella iba de acá para allá, esperando el momento de poder usarla.
Pero al poco tiempo Danilo descubrió que
era muy cansada esta solución. Sin querer rendirse pensó que, tal
vez, esperar en una oscura esquina que alguien llegara sería lo mejor.
Y tal como lo dijo, así lo hizo. Cogió
la escalera, buscó una buena esquina, se subió a ella y allí esperó… y
esperó… y esperó. Hasta que, al fin, a la hora de la cena, una señora
muy elegantona, por allí apareció. Danilo se puso en pie. La señora la
esquina dobló. Danilo los colmillos preparó.
La señora lo vio y dio tal alarido que el pobre Danilo se asustó, retrocedió y…. ¡¡¡BADABOM!!! ¡Menudo costalazo que se pegó!
¡Ayayayay! -dijo Danilo- Las escaleras tampoco son la solución.
¡Pobre Danilo! Ya no sabía qué hacer,
cada vez tenía más hambre y había dejado de crecer. Sentado en un banco
Danilo suspiraba y se lamentaba, y entonces un Señor Vampiro que
paseaba tranquilo, se acercó y le preguntó qué le pasaba. Danilo le
contó, muy afligido, su enorme problema: que era muy chiquito y a los
cuellos no llegaba.
Y el Señor Vampiro, con una gran sonrisa, le dijo:
-¿Y ese es todo lo que pasa?
El pequeño Danilo, se quedó pasmado y algo enfadado. El Señor Vampiro, al verle la cara, rió a carcajadas:
-Ven, sígueme -le dijo-, yo conozco un lugar en el que seguro te van a ayudar. Danilo lo siguió, con mucha ilusión, por ver si era cierto que su gran problema tenía solución.
Tras un rato andando, el Señor Vampiro se detuvo, miró a Danilo y le dijo:
-¡Aquí lo tienes, hijo!
Frente a los vampiros había un gran edificio que sobre la puerta tenía un gran letrero que ponía:
GRAN BANCO DE SANGRE
-En este lugar -dijo el señor amable-
traemos los vampiros unos litros de sangre para todos aquellos que, como
tú, por cualquier motivo, no pueden conseguirla.
Danilo se sorprendió y se alegró:
-¿Puedo entrar, entonces, y pedir que me den sangre?
-¡Por supuesto, para eso es! -¿A cambio de qué? -preguntó, desconfiado, el vampirito.
-A cambio de que, cuando seas grande y puedas tú solo la sangre conseguir, traigas todas las semanas unos litros aquí.
-¡Eso está hecho! ¡Faltaría más!
Y desde ese día el pequeño Danilo no tuvo problemas para obtener sangre.
Y engordó muy pronto, y se hizo más alto, y pudo él solo conseguir su alimento.
Y cada semana, sin faltar ninguna, Danilo el vampiro lleva varios litros para todos aquellos que lo necesiten.
Fin
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