viernes, 26 de abril de 2013

Navegamos rumbo a África - El pájaro de la risa (II parte)

Navegamos rumbo a África - El pájaro de la risa (II parte)






Texto por Rebeca Amado
Ilustración por Brenda Figueroa

"La abubilla se colocó en lo más alto de la plaza y a sus pies, incrédulos, se colocaron todos los habitantes de la tribu formando un semicírculo.

- En primer lugar- comenzó la abubilla –quiero que quede claro que sólo hablaré si alguien encuentra el peine de luz que estaba pasándome por la cabeza cuando algún entrometido abrió la puerta de mi espejismo.

La incredulidad y la sorpresa crecían entre la multitud, mientras el pájaro de la risa continuaba con su historia.

- Pese a mi apariencia de pájaro debéis saber que era, y aún soy, la Doncella Sonrisa, y desde que rompieron mi espejismo no hago más que buscarme a mi misma. Sé que será difícil volver a ser la que era, sin embargo, el sol me dijo que si miraba alrededor y comenzaba a aliviar los males de aquel que me lo pidiera, mi maldición terminaría pronto -explicó.- Pero no podré ayudaros sin el peine de la luz. 


Unos segundos después las protestas ya se habían extendido alrededor de la plaza. Cuando los aldeanos vieron aparecer a los niños con el pájaro sintieron un pequeño alivio, pensaron que el final de la infelicidad estaba cerca, y ahora este pajarraco les pedía un último gran esfuerzo. Sin embargo, ninguno de los allí presentes tenía la fuerza necesaria para emprender la búsqueda del peine de la luz.

- ¡No se terminará nunca nuestra tristeza! -gritó una anciana

- Un momento -gritó el niño- sé que estamos cansados y desanimados, pero la pereza es mala consejera. Si nadie quiere ir, iré yo -dijo.

- Yo te acompañaré -añadió la niña poniéndose en pie.

 Según las indicaciones del Pájaro de la Risa, debían buscar el peine en un espejismo y cuando lo encontrasen, si lo encontraban, tendrían que traerlo de vuelta a la tribu entonando la canción que les había enseñado.


Hut, hut, hut, te toco a ti, hut, hut, hut, me tocas a mí, si sabes donde me harás reír, si sabes cómo nos vamos a divertir.

 
Algo resignados, pero con toda la fuerza que necesitaba su aldea, los niños emprendieron la marcha y al amanecer del segundo día llegaron a la cuarteada llanura de los espejismos. Pasaron varios días en aquel triste lugar saltando de un espejismo a otro sin éxito. Cada vez que creían haber llegado al corazón de una de esas brillantes ilusiones éstas se esfumaban.


De repente, cuando la fatiga estaba apunto de terminar con las fuerzas de los pequeños aventureros, la niña recordó la pista en forma de acertijo que la abubilla les dio antes de salir: “O ves el horizonte debajo de tus pies o nunca cesará de alejarse.” Pensó y pensó hasta que al fin obtuvo la respuesta.

- ¡Ya lo tengo! -gritó-. Debemos quedarnos quietos hasta que a cierta hora, en un instante determinado del día, el espejismo que contiene el peine de la luz aparezca a nuestros pies.

 Así lo hicieron. Permanecieron en el mismo sitio durante horas hasta que se quedaron dormidos, y al despertar la niña miró el suelo y vio la piedra blanca de bordes estriados en la que estaba, fosilizado, el peine de luz.

- ¿Estás segura de que está ahí?-dudó el niño.

 - Hut hut si sabes donde me harás reír… -cantó la niña, muy decidida a no espantar la belleza de ese hallazgo.

Con sumo cuidado introdujeron la piedra con el peine de luz en el interior de la cáscara de huevo de avestruz y retornaron al poblado cantando alegremente.

La abubilla dio una voltereta abriendo y cerrando su cresta nerviosa pero también feliz de que los niños hubieran encontrado lo que había perdido. Entonces, tomó la piedra con el pico, extrajo el peine, lo tomó con una de sus alas y comenzó a peinarse la cresta con auténtica furia, como si quisiese reducir con prisa el tiempo de condena y deshacer de golpe el hechizo que la encerraba en esa forma. 


En ese momento, todos los habitantes, las casas, los perros, las gallinas y hasta los cacharros de cocina comenzaron a deshacerse de su pena llenándose de vida.

Todos entraron en un espejismo en el que cada cual se convirtió en otros. La comunidad al completo fue primero un animal de la selva, luego alguien de otra raza y otra región, y finalmente los cuerpos de unos en las almas de los otros.

Hasta que la abubilla, ya reconvertida en la Doncella Sonrisa, puso fin al desbarajuste y dijo:

- Habíais perdido la risa porque cada uno de vosotros quería ser otro. Estabais donde no erais y erais donde no estabais- Por último, fue directamente hacia los reyes y les señaló los puntos precisos del cuerpo en los cuales se ocultaba la risa.

Y fue así como se recobraron, dice el cuento, las cosquillas, y con ellas el tacto, el amor y la diversión.”


Cuando su amigo terminó de contarle esta historia Teo estaba lleno de dudas.

- Pero entonces, ¿debería ir hasta el desierto a buscar a un pájaro para que mi padre se ría más? -preguntó.

- No hombre no, que cosas tienes Teo -contestó su amigo.- Cuando mi abuelo me contó esta historia me dijo que a veces las personas pierden alegría y fuerza por pensar solo en lo que no tienen, o por preocuparse por las cosas malas que podrían pasar antes de que pasen, o simplemente por perseguir cosas que no existen. Hasta que al final son incapaces de disfrutar de lo que ya tienen. Tienes que colgar en tú habitación todas las sonrisas que has capturado, pero lo mas importante es que le cuentes a tu padre lo bien que lo has pasado hoy en el parque con tu cámara mágica. Compartir la alegría es la mejor manera de contagiarla.

Teo volvió a su casa y el amigo del parque estiró sus brazos agitándolos con fuerza hasta convertirse en abubilla, desapareciendo entre las nubes.

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