lunes, 7 de enero de 2013

Navegamos rumbo a... Camboya - El saco de los cuentos

Navegamos rumbo a... Camboya - El saco de los cuentos




 
Texto de Rebeca Amado
Ilustración de Raquel Blázquez
A orillas del río Sen, en la aldea Prek Sbauv, crecía libremente Samai. 
Durante el tercer año de escuela Samai y sus amigos, Dara y Pich, aprendieron que en el río Sen nadaban más de doscientas especies diferentes.
-Doscientos tipos de peces son muchisimos peces. Quiero ver cada una de las especies con mis propios ojos- pensó Samai.
Desde aquel día, todas las tardes Samai Dara y Pich bajaban al río a perseguir peces. Pero el río era muy grande y ellos demasiado pequeños, así que muchos días solo veían los peces que habían visto el día anterior.
-Siempre bajamos al mismo lugar ¡nunca conseguiremos ver todas las especies!- dijo desanimado Pich.
-¡Tengo una idea!- Dijo Samai – Mañana bajaremos con la barca de mi padre. Así llegaremos mucho más lejos.
-A lo mejor llegamos hasta el lago Sap ¡Allí tienen que estar todas esos peces!- gritó Dara.

Al día siguiente, los tres amigos remaron y remaron en busca de un pez que nunca antes hubieran visto, hasta que cansados de tanto remar pararon en la orilla, cerca de una pequeña cascada. De pronto vieron algo amarillo moviéndose en el agua.
 -¡Es un Tamboril! - gritó Pich  - Tenemos que remar para verlo de cerca.
Al acercarse no solo vieron al Tamboril con sus propios ojos sino que, además, descubrieron una pequeña cueva detrás de la cascada.
-Voy a investigar- dijo Samai –Vosotros quedaros aquí- ordenó a sus amigos.
- ¿Por qué?- Dijo Pich –Nosotros también queremos verlo.
- Porque es la barca de mi padre y mando yo.
Sin dudarlo un segundo Samai dejó a sus amigos al cuidado de la barca y se adentró en la cueva. Y cual no sería su sorpresa al descubrir en su interior un pequeño estanque con cientos de peces de colores.
-¡Oh cuantos tipos de peces!- Samai no salía de su asombro. -Este será mi secreto, no lo compartiré con nadie. Mañana volveré aquí yo solo.
Esa misma noche Samai le contó a su padre lo que había descubierto, y también la decisión de no compartirlo con sus amigos.
- Descubrir sin compartir no es igual de divertido- le dijo su padre. ¿Recuerdas lo que le pasó al pequeño Lom con su saco de cuentos?
El pequeño Lom vivía en una gran casa al norte de Camboya, y tenía un criado que cada noche le contaba un cuento popular. Las historias solían ser de enormes gigantes y poderosos magos, tigres feroces y sabios elefantes, emperadores opulentos y hermosas princesas. Cada noche había un nuevo cuento, y a Lom le encantaba escucharlos. Sabía que eran relatos muy antiguos, pues el criado los había heredado de su abuela, y esta de su bisabuela…
Lom siempre les repetía a sus amigos que conocía cientos de historias, pero nunca se las quería contar a nadie, por lo que los cuentos si iban quedando poco a poco aprisionados en una bolsa de su habitación.
Al cabo de los años Lom se hizo mayor y decidió casarse con una guapa muchacha del pueblo. La noche de antes de la boda, el viejo criado cuentacuentos oyó murmullos en la habitación de Lom y, asustado, decidió acercarse para escuchar. Los ruidos venían de la bolsa de los cuentos, que charlaban entre ellos y se lamentaban. 
- Mañana se casa y nosotros seguimos aquí atrapados, no hay derecho- refunfuñaba uno de los cuentos.
- Debería habernos dejado salir. Ahora pagará por su egoísmo- añadió otro cuento.
Todos los cuentos se unieron para trazar un plan contra Lom que evitara que llegase a tiempo a su boda. Acordaron que un cuento se convertiría en el pozo del camino cuyo agua le daría dolor de estomago, otro se convertiría en una sandía que le provocaría un dolor de cabeza horrible y, un tercer cuento se transformaría en serpiente y le mordería.
El viejo criado estaba horrorizado por lo que había escuchado y pasó la noche en vela trazando su propio plan.

A la mañana siguiente, cuando Lom se disponía a coger su caballo y cabalgar hasta el pueblo de su amada, el criado salió apresurado de casa y le dijo que lo acompañaría. Un par de horas después de haber comenzado el viaje llegaron a un pozo. "¡Alto!", gritó Lom. "Tengo sed", pero el anciano no hizo caso y ordenó a los caballos que no  se detuviera allí. Poco después llegaron a un campo repleto de sandías. "¡Para!", ordenó Lom. "Tengo mucha sed. Quiero una sandía". El criado no le hizo caso y siguieron adelante.
Cuando llegaron al pueblo el criado se mantuvo alerta esperando el ataque de una serpiente, pero allí no apareció ninguna. Al anochecer, cuando los novios ya estaban descansando en su nueva casa, el viejo criado entró en la habitación sin avisar. "¿Qué descaro es este?", exclamó Lom. Pero el anciano, sin mediar palabra, levantó la alfombra y descubrió la serpiente venenosa. La cogió por el cuello y la lanzó por la ventana."¿Cómo sabías que ahí había una serpiente?", le preguntó sorprendido Lom.
El criado le explicó el plan de los cuentos y el motivo de su enfado desde que decidió dejarlos encerrados en una bolsa. Desde aquel día, Lom decidió contar cada noche un cuento a su mujer, y así, poco a poco, los cuentos pudieron ir saliendo de la bolsa en la que estaban atrapados. Años más tarde, Lom se los contó también a sus hijos, y estos a los suyos, creando así una cadena que no se rompería nunca y que ha llegado hasta nuestros días.”
A la mañana siguiente cuando Samai se encontró de frente con sus amigos no pudo disimular la emoción del nuevo descubrimiento. Por la tarde volvieron los tres juntos al estanque de la cascada. Después de todo, ¿qué sentido tenía descubrir sin compartir?

No hay comentarios: