LA
BRUJITA DE LOS CALCETINES
Había una vez una brujita que vivía en el
país de los niños. Se llamaba Pirindola y no era una bruja mala de esas que
hacen pociones malvadas y hechizos terribles para transformar a los niños en
ratones o sapos feísimos, no, la brujita Pirindola era buena. Le gustaban las
flores, los niños buenos, cantar y bailar y siempre, siempre, estaba contenta.
Pero no creáis, por eso, que dejaba de ser bruja, no. Escondido en un cajón
tenía un libro de hechizos muy gordo, muy gordo, una varita mágica y recetas de
pociones de lo más variado pero no lo usaba nunca, únicamente cuando se
enfadaba muchísimo porque le hacían alguna barrabasada, entonces se ponía de
todos los colores y usaba la magia aunque debo decir que, algunas veces, se
arrepentía y lloraba un ratito escondida en un rincón hasta que se le pasaba la
tristeza.
La brujita Pirindola, tenía un hijo a
quien quería mucho y se llamaba Pirulí. Era un niño muy bueno que quería mucho
a su mamá. Iba al colegio todos los días sin hacer “pellas” , estudiaba mucho y
tenía muchos amigos. Pero en aquel colegio, había un niño muy travieso que se
llamaba Turulo y siempre estaba molestando a sus compañeros. A Pirulí, aquel
niño no le gustaba nada y procuraba no jugar con él ni acercarse mucho pero a
Turulo eso le daba mucha rabia y, un día, pensó en hacerle una travesura.
Era una día que llovía mucho y cuando
salieron del colegio, Pirulí se quedó en la entrada esperando a que amainase la
lluvia y aquel momento fue el escogido por Turulo para hacer de las suyas. Como
era más mayor que Pirulí, también era más alto y más fuerte, lo obligó a
sentarse en el suelo, le quitó las botitas y los calcetines y se las tiró a un
cubo de basura dejándolo descalzo. Cuando Pirulí llegó a su casa con los pies
mojados y sin zapatos ni calcetines, la brujita Pirindola que era su mamá, se
asustó muchísimo, sobre todo cuando Pirulí comenzó a estornudar, a toser y tuvo
que quedarse en cama con fiebre durante una semana.
La brujita Pirindola se enfadó muchísimo
por lo sucedido a su hijito. Primero se puso colorada, luego de color azul, más
tarde verde y al final, volvió a ponerse blanca y fue cuando pudo pensar pero
como continuaba muy enfadada creyó que el niño Turulo merecía un escarmiento
por lo que había hecho y fue en busca de su libro de hechizos y sus recetas de
pócimas. Leyó y leyó para ver cómo podía escarmentar al niño travieso y, al
final cerró el librote, cogió su varita mágica y se fue a la puerta del colegio
a esperar. Cuando vio salir a Turulo, se acercó a él, le dio unos golpecitos en
los pies con la varita mientras pronunciaba las palabras mágicas: “Por aquí y
por acullá, por delante y por detrás, dos calcetines iguales jamás te pondrás”
y se marchó a su casa tan tranquila.
Turulo comenzó a reírse sin hacer caso de
la brujita Pirindola pero al día siguiente cuando se estaba vistiendo para ir
al colegio, al ponerse los calcetines, vio como uno cambiaba de color. Si eran
verdes, uno se ponía amarillo, si marrones, uno se volvía rojo, si azules, uno
se cambiaba al blanco y por más que probó y probó, no pudo ponerse nunca dos
calcetines iguales.
Naturalmente, esto fue la risa de todo el
colegio cada vez que le veían con un calcetín de cada color y Turulo,
avergonzado, lo único que se le ocurrió hacer fue ponerse unos pantalones muy
largos que iba arrastrando por el suelo para, así, no enseñar los calcetines.
Podéis figuraros que no volvió a hacer
travesuras porque se le quitaron las ganas, ya tenía suficiente trabajo en
pensar como esconder sus calcetines y como empezó a ser un niño bueno, jugaba
con todos y también con Pirulí que no le guardó rencor. Pero nunca, nunca, pudo
llevar calcetines del mismo color.
Hay que ser buenos…, que siempre puede
aparecer alguien con su varita mágica.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario