jueves, 29 de noviembre de 2007

LA BRUJA DE LA BRISA


Érase una vez un bosque que nunca se había quemado. En él había una casa donde vivía una niña llamada Alyssa.

Alyssa tenía casi seis años, aunque, por lo responsable que era, aparentaba siete. Su madre era la ?Bruja del Bosque? pero, por supuesto, era una bruja buena, encargada de velar por sus habitantes.

A Alyssa y a su madre las encantaba estar juntas y comer helados de chocolate. Alyssa hablaba sin parar y la ?Bruja del Bosque? se reía y la llamaba loro. La niña quería convertirse en ?Bruja del Viento? y, con la ayuda de su mamá, practicaba y practicaba, pero solo conseguía levantar una suave brisa.

Aly, como la llamaba su madre, también sabía escuchar.Por eso y por lo dulce y cariñosa que era, estaba al cargo de la ?Escuela del Bosque?, el lugar donde iban los animalitos que no podían estar con sus papás. Aly era la maestra y los animalitos aprendían muy deprisa porque era una profesora excelente, siempre pensando en el bienestar de los demás e intentando que se sintieran bien.

Un día apareció en la escuela un magullado cachorro de gato. Era extraño porque los gatos no son habituales en los bosques. Aly tuvo que interrumpir la clase porque el nuevo alumno estaba nervioso y asustado, desde un rincón bufaba a todos sus compañeros, arañaba y mordía. La niña utilizó el ?Hechizo del Sueño? para tranquilizarlo y se llevó el gato a casa.

Con el paso de los días, Aly fue ganándose la confianza del minino que, aunque más tranquilo, cuando oía ruidos volvía a asustarse. Una mañana le encontró una enorme herida en el pecho. La niña fue corriendo a buscar a su madre.

- Cariño, todas las brujas intentamos curarlo. ? explicó su mamá - Hubo una explosión y desde entonces no encontramos a su familia. Pensamos que contigo podría recuperarse pero... ? suspiró - está perdiendo el corazón y sin corazón no podrá vivir.

- ¿No podemos sanarlo?

- Solo si encontráramos el ?

Tesoro Tras la Puerta Tras la Cueva Tras el Árbol?, pero hasta el momento, ninguna bruja ha conseguido siquiera ver la cueva.

- Mamá, ¡déjame intentarlo!

- Pero niña...

La ?Bruja del Bosque? suspiró, sospechaba que Alyssa encontraría, con su dulzura y su amabilidad, caminos que ninguna bruja habría sido capaz de recorrer.

- Está bien, ve de inmediato porque el tiempo apremia.

Indicó a su hija el camino y la dio un ?Beso Mágico?, de esos que solo saben dar las madres y que protegen de todos los peligros. Alyssa, un poco asustada pero decidida a salvar una vida, se marchó con el gato en brazos.

Llevaba un buen rato caminando cuando se encontró con unos zorritos. Estaban muy asustados porque había cazadores y no veían a su mamá. La niña les regaló su ?Beso Mágico? y continuó su camino. Estaba en la linde del bosque cuando la madre zorra salió a su encuentro.

No podía devolverle el beso pero le regaló la ?Flauta de los Sabios Consejos?. Alyssa dio las gracias y siguió andando.

Pronto encontró una montaña escondida tras un árbol gigantesco. Allí estaba la Cueva Tras el Árbol. Alyssa miró tras las ramas, las dobló, empujó al árbol? pero no vio la cueva. Entonces, la flauta comenzó a sonar:

- Alyssa, lo tuyo es la brisa, prueba con una sonrisa.

Pensó que un viento fuerte agitaría las ramas dejando al descubierto la boca de la cueva. Puso todo su esmero al realizar el conjuro pero solo consiguió su brisa de costumbre. Las ramas se movieron un poco para aquí, y un poco para allí, haciendo cosquillas a la falda de la montaña que ¡se rió! Entonces Alyssa pudo ver la boca de la cueva.

Estaba tan contenta que comenzó a correr sin fijarse en la decoración del túnel. A lo largo del pasillo se enfrentaban figuras de animales dormidos. Burros frente a asnos, camellos frente a dromedarios, tigres frente a leones... Su carrera era amplificada por el eco. El gatito se agitó por el estruendo. Alyssa se aproximaba a la primera pareja de animales sin percatarse de que estos abrían los ojos mirándose con saña. Apenas oyó a la flauta que decía:

- Alyssa, niña de la brisa, ¿donde vas con tanta prisa?

Alyssa recordó las veces que su mamá la había regañado por ser un terremoto y comenzó a avanzar en silencio. El gatito se calmó y las figuras, también.

Agotada de caminar, Alyssa llegó a la puerta más alta que habían visto sus ojos. Intentó alcanzar el picaporte pero estaba demasiado alto. Miró al gatito, no tenía pulso. Aporreó la puerta, pego patadas, arañó? pero sin resultado. Lloró de impotencia.

- Alyssa, niña acaramelada ¡se siempre bien educada! ? entonó la flauta.

- Abreté, por favor ? gimió Alyssa.

Se abrió una rendija por la que se entrevió una luz deslumbrante. El gatito se fue de sus manos sin poder sujetarlo. Vio más gatos, jugando felices, y niños, y gente riendo. Oyó música. Fue feliz. Sus ojos se cerraban. La flauta susurro:

- Alyssa, ?Bruja de la Brisa?, descansa que ya no hay prisa.

Y Alyssa durmió.

Cuando despertó, feliz y repuesta, estaba en casa con su madre. Alyssa relató sus aventuras. Cuando terminó, preguntó a su mamá:

- ¿Qué era aquello tan dulce que había tras la puerta?

Su madre, acariciando su pelo, contestó:

- Aquello, cariño, era la PAZ.

Milagros Mejías Muñoz

EL REGALO DEL SOL PARA IRIS


El regalo del sol para iris
Iris vivía en una gran montaña, todas las tardes recogía flores entre los verdes campos. Ella veía como el sol resplandecía sobre su montaña, el acariciaba los cabellos dorados de Iris y siempre jugaban juntos, ella le regalaba las mas bonitas flores que había cortado, entre ellas las favoritas de aquel sol, los girasoles, la niña sabia que al sol le agradaban. El estaba muy agradecido; una tarde Iris salio a correr por los campos y a recoger las flores para juguetear con el sol como todas aquellas esas tardes. Parecía que Iris nunca cambiaba, pasaban los años y ella seguía jugando con el sol. Sus rayos no la quemaban; era absurdo pensar que un día los dos dejaran de jugar.

Una tarde la sorpresa fue para Iris, el sol no apareció como de costumbre, la tarde estaba nublada, y las nubes oscuras tapaban el amarillo sol, ella salio a recoger sus flores y estaba feliz, cuando no vio al sol su cara se puso triste, y pensó que el ya no quería jugar. No sabía que esas nubes grises tapaban a su amigo que estaba detrás, esperándola como siempre; ella tiro las flores de colores y quito los pétalos de los girasoles y los esparció por todos lados. Cuando ella volvió a su casita comenzó a llover fuertemente y al día siguiente, donde ella tiro los pétalos, ya habían nacido nuevos girasoles. Pero ella no lo vio por que había decidido darle un castigo a su amigo sol, por lo que le había hecho, pero el sol la esperaba para explicarle todo. Ella nunca llego ese día.

Al día siguiente, en el cumpleaños de la niña el sol estaba desesperado, no sabia que regalarle!. La pequeña ya había olvidado el incidente de aquel día y perdonado al sol, entonces salio a recoger las flores a cantar por los campos y a buscar a su amigo, el sol ya la esperaba y había pactado algo con las nubes que lo habían hecho quedar mal, para regalarle algo a Iris. ¡Se han encontrado los dos amigos y han comenzado a juguetear,! y comienzan a escucharse susurros, son gotas de agua. Pero Iris y el sol continúan jugando; el felicita a Iris y le hace un regalo, es un arco muy bonito, y le dice este arco es para ti Iris, y es de 7 colores es gigantesco y rodea a la montaña. El arco de Iris es el mas hermoso de todos los colores, Iris le ha nombrado Arco iris, el regalo de su amigo sol.

Yaneth Soria Armenta


EL DUENDECILLO TILIN


El duendecillo Tilin En un pequeño pais viía un duendecillo, como era muy pequeñín, todos llamaron Tilín.

Su gran ilusión era contemplar como crecían las flores de su jardín, sus margaritas rosas y campanitas.

Un ogro muy envidioso quepasaba por allí, quedo prendado de ellas y así dijo a Tilín:

¡Tilín!, quiero tus flores, dame todas, las quiero yo, para mi. No puedo amigo ogro, no puedo dartelas a ti, se morirían de pena y yo no podría vivir.

El ogro enfadado se marchó del jardín, pensando,...

¿Cómo podría coger las flores de Tilín?

Espero a llegar la noche, Tilín dormía tranquilo en aquel bello jardín los luceros le velarían.

El ogro con gran cuidado, a las flores va, cuando se oye en el cielo un dulce repicoteo, son los luceros que tocan y dicen:¡Despierta TILIN!

Sobrsaltado y nervioso abre los ojos Tilín, al oir el dulce son se pregunta ¿que ocurre aquí?

El gro no le contesta, no sabe que hacer allí, baja la cabeza y le dice a Tilín:

Perdóname Tílín, solo quería tener algo hermoso cerca de mi. Ven amigo ogro, ve y échate aquí, junto a mis flores ya veras que bien te sientes, duerme y sueña feliz.

Aquella noche ideal, todos durmieron en paz.

Desde entonces el ogro a dormir, va al jardín bello y oloroso de su amigo Tilín.

Duerme pequeño niño, este cuento es para ti.

Ana Cristina Iglesia

EL CUENTO DE JUAN


EL CUENTO DE JUAN

Érase una vez un niño que se llamaba Juan y vivía en una casa muy bonita, con muchas ventanas, un jardín con arbolitos y huerta y un columpio para él solo. Juan tenía muchos amigos y le gustaba jugar con su perro, su gato, su canario y con los bichitos de la huerta.
Un día Juan se levantó por la mañana y fue a buscar a su abuelita María.
Pero su abuelita no estaba en la cocina, preparando el desayuno. Así que Pedro salió a buscarla. Vio a su perro y le preguntó:

- Perro, ¿has visto a la abuelita?

El perro no contestó pero movió el rabo. Así que Juan y su perro siguieron el camino.
Vieron al gato y Juan preguntó:

- Gato, ¿has visto a la abuelita?

El gato no contestó pero maulló amablemente. Así que Juan, el perro y el gato siguieron el camino. Juan fue a la jaula de su canario y le preguntó¿

- Canario, ¿has visto a la abuelita?

El canario tampoco contestó, pero trinó y agitó sus alas. Así que todos (Juan, el perro, el gato y el canario) siguieron el camino. En el jardín Juan le preguntó a las mariquitas, al escarabajo y al gusanito si habían visto a la abuelita. Pero claro, ninguno le contestó, porque todos sabemos que los bichitos no hablan. Eso sí, son muy simpáticos y subieron por la mano de Juan para hacerle compañía.

Juan no se atrevió a preguntarle a las avispas y a las abejas, aunque hay muchas en su jardín. Pero Juan sabía que no debía acercarse a ellas, porque le podían picar y eso no le apetecía, claro está. Juan fue a su columpio mientras el perro, el gato, el canario y todos los bichitos del jardín le miraban con curiosidad. El perro ladró, el gato maulló, el canario cantó y cantó. Las mariquitas le contaron los dedos a Juan y echaron a volar, no sabemos si fueron a misa. El escarabajo se puso a tomar el sol en una hojita de col. El gusanito se metió en una manzana muy grande y se perdió dentro, así que Juan tuvo que ayudarle a salir.

Juan ya no sabía dónde buscar a su abuelita. Y siguió columpiándose. Entonces oyó el ruido de las llaves y su abuelita María apareció muy contenta. Juan le preguntó:

- Abuelita, ¿dónde has estado?

Y su abuelita le contestó:

- He ido al mercado a comprar huevos, leche, harina y mermelada.

Y Juan se quedó muy intrigado. ¿Para qué quería la abuelita estas cosas? La abuelita siguió hablando:

- He comprado todo esto para hacerte un pastel¿ porque hoy es tu cumpleaños, Juan.

Y aquella tarde Juan, su abuelita, sus amigos, el perro, el gato, el canario y todos los bichitos del jardín compartieron un rico pastel de mermelada y cantaron a coro el "Cumpleaños Feliz".

FIN

Autor:
Ana López Cepero

La suerte puede estar en un palito

La suerte puede estar en un palito

Ahora les voy a contar un cuento sobre la suerte.Todos conocemos la suerte; algunos la ven durante todo el año, otros sólo ciertos años y en un único día; incluso hay personas que no la ven más que una vez en su vida; pero todos la vemos alguna vez.No necesito decir, pues todo el mundo lo sabe, que Dios envía al niñito y lo deposita en el seno de la madre, lo mismo puede ser en el rico palacio y en la vivienda de la familia acomodada, que en pleno campo, donde sopla el frío viento. Lo que no saben todos -y, no obstante, es cierto- es que Nuestro Señor, cuando envía un niño, le da una prenda de buena suerte, sólo que no la pone a su lado de modo visible, sino que la deja en algún punto del mundo, donde menos pueda pensarse; pero siempre se encuentra, y esto es lo más alentador. Puede estar en una manzana, como ocurrió en el caso de un sabio que se llamaba Newton: cayó la manzana, y así encontró él la suerte. Si no conoces la historia, pregunta a los que la saben; yo ahora tengo que contar otra: la de una pera.Érase una vez un hombre pobre, nacido en la miseria, criado en ella y en ella casado. Era tornero de oficio, y torneaba principalmente empuñaduras y anillas de paraguas; pero apenas ganaba para vivir.-¡Nunca encontraré la suerte! -decía. Adviertan que es una historia verdadera, y que podría decirles el país y el lugar donde residía el hombre, pero no viene al caso.Las rojas y ácidas acerolas crecían en torno a su casa y en su jardín, formando un magnífico adorno. En el jardín había también un peral, pero no daba peras; sin embargo, en aquel árbol se ocultaba la suerte, se ocultaba en sus peras invisibles. Una noche hubo una ventolera horrible; en los periódicos vino la noticia de que la gran diligencia había sido volcada y arrastrada por la tempestad como un simple andrajo. No nos extrañará, pues, que también rompiera una de las mayores ramas del peral.Pusieron la rama en el taller, y el hombre, por pura broma, torneó con su madera una gruesa pera, luego otra menor, una tercera más pequeña todavía y varias de tamaño minúsculo.De esta manera el árbol hubo de llevar forzosamente fruto por una vez siquiera. Luego el hombre dio las peras de madera a los niños para que jugasen con ellas.En un país lluvioso, el paraguas es, sin disputa, un objeto de primera necesidad. En aquella casa había uno roto para toda la familia.Cuando el viento soplaba con mucha violencia, lo volvía del revés, y dos o tres veces lo rompió, pero el hombre lo reparaba. Lo peor de todo, sin embargo, era que el botón que lo sujetaba cuando estaba cerrado, saltaba con mucha frecuencia, o se rompía la anilla que cerraba el varillaje.Un día se cayó el botón; el hombre, buscándolo por el suelo, encontró en su lugar una de aquellas minúsculas peras de madera que había dado a los niños para jugar.-No encuentro el botón -dijo el hombre-, pero este chisme podrá servir lo mismo-. Hizo un agujero en él, pasó una cinta a su través, y la perita se adaptó a la anilla rota. Indudablemente era el mejor sujetador que había tenido el paraguas.Cuando, al año siguiente, nuestro hombre envió su partida de puños de paraguas a la capital, envió también algunas de las peras de madera torneada con media anilla, rogando que las probasen; y de este modo fueron a parar a América. Allí se dieron muy pronto cuenta de que la perita sujetaba mejor que todos los botones, por lo que solicitaron del comerciante que, en lo sucesivo, todos los paraguas vinieran cerrados con una perita.¡Cómo aumentó el trabajo! ¡Peras por millares! Peras de madera para todos los paraguas. Al hombre no le quedaba un momento de reposo, tornea que tornea. Todo el peral se transformó en pequeñas peras de madera. Llovían los chelines y los escudos.-¡En el peral estaba escondida mi suerte! -dijo el hombre. Y montó un gran taller con oficiales y aprendices. Siempre estaba de buen humor y decía:-La suerte puede estar en un palito.Yo, que cuento la historia, digo lo mismo.Ya conocen aquel dicho: «Ponte en la boca un palito blanco, y serás invisible». Pero ha de ser el palito adecuado, el que Nuestro Señor nos dio como prenda de suerte. Yo lo recibí, y como el hombre de la historia puedo sacar de él oro contante y sonante, oro reluciente, el mejor, el que brilla en los ojos infantiles, resuena en la boca del niño y también en la del padre y la madre. Ellos leen las historias y yo estoy a su lado, en el centro de la habitación, pero invisible, pues tengo en la boca el palito blanco. Si observo que les gusta lo que les cuento, entonces digo a mi vez: «¡La suerte puede estar en un palito!».

Hans Christian Andersen


La tempestad cambia los rótulos


En días remotos, cuando el abuelito era todavía un niño y llevaba pantaloncito encarnado y chaqueta de igual color, cinturón alrededor del cuerpo y una pluma en la gorra -pues así vestían los pequeños cuando iban endomingados-, muchas cosas eran completamente distintas de como son ahora. Eran frecuentes las procesiones y cabalgatas, ceremonias que hoy han caído en desuso, pues nos parecen anticuadas. Pero da gusto oír contarlo al abuelito.Realmente debió de ser un bello espectáculo el solemne traslado del escudo de los zapateros el día que cambiaron de casa gremial. Ondeaba su bandera de seda, en la que aparecían representadas una gran bota y un águila bicéfala; los oficiales más jóvenes llevaban la gran copa y el arca; cintas rojas y blancas descendían, flotantes, de las mangas de sus camisas. Los mayores iban con la espada desenvainada, con un limón en la punta. Lo dominaba todo la música, y el mayor de los instrumentos era el «pájaro», como llamaba el abuelito a la alta percha con la media luna y todos los sonajeros imaginables; una verdadera música turca. Sonaba como mil demonios cuando la levantaban y sacudían, y a uno le dolían los ojos cuando el sol daba sobre el oro, la plata o el latón.A la cabeza de la comitiva marchaba el arlequín, vestido de mil pedazos de tela de todos los colores, con la cara negra y cascabeles en la cabeza, como caballo de trineo. Vapuleaba a las gentes con su palmeta, y armaba gran alboroto, aunque sin hacer daño a nadie; y la gente se apretujaba, retrocedía y volvía a adelantarse. Los niños se metían de pies en el arroyo; viejas comadres se daban codazos, poniendo caras agrias y echando pestes. El uno reía, el otro charlaba; puertas y ventanas estaban llenas de curiosos, y los había incluso en lo alto de los tejados. Lucía el sol, y cayó también un chaparroncito; pero la lluvia beneficiaba al campesino, y aunque muchos quedaron calados, fue una verdadera bendición para el campo.¡Qué bien contaba el abuelito! De niño había visto aquellas fiestas en todo su esplendor. El oficial más antiguo del gremio pronunciaba un discurso desde el tablado donde había sido colgado el escudo; un discurso en verso, expresamente compuesto por tres de los miembros, que, para inspirarse, se habían bebido una buena jarra de ponche. Y la gente gritaba «¡hurra!», dando gracias por el discurso, pero aún eran más sonoros los hurras cuando el arlequín, montando en el tablado, imitaba a los demás. El bufón hacía sus payasadas y bebía hidromel en vasitos de aguardiente, que luego arrojaba a la multitud, la cual los pescaba al vuelo. El abuelito guardaba todavía uno, regalo de un oficial albañil que lo había cogido. Era la mar de divertido. Y luego colgaban el escudo en la nueva casa gremial, enmarcado en flores y follaje.-Fiestas como aquellas no se olvidan nunca, por viejo que llegue uno a ser - decía abuelito; y, en efecto, él no las olvidaba, con haber visto tantos y tantos espectáculos magníficos. Nos hablaba de todos ellos, pero el más divertido era sin duda el de la comitiva de los rótulos por las calles de la gran ciudad.De niño, el abuelito había hecho con sus padres un viaje a la ciudad. Era la primera vez que visitaba la capital. Circulaba santísima gente por las calles, que él creyó se trataba de una de aquellas procesiones del escudo. Había una cantidad ingente de rótulos para trasladar; se hubieran cubierto las paredes de cien salones, si en vez de colgarlos en el exterior se hubiesen guardado dentro. En el del sastre aparecían pintados toda clase de trajes, pues cosía para toda clase de gentes, bastas o finas; luego había los rótulos de los tabaqueros, con lindísimos chiquillos fumando cigarros, como si fuesen de verdad. Se veían rótulos con mantequilla y arenques ahumados, valonas para sacerdotes, ataúdes, qué sé yo, así como las más variadas inscripciones y anuncios. Uno podía andar por las calles durante un día entero contemplando rótulos y más rótulos; además, se enteraban enseguida de la gente que habitaba en las casas, puesto que tenían sus escudos colgados en el exterior; y, como decía abuelito, es muy conveniente y aleccionador saber quiénes viven en una gran ciudad.Pero quiso el azar que cuando el abuelito fue a la ciudad, ocurriera algo extraordinario con los rótulos; él mismo me lo contó, con aquellos ojos de pícaro que ponía cuando quería hacerme creer algo. ¡Lo explicaba tan serio!La primera noche que pasó en la ciudad hizo un tiempo tan horrible, que hasta salió en los periódicos; un tiempo como nadie recordaba otro igual. Las tejas volaban por el aire; viejas planchas se venían al suelo; hasta una carretilla se echó a correr sola, calle abajo, para salvarse. El aire bramaba, mugía y lo sacudía todo; era una tempestad desatada. El agua de los canales se desbordó por encima de la muralla, pues no sabía ya por dónde correr. El huracán rugía sobre la ciudad, llevándose las chimeneas; más de un viejo y altivo remate de campanario hubo de inclinarse, y desde entonces no ha vuelto a enderezarse.Junto a la casa del viejo jefe de bomberos, un buen hombre que llegaba siempre con la última bomba, había una garita. La tempestad se encaprichó de ella, la arrancó de cuajo y la lanzó calle abajo, rodando. Y, ¡fíjate qué cosa más rara! Se quedó plantada frente a la casa del pobre oficial carpintero que había salvado tres vidas humanas en el último incendio. Pero la garita no pensaba en ello.El rótulo del barbero -aquella gran bacía de latón- fue arrancado y disparado contra el hueco de la ventana del consejero judicial, cosa que todo el vecindario consideró poco menos que ofensiva, pues todo el mundo y hasta las amigas más íntimas llamaban a la esposa del consejero la «navaja». Era listísima, y conocía la vida de todas las personas más que ellas mismas.Un rótulo con un bacalao fue a dar sobre la puerta de un individuo que escribía un periódico. Resultó una pesada broma del viento, que no pensó que un periodista no tolera bromas, pues es rey en su propio periódico y en su opinión personal.La veleta voló al tejado de enfrente, en el que se quedó como la más negra de las maldades, dijeron los vecinos.El tonel del tonelero quedó colgado bajo el letrero de «Modas de señora».La minuta de la fonda, puesta en un pesado marco a la puerta del establecimiento, fue llevada por el viento hasta la entrada del teatro, al que la gente no acudía nunca; era un cartel ridículo: «Rábanos picantes y repollo relleno». ¡Y entonces le dio a la gente por ir al teatro!La piel de zorro del peletero, su honroso escudo, apareció pegada al cordón de la campanilla de un joven que asistía regularmente al primer sermón, parecía un paraguas cerrado, andaba en busca de la verdad y, según su tía, era un modelo.El letrero «Academia de estudios superiores» fue encontrado en el club de billar, y recibió a cambio otro que ponía: «Aquí se crían niños con biberón». No tenía la menor gracia, y resultaba muy descortés. Pero lo había hecho la tormenta, y vaya usted a pedirle cuentas.Fue una noche espantosa. Imagínate que por la mañana casi todos los rótulos habían cambiado de sitio, en algunos casos con tan mala idea, que abuelito se negaba a contarlo, limitándose a reírse por dentro, bien lo observaba yo. Y como pícaro, lo era, desde luego.Las pobres gentes de la gran ciudad, especialmente los forasteros, andaban de cabeza, y no podía ser de otro modo si se guiaban por los carteles.A lo mejor uno pensaba asistir a una grave asamblea de ancianos, donde habrían de debatirse cuestiones de la mayor trascendencia, e iba a parar a una bulliciosa escuela, donde los niños saltaban por encima de mesas y bancos.Hubo quien confundió la iglesia con el teatro, y esto sí que es penoso.Una tempestad como aquella no se ha visto jamás en nuestros días. Aquélla la vio sólo el abuelito, y aun siendo un chiquillo. Tal vez no la veamos nosotros, sino nuestros nietos. Lo esperemos, y roguemos que se estén quietecitos en casa cuando el vendaval cambie los rótulos.

Un panadero al futuro




Un panadero al futuro


Había una vez una familia llamada PanPan. Eran panaderos. Alberto, el padre, siempre estaba malhumorado y triste. No había logrado realizar su verdadero sueño en la vida: ser un jugador de ajedrez. Se pasaba el día soportando con resignación las peleas de sus dos hijas y aguantando a los clientes, que nunca estaban conformes con los productos que él fabricaba.Un día de fiesta, estaban cenando y faltó el pan. El padre, muy generoso, exclamó: "¡Voy yo! No tardaré nada".Una de sus hijas le recordó: "Papi, no olvides que a las doce empiezan los fuegos artificiales".Corrió hacia su panadería. Abrió la puerta de la tienda y entró. Se quedó boquiabierto al contemplar, con sorpresa, que dos ancianos jugaban en su mesa de trabajo al ajedrez. No se atrevió a preguntarles, para no distraerlos.Las horas pasaban y Alberto, el panadero, estaba entusiasmado con cada movimiento que veía sobre el tablero.Al momento comenzó a observar que a los dos ancianos les crecía muy deprisa la barba. Miró su reloj: estaba parado.Pensó: "Tengo que interrumpirlos. ¿Cuánto tiempo habrá pasado ya?" Luego se acercó a los ancianos y les preguntó con miedo: "¿Por qué vuestra barba ha crecido tan deprisa?"Uno respondió: "Hemos envejecido. El tiempo pasa muy deprisa".Volvió a mirar su reloj y exclamó: "¡Mi familia! ¡La fiesta!"El panadero corrió hacia su casa. Por el camino pudo contemplar que su pueblo se había convertido en una inmensa ciudad. Al llegar a la calle donde se situaba su casa descubrió que no existía. Preguntó a los vecinos; pero nadie conocía a su familia.Decidió regresar a su panadería que ahora era una vieja chabola. Al llegar agarró por los hombros a uno de los ancianos y le preguntó: "¿Dónde están? ¿Qué ha pasado con mi familia?"El anciano agredido, desasiéndose del panadero, respondió: "Tus sueños se han hecho realidad. Has pasado los últimos años de tu vida jugando al ajedrez. ¿No estás contento?"El otro anciano exclamó: "¡Eres un desagradecido!"El panadero, comprendiendo que había viajado a su futuro, perdiendo a su familia para lograr realizar sus deseos, explicó llorando: "Es verdad que vivía malhumorado y me quejaba de mi suerte; pero quiero a mi familia. ¿Qué puedo hacer para volver con ellos?"Uno de los ancianos respondió: "Si nos ganas al ajedrez, te ayudaremos".Alberto lo intentó. Pero ¡era imposible! El panadero, viendo que el tiempo pasaba y perdía la partida, comenzó a llorar desesperadamente. Los nobles ancianos, compadeciéndole, le informaron: "la anciana de la luna te devolverá al pasado".Los ancianos, que eran unos magos, le envolvieron en una nube que le llevó hasta la luna. Nada más llegar, la anciana le pidió: "Busca con este telescopio una estrella naranja. Si la ves volverás a tu tiempo".El panadero, desconsolado, exclamó: "¡Eso es imposible!"La anciana le animó diciendo: "Mira con los ojos del corazón".Hizo un gran esfuerzo, era una misión difícil; pero el deseo de regresar con su familia inundaba su corazón y encontró la estrella.Al momento se sintió trasladado y apareció en el comedor de su casa. Había regresado al pasado. Sus hijas saltaron a sus brazos y le besaron.El panadero contó lo sucedido con lágrimas en los ojos. Su mujer le animó diciendo: "Mañana, en la fiesta del barrio, comienza un concurso de ajedrez. ¿Por qué no te apuntas?Su hija pequeña preguntó: "¿Me enseñarás a jugar?"El panadero, loco de alegría, dijo: "Tengo mucha suerte de que seáis mi familia. Espero envejecer junto a vosotras. Y, ¿por qué no?, jugando al ajedrez.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

EN UNA GRANJA DE CERDOS

Esto era un inspector de sanidad que va a una granja de cerdos, y le preguntó al dueño:

-¿Que le da usted de comer a sus cerdos?

y el dueño contestó:

-Las sobras de la comida.

-Pues le pongo una multa de 3.000 euros por tener mal alimentados a sus cerdos.-dijo el inspector de sanidad.

Al cabo de dos meses el inspector volvió a venir, y le preguntó al dueño:

-¿Que le da usted de comer a sus cerdos?

Y el dueño contestó.

-De primero un plato de paella, de segundo un entrecot a la pimienta, y de postre un flan.

-Pues le pongo una multa de 5.000 euros porqué no es justo que haya niños que se estén muriendo de hambre y que sus cerdos estén mejor alimentados.-dijo el inspector.

El dueño se quedó mosqueado.

Al cabo de tres meses el inspector volvióa venir, y le preguntó al dueño:

-¿Que le da usted de comer a sus cerdos?

y el dueño respondió:

-Yo nada, les doy tres euros y que se compren lo que quieran.

NOMBRES POR LA LETRA "C"

Calvin

Cameron

Camila

Canellita

Carina

Carla

Carlos

Carmela

Carmen

Carmita

Carol

Carole

Carolina

Carolyn

Casandra

Cata

Catalina

Caterina

Catherin

Cayetano

Cecilia

Celeste

Celia

Celina

Cenicienta

Cesar

Cesia

Ciara

Cindy

Cinti

Cintlalli

Citlali

Clara

Clarisa

Clau

Claudia

Claudio

Conchita

Constanza

Cora

Cori

Corina

Cosette

Cova

Cris

Crist

Cristina

Cynthia

Charlene

Charlie

Charly

Chela

Chris

Chistopher

Chistina

NOMBRES POR LA LETRA "B"

Barb

Barbara

Barby

Bea

Beatriz

Berberly

Begoña

Belen

Belkys

Benito

Benjamin

Berenice

Bernard

Bernardo

Bert

Berta

Bertha

Beth

Bettie

Betty

Betzabeth

Bianca

Bill

Birdie

Blair

Blanca

Blas

Bob

Boris

Brandon

Brenda

Brian

Brigit

Brigite

Britney

Bruce

Bruno

NOMBRES POR LA LETRA "A"

Aaram

Aaron

Abel

Abigail

Abril

Ada

Adam

Adán

Adela

Adonis

Adri

Adry

Adrian

Adriana

Africa

Agustin

Agustina

Aida

Aime

Ainara

Ainhoa

Aivan Jeriel

Aladin

Alan

Alba

Albani

Abilucero

Alcira

Abraham

Aleida

Alberto

Aldo

Alejandra

Alejandro

Alex

Alexander

Alexia

Alexis

Alfonso

Alfredo

Ali

Alice

Alicia

Allison

Alma

Almelys

Alvaro

Alyza

Amanda

Amada

Amber

Amelia

Amparo

Ana

Anabela

Anabella

Anabelly

Ana Flavia

Anais

Ana Maria

Andi

Andzvel

Andrea

Andrés

Andrew

Andy

Angel

Angela

Angelica

Angelina

Angie

Anita

Anna

Anne

Anny

Antonio

Anuar

Any

Araccelis

Araceli

Arancha

Arantxa

Ariadna

Ariana

Arlene

Antonella

Armando

Ashley

Astrid

Aurelia

Aurora

Aurylesly

Aylin

Azucena

LOS TRES CERDITOS

Los Tres Cerditos

En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa.

El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar.El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.El mayor trabajaba en su casa de ladrillo.- Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo pasaban en grande.

El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó.El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí.Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor.Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas.

El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.

FIN

LA HILANDERA

La Hilandera

Érase una vez un molinero muy pobre que no tenía en el mundo más que a su hija. Ella era una muchacha muy hermosa.
Cierto día, el rey mandó llamar al molinero, pues hacía mucho tiempo no le pagaba impuestos. El pobre hombre no tenía dinero, así es que se le ocurrió decirle al rey:

-Tengo una hija que puede hacer hilos de oro con la paja.

-¡Tráela! -ordenó el rey.

Esa noche, el rey llevó a la hija del molinero a una habitación llena de paja y le dijo:

-Cuando amanezca, debes haber terminado de fabricar hilos de oro con toda esta paja. De lo contrario, castigaré a tu padre y también a tí. La pobre muchacha ni sabía hilar, ni tenía la menor idea de cómo hacer hilos de oro con la paja. Sin embargo, se sentó frente a la rueca a intentarlo. Como su esfuerzo fue en vano, desconsolada, se echó a llorar.

De repente, la puerta se abrió y entró un hombrecillo extraño.

-Buenas noches, dulce niña. ¿Por qué lloras?

-Tengo que fabricar hilos de oro con esta paja -dijo sollozando-, y no sé cómo hacerlo.

-¿Qué me das a cambio si la hilo yo? -preguntó el hombrecillo.

-Podría darte mi collar -dijo la muchacha.

-Bueno, creo que eso bastará -dijo el hombrecillo, y se sentó frente a la rueca.

Al otro día, toda la paja se había transformado en hilos de oro. Cuando el rey vio la habitación llena de oro, se dejó llevar por la codicia y quiso tener todavía más. Entonces condujo a la muchacha a una habitación aún más grande, llena de paja, y le ordenó convertirla en hilos de oro. La muchacha estaba desconsolada.

"¿Qué voy a hacer ahora?" se dijo.

Esa noche, el hombrecillo volvió a encontrar a la joven hecha un mar de lágrimas. Esta vez, aceptó su anillo de oro a cambio de hilar toda la paja.Al ver tal cantidad de oro, la avaricia del rey se desbordó. Encerró a la muchacha en una torre llena de paja.

-Si mañana por la mañana ya has convertido toda esta paja en hilos de oro, me casaré contigo y serás la reina.

El hombrecillo regresó por la noche, pero la pobre muchacha ya no tenía nada más para darle.

-Cuando te cases -propuso el hombrecillo- tendrás que darme tu primer hijo.

Como la muchacha no encontró una solución mejor, tuvo que aceptar el trato.

Al día siguiente, el rey vio con gran satisfacción que la torre estaba llena de hilos de oro. Tal como lo había prometido, se casó con la hija del molinero.

Un año después de la boda, la nueva reina tuvo una hija.

La reina había olvidado por completo el trato que había hecho con el hombrecillo, hasta que un día apareció.

-Debes darme lo que me prometiste -dijo el hombrecillo.

La reina le ofreció toda clase de tesoros para poder quedarse con su hija, pero el hombrecillo no los aceptó.

-Un ser vivo es más precioso que todas las riquezas del mundo -dijo.

Desesperada al escuchar estas palabras, la reina rompió a llorar. Entonces el hombrecillo dijo:

-Te doy tres días para adivinar mi nombre. Si no lo logras, me quedo con la niña.

La reina pasó la noche en vela haciendo una lista de todos los nombres que había escuchado en su vida. Al día siguiente, la reina le leyó la lista al hombrecillo, pero la respuesta de éste a cada uno de ellos fue siempre igual:

-No, así no me llamo yo.

La reina resolvió entonces mandar a sus emisarios por toda la ciudad a buscar todo tipo de nombres.

Los emisarios regresaron con unos nombres muy extraños como Piedrablanda y Aguadura, pero ninguno sirvió. El hombrecillo repetía siempre:

-No, así no me llamo yo.

Al tercer día, la desesperada reina envió a sus emisarios a los rincones más alejados del reino.
Ya entrada la noche, el último emisario en llegar relató una historia muy particular.

