martes, 4 de agosto de 2009

Benancio tiene hipo

Benancio tiene hipo

Cuento de Samy Bayala

Benancio


Esa mañana el sapo Benancio estaba muy inquieto, porque a la tarde tenía una cita con la sapa Jacinta.
Benancio arrancó un yuyo largo, se lo ató a modo de corbata alrededor del cuello y se puso a juntar flores.
Estaba tan contento que quiso croar, pero la panza se le infló de pronto y en cuanto abrió la boca lo único que le salió fue “¡Hip!, ¡hip!”
Pobre Venancio, tenía hipo. ¡Qué desesperación!
¿Cómo iba a hacer para cantarle canciones de amor a la sapa Jacinta?
¿Cómo iba a croar fuerte para impresionarla?
En fin, ¿cómo iba a declararle su amor?
—Yo creo croac, que lo mejor va a ser que veas a la comadreja curandera, croac, ella sabe todo sobre empachos y brujerías, seguro que puede sacarte el hipo —dijo su amigo Fortunato y, sin más ni más, lo acompañó a la casa de la bruja.
La comadreja le dijo que tenía que tomar diez sorbos de agua sin respirar.
Pero no hubo caso, a falta de diez, Benancio tomó veinte y cuando fue a darle las gracias a la comadreja un “¡Hippp!” así de grande salió de su boca.
La comadreja probó, entonces, con otras cosas pero nada fue suficiente.
Ni la danza del mosquito alrededor de Benancio; ni atarle el dedo gordo del pie con un hilito y tirar fuerte; ni las cosquillas de gusano.
—Mejor va a ser que veas a la lechuza Francisca, ella sabe mucho sobre este asunto del hipo —dijo la comadreja que ya estaba cansada de tanto lío y tenía muchas cosas que hacer.
Benancio y Fortunato corrieron lo más rápido que pudieron porque las horas pasaban y cada vez faltaba menos para la cita.
Al llegar al árbol del palo verde, llamaron a la lechuza que se hizo esperar para hacerse la importante.
—¡Hipo!, eso es una pavada chist —dijo—, tenés que llevarte un buen susto y el hipo se va por donde vino. Esperen acá.
La lechuza Francisca se escondió atrás de unas ramas y se puso un disfraz de hojas secas y piolines amarillos.
De pronto apareció con los ojos bien abiertos.
—¡Uhhh!, ¡uhhh! —hizo moviendo el traje como si fuera un fantasma.
Pero Benancio y Fortunato se rieron a más no poder, porque no hay nada más divertido que ver a una lechuza disfrazada.
La lechuza Francisca se ofendió y cerró con fuerza la puerta de su casa mientras decía:
—Corto mano corto fierro...
Pero como, a pesar de la risa, a Benancio el hipo no se le iba, el sapo Fortunato dijo con seriedad:
—Yo creo que tenés que ir a la cita, ningún sapo que tenga orgullo de serlo, deja plantada a una señorita sapa.
—¡Hip! ¡Hip! —se escuchó por respuesta.
—Bueno, ya que estás de acuerdo conmigo yo te voy a dar un consejo. Lo mejor en estos casos, es que hables poco y rápido para no pasar papelones con tanto hipo.
Benancio, sin perder más tiempo, se fue saltando por el camino rojo con su corbata de yuyos y un ramito de flores en la mano.
Cuando llegó al lugar en donde tenía que encontrarse con la sapa Jacinta se sentó, un poco nervioso, a esperarla.
Jacinta apareció con toda su hermosura a cuestas.
Benancio sintió que el corazón le bailaba un malambo en el pecho y le pareció que la tarde tenía más colores.
—Jacinta es más linda que las hadas de los cuentos —pensó Benancio y casi suspira, pero enseguida se acordó del consejo de Fortunato y aguantó la respiración.
—Hola, ¿cómo estás, bien? —dijo Jacinta.
Benancio se quedó perdido por un segundo en la mirada de la sapita pero para no parecer maleducado dijo que sí, con la cabeza, y le dio el ramo de flores.
Después fueron a pasear y aunque el sapo casi no podía hablar, por culpa del hipo, el paseo fue muy lindo.
La luna ya acariciaba las ramas de los pinos cuando Jacinta dijo:
—No me gustaría que el día termine sin que me cantes una canción.
Benancio olvidó por un momento su hipo, ¿cómo recordarlo si los lindos ojos de Jacinta lo miraban?
El corazón otra vez bailó adentro del pecho y el sapito tomando aire se dispuso a cantar la canción de amor más hermosa que puedan imaginar.
Pero en cuanto abrió la boca en vez de “Croacc, croac...” (así era como empezaba la canción), le salió un “¡Hipp!” muy desentonado y Jacinta empezó a reír sin parar.
Benancio sintió tanta vergüenza, que se escondió atrás de una piedra grande.
El hipo no se iba y el sapo estaba a punto de llorar, cuando apareció Jacinta tratando de disimular su risa.
—Yo conozco una magia que cura el hipo —dijo la sapa.
Y Benancio abrió los ojos grandes como un sapo grande.
Entonces Jacinta le acarició la boca del estómago a Benancio y dijo:
—Sana, sana, colita de rana, si no sana hoy, sanará mañana.
Y después de decir eso le dio un beso fuerte en la mejilla.
El sapo nunca supo si la magia estaba en las palabras o en el beso, pero que el hipo se le pasó se le pasó.
Entonces Benancio se animó a declararle su amor.
Jacinta aceptó y le dijo que él era el sapo más lindo del mundo.
Y ahí nomás, muy abrazaditos, se fueron juntos a compartir el mismo charco.

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