Clarita la golosa (para la obediencia)
- ¡Mamá, guapa; anda, cómprame la muñeca!
-Tendrás la muñeca, hija mía. Yo te la compraré, pero quiero que seas aplicada y obediente.
- Te lo prometo, mamita. Me aplicaré en el colegio.
- ¡Ah! y quiero que, sobre todo, no seas golosa ni tan curiosona. Ya sabes que no me gusta que revises y curiosees los armarios.
- Bueno , mamá, no volveré a meter las narices ni las manos en todos sitios. Ya no seré fisgona.
Un día, por la tarde, a la vuelta del colegio, vio Clarita que su mamá se disponía a salir a la calle:
- Mamá, ¿me dejas ir contigo?.
- Hoy no puedes venir, te aburrirás. Vuelvo en seguida. Ten cuidado y no rebusques en los armarios. Sobre todo te encargo que no abras el armario de la cocina ni el frigorífico. Si a mi vuelta me entero que me has obedecido, te regalaré la muñeca que tanto deseas.
Se marchó la mamá. Clarita empezó a leer unos cuentos, pero al poco tiempo no pudo resistir su deseo de verlo y tocarlo todo y empezó a revisar los armarios.
- ¿Por qué me habrá dicho mamá que no abra el armario de la cocina?. Voy a ver lo que hay.
Aunque estaba cerrado con llave, pronto dio con ella. Abrió y … ¡vaya sorpresa! ¡Una bandeja de pasteles! Los miró y remiró con ansia. Se bajó de la banqueta. Volvió a subir. Empezó a tocarlos. Se chupó los dedos. No pudo resistir y comió uno. Había muchos y mamá no lo notaría.
Tanto le gustó que cogió otro, el de merengue. Se le iban los ojos: ¡tan blanco, tan grande, tan dulce! … La boca se le hacía agua y … se lo comió.
Cerró el armario y siguió revisando armarios y cajones.
Al poco tiempo llegó mamá. Traía algunos paquetes y además una caja grande de cartón bajo el brazo.
Muy cariñosa, Clarita salió a la puerta.
- ¿Traes la muñeca, mamá?
- Sí, Clarita, si; pero antes de dártela quiero saber si te la has merecido, si no has fisgado los armarios y cajones.
Clarita se puso nerviosa, estaba intranquila. Hasta se puso colorada. Su mamá lo notó y le dijo:
- ¿Qué te pasa? Parece que te has puesto un poco triste, así de repente.
La mamá fue directamente al armario de la cocina. Vio la llave puesta que Clarita había olvidado quitar. Lo abrió y vio que faltaba el pastel de merengue, el único que había en toda la bandeja. Cogió a la niña por el brazo y le dijo:
- Me lo estaba temiendo. Sigues con esa mala costumbre de fisgarlo todo y con tu afición a los dulces, pues ya veo que te has comido el de merengue. Eres incorregible hija mía. Con ello me tienes disgustada y por le momento has perdido la muñeca.
La niña, al verse descubierta, arrepentida y llorosa dijo a su madre:
- ¡Mamá, perdóname! No he sabido vencer mi ansia por los dulces. Acabo de comprender lo feo de mi conducta. Te prometo no volver a tocar lo que no tú no me des.
- Dame un beso, Clarita. Te perdono y … toma la muñeca porque estoy segura de tu arrepentimiento y porque confío en tu promesa.
- ¡ Gracias, mamá!
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