-Iba caminando por el bosque cuando de repente vi a un hombrecillo extraño bailando en torno a una hoguera. Al tiempo que bailaba iba cantando: "¡La reina perderá, pues mi nombre nunca sabrá. Soy el gran Rumpelstiltskin!"

Esa misma noche, la reina le preguntó al hombrecillo:

-¿Te llamas Alfalfa?

-No, así no me llamo yo.

-¿Te llamas Zebulón?

-No, así no me llamo yo.

-¿Será posible, entonces, que te llames Rumpelstilstkin? -preguntó por fin la reina.

Al escuchar esto, el hombrecillo sintió tanta rabia que la cara se le puso azul y después marrón. Luego pateó tan fuerte el suelo que le abrió un gran hueco.

Rumpelstiltskin desapareció por el hueco que abrió en el suelo y nadie lo volvió a ver jamás. La reina, por su parte, vivió feliz para siempre con el rey y su preciosa hijita.

FIN

MERLIN EL MAGO

El Mago Merlin

Hace muchos años, cuando Inglaterra no era más que un puñado de reinos que batallaban entre sí, vino al mundo Arturo, hijo del rey Uther. La madre del niño murió al poco de nacer éste, y el padre se lo entregó al mago Merlín con el fin de que lo educara. El mago Merlín decidió llevar al pequeño al castillo de un noble, quien, además, tenía un hijo de corta edad llamado Kay. Para garantizar la seguridad del príncipe Arturo, Merlín no descubrió sus orígenes.

Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas y, como era mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del futuro y ciertas fórmulas mágicas. Los años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera descendencia. Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor. Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque de hierro, con una leyenda que decía: "Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra."

Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron mover la espada ni un milímetro. Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar. Cuando ya se aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta de que había olvidado la espada de Kay en la posada. Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la puerta estaba cerrada. Arturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría participar en el torneo. En su desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur. Acercándose a la roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca descendió sobre él y Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor resistencia. Corrió hasta Kay y se la ofreció. Kay se extrañó al ver que no era su espada.

Arturo le explicó lo ocurrido. Kay vio la inscripción de "Excalibur" en la espada y se lo hizo saber a su padre. Éste ordenó a Arturo que la volviera a colocar en su lugar. Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió. Entonces Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre su cabeza volvió a descender un rayo de luz blanca y Arturo extrajo la espada sin el menor esfuerzo.

Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad. Merlín, pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su morada.

Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando algunos nobles se alzaron en armas contra el rey Arturo. Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín. Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda, que estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la princesa Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto para Inglaterra como para Arturo. "Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a Arturo-. Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de ti."

FIN

LOS CISNES SALVAJES

Los Cisnes Salvajes

Hace muchísimos años vivía un rey que tenía once hijos y una hija llamada Elisa. Los hermanos se querían mucho y eran muy unidos. Aunque vivían en un hermoso castillo, jugaban y estudiaban como cualquier familia grande y feliz. Por desgracia, su madre había muerto poco después del nacimiento del último príncipe.

Con el pasar del tiempo, el rey se repuso de la muerte de su amada esposa. Un día, conoció a una mujer muy atractiva de quien se enamoró. Sin sospechar que en realidad se trataba de una bruja, le propuso matrimonio.

"Ella me hará compañía y mis hijos tendrán de nuevo una madre", pensó el rey. Sin embargo, el mismo día en que llegó al castillo, la nueva reina resolvió deshacerse de los jóvenes príncipes.

La reina empezó a mentirle al rey para indisponerlo con sus hijos. Luego, un buen día, reunió a los príncipes a la entrada del castillo.

-¡Fuera de aquí! -gritó-.

No los quiero volver a ver nunca más.

Diciendo esto, levantó su capa hacia el cielo y los convirtió a todos en cisnes salvajes. Pero, como eran príncipes, cada uno llevaba una corona de oro en la cabeza.

La malvada reina le dijo al monarca que los príncipes habían huido del castillo.

-Olvídate de esos ingratos -dijo. Luego, lo convenció de que Elisa necesitaba estar rodeada de otros chicos y mandó a la niña a vivir con una familia de campesinos.

Cuando Elisa cumplió quince años, el rey la mandó traer y la reina la recibió con una amabilidad fingida.

-Ven, preciosa -le dijo-. Debes prepararte para saludar a tu padre.

Mientras Elisa se preparaba para tomar el baño, la reina consiguió tres sapos, los besó y luego les ordenó:

-Tú te sentarás en la cabeza de Elisa y la volverás estúpida. Tú te pondrás cerca de su corazón y se lo endurecerás. Tú le saltarás a la cara y la volverás fea.

Luego puso los sapos en el agua, que tomó un color repugnante. Sin embargo, la dulzura y la inocencia de Elisa rompieron el hechizo. Los sapos se convirtieron en amapolas y el agua se volvió cristalina.

Al ver esto, la reina se llenó de ira. Le estregó barro en la cara a la muchacha y le enmarañó el cabello.

Cuando Elisa se presentó ante el rey, la indignación de éste fue enorme.

-¡Esta no es mi hija! -exclamó el rey.

-¡Padre, soy yo, Elisa! -replicó la muchacha.

-Es una pordiosera que sólo quiere tu dinero -dijo la bruja.

-¡Llévensela! -ordenó el rey.

Con el corazón destrozado, Elisa se fue al bosque. Extrañaba a sus hermanos más que nunca y deseaba con toda su alma volver a verlos. Se sentó junto a un arroyo a lavarse la cara y a desenredarse el cabello.

En ese momento, una vieja mujer se le acercó.

-¿Ha visto a once príncipes vagando por el mundo? -preguntó Elisa, esperanzada.

-No, mi querida niña, pero he visto once cisnes con coronas de oro en la cabeza -respondió la anciana-. Vienen a la orilla de aquel lago a la hora del crepúsculo.

Elisa se fue a la orilla del lago a esperar. Cuando el sol se ocultó, escuchó un batir de alas. En efecto, eran los once cisnes salvajes con sus once coronas de oro en la cabeza.
Al principio, Elisa se asustó y se escondió detrás de una roca.

Uno a uno, los cisnes se fueron posando en la orilla. Al tocar el suelo, recobraban su aspecto humano. Encantada, Elisa vio desde su escondite que los cisnes eran sus hermanos.

-¡Antonio, Sebastián! ¡Soy yo, Elisa! -gritó, mientras corría a abrazarlos.

Todos se reunieron en torno a ella, felices de estar de nuevo juntos, después de tanto tiempo.

¡Fue un instante glorioso! Los once príncipes le narraron a su hermana de qué manera la bruja perversa los había convertido en cisnes y Elisa, a su vez, les contó que a ella la había echado del castillo.

-De día somos cisnes y al atardecer volvemos a ser humanos -explicó Antonio, el mayor de los hermanos.

-Encontraré la manera de romper el hechizo -les aseguró Elisa.

Los hermanos encontraron un pedazo de lienzo lo suficientemente grande para llevar a Elisa en él. Al amanecer del día siguiente, la alzaron en vuelo con suavidad. Sebastián, el menor de todos, le daba bayas para comer. Cuando el sol empezó a ocultarse otra vez, llegaron a una cueva secreta, en un bosque apartado. Esa noche, Elisa soñó con un hada que volaba en una hoja.

-Podrás romper el hechizo si estás dispuesta a sufrir -susurró el hada-. Debes recoger ortigas y tejer once camisas con el lino que saques. Cuando las hayas terminado, deberás lanzárselas a tus hermanos para romper el hechizo. ¡Pero escucha bien! No puedes ni hablar ni reírte hasta no haber terminado.

-Eso no importa -respondió Elisa en sus sueños-. ¡Haré lo que sea necesario para salvar a mis hermanos!

Cuando Elisa se despertó esa mañana, sus hermanos ya se habían ido.

En el suelo, junto a ella, había una pila de hojas de ortiga. Elisa se puso a trabajar de inmediato. Al regresar los príncipes a la cueva, encontraron a su hermana tejiendo una prenda bastante curiosa. Elisa tenía las manos llenas de heridas.

-¿Qué haces? -preguntó Sebastián. Pero su hermana no podía decir nada.

Sebastián no pudo evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas cuando se inclinó a mirar las manos de Elisa. Las lágrimas cayeron en sus dedos y las heridas desaparecieron inmediatamente. Ella le sonrió agradecida, pero no se atrevió a decir ni una sola palabra.

Los hermanos observaron durante un rato. El asunto era muy misterioso, pero ellos sospecharon que algo mágico debía estar ocurriendo. A lo mejor, Elisa estaba tratando de salvarlos.
Al otro día, cuando ya sus hermanos se habían ido, Elisa salió de la cueva.

"Haré mi trabajo a la sombra de aquel roble", pensó. "Allá no me verán."

Sin embargo, un grupo de cazadores la descubrió.

-¿Tú quien eres? -preguntó uno de ellos con voz áspera. Al no obtener respuesta, la levantó a la fuerza.

-Quietos -dijo una voz. Era un joven rey.

-¿Cómo te llamas? -preguntó amablemente el rey. Elisa se limitó a sacudir la cabeza y a sonreír.

-Ella vendrá conmigo -dijo el rey y ordenó a los cazadores retirarse.

De regreso en el castillo, el joven rey intentó hablarle a Elisa en diferentes idiomas, pero ella no hacía más que tejer. Aunque la muchacha no decía nada, su mirada dulce y su linda cara cautivaron el corazón del rey.

Elisa vivía ahora rodeada de lujos, pero pasaba la mayor parte del tiempo tejiendo en silencio. El rey se sentaba junto a ella y era feliz en su compañía. Un día, decidió hablar con el arzobispo.

-Amo a esta dulce doncella -anunció-, y deseo casarme con ella.

-Su majestad no sabe nada sobre esta muchacha -replicó el arzobispo-. Bien podría ser una bruja. Ese tejido es bastante extraño.

Sin embargo, el rey estaba decidido. Elisa escuchó en silencio la propuesta del rey y le apretó suavemente la mano. La boda tuvo lugar poco después.

Elisa siguió tejiendo hasta que un día se le acabaron las ortigas. Una noche, se fue al cementerio a recoger más hojas. Aunque allí había tres brujas reunidas, Elisa no hizo caso y pensó sólo en las camisas de sus hermanos.

El arzobispo, que la había seguido, se fue a alertar al rey:

-Le dije a su Majestad que su esposa tenía trato con las brujas -afirmó el arzobispo.

El rey queriendo comprobar tal acusación se fue al cementerio. Aterrado, vio a Elisa cerca de las brujas, en torno a una tumba.

-No lo puedo creer -dijo el rey, desconsolado-. Castígala, si eso es lo que debes hacer.

Elisa fue acusada de brujería.

-Esposa mía, te ruego que hables en tu defensa -suplicó el rey. Pero Elisa no podía más que mirarlo con ojos tristes.

Al otro día, la llevaron a la plaza para quemarla en la hoguera. Elisa seguía tejiendo y llevaba con ella las diez camisas para sus hermanos. La muchedumbre enfurecida gritaba:

-¡Quemen a la bruja!

De repente, en el cielo aparecieron once cisnes salvajes que descendieron hacia Elisa.

Al verlos, ella les lanzó de inmediato las camisas. La gente se quedó atónita al ver que los cisnes se convertían en príncipes.

Sebastián, quien recibió la undécima camisa con una manga sin terminar, tenía todavía un ala.

-¡Sálvenme! -gritó por fin Elisa-. ¡Soy inocente!

Rodeada de sus hermanos, Elisa se presentó ante el rey. Las lágrimas le rodaban por las mejillas a medida que iba relatando la historia de la madrastra, del encuentro con sus hermanos y el motivo de su silencio.

El rey también lloró de felicidad y abrazó a su esposa con ternura. -Sólo alguien con un corazón tan bueno como el tuyo haría ese sacrificio -dijo el rey.

La multitud gritaba alborozada:

-¡Dios bendiga a la reina! Fue entonces cuando Elisa notó el ala de Sebastián.

-¡Tu brazo, mi pobre hermano! -dijo Elisa llorando.

-No llores -la consoló Sebastián-. Llevaré con orgullo esta ala de cisne como prueba de tu amor generoso e incondicional.

FIN