sábado, 15 de agosto de 2009

CUENTOS DE RATONES: LEO Y QUINQUECITA

CUENTOS DE RATONES: LEO Y QUINQUECITA

Publicado por Ricardo en Junio 30, 2008

Acabo de llegar a casa del almuerzo con los/las compañeros/as del insti. Me acabo de despedir hace unas horas de todos/as ellos/as en el claustro de final de curso. Comienza una nueva etapa de mi vida profesional tras cinco años como jefe de estudios del insti. ¿Qué haré mañana por la tarde, me preguntaba ayer por la noche? Saldar una deuda con dos personitas que una vez me hicieron muy feliz poniéndome un comentario en el blog. Me pidieron una historia de muchos ratones, que se lo pasaran muy bien, que los protagonistas se casaran y tuvieran siete hijos a los que les contaran cuentos para dormir.

Allá va la historia. Con mucho cariño para Paula y Ángela.

“Cuentos de ratones: Leo y Quinquecita”

Hacía ya algún tiempo que Leo se había mudado a la Luna desde Cucópolis de las Nubes, porque la Luna estaba entre Cucópolis y Luminolandia, y más cerca de Tyroneso que Cucópolis, así el transporte de un lugar a otro era mucho más fácil para su amigo el mirlo, que, por ejercer de cartero sideral, siempre estaba de un lado para el otro.

Los meses pasaban apaciblemente en la Luna mientras Leo meditaba su fiesta de cumpleaños y la celebración de ésta con todos sus amigos ratones de la tierra. Quería escribirle de nuevo a Fréderick, pero he aquí que algo extraordinario sucedió. Porque, como ya saben los lectores, los habitantes de Luminolandia son lámparas, y, si recuerdan la última carta de Leo a Fréderick, Leo tenía una buena amiga en Luminolandia llamada Quinquecita.

Luminolandia era una tierra muy especial donde no se aceptaba por las buenas a otros habitantes más que a las lámparas nativas. Por eso, Leo se desanimaba a menudo cuando pensaba en cuánto le gustaba Quinquecita. Él era un ratoncito, ella una lamparita, mas, con el tiempo, ambos aprendieron que había más cosas que los unían que otras que los separaban, y empezaron a verse con más frecuencia que antes porque, en el fondo, siempre se habían gustado mucho y la llama del amor ya había prendido en ellos.

Quinquecita era una lámpara preciosísima, y eso que casi nunca se esmeraba en peinarse y que rara vez se maquillaba. Sólo lo hacía en las ocasiones muy especiales y entonces lucía auténticamente maravillosa. En la clasificación de los ciudadanos-lámparas del gobierno luminolandés, Quinquecita estaba catalogada con la denominación de “Lámpara miope”, según la cantidad de luz que podían emitir sus ojos. Esto era algo habitual en las lámparas de ojos claros, porque al vivir en un país tan luminoso como aquél, dicha luminosidad afectaba a las retinas de las lámparas de ojos claros, que perdían un poquitín de visión. Ahora bien, según la calidad de la luz que Quinquecita emitía, estaba catalogada en la categoría de “Lámpara muy preciosa”, que era la primera y mejor de todas las categorías. Quinquecita tenía muchos pretendientes de su tierra, pero ella seguía pensando en Leo, así como Leo pensaba todo el día en ella.

Las numerosas visitas de Leo al país luminoso trajeron consigo que éste llegara a trabar una gran amistad con un ministro, el cual terminó intercediendo ante el rey por la boda de Leo y Quinquecita. Los argumentos fueron muy claros:

1-Ambos estaban enamorados el uno del otro, cosa que no podía negarse.

2-Leo llevaba mucho tiempo viajando a Luminolandia y era bien aceptado y querido por todos sus habitantes.

3-Leo quería a su vez a la tierra luminosa y a las propias lámparas.

4-Luminolandia debía abrirse a muchas costumbres y aceptar la relación de sus ciudadanos con otras especies del universo.

5-La unión de Leo y Quinquecita debía apoyarse porque, en fin, era la voluntad de ellos.

Finalmente, el rey de Luminolandia aceptó el compromiso y los felices novios empezaron a hacer los planes para su unión y su vida en común. La boda sería en la Luna, país vecino de Luminolandia, porque los amigos de Leo tenían más facilidad para desplazarse hasta allí y porque se aprovecharía el enlace para un hermanamiento de ambas naciones.

Fréderick fue el ratón encargado de preparar el desplazamiento de los ratones terrícolas a la Luna, para lo cual solicitó la ayuda de los escarabajos peloteros voladores, a los que Zeus, el rey de los dioses griegos, no podía ni ver desde que uno de ellos dejó caer una pelotita de caca durante su vuelo y le cayó al dios entre sus piernas (esta anécdota la aprovechó después Esopo para invertarse una de sus fábulas).

De Tyroneso, la isla de queso, se trajeron para el festín nupcial 2511 variedades de queso que hicieron las delicias de los ratones. Por su parte, Luminolandia aportó unas especies de “fuegos artificiales”. Cuando una lámpara de Luminolandia muere, se apaga. Entonces es llevada a un almacén donde permanece a la espera de poder brillar en una ocasión especial. Así, una boda o el nacimiento de una nueva lámpara dan la oportunidad a las “lámparas apagadas” de brillar por última vez para el disfrute de otros. En esas ocasiones, las “lámparas apagadas” son lanzadas por un propulsor hacia el universo. La velocidad que adquieren en el espacio sideral hace que emitan un rayo de luz dinámico y cuando se detienen quedan con esa luz convertidas en nuevas estrellas. Para la boda de Leo y Quinquecita se soltaron al espacio cientos de “lámparas apagadas” que ofrecieron un maravilloso espectáculo a todos los invitados y conformaron un magnífico firmamento de estrellas.

Leo y Quinquecita vivieron muy felices y tuvieron siete hijos: cuatro chicos y tres chicas. Los chicos se llamaban Ratoquín, Leoquín, Quinquetín y Lamparón (éste se llamaba así porque era regordete); y las chicas Leoquecita, Ratoquinita y Quinquebichita. Vivían en la Luna, pero pasaban las Navidades, los fines de semana y las vacaciones grandes en Luminolandia y eran visitados muy a menudo por los ratones terrícolas amigos de Leo y por las lámparas luminolandesas de ya saben donde. Por las noches, Leo y Quinquecita les contaban cuentos a sus hijos, que se dormían viendo las “lámparas apagadas” convertidas en estrellas.

Colorín colorado este cuento se ha acabado.

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