sábado, 16 de marzo de 2013

Neriye y Las Hadas

La mujer del leñador se levantó esa mañana muy temprano, pues quería ir al bosque a recoger moras para hacer una tarta para su querido marido, ya que era su postre favorito.

Así que sin más tardanza, cogió su cesta y se puso en marcha. Caminó un buen rato mas no estaba satisfecha con las que veía, pues eran muy pequeñas, entonces vio detrás de unos arbustos unas moras enormes y con un aspecto delicioso. Se acercó y las fue arrancando una a una. Al rato se dio cuenta de que cuantas más cogía más sed le iba entrando. Cuando el cesto ya estaba rebosante paró pero su sed era casi insoportable, recordó que su marido le había comentado que en aquella parte del bosque corría un pequeño manantial de aguas frescas y cristalinas.

Y se encaminó a ver si lo encontraba. Pero anduvo y anduvo y no pudo dar con él. No pudiendo aguantar más la sed, ni el cansancio, debido a su avanzado estado de gestación, se sentó a descansar bajo la sombra de un gran árbol. No había acabado de hacerlo, cuando ante sus narices apareció un diminuto duende con una gran barba blanca, que amablemente le sonrió, sacando de su bolsillo una pequeña petaca que tenía por tapa un diminuto vasito.

Ella estaba muy asombrada y más pensando que si iba a saciar su sed con aquella miniatura estaba arreglada, pero con gran asombro contempló que cuando el agua iba cayendo en el vaso, éste se iba haciendo cada vez más grande, hasta convertirse en un gran vaso rebosante de agua fresca. Se lo tendió y sin poder articular palabra lo acercó a sus labios vaciándolo por completo. Ya más repuesta iba a darle las gracias, pero el duendecillo había desaparecido tan rápido como había aparecido.

Habían transcurrido once años desde aquella mañana en el bosque, y Neriye había crecido mucho, era una preciosa niña que sus padres querían con locura. Aunque su madre estaba un poco preocupada por ella, ya que tenía una extraña fijación con el cielo, los pájaros y en cómo le hubiera gustado volar como aquellas criaturas.

Una de las tantas mañanas que se pasaba horas y horas contemplando el cielo e imaginando como lo surcaba subiendo y bajando, apareció ante ella un extraño personaje. Era el duendecillo que años atrás ayudara a su madre. Sin decir ni media palabra la cogió del brazo y se la llevó volando. Neriye no podía creerlo, pensaba que seguía soñando pero la sensación que experimentaba, ver la casita donde vivía cada vez más lejos y diminuta era demasiado real como para no ser cierto. Así que se dejó embriagar por aquel momento tan maravilloso y dejó que aquel extraño desconocido la ayudara a cumplir su más ansiado sueño.

Llevaban un buen rato volando cada vez más alto, cuando a lo lejos pudo ver un inmenso castillo de color blanco del que salían pequeños destellos plateados. Brillaba de forma extraordinaria.

Se acercaron y el duendecillo tocó a la puerta. Entonces le abrió una guapísima señora que llevaba unas enormes alas doradas a su espalda, parecían hechas de papel muy fino. Vestía con un largo traje blanco y su cabello recordaba el trigo en verano, su sonrisa era encantadora mostrando una hilera de perfectos dientes, tan blancos como la nieve, y su voz era muy dulce:

-Hola Neriye, bienvenida a nuestro mundo, Danastial, el mundo de las hadas celestiales.

Y cogiéndola de la mano la llevó por los aires. Pudo ver cascadas de todos los colores, donde entraban haditas pequeñas y juguetonas, que al introducirse en ellas y tocar sus aguas no salían mojadas, sino que sus alas adquirían el tono que la cascada tuviera. Era muy gracioso ver como iban cambiando de color según ellas quisieran. Después se fijó en otro grupo, estaban recostadas sobre unas nubes que parecían de algodón. Vio hermosas flores de cristales, que un hada regordeta regaba con el agua de las cascadas y éstas se transformaban en los colores del agua que las tocaba. Árboles cuyas ramas eran copos de nieves, con destellos muy brillantes. En un rincón alejado, se encontraba la cascada más extraña. De ésta manaban varios colores a la vez, y a sus pies, un grupo de hadas con agujas de nácar tejían una bufanda muy alargada de muchos colores que iba subiendo y curvándose al mismo tiempo, hasta que asombrada se dio cuenta de que lo que veía era nada menos que el Arco Iris. Aquellas hadas eran las responsables de hacer algo tan hermoso. Siguió la exploración del lugar, de la mano de la Reina de las Hadas, pues era ella la que se la cogía. Distinguió otro grupo, algo más alejado, que sujetaba un gran molde cuya forma le era bastante familiar, pero no podía recordar de qué se trataba. Hasta que vio como lo colocaban sobre un gran agujero del que inmediatamente brotó un gran chorro de vapor, que al contacto con el molde se endureció y salieron volando una detrás de otra, mulliditas, ¡nubes, claro eso era!... estaban formando delicadas nubes, que iban poco a poco ascendiendo hasta perderse por el inmenso cielo. Había algunas hadas que con gran destreza y rapidez tiraban de un lado u otro de las nubes dándoles graciosas formas. Así era cómo lo hacían, ella que tantas veces tumbada en la hierba mirando al cielo se imaginaba que aquella nube era un conejito, un oso, una cara de un anciano, un barco pirata... sin saber que en verdad las hadas lo hacían intencionadamente para que parecieran eso, que ella creía fruto de su imaginación.

No salía de su asombro, todo aquel mundo era fascinante. En las cascadas de colores, que antes viera, ahora esperaban en fila hadas un poco mayores, que las que jugaban hacía un momento. Entonces a la orden de un hada mayor se introducían en ellas y sus alas que eran transparentes se transformaban del color de las aguas que las envolvían, saliendo muy felices, revoloteando, creando un paisaje muy bonito, de variados colores.

Neriye estaba encantada con todo lo que la rodeaba. Siguieron avanzando, y a continuación vio un gran lago plateado. Alrededor de él habían hadas sentadas que, cogiendo un puñado de aquel líquido y con un rápido movimiento, lo convertían al momento en destellantes rayos que iban clavando en grandes nubes, que bajaban del cielo. Cuando el rayo las tocaba se hundía en ellas, haciendo que la nube cambiara de color, pasando de ser blanca a gris oscuro. Se quedó perpleja.

Continuó su visita y divisó otro grupo de hadas, éstas eran preciosas. Tenían las alas y el cuerpo brillantes, con destellos plateados, todas ellas resplandecían. Sus ojos y mejillas estaban decorados con una especie de purpurina. Sintió gran curiosidad y permaneció inmóvil delante de ellas, para ver lo que hacían. Éstas se dirigieron a un montículo helado que allí había, cada una cogió un trocito de hielo y sopló sobre él, de sus labios surgieron mil centelleantes partículas que al contacto con el hielo lo transformaron en preciosos copos de nieve, todos ellos diferentes. Después los depositaron en vagonetas de cristal, guardándolos allí hasta que los necesitaran.

Se aferraba con fuerza a la mano de la Reina, muy emocionada por todo lo que la rodeaba. Lo siguiente que vio fue el grupo de limpieza más gracioso que hubiera visto nunca, las hadas, las había altas, bajas, delgadas, regordetas y tenían enrollados pañuelos de colores y de vistosos estampados en la cabeza, vestían delantales de finísima seda y en las manos llevaban guantes del color de sus alas, iban con cubos llenos de un líquido lechoso y llevaban paños y plumeros de colores. Eran las encargadas de que la luna siempre estuviera brillante y las que, cada cierto tiempo, la retocaban convirtiéndola en un balancín para que las haditas que no podían dormir lo consiguieran al mecerse en ella.

Siguieron el recorrido descubriendo un grupo de hadas, cuyas alas eran inmensas, casi triplicaban su tamaño. Eran las encargadas de la lluvia, se subían a las nubes y se sujetaban a ellas con unos finísimos hilos que arrancaban de éstas y a gran velocidad se movían de un lado a otro, cuando esto ocurría, sus alas se transformaban volviéndose líquidas y al agitarlas, desprendían una finísima o torrencial lluvia dependiendo de la fuerza con que lo hicieran.

Llegaron ante un gran árbol de cuyas ramas brotaban una especie de estrellas plateadas. La Reina de las Hadas le contó que este árbol era muy importante para el reinado, pues gran parte del poder de las hadas provenía de él.

-Te haré una demostración -dijo la Reina, e hizo llamar a una de las hadas que anteriormente había visto en la fila de las cascadas de los diferentes colores.

La hizo acercarse y que arrancase con mucho cuidado una de aquellas estrellas. Entonces con asombro vió cómo de una de las puntas salía poco a poco una ramita muy fina, que cuando alcanzó el tamaño adecuado dejó de crecer. Después, de los extremos de la estrella, surgió un destello del color de las alas, del hada que la sujetaba. Y así, ante sus ojos, surgió una varita mágica, pues eso era lo que estaba mirando sin pestañear.

Esto ponía punto y final al recorrido por el maravilloso mundo de las hadas. Cuando la Reina, que de todas era la única que tenía las alas doradas, aunque al agitarlas, Neriye ya había comprobado que de ella surgían todos los colores de las demás hadas, hizo sonar un pequeño carámbano de hielo, del que salió una preciosa melodía que hizo que todas las hadas se reunieran en torno a ella. Era el momento más esperado, cuando la propia Reina llevaba a cabo su cometido. Introdujo las manos en sus alas y sacó una varita muy fina y brillante, se asemejaba a un rayo de sol, lo movió de un lado a otro, emitiendo un sonido muy agradable. De uno de sus extremos comenzaron a surgir diminutas estrellitas, una unida a otra, convirtiéndose en una hermosa guirnalda. Cuando hubo acabado se había hecho de noche y todas las hadas cogieron un trozo de aquella preciosa guirnalda y la fueron colocando por el cielo, hasta convertirlo en un gran manto de destellos brillantes. Fue la cosa más increíble que Neriye había visto nunca y mira que ese día había visto cosas inimaginables.Al terminar, la Reina se dirigió a Neriye:

-Ha llegado el momento de que sepas por qué estás aquí. El agua que bebió tu madre hace once años pertenecía al manantial de las hadas. Todo aquel que beba de él será un hada para siempre. El duendecillo que se la dio a beber era nuestro mensajero, esa agua tenía otro destino, pero al encontrarse con tu madre y ver en la situación tan desesperada en la que se encontraba, se apiadó de ella y se la dio a beber, pensando que no pasaría nada pues sólo es efectiva si la bebes cuando eres recién nacida. Pero no sabemos por qué has sido tú la que has sentido sus efectos.

-Pero debe de estar equivocada, yo no soy un hada, ¡eso es imposible!, no tengo alas ni nada parecido.

-No, querida, no estoy equivocada, ven y te lo mostraré.

Se encaminaron a un gran árbol que allí había, en sus nevadas ramas estaban escritos cientos de nombres.

-¡Fíjate en aquella rama con atención!, ¿qué ves?

-¡No puede ser! -exclamó Neriye con los ojos como platos; allí, con letras doradas, estaba escrito “Neriye doce años”.

-Así es querida, esto significa que a los doce años te convertirás en una de nosotras.

-¡Pero si es mañana, mañana es mi cumpleaños!

-Lo sabemos y por eso estás aquí.

-Pero yo no puedo, no puedo dejar a mis padres, qué será de ellos, mi hogar, mis amigos -las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas.

-No te preocupes -dijo la Reina intentando tranquilizarla- para todo hay solución, ya encontraremos la manera de arreglarlo, ahora descansa un poco que mañana es el gran día.

No fue nada fácil conciliar el sueño, por un lado quería estar con sus seres queridos y por otro la idea de ser un hada, tener alas, poderes y sobre todo volar, su añorado sueño, la atraía poderosamente. Con estos pensamientos tan contradictorios rondándole por la cabeza le era imposible dormir, pero ya bastante avanzada la noche el sueño logró su propósito, adueñándose de ella.

A la mañana siguiente la llevaron ante una gran cascada que no había visto antes. Se trataba de la “Cascada Mágica”. Neriye se acercó algo nerviosa, tenía que sumergirse en ella y saldría convertida en un hada. Pero lo más importante era que, dependiendo cómo fueran sus alas, sabría qué tipo de hada sería, si de la lluvia, las nubes, la nieve o simplemente la encargada de embellecer la luna.

Todo el reino estaba expectante, jamás había ocurrido algo semejante, un ser humano convertido en un hada. ¡Era algo increíble! Todas las miradas estaban puestas en la gran cascada. Ya empezaban a divisarla, primero vieron el cuerpo de Neriye, después en su espalda vieron desplegarse unas preciosas alas violetas. Todas suspiraron, había ocurrido, el primer caso en la historia de las hadas, pero era cierto, ¡una humana con alas violetas!

Pero algo extraño ocurría según Neriye se encaminaba a la orilla, sus alas pasaron de violeta a naranja, de éste a rojo, después a verde, luego fueron azules y así siguieron cambiando y cambiando a todos los colores. A continuación se convirtieron en plateadas, luego de lluvia y al llegar finalmente a la orilla, se quedaron definitivamente de un solo color, que levantó un gran murmullo de asombro. Nada menos se habían convertido en alas doradas con destellos de todos los colores. Esto sólo significaba una cosa. La Reina se encaminó hacia ella, después de recobrar la compostura, pues también se había llevada una gran sorpresa, diciéndole:

-Está escrito, tú serás mi sucesora.

Todas las hadas se arrodillaron ante ella en señal de respetuosa aprobación.

Neriye no se lo podía creer, con voz temblorosa respondió:

-Yo, su sucesora, no es posible.

-Lo es querida, tus alas así lo demuestran. Ahora introduce tus manos en ellas y descubriremos tus habilidades.

Así lo hizo Neriye y, efectivamente, sacó una varita dorada que ya sabía para qué servía pero además también había otro extraño objeto.La Reina lo cogió sorprendida.

Mas de pronto algo ocurrió, unas hadas llegaron bastante alarmadas y al poco comprobaron por qué, a lo lejos se veía una espesa niebla que venía precedida por un caballo alado que arrastraba un carro formado de densa niebla. Sobre él estaba sentada una señora con el cabello negro, cubierto de mechas plateadas, recogido en un alto moño. Su piel era blanca como la nieve y en su cuello llevaba anudada una inmensa capa que lo envolvía todo tras sí. Neriye comprobó, según se iba acercando, que la densa niebla procedía sin lugar a dudas de aquella extraña capa.

La señora detuvo el carruaje y al bajarse de él, una densa niebla se formó a sus pies transportándola al encuentro de la Reina de las Hadas.

-¡Cómo te atreves a hacer algo semejante, esto es un ultraje! ¡Una humana convertida en una de vosotras! -bramó.

-Buenos días querida tía, me alegra mucho verte -respondió la Reina de las Hadas sin inmutarse.

-No son nada buenos, esto es una catástrofe. ¿Cómo has podido hacer algo semejante?

-No he sido yo, simplemente estaba escrito.

En ese momento, se volvió por primera vez hacia Neriye, con gesto de repulsión, pero al ver las alas que asomaban por la espalda de ésta su gesto se transformó, quedándose perpleja.

-¡No puede ser, no puedo creerlo y encima será tu sucesora! -dijo violentamente, después de recobrarse.

-Así es, lo estás viendo tú misma -respondió la Reina.

-¡No, no -vociferó- no lo permitiré! ¡Atente a las consecuencias! Y subiéndose al carro muy malhumorada se marchó dejando tras de sí una espesísima niebla.

La Reina habló a todos sus súbditos:

-Esto no es nada bueno, significa la guerra entre la Dama de Niebla y nosotras. Hay muchas cosas que preparar y no nos queda mucho tiempo. Y empezó enseguida a dar órdenes a unas y a otras.

Neriye no salía de su asombro. Se dirigió a la Reina:

-Todo ha sido por mi culpa, ¡ojalá no hubiera sucedido esto jamás!

-Querida, no te atormentes, tú no tienes culpa de nada, tenía que suceder así y no hay que darle más vueltas. Pero me gustaría pedirte que hicieras algo por nosotras.

-¡Por supuesto, lo que usted diga!

-Me gustaría que fueras a ver al Sr. del Viento. Te advierto que es bastante huraño y testarudo, pero si te lo sabes ganar, no te podrá negar nada. Necesito de él que te dé la caracola silbante. Sé que es una misión muy difícil pero estoy convencida de que lo conseguirás. Iría yo misma, pero en esta situación, no puedo dejar el reino. Hay mucho por hacer y me necesitan aquí.

Neriye se puso en camino inmediatamente. Desplegó sus preciosas alas y se encamino al lugar que le había indicado la Reina de las Hadas. Volar por sí misma era algo increíble, le encantaba, aunque no pudo disfrutar del momento como le hubiera gustado, pues no paraba de pensar en todo lo ocurrido, si podría llevar a cabo la misión encomendada y, sobre todo, qué pasaría después.

Una guerra y todo por su culpa. Su pecho se encogía sólo de pensarlo. Así llegó a las puertas del Sr. del Viento. Tocó con sigilo pues no se veía capaz. Pero recordó las palabras de la Reina y se dijo a sí misma que no volvería con las manos vacías. Así que con firmeza y determinación volvió a tocar a la puerta. Ésta se abrió, al entrar se encontró con una inmensa escalera, en lo alto de la cual estaba un hombre muy regordete sentado en un remolino de viento; a su lado, supuso, se encontraban ricos manjares desconocidos para ella, por la manera en que los engullía con verdadera fruición. Pero al verla su rostro se tornó poco amigable.

Neriye con la mejor de sus sonrisas se dirigió a él:

-Buenos días, vengo en nombre de la Reina de las Hadas a pedirle, por favor, si fuera tan amable de prestarle su caracola silbante.

No obtuvo respuesta alguna.

Pero Neriye no se amedrentó y continuó rogándole que le prestara el objeto.

Por fin el hombrecillo se dignó a responder:

-¡Mi caracola silbante, ¿para qué la quiere?!

Neriye entonces le contó todo lo sucedido.

-Así que tú eres la causante de todo el problema.

-Me temo que sí -respondió Neriye cabizbaja, pero reponiéndose enseguida continuó:

-Bueno, esa no es ahora la cuestión, ¿podría dejármela, por favor?

-No sé, le tengo mucho cariño y además no veo que saldría yo ganando.

Neriye permaneció pensativa unos minutos y entonces creyó tener la solución.

Sacó de sus alas la varita y deseó con todas sus fuerzas, al momento surgieron cientos de postres exquisitos que el Sr. del Viento no habría nunca imaginado.

-¡Pero, ¿esto qué es?! - decía mientras la baba se le escurría de la boca.

-Son postres del mundo de donde vengo, son muy ricos y sabrosos. Haremos un pacto, si le gustan yo me comprometo a venir una vez al mes a hacerle tantos como quiera, y usted a cambio me dará lo que he venido a buscar -dijo Neriye con una sonrisa burlona.

Esto agradó enormemente al Sr. del Viento, que empezó a probarlos sin parar, cada vez más encantado. Con la boca llena y rebosante de satisfacción respondió:

-¡Trato hecho!, coge la caracola -y sacándola del remolino donde estaba sentado se la tendió- pero no olvides el trato, te espero una vez al mes.

-¡Descuide aquí estaré! -y contentísima emprendió el camino de regreso, “después de todo no ha sido tan difícil”, pensó mientras se alejaba.

Llegó a tiempo de dársela a la Reina, pues a lo lejos se veía ya acercarse una niebla muy espesa.

-Bien hecho querida, sabía que lo lograrías. Ahora ten mucho cuidado y no te separes de mi lado. Coge tu varita y con ella protégete y si te ves en apuros, desea lo que quieras y se convertirá al momento en realidad.

Neriye miró a su alrededor, pudo ver a las hadas de la lluvia montadas en sus nubes, cada una llevaba varias hadas más, todas cargadas con bolas de nieve. Detrás de éstas otras hadas sostenían los carros de cristal, ayudadas por sus varitas, cargados hasta los topes de más bolas de nieve. Después vió otro grupo de hadas que llevaban los rayos metidos en carcaj como si de indios se trataran. También divisó al grupo de limpieza, todas ellas con las varitas preparadas, ahora los plumeros y los trapos no formaban parte de su atuendo. Todas estaban en posición esperando la orden de la Reina, Neriye también sacó su varita y se colocó tras ella.

Ya la niebla estaba encima, entonces oyó los gritos de la Dama de Niebla dirigiendo a sus secuaces. Fue entonces cuando los vio, eran seres pequeñitos, pero su aspecto no debía engañarle, sus cuerpos estaban cubiertos de grandes pliegues de hielo, no tenían pelo y sus caras regordetas mostraban unos ojos brillantes y penetrantes. Al tenerlos casi delante comprobó cómo se arrancaban de su piel trozos de hielo que convertían rápidamente en poderosos pedruscos de granizo, que al contacto con el cuerpo de las hadas, las mutilaban al instante, haciendo que cayeran sin remedio, con las alas rotas, los brazos o donde las sorprendieran aquellas terribles bolas. Claro que las hadas tampoco se quedaban atrás, con sus varitas lanzaban hechizos y las que estaban encima de las nubes arrojaban los copos de nieve con tanta precisión que los hacían desaparecer al momento. Las que portaban los rayos los lanzaban con tanta fuerza que el cielo parecía un manto lleno de destellos, entre los hechizos, los rayos y el granizo. Así estuvieron batallando muchísimo tiempo, claro que con la espesa niebla que creaba la Dama de Niebla era muy difícil ver pero la batalla estaba igualada.

Entonces sucedió, la Dama creó una niebla tan espesa que casi se podía cortar. Las hadas no veían nada más allá de sus narices y sus hechizos no lograban disiparla, así que fueron cayendo una tras otra. Más de pronto la Reina cogió la caracola, sopló y sopló tan fuerte que de su interior brotó un fortísimo vendaval que fue arrastrando la niebla a su paso. Tan concentrada estaba la Reina que no vió que la malvada Dama se acercaba por su espalda. Entonces Neriye cogió su varita y con un hechizo la lanzó del carro unos metros hacia atrás. Ésta, al verse sorprendida, rodó sin poderlo evitar. Cuando se hubo repuesto ya la Reina dominaba la situación. Y con su orgullo malherido desapareció con todo su ejército sin dejar el menor rastro.

Todas las hadas lo celebraron con entusiasmo girando sobre sí mismas. Al terminar curaron a las heridas y reconstruyeron el castillo. Cuando todo quedó como antes, la Reina las reunió de nuevo, pues había algo que todavía no había concluido.

Así que cogió a Neriye, hizo que metiera nuevamente las manos en sus alas y al ver el extraño objeto contestó:

-He aquí lo que solucionará el problema que tenías antes, mi querida niña.

Neriye miraba sin comprender nada, entonces la Reina dio un golpecito al objeto que se abrió de inmediato, mostrando un reloj de arena.

-Dale la vuelta -le dijo.

Ésta obedeció y al instante se encontró de nuevo en su hogar. Las alas habían desaparecido y su mamá entraba en la habitación en ese mismo momento dándole los buenos días.

-¡Vamos querida, hoy es tu cumpleaños, tenemos una gran fiesta que celebrar! Le dió un gran beso y un fuerte abrazo y salió precipitadamente de la habitación canturreando:

-¡Hay muchas cosas por hacer! -iba diciendo al alejarse.

Neriye abrió su mano y allí estaba el objeto, se había vuelto a cerrar. Lo golpeó apareciendo el reloj de nuevo, lo volvió a girar y se encontró otra vez en el Reino de las Hadas.

-¿Lo has comprendido, verdad? -dijo la Reina con una cariñosa sonrisa- Ahora podrás estar en los dos mundos a la vez sin echar nada de menos.

Neriye le devolvió la sonrisa más feliz que nunca, pues le encantaba ser un hada, aunque renunciar a sus padres o a su hogar jamás había entrado dentro de sus planes. Sin embargo ahora podía tenerlo todo y era muy dichosa por ello. Además tenía una promesa que cumplir, y después de lo vivido sabía que ya nunca volvería a ser la de antes, que siempre estaría atada a aquel lugar.

Así que con un gran destello de felicidad en los ojos respondió:

-Bueno, nos veremos muy pero que muy pronto. ¡Ahora tengo un cumpleaños que celebrar!

Y dando la vuelta al pequeño reloj de arena se desvaneció sin dejar rastro.

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