sábado, 16 de marzo de 2013

Rog el Duendecillo

Rog saltaba alegremente por el bosque, se dirigía a sus quehaceres diarios, que no era otra cosa que sacarles brillo a las cientos de monedas de oro que cada día acuñaban sus compañeros, después de que otros sacaran el mineral de las minas. Así era, todos los duendecillos y duendecillas tenían un cometido que hacer. Algunos cuidaban de las plantas, regándolas, podándolas, embelleciéndolas al quitarles las hojas marchitas, sacándoles brillo a las ramas y a las hojas fuertes y robustas. También estaban los que les contaban preciosas historias para que crecieran más sanas y bellas. Lo mismo hacían con las preciosas flores que adornaban el bosquecillo, sin olvidarnos de los que recolectaban los apetitosos frutos cuando ya estaban maduros. Otras se encargaban de los animales, cepillándolos, quitándoles alguna espina que otra, clavada en sus patitas. Ayudando a regresar a sus nidos a alguna avecilla demasiado curiosa. Llevándoles agua y comida cuando estaban enfermos…

La vida de los duendecillos era muy ajetreada, no paraban ni un momento. Exceptuando los pocos minutos al día para comer o descansar un ratito, pero así eran felices y no hubieran deseado nada más. Además los duendecillos, no sólo contaban con su habilidad, sino que según pasaban los años iban adquiriendo extraordinarios poderes. Y como vivían muchísimos, muchísimos años en sus últimos días tenían acumulado una gran variedad de ellos.

Rog era todavía un duendecillo muy joven por lo que lo más que podía hacer era mover un objeto de un lado a otro. Cosa que, en su labor, era muy provechosa. Porque al tener una enorme montaña de monedas que limpiar, cuando ésta iba menguando no necesitaba levantarse a coger más sino que hacía que éstas llegaran a él levitando. Y así un vez limpias las depositaba en un enorme vagón que tenía al lado. También su poder le era de utilidad, cuándo dejaba olvidado el paño, con que sacaba lustre a las monedas, no teniendo que ir a buscarlo. Ya el vagón estaba por la mitad pues había sido una mañana provechosa y decidió ir a descansar un ratito.

En ese momento gustaba de acercarse a uno de los más ancianos duendecillos, que los deleitaba contando unas historias más que interesantes. Pues tenía un gran conocimiento de todo lo que los rodeaba. Sin contar que ese era el lugar preferido para descansar de la más hermosa duendecilla que habitaba aquel bosquecillo, Violeta, su maravillosa Violeta. Allí estaba con sus preciosas trencitas rubias asomando por debajo de su gracioso sombrerito.

Se sentó a cierta distancia para poder contemplarla mejor. Y entonces oyó la conversación que tenía con sus amigas.

-Ayer pasó por aquí el Sr. Vencejo y me comentó que más allá del bosque, en la zona prohibida existe un fruto sin igual. Su forma es redondeada, su color de un naranja intenso pero lo más extraordinario es su sabor tan dulce y exquisito que jamás has probado nada semejante. ¡Ah!, ¡cómo me gustaría probar un bocadito de ese manjar tan especial! ¡Sería maravilloso!

Rog tuvo enseguida una gran idea.

-¡Iré a buscarle uno de esos frutos! Pensó con determinación.

Y como era un duendecillo muy avispado y decidido pensó cómo lo llevaría a cabo. Ya que la zona donde se encontraba aquel ansiado fruto estaba totalmente prohibido para todo duendecillo de aquel bosque. Pero dándole vueltas al asunto, llegó a la solución. Partiría dentro de dos días, se pasaría el día siguiente lustrando monedas sin parar, así adelantaría el trabajo y podría marcharse el segundo día sin que nadie sospechara nada. Le llevaría toda la mañana el llegar al lugar, y toda la tarde el regresar. Pero a la hora de la cena estaría allí de vuelta y nadie le echaría en falta. Eso es lo que haría.

Estaba muy contento cuando oyó el sonido de la enorme caracola que los llamaba a cenar. Rog se puso en pie y dio por terminada su jornada laboral.

Se encaminó a la zona del bosque, donde estaba dispuesta la gran mesa a rebosar de ricos manjares. Poco a poco cada duendecillo fue ocupando su lugar. Al llegar se sentó como siempre al lado de sus amigos Pantón y Relé, que, para no perder la costumbre, estaban hablando como hacía varios meses de la fecha tan especial que se acercaba. Era nada menos que la fiesta del Solsticio de Verano. Se celebraba cada cien años, y a ella asistían todos los duendecillos de diferentes partes del bosque. Era una fiesta memorable y más si cabía porque este año era especial para Rog. Ya que, si tenías la gran suerte, de que tu cumpleaños coincidiera ese día, se te otorgaba el mayor de los regalos. Podías elegir uno de los poderes Mayores, entre estos estaban:

La teletransportación, la invisibilidad y la que más entusiasmaba a Rog, volar.

Ese era su sueño desde muy pequeño, soñaba con volar, se pasaba las horas libres observando cómo volaban los pájaros y cuánto le hubiera gustado volar junto a ellos.

Así que era muy afortunado porque ya sólo faltaba una semana para que su añorado deseo se convirtiera en realidad.

Regresó al presente cuando su amigo Relé lo devolvió a la realidad con un ligero codazo:

-¡Vamos Rog, despierta!, es magnífico, sólo una semana para verte volar cómo un pájaro.

-Sí, sí -corearon todos- ¡vaya suerte tienes!

Violeta lo miraba sonriente desde el otro lado de la mesa y se atragantó con un pedazo de pan. Después de toser unos minutos y tras varios palmetazos, bastante desproporcionados, en la espalda, por parte de su amigo Relé. Se añadió a la agitación general.

A la mañana siguiente se pasó trabajando como un loco, no se quitaba de la mente la sonrisa encantadora que Violeta le había brindado la noche anterior. Esto le daba renovadas fuerzas para continuar su labor con entusiasmo, y le animaba a seguir adelante con su plan. Merecía la pena el riesgo, con tal de ver esa preciosa carita otra vez radiante de felicidad, cuando pudiera probar aquel fruto tan delicioso.

Llegó el día, se levantó muy temprano y se encaminó a la linde del bosque. Llegando al mediodía a la zona que no se podía traspasar y no, sin remordimientos, avanzó. Ya estaba dentro de la zona prohibida, ya no había marcha atrás. Así que siguió con su avance. Dos horas más tarde, se encontró en un lugar del bosque, donde se podía divisar a lo lejos una extraña construcción. ¡Jamás había visto algo semejante! Al lado de aquello se encontraban unos árboles de los que colgaban unos preciosos frutos de un naranja intenso. ¡Esos debían ser! Así que muy contento se acercó a ellos, colocándose debajo, hizo que dos preciosas naranjas bajaran hasta sus manos. Ya se las estaba metiendo en sus bolsillos, cuando de aquella insólita construcción salió un extraño ser. Era muy alto, tenía la misma apariencia que el duendecillo, salvo por la estatura y que sus orejas no eran puntiagudas. Llevaba colgado del brazo un gran cubo. Se acercó a un gran pozo y lo sacó lleno de agua, casi no podía con él. Le costaba un gran esfuerzo llevarlo hasta el lugar de donde saliera. Rog no podía entenderlo pues los duendecillos podían llevar hasta cuatro veces su peso. Mas de pronto, surgió otro ser mucho más alto y mayor de aquella extraña cosa. Y mirando al más pequeño vociferó:

- ¡Inútil, otra vez derramando toda el agua! Y dándole un tremendo patadón, lo arrojó al suelo. El cubo se soltó de su mano y cayó derramando todo su contenido.

- Pero mira lo que has hecho. ¡Vago, cabeza de chorlito! No sirves para nada. Pero yo te enseñaré. Y sacándose el cinturón del pantalón, comenzó a golpear al pequeño ser indefenso.

Rog al ver aquello se indigno sobre manera, e hizo que el cinturón quedara enganchado en la rama de un árbol. El ser al intentar soltarlo, se dio con él un latigazo en toda la cara, y se fue aullando de dolor. Desapareciendo dentro de aquella mole.

El ser indefenso lloraba acurrucado en el suelo. Y como pudo se levantó y se dirigió a otro sitio de aquel extraño lugar, introduciéndose en él.

Rog con curiosidad se acercó y miró por un agujero que había en la madera. Pudo ver a aquel ser acurrucado en medio de la paja, mientras unas ovejas, una vaca, un caballo y algunos conejos, se le acercaban y le lamían con cariño. El ser los acariciaba con dulzura. Mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, decía:

- No os preocupéis, no ha ido tan mal, dentro de poco estaré bien.

Rog sintió un gran pesar por aquel ser. Y decidió que debía averiguar más y que debía hacer algo.

Así que volvió a su hogar y fue directamente a hablar con el duendecillo más anciano, aquel que sabía muchas historias y tenía enormes conocimientos. Le hizo una serie de preguntas a las que el anciano duendecillo contestó algo sorprendido, por la naturaleza de las mismas.

- Sí, existen otros seres sin ser nosotros, los llamamos humanos. Los pequeños son niños y los mayores adultos. Suelen ser seres peligrosos, pues no respetan a los demás habitantes del bosque, son malvados y crueles. Sólo unos pocos son bondadosos y tienen buen corazón. Pero son los menos, por eso permanecemos lejos de ellos. Así que Rog, no te acerques nunca al Bosque Prohibido. ¿Entendido?

- Gracias, anciano Mer.

Y sin decir nada más salió de allí precipitadamente.

El anciano se meció la barba pensativo.

Al cabo de dos días volvió a partir otra vez. Esta vez sabía que el ser indefenso era un niño. Y qué iba a ayudarlo cómo fuera.

Llegó al lugar a tiempo de ver cómo el cruel adulto volvía a golpear al niño. Esta vez hizo que tropezara con una silla y cayera, dañándose la nariz. La sangre fluía a borbotones y maldiciendo se encaminó al pozo para limpiarse.

El niño se levantó, algo confuso por lo ocurrido. Mientras Rog se retorcía de risa.

- ¡Así aprenderás! -pensó.

Cogió sus dos naranjas. Pues ya sabía cómo se llamaban, y se encaminó a su hogar.

Por el camino de vuelta, mientras degustaba uno de aquellos sabrosos frutos, sonreía pensando en la nariz ensangrentada de aquel ser tan malvado.

Como había hecho el primer día, depositó la naranja en la puerta de Violeta y escondido detrás de la ventana vio como el rostro se le iluminaba al verla, y la cara de satisfacción, según se la iba comiendo. Violeta había pensado, que el vencejo se las estaba dejando en la puerta de su casa, y le estaba muy agradecida.

Así continuó yendo Rog a la casa del campesino. Cada vez que intentaba poner la mano encima del niño algo horrible le pasaba, se caía, se golpeaba o acababa con el trasero chamuscado. Empezó a darse cuenta de que siempre le pasaban cosas malas cuando intentaba levantarle la mano a su hijastro Julián. Pues así se llamaba el niño y empezó a pensar que tal vez estuviera embrujado. Por lo que empezó a tenerle miedo y ya no le ponía la mano encima. Aunque seguía insultándolo y mellando su autoestima.

También se percató de que faltaban naranjas del árbol y de que alguien se las estaba robando. Así que aquella mañana se propuso averiguar quien era el ladronzuelo. Se escondió tras la verja y observó. Al rato dos preciosas naranjas se desprendieron del árbol y suavemente flotaron hasta el suelo. Allí, un hombrecillo diminuto las recogió.

- ¡Así que ese era el ladrón! -pensó el campesino. ¡Ahora verá!

Y cogiendo su atrapa mariposas, lo cazó de improviso.

Rog se vio atrapado sin poder evitarlo.

Lo llevó a su casa, y lo encerró en una jaula. Con una larga aguja de hacer punto empezó a clavársela aquí y allá.

El pobre duendecillo gemía de dolor ante aquellas horribles punzadas.

En ese instante Julián entró en la casa cargado con el cubo de agua, e intentó detenerlo, pero su padrastro le dio un fuerte bofetón que lo lanzó unos metros más allá.

- ¡No vuelvas jamás a entrometerte en mis asuntos! -escupió, rojo de ira, el campesino.

Cuando se cansó de hacer sufrir al duendecillo, se fue a acostar, no sin antes, amenazar a Julián de que no se atreviera a acercársele.

A media noche, Julián, se acercó al duendecillo, e introduciendo el dedo por los barrotes de la jaula, lo acarició, mientras le decía:

- No te preocupes. Pronto pasará el dolor. Yo te ayudaré. Te sacaré de aquí.

Al día siguiente después de desayunar, el campesino volvió a coger la aguja. Ya se la había clavado varias veces, cuando Julián por primera vez en su vida se enfrentó a él:

- ¡Déjalo ya, no te atrevas a tocarlo más! Y con toda su fuerza le lanzó el cubo, éste le dio un buen golpe en la pierna.

El campesino estalló en cólera:

- ¡Cómo te atreves! ¡Mocoso! Ahora lo pagarás caro.

Se dirigió como un rayo hacia el niño. Rog con las pocas fuerzas que le quedaban, hizo que el cubo levitara y cayera una y otra vez sobre la cabeza del cruel campesino.

Éste cogido por sorpresa trataba de protegerse. Cuando el cubo paró, porque Rob, no aguantando más, se desmayó. El campesino horrorizado echó de su casa al muchacho:

- ¡Largo de aquí, no quiero verte más!

Le gritaba con las manos temblorosas, mientras le señalaba a puerta.

Al salir Julián cerró con un portazo. Y aún así seguía oyendo:

- ¡No vuelvas, no vuelvas nunca!

El niño se encaminó, todavía sorprendido por lo vivido, al cobertizo. Allí se escondió hasta que llegó la noche. Sacó de entre la paja un zurrón y una manta, que había ocultado hacía tiempo. Por si alguna vez, tenía el valor de abandonar a su padrastro. Y ese día había llegado.

Se despidió de sus queridos amigos, sabía que ellos estarían bien. El campesino nunca les haría nada, pues los necesitaba para sobrevivir. Y se encaminó a la casa, entró con sigilo, aunque estaba seguro de que a estas horas dormiría profundamente, y una botella de whisky vacía a sus pies, se lo confirmó. Cogió algo de pan, leche y una botella de agua, lo metió todo en su zurrón y con mucho sigilo cogió la jaula donde estaba Rog, poniéndose en camino.

Ya llevaba unas horas caminando, cuando paró bajo el pie de un gran árbol. Cogió una piedra e hizo saltar la cerradura de la jaula. Con toda delicadeza sacó a Rog de ella.

Hizo una camita con unas hierbas y sacó de su mochila un ungüento, que escondía entre la paja y con el que se curaba después de las brutales palizas. Desabrochó la chaqueta y la blusa de Rog y con mucha dulzura fue curando todas sus heridas. Después lo tapó con una hoja, y él se tendió a su lado arropado por la manta.

A la mañana siguiente, le dio pequeñas migas de pan mojadas en leche, y un poco de agua. Volvió a curar sus heridas, que ya estaban algo mejor.

Al segundo día Rog abrió los ojos y habló por primera vez:

- ¡Hola Julián!, me llamo Rog. Gracias por salvarme. Soy un duendecillo que vive en el Bosque Mágico.

- ¡Hola Rog!, me alegro de que ya estés bien.

Estuvieron todo el día hablando, Julián le contó su triste vida. Su mamá murió al poco de nacer él y su padrastro nunca lo quiso. Su verdadera familia y amigos eran los animalitos de la granja.

Rog también le contó la suya, qué era y en qué consistía ser un duende. Julián se quedó maravillado.

- ¡Cuánto desearía ser uno de vosotros! -le dijo Julián de todo corazón.

Entonces Rog tuvo una idea.

- ¡Julián, ven conmigo!

Estuvieron andando y charlando. Rog le contó lo que le hizo al campesino. El niño después de darle las gracias, comenzó a reír, contagiando al duendecillo.

Al mediodía llegaron ante un gran árbol de hojas doradas. Rog pidió a Julián que lo esperara allí, y tocando el árbol con sus manos se abrió un nuevo paisaje ante sus ojos. El bosque cambió de aspecto y Rog entró en él.

Rog se dirigió otra vez a ver al anciano Mer, volvió a hacerle unas cuantas preguntas al vetusto duendecillo, que contestó bastante preocupado:

- ¡No entiendo Rog, las extrañas preguntas que me haces últimamente, pero me tienes preocupado.

- No se preocupe anciano Mer, pronto comprenderá todo. Y se alejó, dejando al anciano bastante apesadumbrado.

Llegó al lado de Julián, y lo hizo traspasar al Bosque Mágico. Lo llevó a un lugar determinado, y le hizo prometer que no se movería de allí viese lo que viese.

- Y ahora te dejo, pues es un gran día y no puedo faltar a la cita.

Los demás duendecillos al ver a Rog, le preguntaron sorprendidos qué ¿dónde había estado? A lo que Rog contestaba que había ido al "Lago de la Tranquilidad" para meditar, y no cometer un error en el gran día.

- ¡Meditar! Reían algunos, pero si eres el duendecillo con las ideas más claras que conocemos. ¡Volar! ese será tu don, no hay duda.

La gran noche llegó. Julián escondido en lo más alto de aquel árbol, no salía de su asombro. Vio miles de duendecillos que llegaban de todas partes. Unos a lomos de conejos, zorros, cervatillos, otros llegaban volando encima de aves de diferentes especies. Lo que más llamó su atención, fue las diferentes y coloristas vestimentas que llevaban unos y otros.

Todos hicieron un gran corro en torno a cinco duendecillos, entre los que se encontraba Rog. Ellos llevaban, alrededor de sus sombreros, unas diminutas florecillas. Lo que los hacían diferentes a los demás.

En lo alto de una tarima, se encontraban los cuatro duendecillos más ancianos del lugar.

La primera en subirse a un grueso tronco, fue una preciosa duendecilla.

- ¡Qué poder deseas! Corearon los ancianos a la vez.

- ¡La invisibilidad! Respondió la duendecilla.

- ¡Así sea!

Dijeron al unísono los ancianos duendes. Y dirigiendo sus manos hacia ella, unos rayos blanquecinos surgieron de ellas, inundando a la duendecilla, que al momento desapareció. Volviendo a surgir casi al instante.

Todos vitorearon y aplaudieron. Julián estaba asombrado, y encantado a la vez.

La duendecilla, se unió al resto de la multitud, radiante de felicidad. Los demás la acogieron abrazándola y felicitándola.

Así uno tras otro, los duendecillos pidieron sus deseos. Uno pidió la teletransportación, dos la invisibilidad y por fin llegó el turno de Rog.

A la pregunta formulada Rog respondió:

- ¡La Transformación!

Todos callaron al momento, los ancianos se miraron unos a otros, sin comprender.

El anciano Mer se dirigió a Rog diciéndole:

- Rog bien sabes, que ese poder, hace años que lo desterramos. Al último que se lo concedimos, sólo le trajo desgracias y a todo el que lo rodeaba. Y juramos no volver a usarlo más. Todos lo saben, así que di, que poderosa razón te obliga a pedírnoslo.

Entonces Rog lo confesó todo. Desde desobedecer la norma más sagrada de no pisar el Bosque Prohibido, hasta la maldad del campesino y los malos tratos sufridos por Julián. Cómo la forma en la que éste le salvó la vida y lo que más deseaba el corazón del niño. ¡Ser uno de ellos!

Mer se acercó al duendecillo.

- ¡Dignos dónde está!

- ¡Julián baja!, -le animó Rog.

Julián bajó algo temeroso y se dirigió a todos los presentes:

- Siento haber invadido vuestra intimidad. No era mi intención faltarles el respeto. Pero como ha dicho Rog, me encantaría formar parte de vuestra comunidad. Nunca había visto ni sentido tanto cariño, bondad y amor. Como el poco rato que llevo ahí arriba. Y con lágrimas en los ojos añadió:

- Sería para mí el mayor honor de mi vida ser uno de vosotros.

Mer se acercó, y levitando se puso a la altura de su cabeza. Posó sus manos en la frente del muchacho y una aureola de luz brillante lo envolvió.

- ¡Queda demostrada la naturaleza bondadosa de este ser!

Y volviéndose hacia los ancianos proclamó:

- ¡En sus manos está!

Los ancianos se miraron unos a otros, dirigieron sus manos hacia Julián. Y una luz azulada brotó de ellas, el cuerpo de Julián fue sufriendo los impactos. Vieron como una mano se encogía, después un pie, luego el otro.

Julián mantenía los párpados apretados.

Los duendecillos miraban aterrados, la visión no era nada agradable. Algunos apartaban o cerraban los ojos. Pero cuando la luz se disipó, en su lugar, se halló un precioso duendecillo que miraba emocionado y agradecido a todos. Rog lo abrazó con fuerza y se dirigió con él hacia los demás.

Todos lo vitoreaban y abrazaban contentos. Violeta se acercó a Rog. Lo condujo a un rincón apartado y le preguntó:

- En verdad, ¿crees que ha merecido la pena, renunciar por muchísimos años, a tu anhelado sueño?

Rog mirando a lo lejos, divisó a Julián que reía sin parar rodeado por su nueva familia.

Y con voz temblorosa por la emoción respondió:

- Nunca he estado tan seguro de haber hecho lo que debía, ni de estar tan contento por ello. ¿No lo crees tú así?

Mirándole profundamente a los ojos, Violeta, se acercó, y dándole un tierno beso en la mejilla susurró:

- Sí, lo creo.

Y entrelazando sus dedos, alegremente, se acercaron al resto de sus amigos.

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