viernes, 1 de marzo de 2013

CUENTO DEL PATOJO

CUENTO DEL PATOJO

 

Cuento Popular Andino. Bolivia, Ecuador, Perú, Panamá
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En una montaña, vivía un patojo con su mamá que era muy viejita y con dos hermanos. El patojito todos los días, sacaba a calentar al sol a la mamita.
Los dos hermanos, como eran bebiones[1], no paraban; bebían de lunes a sábado y el patojo en la choza con la mamá ya vieja, que no tenía qué comer...
En una esas, llegó un sábado, tan; se murió la mama. Se murió la viejecita ¡Ahora, el patojo no tenía ni con que alúmbrale ni con qué tener!
Al otro lado, había una ciudad. Entonces, el patojito se pasó para allá a pedir caridad. Entonces, recogió un poco de plata y compró un poco de querosín y con puro querosín, le veló a la mama... Y los hermanos estaban que beben y beben y no sabían la muerte de la mamá.
Entonces, ya le veló, amaneció domingo. El patojito cogió a la viejecita y la cargó.
Entonces, llegando a la ciudad, el patojito cargando a la mama.
El que[2] llegó a la ciudad, siguió repicando misa. Entonces, el patojito cargando a la mama muerta, se dentro en la iglesia y por ahí le acomodó bien bonito, hincada como que estaba viva. Bueno!
El patojito cogió y se escondió atrás del altar mayor y la viejecita hincada...
Entonces, ya salió misa. Entonces, el sacristán espera que salgan todos. Ya salió toda la gente y entonces, el sacristán decía:
¡Esta vieja, que bien devota! que no sale breve. Yo ya quiero — cerrar la puerta!
Entonces, ya le faltó la paciencia al sacristán; llega y le dice: —Hola, viejecita ¿Hasta cuándo va a estar aquí rezando? Pero apenas la tocó y pun, cayó.
Entonces, salió el patojo detrás del altar mayor y dice: — ¡Ele, ya le mató a mi mamá! ¡ya le mató a mi mama! ¡Ya me voy a denunciarle que usted le mató a mi mama!
Entonces el sacristán le dice:
—Ve, ve, ve, patojito. No, no, vení, te voy a pagar tanto por tu mama.
—¿Cuánto me va a pagar?
—Te voy a dar unos cinco mil sucres.
— ¡No! dice. Yo con cinco mil sucres no repongo a mi mamá. ¡Me paga un poquito más! de eso puedo hacer.
—¡Te voy a pagar veinte mil sucres a que no digas nada!
— Ahí sí, dijo, y la enterraremos aquí mismo.
Así hicieron, señor, levantaron una tabla del altar mayor y ahí mismo le metieron a la vieja. El patojo cogió esa plata, señor, y se fue a su chocita. Domingo tarde, pun, los hermanos ahí.
—¿Qué es, patojo? ¿qué es de mi mama? ¿cómo has estado?
—Yo mal...
—¿Y mi mama?
—¿Cuál mama? ¡Cuando ya la enterré a mi mama! ¿y quieren saber una cosa? que en la ciudad, está valiendo muertos.
—¿Saben cuánto me dieron por mi mamita? ¡Me dieron veinte mil sucres!
—¡No, mientes, patojo!
—No, hermanito ¡veinte mil sucres me dieron!
Entonces, se conversaron entre los dos:
—Esta noche, matamos dos; vos te cargas y yo me cargo al otro y vamos a la ciudad a que nos compren.
Bueno, asilo hicieron: de noche, se fueron y mataron dos. Ensangrentados toditos ellos, andaban por la ciudad:
—¡Compren muertos!
Entonces, en una de esas, le repara la polecía y pun, le ‘ cogieron ‘
— ¡Y qué usté les han matado esta gente!
Y le llevaron; tiro a la chirola.
—Hay, dijeron ya presos, a la salida de nosotros, a este patojo maldecido por mentiroso, lo matamos rápido.
Mientras ellos estaban en la cárcel, el patojo estaba gozando de la plata de su mama; ya hizo su casa, ya tuvo con qué comer, vivía tranquilo con esa plata.
Bueno, tanto así, llegó el día que estos cumplieron la prisión y salieron directamente a mátale al patojo.
—No disque, dicen, a no matarle; mejor, hagamos esto: hagamos trabajar un zurrón, le metimos ahí, lo hacemos cargar a un burro y lo vamos a despeñar!
Así lo hicieron; le estaban metiendo con todo cabeza pa’ cose’le. El le dice: —No, hermani os, siquiera la cabeza déjenme afuera, siquiera pa’ir viendo por’onde me van a llevar.
—Bueno, dijeron, éste de ahí no puede salir; llegamos allá, bunn, le despeñamos, man que esté viendo...
¡Cargaron el burro y largo!... Era de pasar por esa ciudad. Entonces, allá lejos, había un volcán y estos come eran bebiones, el burro se adelantó y ellos quedaron bebiendo en el estanco. El burro que se il a s’iba s’iba... Más allá, encuentra un longo, así al filo del camino, con un manadón de borregas. Entonces le dice:
— Ve, longo, vení, longo vení.
Se apegó el longo...
—Ve, a mí me están llevando aquí a una boda tremendísima que yo no he de avanzar a comer,. Siempre usté descomen más y luego para vos, sí, te queda bien. Hasta que tú regreses, yo me quedo con la manada de borregos. Sácame de aquí.
El longo con sar ta paciencia, cogió el saco, le apeó y de ahí cogió el patojo y bun, le metió al longo ahí.
¡Ele, ca! ya no le dejó la cabeza afuera. Le metió con todo cabeza y pun, le cargó y ahora sí, cogió la manada de borregos hacia un lado de una loma. Estaba él tranquilo con la manada.
Mientras, ya venían ¡stos borrachos atrás del burro a despeñarle al patojo.
Ya llegaron al volcán este, que le iban a despeñar. Ellos no estaban por apearle del burro.
Siguieron con todo y burro y le mandaron.
—¡Ahora sí! Nos zafamos de este patojo maldito que nos hizo poner presos de buena mente...
Bueno, ya regresaban.
— Al patojo, ya se lo llevó el diablo. Ahora sí, de ese gusto vamos a seguir tomando más.
El patojo les dejó que pasen y pasaron ellos.
El patojo iba bajando con su manada de borregos hacia el camino.
A lo lejos, le alcanza a ver uno y dice:
— Hermano ¿y ese no parece el patojo?
— Calle ¡El patojo, ya le mandamos al infierno y el va a venir con borregos!
Más allá, les dice:
— Hermanitos, espérenme.
— Ya viste qué te dije! Que era el patojo ese que te dije!
Al fin, le esperaron.
As’que, hermanitos, en lugar de hacerme un mal, me han hecho un bien; cada bote que daba, tres, cuatro borregos (Cada bote que daba, tres, cuatro borregos más y esta es la manada que hei recogido en lo que me despeñaba.
— ¡No! mientes, patojo.
— ¡Pero, hermanitos, vean que vengo arriando mi manada de borregos!
— ¡Hacenos a nosotros así también!
— Bueno, dijo el patojo, lleguemos a la casa.
El patojo se fue y se trajo dos zurrones; en el uno, le metió al uno, en el otro, le metió al otro. Cogió un burro y lo cargó.
— Ahora sí, vamos ¡Bandidos, conmigo están!
Llegó al barranco ese, apeó y les puso al filo del despeñadero, cogió y bulundún, entre ambos, pa’dentro.
Cogió su burro y regresó montado en su burro.
Llegó a su choza, siguió cocinando y siguió comiendo. Con toda esa manada de borregos que vendía, que comía, recogió hartísima plata.
Se hizo su buena casa y hasta ahora vive tranquilo.

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