viernes, 15 de marzo de 2013

Calim, el calamar

Calim, el calamar

               
Había una vez un calamar que se llamaba Calim y que vivía en las aguas de una playa muy grande y muy bonita. A Calim le gustaba mucho jugar y tenía bastantes amigos. Sus preferidos eran Poli, el pulpo y Cram, el cangrejo. Algunas veces, en vera­no, juga­ban también con dos niños que eran sus ami­gos y con los que se divertían mucho: Moncho y David.
En las últimas semanas jugaban todos juntos y se lo pasaban en grande. Cram el cangrejo les en­señaba lo que había que hacer para aprender a cami­nar siempre hacia atrás, pero David y Moncho todo lo que conseguían era tropezar, caer en la arena y a veces irse de cabeza al agua. Poli el pulpo les en­señaba su habilidad para hacer nudos y deshacerlos con sus ocho brazos. Moncho y David pensaban en lo latoso que era colocarse bien cada mañana las dos mangas de un jersey y lo horrible que sería tener ocho en lugar de dos, y miraban asombrados la rapidez con la que Poli hacía y deshacía, parecía un mago. Calim el calamar actuaba como maestro de ceremonias, pre­sentándolos como si estuvieran en un teatro o en un circo.
Calim
- Señoras y señores, con ustedes el único, el inigualable artista venido de los mares del Sur espe­cialmente para actuar ante ustedes: Poliiiiii el pulpooooooo... -decía Calim, al tiempo que hacía una gran reverencia-.
Aquel día Calim presentaba un número muy especial: Cram el cangrejo iba a probar el más difícil todavía, caminar hacia adelante.
- Con ustedes el número más peligroso que hayan contemplado jamás sus ojos: Cram el cangrejo luchará contra todo y caminará hacia adelante -reía Calim-. Y señoras y señores, lo hará sin red.

Cram lo intentaba y lo intentaba pero en cuanto se despistaba un poco volvía a ir hacia atrás. Todos se partían de risa al ver sus esfuerzos, pero aplau­dieron al final, sobre todo Poli que lo hacía con sus ocho manos.
A Calim se le ocurrió entonces que podían hacer otro número todavía. Si Cram había intentado cami­nar hacia adelante, David y Moncho podían intentar hacerlo con las manos y cabeza abajo. Volvió a su papel de presentador y dijo:
- Y ahora, señoras y señores, guarden mucho silencio. Nuestros héroes necesitan mucha, mucha concentración. Ellos son Moncho y David y van a in­tentar lo imposible: que un ser humano, mejor dicho, que dos seres humanos caminen cabeza abajo. Adelan­te, muchachos.

A David y Moncho no les quedaba más remedio que hacer su número, así que lo intentaron encan­tados. Por supuesto, no pudieron dar más que un par de pasos porque al ir con los pies para arriba perdían el equilibrio y caían sobre la arena. Eso sí, se divir­tieron todos muchísimo.
- Señoras y señores, hasta la próxima -decía Calim con otra gran reverencia-. Gracias por venir a ver nuestro arte. Mañana volveremos a estar con ustedes.
Y otra vez se oían grandes aplausos de las ocho manos de Poli.
Ya era tarde, así que David y Moncho se despi­dieron de sus amigos y todos volvieron a sus casas. Quedaron en que al día siguiente se verían de nuevo en el mismo sitio.
A la mañana siguiente cuando Moncho y David llegaron a la playa se extrañaron mucho al ver a sus amigos tan serios. Cram no paraba de moverse. Poli jugueteaba furioso con sus manos haciéndose un lío de vez en cuando y Calim parecía muy abatido.
-¿Qué ocurre? -preguntaron los dos niños, sor­prendidos por aquel recibimiento-.
Calim se adelantó para responder:
- Ha ocurrido un desastre, que podía haber sido todavía peor.Pulpo
- ¿Un desastre? ¿Qué tipo de desastre? -preguntó David, que no tenía ni idea de a qué se refería Calim-.
- Acompañadnos -dijeron-. Vamos a enseñaros algo.
David y Moncho los siguieron hasta un extremo de la gran playa. Al llegar al lado de unas rocas, se pararon y contemplaron asustados a qué desastre se refería Calim: la playa parecía un campo de batalla, había botellas, vasos, papeles, restos de un fuego, colillas de cigarrillos y todo tipo de basuras. Además, había también montones de conchas pisoteadas y aplastadas. Aquello era realmente un desastre.
- ¿Entendéis ahora a qué desastre nos referi­mos? -preguntó Poli todo preocupado-.
_ ¡Dios mío! -dijo Moncho-. ¿Quién puede haber hecho esto?
- Unos gamberros, por supuesto -contestó Cram todo enfadado-. Habría que darles un buen escarmien­to.
- Tienes razón -dijo Calim-. Pero ni siquiera sabemos quiénes son. De todas maneras habría que hacerles entender que la playa no es suya, sobre todo si la utilizan para estas porquerías.
- Quizá podamos hablar con el alcalde y decirle que pongan vigilantes por la noche -comentó David-.
- ¡Uf! no servirá de nada. No puede haber vigi­lantes toda la vida y estos gamberros seguro que vuel­ven -dijo Poli-.
- Les daremos una oportunidad -comentó Calim-. Pondremos papeleras a lo largo de la playa y unos letreros que digan: "Por favor, no ensucien la playa. Tiren la basura en las papeleras". A lo mejor hay suerte y lo hacen.
A todos les pareció una buena idea, aunque estaban muy enfadados. No entendían cómo se podía hacer aquello en una playa. Había que ser muy gam­berro.
Dedicaron todo el día a recoger aquellas por­querías y a limpiar bien la playa. Colocaron unas grandes papeleras y unos letreros enormes, tal como había dicho Calim.
Playa A la mañana siguiente, David y Moncho fueron más temprano que de costumbre a reunirse con sus amigos. Los encontraron muy tranquilos: aquella noche no había ocurrido nada, las papeleras estaban vacías, sólo en una había dos o tres envoltorios de caramelos. Estaba claro que los gamberros no habían aparecido por allí. De momento podían estar tran­quilos.
Pero su tranquilidad no duró mucho tiempo. Una semana después, cuando Moncho y David llega­ron a la playa se encontraron a sus amigos desolados. Esta vez no hizo falta preguntarles qué había ocurrido porque el desastre afectaba a toda la playa: había basura por todas partes, las papeleras estaban tiradas en el suelo y de los letreros no quedaban más que los restos porque los gamberros los habían utilizado para hacer un fuego.
- Bueno, amigos, ya veis -dijo Calim-. Estamos tratando con unos salvajes. Esta vez han hecho más gamberradas que la anterior.
- Será mejor que nos pongamos ya a limpiarlo, porque si no nunca acabaremos -dijo Cram muy en­fadado-.
-¡Qué rabia no poder hacer nada para que esos gamberros nos dejen en paz! -protestó Moncho-.
- En fin -dijo David mientras empezaba a reco­ger unas botellas-, de momento lo único que podemos hacer es limpiarlo todo.
Estuvieron todo el día recogiendo papeles, botellas, y limpiando bien la playa. Al anochecer todos estaban agotados, así que decidieron irse a dormir.
Cuando David y Moncho se marcharon, Calim se quedó un rato hablando con Poli y Cram.
- No podemos cruzarnos de brazos todos los días viendo cómo un puñado de gamberros ensucian la playa -les dijo-. Estoy seguro de que hay algo que podemos hacer. Veréis, tengo un plan, pero necesitare­mos la ayuda de todos nuestros hermanos. Así que manos a la obra y vamos a avisarles.
En poco rato Calim, Cram y Poli consiguieron reunir a más de cien animales de su clase: la playa estaba llena de calamares, pulpos y cangrejos. Calim se dirigió a todos ellos y les dijo que no iba a ser un trabajo fácil porque habría que hacer guardia toda la noche.
-¡Estamos dispuestos! -gritaron todos-.
- Bien, entonces escuchad. Éste es mi plan ...
Y Calim les explicó en qué consistía, con todo detalle.
Pasaron varias horas antes de que ocurriera nada. Pero finalmente, cuando eran casi las tres de la madrugada, a Poli le pareció oír algo.
- Creo que viene alguien -dijo-.
Y así era, ahora podían oírlo todos perfec­tamente. Un grupo de personas se acercaba gritando y cantando. Al verlos de cerca, Calim comprobó que sólo eran cuatro.
- Va a ser más fácil de lo que creíamos -dijo a sus compañeros-. Bueno, ya conocéis el plan.
Los gamberros empezaban ahora a tirar algunas botellas vacías y gritaban:
-¡Esto es vida! Hoy hasta quizá pesquemos algún cangrejo.
Cram, al oír esto, quiso lanzarse ya al ataque, pero Calim lo agarró por una pinza y le dijo:
- No vayas a estropear el plan.
Los gamberros continuaban con su juerga. Calim entonces dio la orden de empezar. Poli y otro pulpo empezaron a moverse sin parar en el agua, salpicando hasta dejarlo empapado a uno de los gamberros.
-¡Eh! ¡Eh! -gritó éste dirigiéndose a sus com­pañeros-. Eso no ha tenido gracia.
Los otros lo miraron como si estuviera loco, y al verlo todo mojado empezaron a reírse.
-¡Cómo te has puesto! Ja, ja, ja.
- No tiene gracia. Si volvéis a hacerlo os acor­daréis de mí -dijo furioso-.
- Estás loco -comentaron los otros-. Nosotros ni siquiera nos hemos acercado a ti.
-¿Quién ha sido entonces­? -se preguntaron un poco preocupados-.
Otro se acercó a su compañero y cuando estaba de espaldas a éste, Poli y su amigo volvieron a repetir el chapoteo hasta dejarlo empapado.
-¡Aaahhh! ¡Déjame en paz! -gritó el gamberro, creyendo que lo había mojado su compañero-.
-¡Yo no he sido! -gritó éste-.
Ahora, además de preocupados, empezaban a estar algo asustados.
- Será mejor que no nos separemos mucho unos de otros -dijo el que parecía ser el jefe-. Vamos a ver qué ocurre.
Se acercaron los cuatro juntos a la orilla con unos palos en la mano. Calim entonces dio la señal de atacar.
-¡Adelante, muchachos! -dijo-.
Y el plan de Calim se puso en marcha. De pron­to cada uno de los gamberros se encontró inmovilizado de pies y manos, los pulpos se habían encargado de atarlos; los cangrejos, con sus pinzas, les apretaban la nariz y las orejas; y los calamares soltaban su tinta por encima de ellos.
-¿Qué es esto? -gritaban muertos de miedo-.
-¡Me he quedado ciego, no veo nada más que tinta negra! -gritaba uno-.
-¡No puedo moverme! -gritaba otro-.
-¡Aaahhh! Son monstruos marinos -decía el jefe-.
Calim, con voz furiosa, les dijo:
- Efectivamente, somos monstruos marinos y no nos gusta que ensucien la playa. Pero como a voso­tros sí que parece gustaros la suciedad hemos decidido daros una buena ración.
Y entonces volvió a dar la orden de echarles tinta. Esta vez fueron los pulpos los que se encargaron de ello.
-¡Basta! ¡Basta! -gritaban los gamberros-. Dejad­nos marchar, no volveremos nunca.
- Será mejor que no lo hagáis -dijo Poli-. Y decíd­selo también a vuestros compañeros. Pero antes lim­piad todo esto, inmediatamente.
Los gamberros lo dejaron todo completamente limpio en un instante, y luego echaron a correr sin volver la vista atrás ni una sola vez.
Poli, Calim, Cram y todos sus amigos no podían parar de reír. Al fin se habían librado de ellos.
- Bueno, monstruos marinos -dijo Calim rién­dose-. Será mejor que descansemos un poco. Buenas noches y gracias a todos.
Así fue cómo la playa volvió a ser la de siempre: limpia y tranquila. Los gamberros jamás volvieron a aparecer y Calim, Cram, Poli, Moncho y David siguie­ron haciendo sus números de circo.

No hay comentarios: