martes, 4 de agosto de 2009

Historia de sapos y ranas

Historia de sapos y ranas

Cuento de Adriana Lamela

Historia de sapos y ranas


Era una mañana fresca y luminosa. El mes de marzo apenas asomaba en el calendario y en el Jardín de Infantes de la laguna Piedra Libre, todos los animalitos en edad preescolar, se preparaban para su primer día de clases.
Con sus moños grandes y amarillos en la cabeza y el delantal de broderie, las dos ranitas mas lindas y traviesas de la laguna aguardaban ansiosas junto a sus compañeritos, la llegada de Doña Garza, la nueva “Seño”.
Cuando al fin comenzó la clase y de a uno, los pequeños animalitos, fueron diciendo sus nombres con mucha vergüenza y emoción:
—Marcelito… —dijo un pequeño y gris pajarito.
—¡Ramón Castillo! —dijo un grillo.
—Alvarito… —dijo en voz baja el patito.
Y así, fueron presentándose hasta que llegó el turno de las coquetas ranitas que eran gemelas y les encantaba ser el centro de atención…
¡Cuánta fue la sorpresa de todos —incluyendo a la Seño— cuando dijeron sus nombres! Y ellas, muy orondas, mientras disfrutaban un riquísimo desayuno, contaron con lujo de detalles la historia de cómo fueron bautizadas con aquellos nombres:

“Resulta que, cuando Doña Rana Ana estaba embarazada de las ranitas, es decir, en la dulce espera, un buen día Don Sapo Apo, futuro papá, la invitó a dar un largo paseo por la laguna. Una enorme y bellísima hoja de camalote, brillando al sol, los esperaba en la orilla.
Entonces, Don Sapo Apo, dio un saltito y se ubicó en la hoja: ¡Pliff!… pero, Doña Rana Ana, con su gran panza, casi la da vuelta: ¡Plaff!… Finalmente, salvado el inconveniente, la feliz pareja disfrutó de la brisa que los remolcaba lentamente sobre las verdes aguas.
Al atardecer, viendo Don Sapo Apo que su esposa estaba muy, pero muy cansada, decidió que ya era tiempo de regresar. Una vez junto a la orilla, el Sapo Apo, de un saltito: ¡Pliff!, aterrizó en los matorrales. Pero cuando Doña Rana Ana dio el suyo: ¡Plaff! …zuuuuuuummmmmmm, ¡la pobre resbaló!… y fue a dar de cabeza contra un tronco de caña.
Con semejante golpe, Doña Rana Ana se desmayó y su marido, asustado y sin saber qué hacer, comenzó a dar grandes saltos pidiendo ayuda:
—¡Auxilio! ¡Socorro!… ¡Doña Rana Ana se ha caído!
En su desesperación al ver que no despertaba, Don Sapo Apo comenzó a llorar desconsolado:
—¡Ay Doña Rana Ana!… snif… snif…
—¡Ay Diosito querido! ¡Qué gran macana! snif… snif…
—¡Ay qué desgracia la mía! ¡Que maca… snif… nita… snif… snif! ¡Qué maca... snif… nita… snif!
De tan preocupado, Don Sapo Apo no se dio cuenta que su esposa, al fin, había despertado y con sus grandes ojos, lo miraba muy sonriente. Tomándolo de una pata, lo sacudió un poquito para que dejara de lloriquear y muy seria, le dijo:
—Mi amado Sapo Apo… ¡ya tengo los nombres para nuestras gemelas!
—¿Qué??? —preguntó el Sapo Apo, aliviado de que sólo hubiera sido un susto, pero sorprendido del buen humor de su esposa a pesar del golpe.
—Cariño…te digo que ya sé cómo llamaremos a nuestras ranitas —le dijo ella tan contenta—. Se llamarán: ¡Maca… y… Nita!… ¿Qué te parece? ¿No es una idea genial?
Y dicho esto, emprendió el camino de regreso, saltito tras saltito, dejando atrás a papá Sapo, con la boca abierta, ¡sin entender un pepino!”

—Y así fue cómo obtuvimos… ¡nuestros preciosos nombres! —exclamaron Maca y Nita al mismo tiempo.
—Nuestra mamá siempre tiene ideas geniales… —dijeron después, muy orgullosas y también, al mismo tiempo.
—La mamá de Maca y Nita —concluyó Doña Garza— supo darle a su gran tropezón, un final feliz y eso mis queridos niños… es lo mejor de esta historia, ¿verdad?
—¡Verdaaaaad, señoritaaaaaaaaaaa! —dijeron todos a coro.


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