hojas y ramas se deslizaran en el fondo. Pedazos de cielo caían
encendidos sobre ellas. Y la hoja medio hundida parecía también hundirse
de una vez.
Allí –junto a todo– como si se hubiera rendido a las corrientes del
río, lentamente... lentamente viajaba una mariposa azul.
“...Me veo a mí”, dijo finalmente.
...
Durante tanto tiempo había creído que de verdad se conocía, pero
entonces por primera vez, sintió que había estado viendo solamente
fragmentos de sí misma.
En su pequeño río, un poco más allá de la cascada silenciosa,
contemplaría la silueta entera de sus alas; suave, serena como las hojas
colgantes del bosque. Lisa, como las transparentes aguas del río.
...Su pequeño cuerpo. Cuánto había cambiado... Ya no era pesado. Ni
lánguido... Ligero, que ahora respiraba y atravesaba el viento.
Extremidades largas y delicadas; que apenas rozaban pétalos abiertos.
Y en los límites de su mundo dos antenas que se mecían; sin
detenerse y sin conocer el cansancio. Que conversaban, discutían y reían
de vez en cuando entre ellas; que estaban separadas y que sin embargo
en su mismo comienzo estaban unidas.
Por último, sus colores azules. Aquellos que solían adornar las
flores ahora se deslizaban suavemente sobre el ancho río... Aspiraban en
silencio su frescor eterno, y en su interior vertían cálida su belleza
etérea.
Escondían en lo más profundo la historia del bosque. Y derramaban por todo su alrededor, el brillo del cielo....
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