sábado, 16 de marzo de 2013

Deris la Sirenita escritora

Deris estaba recostada en una gran concha de color rojizo. En sus manos sostenía uno de los maravillosos libros que solía escribir. Los hacía con hojas de algas, los anillaba con corales, adornaba con conchitas y la tinta que utilizaba era una especial de su viejo amigo, el calamar.

Sus libros tenían gran aceptación, entre sus vecinos de la “Ciudad Esmeralda”. Las demás sirenitas y tritones, los variados peces del lugar e incluso las mantas y rayas algo ariscas, acostumbraban a acercarse, una vez por semana al auditorio para oír como los narraba, pues además de ser una gran escritora, poseía un gran talento, para escenificarlos. Por lo que el público disfrutaba doblemente. Al terminar su relato, todos aplaudían entusiasmados. Era uno de los días más esperados por todos los seres de aquel lugar.

Bueno, no exactamente por todos. En el lugar vivía también el Sr. Besugo, un pretencioso aspirante a poeta, que quería a toda costa rivalizar con nuestra querida Sirenita, pero sin obtener éxito alguno. Ya, que, cada vez que intentaba recitar alguna de sus soporíferas obras, el auditorio quedaba casi al instante, vacío.

Esto hacía que la envidia hacia la Sirenita, fuera aumentando día tras día. Y si cabe más desde aquel fatídico día, en que atraído por sus encantos, se atrevió a ofrecerle un poema más que apasionado y revelador. A lo que, cortésmente, la Sirenita respondió, declinando su oferta.

- Eso había sido un gran error por su parte – pensó el Sr. Besugo-. Atreverse a rechazarlo a él. Un magnífico poeta, además de un ser, apuesto y encantador. ¡Que se creía aquella, vanidosa criatura!

Y desde aquel día su odio hacia la Sirenita se hizo cada vez mayor.

Además de aquellos fabulosos relatos, Deris, escribía bellísimos cuentos, que ilustraba ella misma. Pues también poseía el don de dibujar. Utilizaba para ello, unas florecillas diminutas pero de vivísimos y variados colores que crecían en el “Valle de la Armonía”. Situado a cierta distancia de la ciudad. Siempre que iba hacía acopio de una buena cantidad, para así poder tener suficientes para unas cuantas semanas. Cuando las necesitaba lo que hacía, era machacarlas, y así desprender toda su colorida esencia. De esta manera y ayudada por una vieja espina de mero, coloreaba sus bellas ilustraciones.

Cuando lo tenía terminado, se acercaba a la escuela de la Srta. Cangrejo, que sin pérdida de tiempo, se colocaba sus gruesas gafas de concha, y los leía a sus alumnos, que se aproximaban a ella encantados, de ver aquellas bellas ilustraciones y disfrutar con las preciosas aventuras.

Deris se iba muy contenta y orgullosa, de saber, que lo que hacía gustaba tanto a aquellos pequeños, a los que adoraba.

De regreso a su hogar, se dio cuenta de que las provisiones de florecillas, habían disminuido bastante y decidió ir a buscar más antes de que fuera demasiado tarde y se quedara sin ninguna.

Así que cogió la cestita, donde las guardaba, y se puso en camino.

No se percató, de que a lo lejos la seguía el Sr. Besugo, que aprovechaba la mínima oportunidad para espiarla.

Tardó unas cuantas horas en llegar, porque como he dicho, quedaba un poco lejos de su casa.

Comenzó a arrancarlas una a una, con gran delicadeza, mientras cantaba una hermosa melodía.

No muy lejos, se encontraba un madurito Pulpo, que se había instalado por aquella zona, no hacía mucho. Al oír la melodiosa voz, se acercó con sigilo. Divisó a la preciosa Sirenita, que ajena a todo continuaba con su tarea.

Pensó que era muy linda y que sería una perfecta compañera.

Así que, acercándose, rápidamente, lanzó un buen chorro de su tinta. Lo que cogió a la Sirenita por sorpresa y rodeándola con sus tentáculos la llevó a su guarida.

El Sr. Besugo quedó impresionado por los acontecimientos. Pero lejos de ayudarla, se frotó las aletas alegremente y los siguió con sigilo. Deseoso de ver lo que sucedía.

Allí, la mantuvo encerrada, e hizo que cocinara, fregara y limpiara para él. Mientras tanto, el señor Pulpo que se llamaba Sack, se sentaba en una gran roca a leer.

El Sr. Besugo lo había visto todo. Y encantado, iba día tras día a acecharlos, bien camuflado tras unas algas. Por una pequeña ventana, observaba el trato que le daba el Pulpo a la lindísima Sirenita, y cómo ésta obedecía sin rechistar. Le llenaba de gozo el contemplar que no lo estaba pasando nada bien.

Deris, al principio, no se atrevía ni a hablar por temor a enfadarlo. Pero según fueron pasando los días, pensó en llevar a cabo una nueva estrategia.

¿Le gusta leer?

Sack, se quedó mirándola fijamente y finalmente contestó:

Así es. Es una de mis pasiones.

¡Que casualidad, a mí también!

¿Lo dices para simpatizar conmigo? Te advierto que pierdes el tiempo.

No, nada de eso. En verdad me encanta leer, y también escribo. Y por lo que sé no lo hago mal.

¡Modesta la sirenita!, ¡me gusta!

Sólo repito lo que dicen los demás.

¿Demás?

Sí, suelo leer mis libros, una vez por semana, entre los habitantes de “Ciudad Esmeralda”.

¡Interesante! Tendrás que demostrarme que es cierto.

Cuándo quiera.

¡Ahora mismo!

Está bien.

Y Deris comenzó a relatarle su último libro.

El Sr. Pulpo la miraba extasiado. En verdad, era muy buena, además la historia que le relataba era realmente entretenida. Fue la mejor tarde que recordara en su vida. Ahora más que nunca sabía que jamás la dejaría escapar.

El nuevo giro que estaban tomando los acontecimientos, no gustó nada al Sr. Besugo. Pero siguió acercándose día tras día para ver cómo acababa. Y eso que en “Ciudad Esmeralda” hacía días que se había corrido la voz de la desaparición de la Sirenita. Y todos la buscaban aquí y allá. Pero el ruin Besugo callaba su secreto, y hacía también el paripé de buscarla y de estar apenado por su ausencia.

Así pasaron varias semanas, Deris después de los quehaceres, se pasaba la tarde contándoles sus historias e interpretándolas a la vez.

Poco a poco Sack comenzó a sincerarse y le fue contando su vida.Hacía años que venía huyendo de unos malvados, Alangosta y sus secuaces.

¿Pero por qué?, ¿Qué fue lo que hizo?

No seas impaciente, jovencita, y préstame atención. Pronto te enterarás de todo.

El Sr. Pulpo continuó su relato. Mientras tanto, el Besugo, apostado en su escondite no perdía el más mínimo detalle.

Hace muchos años cuando era muy joven e inexperto, me junté con unas amistades nada recomendables, los hermanos Dentella. Dos tiburones de cuidado. Me enredaron en sus trapicheos y sin saber cómo, me vi envuelto en el robo, de la más fabulosa perla que existiera “La perla Roja”. Cuyo dueño era ni más ni menos, el peor sinvergüenza de todos los mares Alangosta. Debido a mi poca edad e ignorancia, pues no sabía con quien nos enfrentábamos, acepté llevarlo a cabo. Gracias a la habilidad que tenía con mis tentáculos no fue difícil apoderarme de ella. Pero cuando escapábamos, fuimos descubiertos, y los esbirros de Alangosta nos siguieron. Entre ellos, el más peligroso y temido era Sami, un pez espada, que tras unos experimentos llevados a cabo, por los seres que habitan la superficie. Se convirtió en un ser enorme, con una fuerza increíble.

Después de una frenética persecución, nos dio caza cerca de un acantilado. Acabando al instante con los hermanos Dentella. Pero, aún, no sé cómo, yo pude escapar, al colarme por una grieta que había al borde del precipicio y que con muchísima fortuna se extendía varios kilómetros más allá. Por lo que pude escabullirme y salir ileso. Desde ese momento, y hasta el día de hoy, continúo huyendo. Jamás permanezco en el mismo sitio mucho tiempo.

¡Ya es hora de que vuelvas a casa! Realmente no quería hacerte daño, solamente al verte allí, con toda tu juventud y belleza. Egoístamente quise tener un poco de aire fresco en mi patética vida. Pero tú has colmado de sobra todas mis expectativas. Has hecho que estos días, pasen como un soplo, reconfortando mi atormentada alma.

Te doy las gracias por ello, y te pido perdón por privarte de tu libertad. Nunca tendría que haberlo hecho y en verdad, lo siento. Aunque jamás podré arrepentirme por los momentos pasados. Discúlpame por ello.

No tengo nada que perdonar. Reconozco que al principio me asusté, pero según pasaron los días y te fui conociendo a fondo, he llegado a cogerte cariño –le respondió Deris tomándole uno de sus tentáculos.

Sack la miró emocionado. En cambio Srach, que así se llamaba el Sr. Besugo, cambió de color, al oír aquellas palabras. La ira que le estaba embargando, ¡era insoportable!

¿Y qué fue de la perla? – oyó preguntar curiosa a Deris.

Sack se dirigió a una estantería hecha con esponjas y cogió una caracola de hermosos destellos. La puso boca a bajo y de ella surgió la más maravillosa perla que la Sirenita viera jamás. Su tamaño era espectacular, su superficie no presentaba ninguna irregularidad y su color era de un rojo tan intenso que hipnotizaba mirarlo.

Deris la sostuvo en sus manos contemplándola extasiada.

¡Tienes que devolverla! – pronunció al salir de su ensoñamiento.

¿Cómo? –preguntó el Pulpo sorprendido.

Sí, sí, tienes que devolverla – añadía cada vez más convencida - Sin duda esa es la solución. Así te dejarán en paz, y podrás vivir el resto de tu vida tranquilo.

¡Ojalá fuera tan sencillo! Pero las cosas no son así.

¿Qué quieres decir?

Me matarán, nada más sepan dónde encontrarme.

No, no tiene por qué ser así. Han pasado muchos años y el Sr. Alangosta debe ser ya muy mayor. Supongo que su sed de venganza ha disminuido y si además recupera lo que quiere, te dejará en paz. Estoy segura. Déjame a mí. Yo escribiré la carta. Ya verás, todo se arreglará.

No muy convencido Sack la dejó hacer.

Deris se sentó y escribió una carta con el corazón. En ella reflejaba desde la poca edad e inmadurez del Sr. Pulpo, al cometer el robo. Como los años no vividos por la angustia, el miedo y el arrepentimiento. Al final de la misma apelaba a la bondad de Alangosta, al ver que el largo camino de la vida terminaba para los dos y que quizás, con ese gesto, conseguiría que, en el poco tiempo que les quedaba a ambos, pudieran subsanar los errores cometidos. Y así, devolver, un poco de paz a sus tormentosas vidas. Sin contar, que recobraría uno de sus más preciados tesoros.

Al finalizar la carta y entregársela a Sack para que la leyera. Éste no pudo por menos que felicitarla. En verdad, le había quedado perfecta, de una sinceridad abrumadora.

Y se animó.

Quizás funcione –dijo el Pulpo con convicción.

¡Por supuesto que funcionará!

Todo el tiempo que la Sirenita y el Pulpo hablaban, y ésta escribía. Los ojos de Srach se estrecharon, convirtiéndose en dos finas ranuras. Su cerebro no paraba de bullir. Se le había ocurrido una idea maquiavélica, para acabar de una vez con aquel viejo y estúpido Pulpo y con su “odiada” Sirenita. Y frotándose las aletas. Aguardó su momento pacientemente.

Sack, acompañado por Deris, llevó la carta hacia donde discurre la corriente marina. Pues así era, como el correo, viajaba de un lugar a otro en el vasto océano. En ella se indicaba el lugar de reunión, pasados cinco días en la cima del “Monte de los Erizos”.

Este fue el momento que esperaba el Sr. Besugo. Al salir el Pulpo y la Sirenita, Srach se introdujo en la guarida, abrió la concha y cogiendo la extraordinaria perla, la contempló unos segundos.

¡Preciosa, tú serás mi salvación! Mataré dos marinos (así llamaban, coloquialmente, a los seres que habitaban los mares) de un tiro. Y cogiéndola salió precipitadamente de allí.

Nadó velozmente, acercándose a la zona llamada “El Gran Abismo”. Un lugar, donde el fondo marino terminaba en un profundísimo acantilado, que iba a dar a las profundidades abisales. Dónde existían las más extrañas y mortíferas criaturas marinas. Y sin pensarlo un segundo, arrojó por ella la Gran Perla.

¡Esto acabará con ellos! –pensó- Serán pasto de Alangosta, y su esbirro el pez espada. Y con una amplia sonrisa de satisfacción, se encaminó tranquilamente a su hogar.

Mientras tanto, Deris y Sack habían llegado de nuevo a la guarida. La Sirenita, le pidió, si le enseñaría, aquella maravillosa preciosidad por última vez.

¡Claro que sí! No hay ningún problema.

Se acercó a la concha, mas cuál no sería su sorpresa al abrirla.

¡No está! – gritó fuera de sí.

¡Cómo, qué quieres decir! – preguntó Deris, alarmada.

El Sr. Pulpo le mostró la concha vacía.

¿Pero, cómo ha ocurrido, quién ha podido ser?

El Sr. Pulpo dejó caer sus tentáculos en actitud de derrota.

¡Estoy perdido! Ahora sí que no tengo escapatoria. Nunca podré explicárselo al Alangosta, jamás me creerá.

La Sirenita se acercó al viejo Pulpo, se le veía tan indefenso y derrotado. Era como si hubiera envejecido cien años de golpe.

Sintió mucha lástima por él. Sobre todo, porque había sido ella, con su gran idea, la que lo había puesto en aquella situación tan comprometida.

No desesperes, encontraremos al que lo ha hecho. No debe andar muy lejos. ¡Vamos no perdamos la fe!

Asiendo al Pulpo por uno de sus tentáculos, lo sacó al exterior. Justo en el momento, que a lo lejos divisó al Sr. Besugo, que moviendo alegremente su cola, de un lado a otro, se dirigía a “Ciudad Esmeralda”.

¿Qué hará éste por aquí? – pensó Deris algo extrañada.

Pero pronto lo vio todo claro.

¡Vamos, creo que ya tengo al culpable!

Llegaron al lado de Srach, que al verse frente a ellos, comenzó a tartamudear, sin poder evitarlo, haciendo más que evidente su culpabilidad.

¡Ho..hola..Deris!, ¡qué…qué haces por aquí! To..todos te están buscando.

¡No mientas! ¡Dignos la verdad, has sido tú el que ha robado la perla! ¿No es cierto?

¡No sé de qué me hablas!

Entonces Sack lo cogió por el cuello con tanta fuerza, que el maldito cobarde confesó todo de inmediato.

¿Por el “Gran Abismo”? ¡Pero qué has hecho necio! – le gritó el Sr. Pulpo cada vez más fuera de sí.

No te preocupes – intentó tranquilizarlo la Sirenita. ¡Iremos a por ella!

Ir, ir al “Gran Abismo”, estás loca – respondió sobresaltado Srach – ¡que Neptuno os proteja!

De eso nada, tú te vienes con nosotros – le contestó Sack, agarrándole con fuerza por la cola, y arrastrándolo con ellos.

El Sr. Besugo se quedó blanco como la espina de un calamar al oír aquello.

Primero, pasaron por la morada del Sr. Pulpo, para recoger algunas cosas que les harían falta:

Varias caracolas-linternas, algunas provisiones y un grueso poncho hecho de algas trepadoras, las más cubrientes que existían. Lo había adquirido el Sr. Pulpo, al intercambiarlo por un erizo aullador, a un malencarado buhonero, meses atrás. Éste permitiría que Deris, estuviera abrigada en el fondo marino, donde el frío era aterrador.

Así con todo preparado y sin más demora se pusieron en camino.

Llegaron al “Gran Abismo” y comenzaron a descender. Cuando habían bajado unos cientos de metros, encendieron las caracolas-linternas. Deris llevaba una en sus manos, Sack varias repartidas en sus tentáculos y Srach una pegada a su frente. Así el oscuro descenso, se iluminó con un poco de claridad.

Hacía horas y horas que llevaban descendiendo, cuando por fin tocaron fondo. Sack se apresuró a apagar todas las luces, y apremió a los otros, para que hicieran lo mismo. Entonces sacó una diminuta caracola, cuya luz era muy tenue, y apenas alumbraba unos pocos metros, y con ella sujeta por uno de sus tentáculos propuso:

¡Seguidme, muy de cerca! Aquí abajo hay seres monstruosos y de voraz apetito. Debemos ir con muchísimo cuidado.

Así, lentamente, fueron avanzando, hasta que por fin, la diminuta luz se posó sobre algo que daba unos llamativos reflejos rojizos. Se fijaron más y comprobaron que se trataba de la perla.

Sack extendió uno de sus tentáculos y la atrapó con fuerza.

Al estar todo oscuro, no pudieron darse cuenta de que, estaban casi rodeados por extrañísimos seres, de cuerpos transparentes, grandísimos ojos saltones, en los que no existía ni una pequeñísima chispa de vida y formidables dientes afiladísimos. Habían de diferentes tipos, tamaños y formas, a cual más raro y tenebroso. Algunos no podían ver, porque eran ciegos, pero notaban la presencia de otros seres, gracias a las vibraciones de las ondas que rebotaban en sus cuerpos, haciendo que ellos los detectaran. Otros, a pesar de la oscuridad que los embargaba sí podían ver. De esta forma habían dado con ellos.

Sack se dio lentamente la vuelta, seguidos por Deris y Srach para retomar el camino de vuelta. Cuando los vio. Dando unos fuertes tentaculazos se quitó a los que tenía delante de en medio. Y cogiendo a Deris del brazo gritó:

¡Rápido, rápido salgamos de aquí!

Deris y Srach no podían ver nada, pero el tono de alarma en la voz de Sack los inquietó muchísimo.

Como siempre, el rastrero Besugo, no pudiendo resistirse a sus bajos instintos, y viendo una salida para él. Se colocó al lado de la Sirenita y encendió su linterna dando de lleno a Deris. Las horripilantes criaturas al ver algo tan bello y colorista, la desearon al instante. Lanzándose hacia ella a toda velocidad.

Pero el Sr. Pulpo, agarrándola fuertemente, tiró de ella, tan rápidamente y nadó tan velozmente, que llegó a la zona, donde comenzaba la subida hacia su hogar, en pocos minutos. Entonces éste lanzó un fortísimo chorro de tinta cegando a sus perseguidores, lo que aprovecharon para alejarse de ellos y ponerse a salvo.

Cómo Srach se había quedado un poco rezagado, al lanzar el Pulpo su potente chorro, también lo cegó a él. Cometiendo el peor error de su vida, encendió de nuevo su linterna para poder ver, y sintiéndose a salvo miró hacia atrás. Viendo a lo lejos, al único extraño pez que los perseguía. Un bicho de cierto tamaño, de cuya frente, sobresalía una especie de larga protuberancia acabada en una lucecita, se echó a reír gritándole:

¡Muerde la arena, bestia inmunda!, es lo único que vas a morder hoy – decía exultante.

Mas de pronto ocurrió.

La bestia, lanzó aquella extraña protuberancia contra el Besugo, que se iba haciendo, cada vez más y más larga. Hasta que el extremo luminoso se abrió, como si de una pinza se tratara, atrapándolo por la cola. Y comenzó a atraerlo hacia su repulsiva boca.

Srach, viéndose atrapado, sin posibilidad de escape, comenzó a gritar suplicante:

¡Ayúdame Deris, ayúdame por favor! ¡Lo siento, ayúdame!

La voz se iba alejando más y más, hasta quedar siendo sólo un susurro en la distancia.

Deris intentó zafarse del Pulpo:

Tenemos que ayudarle, Sack, debemos ayudarle.

Pero Sack después de enfocar hacia abajo, la atrajo más hacia él.

Lo siento querida, pero ya es demasiado tarde. No podemos hacer nada por él.

La Sirenita acurrucada sobre el viejo Pulpo, lloró en silencio. A pesar de todo, no merecía aquel final tan trágico y horrendo.

Así, continuaron ascendiendo. Hasta que después, de larguísimas horas, acabaron de nuevo al borde del acantilado.

¡Por fin, habían llegado donde debían estar!, en la zona del océano que conocían y a la que ellos llamaban hogar. Lejos de criaturas y seres extraños.

El día esperado por fin llegó. Sack y Deris, se encaminaron al lugar. No esperaron mucho, cuando divisaron a Sami, el enorme pez espada.

¿Cuánto tiempo Sack? – dijo con sarcasmo, el pez espada, al verlo.

Lo mismo digo – respondió éste.

Te has hecho de rogar. Llevo años siguiéndote la pista, y te he tenido ha tiro un par de veces, pero reconozco que no has sido una presa fácil. Pero no te preocupes, tengo órdenes estrictas de no hacerte daño. Debe ser que la edad está ablandando al viejo. ¡En fin una lástima!, tenía ganas de saldar una antigua deuda.

Sack extendió uno de sus tentáculos, y en el extremo del mismo apareció la impresionante perla.

Sami la cogió, cuando se percató de la bella Sirenita que esperaba unos metros más allá.

Dirigiéndose a ella exclamó:

¡Hola preciosidad! ¿Y tú quién eres?

¡Déjala en paz! – gritó el Pulpo alterado.

De eso nada, ésta belleza se viene conmigo. Ella no entraba en el trato, y agarrándola fuertemente del brazo la atrajo hasta su fea cara.

Sack se puso rojo de rabia, y le lanzó uno de sus tentáculos. Sami lo esquivó, diciendo en tono burlón:

No esta mal para un anciano. Pero déjalo ya, no quiero hacerte daño.

¡He dicho que la sueltes, Sami!

¿Y si no qué?, ¿me harás tragar la arena? Anda no me hagas reír.

Y atrajo hacia sí, más fuerte a la Sirenita, que se debatía inútilmente por zafarse.

Entonces, sucedió algo inesperado, Sack lanzó con todas sus fuerzas sus tentáculos contra Sami, que cogido por sorpresa, se tambaleó, soltando a la Sirenita. Sack, aprovechó el momento para atacar de nuevo. Se enroscó alrededor del cuello del pez espada, que forcejeó hasta quitárselo de encima. Ya volvía el Pulpo al ataque, cuando ocurrió, Sami sacudió dos veces la cabeza, y en la última de ellas, no calculando bien la distancia, atrapó al viejo Pulpo, que quedó ensartado en su larguísima espada.

¡Nooo! – gritó Deris horrorizada.

Sack, se deslizó suavemente, cayendo en la arena.

En ese instante sirenas y tritones portando sus tridentes, aparecieron a lo lejos. Llevaban ya varios días buscando a la Sirenita.

El pez espada, viendo que el panorama que le aguardaba no era nada alagüeño, y teniendo ya lo que iba a buscar. Decidió poner el océano por medio. Alejándose a toda prisa.

Deris lloraba amargamente, mientras sostenía, el cuerpo casi sin vida, del viejo Pulpo. Con su último suspiro éste susurró:

¡Gracias Deris, por devolverme la vida!

Y con una sonrisa de felicidad se despidió para siempre.

Pasaron varias semanas, y los habitantes de “Ciudad Esmeralda” se reunieron de nuevo, para escuchar el último relato de Deris, la Sirenita.

Antes de comenzar a leer pronunció estas palabras:

Este libro, lo dedico a la memoria de un viejo y querido amigo. Y conteniendo la emoción que la embargaba, comenzó a leer, lentamente la introducción:

“Por un mal comienzo, y un entrañable “hasta siempre”.


No hay comentarios: