sábado, 9 de marzo de 2013

Diario de un cabeza de chorlito



Diario de un cabeza de chorlito

Leónidas Kowalski de Arimatea entra en la tienda de animales +Kotas. Es un hombre moreno de unos treinta y tantos años con canas en la cabeza y en la perilla. Sus ojos son negros. Calza zapatos negros, viste vaqueros negros, jersey negro de cuello vuelto y cazadora de piel negra. Tiene también el alma negra, pero eso aún no puede saberlo Eli.

Eli, la dependienta, es una chica rubia de unos veinte años a la que Leónidas le suena vagamente. "Ajá, comida para gatos", recuerda Eli. Se sorprende cuando esta vez el hombre pide otra cosa.

-Buenas tardes, señorita. Quisiera pájaros. Dos.

-Hola. ¿Pájaros cómo?

-Pájaros. Dos. Como sean.

-Pero vamos a ver, ¿agapornis, periquitos, canarios...?

Leónidas duda. No había pensado en la marca.

-Pues... no sé. ¿Son caros?

-Depende.

-¿De qué?

-Del pájaro que quieras.

A Leónidas le da mucho por el saco que lo tuteen los desconocidos, pero como se trata de una chica guapa decide no dar importancia al detalle.

-Quiero pájaros baratos. Dos.

-Tenemos una oferta de tres canarios al precio de dos. A lo mejor te interesa.

-Sí. Póngame tres canarios al precio de dos canarios. ¿Gritan mucho esos pájaros?

Eli se ríe.

-Hombre, más que gritar cantan.

-¿En español? -pregunta muy seriamente Leónidas.

-No, en canario -responde Eli entre risas.

-El acento canario es como el andaluz, pero más dulce -comenta el hombre como si pensara en voz alta -. Me gusta. Quiero esos tres pájaros al precio de dos pájaros.

A la chica hay algo que no le cuadra. Ese cliente está diciendo unas cosas muy raras y las dice muy serio. Al principio Eli ha pensado que el hombre estaba de guasa, pero ya no sabe qué pensar.

-A ver, mira, que si lo que quieres es un pájaro que hable te recomiendo que compres un loro.

-¿Tres loros al precio de dos loros?

A su pesar Eli vuelve a reírse.

-¡No, hombre! Un loro al precio de un loro, porque además solo tenemos uno. Y es caro, te advierto.

-¿Cuánto de caro?

-400 euros.

-No me interesa. Quiero pájaros baratos. Dos. O tres al precio de dos. Y que griten.

-Bueno, querrás decir que trinen: pío, pío, pío.

-¿Y no pueden gritar?

Eli empieza a mosquearse.

-Pues no, no pueden. Los pájaros no gritan.

-Pero usted dijo que el loro habla. Un loro al precio de un loro. Y habla. Lo dijo usted.

-Ya, pero los otros ni hablan, ni gritan, ni cantan, ni nada de nada. Solo dicen pío pío pío.

-¿Pío pío pío? -pregunta incrédulo Leónidas.

-Sí, eso justamente. A ver, ¿tú para qué quieres un pájaro?

-No quiero un pájaro. Quiero dos. O tres al precio de dos.

-Los que sean. ¿Para qué los quieres?

-No son para mí. Son para Gusifluky.

-¿Y ese quién es? -pregunta Eli, que ya está perdiendo la paciencia.

-Es el gato. Aquí he comprado pienso para el gato, comedero para el gato, transportador para el gato, collar antipulgas para el gato, y ahora quiero comprar dos pájaros para el gato. O tres pájaros al precio de dos pájaros. Para el gato, señorita.

Eli mira a Leónidas de arriba a abajo y empieza a tomar conciencia de que algo no va bien en la cabeza de ese cliente. Sigue intentando comprender de qué va todo esto:

-Yo es que no te entiendo, eh, perdóname. Para el gato, ¿pero para qué?

-Para lo que el gato quiera.

Eli se pone melodramática.

-¡El gato los va a matar!

-Sí. Tres al precio de dos. ¿Gritarán?

-¡Que no gritan! ¡Y que no te vendo pájaros para que un gato los mate sin ningún motivo!

-Quizá también se los coma. A los dos. O a los tres al precio de dos.

-No se los va a comer, solo los va a matar. Los gatos domésticos no se comen lo que cazan -explica Eli muy didáctica.

-De acuerdo. Tres al precio de dos -insiste Leónidas, a quien se la trae floja que Gusifluky se coma o se deje de comer a los pájaros.

Eli no dice nada. Tiene los brazos en jarras y mira desafiante a Leónidas. Leónidas se limita a sostenerle la mirada, impertérrito, sin emoción alguna en su rostro, sin parpadear. Eli se pone muy nerviosa, pero dice con tono severo:

-Lo siento, señor, pero no le puedo vender pájaros.

-¿Por qué ahora me llama de usted? Creía que éramos amigos -dice Leónidas sin el menor rastro de emociones.

-Joder, tío, esto no es normal. Mira, paso. Que no te vendo pájaros y ya está. No hay más que hablar.

Pero Leónidas es de la opinión de que aún tienen mucho de lo que hablar.

-Olvidemos la oferta de tres pájaros al precio de dos. Puedo pagar dos pájaros al precio de dos pájaros.

-A ver si lo entiendes: NO TE VEN-DO NIN-GÚN PÁ-JA-RO.

-¿Ni un solitario pájaro al precio de un solo pájaro?

-No, nada de nada. Cero pájaros al precio de cero pájaros.

-Bien. ¿Tiene ratones?

-¡TAMPOCO VOY A VENDERTE RATONES!

-Pues véndame hamsters. Veo que tiene muchísimos. ¿Veinte al precio de quince, quizás?

-Tú estás enfermo, colega. No te vendo nada. ¡Fuera de aquí!

Leónidas permanece varios segundos mirando a la dependienta. Después, lentamente, da la espalda a Eli y se dirige a la puerta, pero cuando está a punto de salir se gira de nuevo y dice:

-¿Me vendería peces? Dos o tres peces al precio de dos peces, como prefiera.

-¿Para el gato?

-Sí.

-Pues no, tampoco te vendo peces.

-Señorita, ¿tiene algo contra el pequeño Gusifluky?

-No señor. A mí me gustan todos los animales, y su gato que coma pienso.

-Gusifluky come pienso. Lo compro aquí. Usted lo sabe. "Marchando un kilito de pienso para el gatito del caballero". Eso lo dice usted siempre.

-Pues ya ves, hoy no te voy a decir "marchando dos pajaritos para el gatito".

-Pero usted debe entender que Gusifluky necesita matar algo. Al pienso no se le puede matar porque no está vivo.

-Pues así están las cosas. Aquí no vas a encontrar lo que tu gato necesita.

Leónidas reflexiona unos segundos sobre la vida, la muerte, los gatos y las dependientas obtusas.

-Vale -dice Leónidas-. Ahora quisiera comprar dos bombillas de sesenta watios. ¿Tiene una oferta de tres bombillas al precio de dos bombillas?

-¡ESTO ES UNA TIENDA DE ANIMALES! -dice Eli ya totalmente fuera de sí.

-Pues no se nota, señorita, no se nota -responde el hombre con una sonrisa casi imperceptible, aunque sus ojos están tan fríos como siempre.

Eli pierde la diplomacia.

-¡FUERA DE AQUÍ, LOCO! -grita esgrimiendo hacia Leónidas una cadena para perros grandes.

Leónidas se marcha parsimoniosamente. Quince segundos más tarde vuelve a entrar en la tienda.

-Buenas tardes, señorita. ¿Tiene gusanos?

Eli no puede dar crédito a lo que está pasando.

-¿Gusanos? ¿Para el gato también? -pregunta con voz cansada.

-No. Para pescar. Para pescar peces para el gato.

-¡Que te largues, sádico! ¡Enfermo, que eres un enfermo!

Pero Leónidas Kowalski de Arimatea es un hombre de recursos y decide emplear una nueva táctica:

-Tiene razón, amable señorita. No quería decírselo porque me da vergüenza, pero la verdad es que estoy mal de la cabeza y el psiquiatra me ha prescrito contemplar pájaros y regocijarme con sus bellos y relajantes trinos: pío pío pío y todo eso, ya sabe. ¿Me puede vender dos pájaros, o tres pájaros al precio de dos pájaros?

A Eli ya le tiemblan las rodillas. Lo del psiquiatra, a la vista está, tiene mucho sentido, pero ella no se fía de ese tipo tan raro.

-Oye, te lo digo muy en serio, o te vas o llamo a la policía.

Eso no gusta nada al hombre. Le parece insultante que lo tachen de delincuente por querer hacer feliz a su lindo gatito inocente.

-Si usted llama a la policía yo mañana volveré aquí. Volveré aquí con Gusifluky y todo esto -dice Leónidas señalando con un gesto amplio la tienda -será un jodido bufet libre para el pequeño Gusi. Pío pío pío y ñam ñam ñam...

A Eli no parece impresionarle la amenaza y descuelga el teléfono mascullando insultos. Marca un número de tres dígitos y Leónidas la oye decir al aparato:

-¿Policía? Llamo desde la tienda de animales +Kotas. Hay aquí un loco amenzándome y...

Leónidas se marcha frustrado. No entiende por qué todo el mundo parece estar en contra de su gato. Mientras camina hacia su casa arrastrando los pies piensa que el mundo es muy injusto. Aquella chica tenía un montón de pájaros (tres al precio de dos) y no ha querido que el pobre Gusi tenga ninguno. Es una iniquidad que Leónidas se resiste a aceptar, y va pensando en ello, encolerizado, cuando llega al bloque de pisos donde ocupa un ático junto a su gato Gusifluky, y antes de entrar al edificio mira hacia el balcón del segundo A. Allí hay varios pájaros enjaulados -canarios, jilgueros, verderones...-, y Leo vuelve a pensar en lo mal repartido que está el mundo. Llega a su hogar con una abominable sensación de fracaso. Gusifluky va a recibirlo en cuanto oye que la llave se inserta en la cerradura. Leónidas toma en brazos a su gato y le moja el pelo de la cabeza con lágrimas de insoportable rabia.

Unos minutos después Diego Liébana, el vecino del segundo A, abre la puerta de su casa ante la insistencia de alguien que llama incansablemente al timbre. Ante él se encuentra Leónidas Kowalski de Arimatea.

-Quiero pájaros. Dos, tres, ocho. Todos los que tenga -dice el siniestro vecino del ático, quien en un brazo acuna a un enorme gato negro y blanco y en la otra mano sostiene un objeto cromado que contrasta con la negrura de su indumentaria.

Cri-clic, hace el arma cuando Leónidas la amartilla. Ese ruido, y el ronroneo de Gusifluky, es lo último que Diego Liébana oye en su vida.

No hay comentarios: