Navegamos rumbo a... Camboya - El saco de los cuentos
Texto de Rebeca Amado
Ilustración de Raquel Blázquez
Ilustración de Raquel Blázquez
A orillas del río Sen, en la aldea Prek Sbauv, crecía libremente Samai.
Durante el tercer año de escuela Samai y
sus amigos, Dara y Pich, aprendieron que en el río Sen nadaban más de
doscientas especies diferentes.
-Doscientos tipos de peces son muchisimos peces. Quiero ver cada una de las especies con mis propios ojos- pensó Samai.
Desde aquel día, todas las tardes Samai
Dara y Pich bajaban al río a perseguir peces. Pero el río era muy grande
y ellos demasiado pequeños, así que muchos días solo veían los peces
que habían visto el día anterior.
-Siempre bajamos al mismo lugar ¡nunca conseguiremos ver todas las especies!- dijo desanimado Pich.
-¡Tengo una idea!- Dijo Samai – Mañana bajaremos con la barca de mi padre. Así llegaremos mucho más lejos.
-A lo mejor llegamos hasta el lago Sap ¡Allí tienen que estar todas esos peces!- gritó Dara.
Al día siguiente, los tres amigos
remaron y remaron en busca de un pez que nunca antes hubieran visto,
hasta que cansados de tanto remar pararon en la orilla, cerca de una
pequeña cascada. De pronto vieron algo amarillo moviéndose en el agua.
-¡Es un Tamboril! - gritó Pich - Tenemos que remar para verlo de cerca.
Al acercarse no solo vieron al Tamboril
con sus propios ojos sino que, además, descubrieron una pequeña cueva
detrás de la cascada.
-Voy a investigar- dijo Samai –Vosotros quedaros aquí- ordenó a sus amigos.
- ¿Por qué?- Dijo Pich –Nosotros también queremos verlo.
- Porque es la barca de mi padre y mando yo.
Sin dudarlo un segundo Samai dejó a sus
amigos al cuidado de la barca y se adentró en la cueva. Y cual no sería
su sorpresa al descubrir en su interior un pequeño estanque con cientos
de peces de colores.
-¡Oh cuantos tipos de peces!- Samai no
salía de su asombro. -Este será mi secreto, no lo compartiré con nadie.
Mañana volveré aquí yo solo.
Esa misma noche Samai le contó a su padre lo que había descubierto, y también la decisión de no compartirlo con sus amigos.
- Descubrir sin compartir no es igual de
divertido- le dijo su padre. ¿Recuerdas lo que le pasó al pequeño Lom
con su saco de cuentos?
“El
pequeño Lom vivía en una gran casa al norte de Camboya, y tenía un
criado que cada noche le contaba un cuento popular. Las historias solían
ser de enormes gigantes y poderosos magos, tigres feroces y sabios
elefantes, emperadores opulentos y hermosas princesas. Cada noche había
un nuevo cuento, y a Lom le encantaba escucharlos. Sabía que eran
relatos muy antiguos, pues el criado los había heredado de su abuela, y
esta de su bisabuela…
Lom siempre les repetía a sus amigos
que conocía cientos de historias, pero nunca se las quería contar a
nadie, por lo que los cuentos si iban quedando poco a poco aprisionados
en una bolsa de su habitación.
Al cabo de los años Lom se hizo mayor
y decidió casarse con una guapa muchacha del pueblo. La noche de antes
de la boda, el viejo criado cuentacuentos oyó murmullos en la habitación
de Lom y, asustado, decidió acercarse para escuchar. Los ruidos venían
de la bolsa de los cuentos, que charlaban entre ellos y se lamentaban.
- Mañana se casa y nosotros seguimos aquí atrapados, no hay derecho- refunfuñaba uno de los cuentos.
- Debería habernos dejado salir. Ahora pagará por su egoísmo- añadió otro cuento.
Todos los cuentos se unieron para
trazar un plan contra Lom que evitara que llegase a tiempo a su boda.
Acordaron que un cuento se convertiría en el pozo del camino cuyo agua
le daría dolor de estomago, otro se convertiría en una sandía que le
provocaría un dolor de cabeza horrible y, un tercer cuento se
transformaría en serpiente y le mordería.
El viejo criado estaba horrorizado por lo que había escuchado y pasó la noche en vela trazando su propio plan.
A la mañana siguiente, cuando Lom se disponía a coger su caballo y cabalgar hasta el pueblo de su amada, el criado salió apresurado de casa y le dijo que lo acompañaría. Un par de horas después de haber comenzado el viaje llegaron a un pozo. "¡Alto!", gritó Lom. "Tengo sed", pero el anciano no hizo caso y ordenó a los caballos que no se detuviera allí. Poco después llegaron a un campo repleto de sandías. "¡Para!", ordenó Lom. "Tengo mucha sed. Quiero una sandía". El criado no le hizo caso y siguieron adelante.
Cuando llegaron al pueblo el criado
se mantuvo alerta esperando el ataque de una serpiente, pero allí no
apareció ninguna. Al anochecer, cuando los novios ya estaban descansando
en su nueva casa, el viejo criado entró en la habitación sin avisar.
"¿Qué descaro es este?", exclamó Lom. Pero el anciano, sin mediar
palabra, levantó la alfombra y descubrió la serpiente venenosa. La cogió
por el cuello y la lanzó por la ventana."¿Cómo sabías que ahí había una
serpiente?", le preguntó sorprendido Lom.
El criado le explicó el plan de los
cuentos y el motivo de su enfado desde que decidió dejarlos encerrados
en una bolsa. Desde aquel día, Lom decidió contar cada noche un cuento a
su mujer, y así, poco a poco, los cuentos pudieron ir saliendo de la
bolsa en la que estaban atrapados. Años más tarde, Lom se los contó
también a sus hijos, y estos a los suyos, creando así una cadena que no
se rompería nunca y que ha llegado hasta nuestros días.”
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