Patito Feo. Lo que realmente pasó.
En una granja muy grande vivían muchísimos animales. Había una mamá
pata que empollaba cinco huevos esperando que nacieran sus patitos. Uno
de los huevos, en vez de cáscara blanca, tenía manchas y pintas. Mamá
pata estaba mosqueada y sospechaba que era signo de mal presagio. Aún
así, no le dio importancia y siguió empollando a todos por igual. Un día
nacieron los patitos: uno, dos, tres, cuatro... pero el quinto no se
parecía a los demás, era muy, muy feo. Las gallinas, siempre muy
cotillas, se acercaron a ver al patito, pues ya se había corrido la voz
de que era horrendo.
—Vaya pato más horroroso —dijo la gallina Irene—. Hija, qué mala suerte
has tenido. Cuando crezca será muy difícil que encuentre novia.
—¿Novia? —exclamó la gallina Juana—. Pero si es feo hasta cuando anda.
Se le cae la cabeza cada vez que da un paso. ¡Oh! ¡Qué pato más patoso!
—Si a las señoras gallinas les molesta tanto ver a mi hijo —dijo con
retintilín mamá pata—, será mejor que se vayan por donde han venido.
¡Cotillas!
El Patito Feo creció, pero se convirtió en un pato grande y mucho más feo. Nunca en el mundo había existido un pato tan feo.
Patito Feo estaba triste porque todo el mundo con los que se encontraba
les decían: «¡Qué feo eres!». Su madre procuraba consolarlo como podía.
—Me he acostumbrado a verte. No eres como tus hermanos, pero no creo que seas tan, tan feo, solamente un poquito feo.
El Patito Feo fue cumpliendo meses y sus hermanos encontraron esposa
con las que se casaron. Él fue el único que se quedó soltero. Paseaba
por la granja triste y con la cabeza baja. Apenas miraba a las patitas
casaderas porque no tenía esperanza de que ninguna le quisiera.
Un día llegó de otra granja una Patita Preciosa y todos los vecinos
fueron a saludarla y recibirla, incluido Patito Feo. Cuando la vio se
enamoró de ella al instante. Pero para que ella no le viera, se escondió
tras los demás patitos y se fue rápido.
Al día siguiente Patito Feo fue al estanque y se pasó todo el día
limpiando sus plumas, patas, uñas y alas. Se acercó a una planta de
lavanda y se refregó las plumas con las flores hasta que consiguió oler
muy bien. Todos los días Patito Feo se arreglaba igual. Aunque era feo,
feo, también era el patito más aseado de toda la granja. Una tarde la
Patita Preciosa pasó cerca de Patito Feo y se sorprendió del buen olor
que hacía por allí. Empezó a oler y a oler hasta que se dio cuenta que
el magnífico olor provenía de Patito Feo.
—¿Eres tú el que huele tan bien? —preguntó asombrada Patita Preciosa—. ¿Puedo olerte más?
Patito Feo estaba asustado mientras Patita Preciosa le olía una y otra vez.
—¡Qué plumas tan bien cuidadas tienes! —observó Patita Preciosa—. No
como esos patitos que están llenos de barro y huelen a sudor de estar
todo el día jugando. Y qué uñas más limpias. No como esos patitos que
nunca se las cortan.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Patita Preciosa.
—Patito Feo.
Patita Preciosa se hartó de reír.
—Pero eso no es un nombre. No quiero que me digas cómo te dicen los demás, sino el nombre que te pusieron tus papás.
—No sé. Siempre me han llamado Patito Feo.
—Pues entonces yo te pondré un nombre. A un amigo mío no le puedo llamar Patito Feo.
—¿Amigo? —preguntó asombrado Patito feo—. ¿Tú quieres que yo sea tu amigo?
—Pues claro. Ya sé cómo te llamaré. Te llamarás Roberto.
—¿Roberto? ¡Oh! ¡Qué nombre tan bonito!
—Bueno, Roberto, hasta mañana —dijo Patita Preciosa y le dio un beso.
Patita Preciosa se fue y cuando desapareció de su vista Patito Feo se desmayo de la impresión.
Patito Feo fue corriendo en busca de su madre.
—¡Me ha besado, mami, me ha besado!
—¿Quién te ha besado? —preguntó mamá pata con mucha extrañeza.
—La nueva patita. Es… tan… guaaapaaa.
—¡Oh! ¿Qué horror! —se entrometió la gallina Juana, que estaba allí
reunida—. Esa patita es una fresca. Mira que jugar a darle un beso a un
patito tan feo. Nada bueno estará pensando esa patita.
A los dos días se encontraron Patita Preciosa y Patito Feo.
—¡Estoy muy enfadada contigo! —gritaba Patita Preciosa—. Ayer no te vi
en todo el día y estuve esperando a ver si venías. ¿Tú crees que eso se
hace a una amiga? Entonces, ¿para qué están los amigos?
—Es que yo creía…
—¿Qué es lo que tú creías?
—Es que yo creía que lo de ser amigos lo decías por decir. Como soy tan feo.
—¿Y eso qué importa? Pero podemos pasear, charlar, bailar, comer
juntos, bañarnos en la charca, volar, jugar al escondite, tomar el sol,
etc., etc. ¿O qué quieres que me pase todo el día con esas gallinas
chismosas que únicamente hacen empollar huevos y tejer bufandas de lana?
—Bueno, me has convencido. Seré tu amigo —afirmó Patito Feo.
—¿Y qué vas a hacer para compensarme? —exigió Patita Preciosa.
—¡Vaya carácter! Soy muy patoso. Solamente sé hacer poemas.
—¿Qué tú sabes hacer poemas? —exclamó Patita Preciosa asombrada—. ¿Y te
parece poco? ¿Quién sabe en esta granja hacer poemas?
—Únicamente yo. Pero la gente me dice que eso no sirve para nada.
—Pues yo quiero que ahora me hagas uno —y se sentó a esperar.
Patito Feo pensó un momento y empezó a declamar el poema.
Patita, patita, patita guapa.
Patita, patita, patita chata,
perdona que este pato
haya metido la pata.
En esos momentos Patita Preciosa se infló de reír.
—¿Sigo o me paro? —preguntó Patito Feo sin saber qué hacer.
—Sigue, por favor, quiero más, quiero más poemas tuyos que me gustan mucho.
Patito Feo continuó:
Cuando llegaste a la granja
todos los patitos se acercaban,
pero yo me escapé
para que no me vieras la cara.
Porque me limpié las alas
y me rocié de lavanda,
mi amiga quisiste ser
a cambio de nada.
Un beso me diste en la cara
y yo me caí de patas.
Las gallinas no se creían
que me diera un beso la guapa.
Hoy me ves y me regañas,
por no venir ayer en la mañana.
Yo no creía que quisieras ser mi amiga
por ser feo con ganas.
Patita Preciosa se echó a llorar.
—¡Qué bonito! ¡Qué sentimental! Me has emocionado con tu poema.
Patita Precioso y Patito Feo se sintieron muy amigos y se pasaron
varios meses compartiendo muchos ratos juntos: nadaban, volaban,
paseaban, se reían, seguían haciendo poemas…
Pasado el tiempo, Patito Feo se había enamorado de Patita Preciosa.
Paseaban un día y Patito Feo no era capaz de decirle que la quería. Pasaron varios días hasta que decidió que tenía que decírselo.
Paseaban un día y Patito Feo no era capaz de decirle que la quería. Pasaron varios días hasta que decidió que tenía que decírselo.
—Patita… Patita Preciosas, tengo que hablar muy en serio contigo sobre un tema.
Los dos patitos dieron un paseo hacia el lago y se sentaron en la ribera.
—Patita, tengo que decirte una cosa muy importante.
—¿Y qué es esa cosa tan importante?
—Que te quiero.
—Yo también te quiero.
—Entonces, ¿Serás mi novia y nos casaremos?
—No —dijo Patita Preciosa con mucha serenidad—. Yo te quiero como
amigo, pero no como marido. Me lo paso muy bien contigo. Eres muy
divertido, pero no siento por ti amor como para casarme contigo.
—¿Es porque soy feo?
—No. No es porque seas feo. Es porque te aprecio pero no estoy
enamorada de ti. Si estuviera enamorada de ti me casaría contigo aunque
seas feo.
La relación entre los dos patitos quedó clara y no serían novios pero sí amigos.
Así estuvieron Patita Preciosa y Patito Feo haciendo las cosas que
hacen los amigos hasta que pasado un año Patita Preciosa se tuvo que ir
de la granja y Patito feo se volvió a quedar sólo.
Nunca encontró una patita con la que casarse, tener patitos y llevar la
vida familiar que deseaba, pero sin embargo, descubrió que aunque era
feo también era poeta, divertido, podía jugar con los demás animales,
conversar y llevar una vida normal. Pero lo más importante era que su
felicidad no tenía que depender de lo que opinaban los demás, sino de lo
que él era capaz de hacer.
Moraleja:
El que solamente ve lo exterior en las personas se pierde muchísimas de sus cualidades.
El que solamente ve lo exterior en las personas se pierde muchísimas de sus cualidades.
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