viernes, 13 de septiembre de 2013

Leyendas históricas: El Camino de Santiago

Leyendas históricas: El Camino de Santiago

A lo largo del siglo IX se cuchicheó por toda Europa el rumor de que en Compostela se había encontrado la tumba del Apóstol Santiago. Que si había sido transportado por sus discípulos en una barca tripulada por ángeles... Que si había sido llevado por los ángeles pero en brazos...
Por fin se instaló la noticia de que, fuese como fuese, la tumba se había fijado definitivamente en Iria Flavia, y que había sido atada a una gran piedra ―el "pedrón" de ahí el nombre actual de la localidad: Padrón― (antiguo altar pagano al Sol, o 'ara solis'..., casualmente).

Según fuentes más solventes, el cuerpo del apóstol, tras ser decapitado y arrojado al campo, salió volando siguiendo el rumbo del sol hasta aterrizar en Padró donde, al posarse en la roca, la fundió justo lo suficiente para crear en ella un hueco a modo de sarcófago con la forma de su anatomía, en el que ésta quedó recogida y quieta, por fin.
En cualquier caso, corrióse la voz. Y desde todos los puntos del orbe cristiano comenzaron a partir peregrinaciones hacia la Galicia ibérica.

                                   (Centro de la Vía Láctea)

Se reanudaba así en un momento particularmente oportuno el culto de una antigua peregrinación que antes habían efectuado los celtas y, antes que los celtas, otros pueblos primitivos desde "la noche de los tiempos".
Y es que desde la prehistoria se había estado deambulando en migración, desde todos los puntos de Europa, en dirección a los centros iniciáticos de la costa atlántica, es decir, siguiendo el curso del Sol, tras el rastro de los dioses, a sitios protegidos por ellos donde sobrevivir a las heladas.
Siguiéronse hasta cuatro rutas distintas, y una de ellas es la nuestra, la que llevaba a Finisterre, frente al celta Mar de los Muertos, bajo la Estrella del Can ―naturalmente, del Can Cerberus, guardián o cancerbero del portal de los infiernos―, o Canícula, ''la Perrita'' de la que ya nos ocuparemos al hablar de Sirio.



1. El eterno Camino de los Dioses
"Ida" es casi un genérico que los griegos aplicaban al ''monte boscoso'', es por ello que existen renombrados montes Ida en sus diferentes regiones. La rudeza ecológica de sus tierras propiciaba el que las elevaciones arboladas fueran distinguidas especialmente, haciéndolas moradas de dioses y semidioses y escenario de maravillas.
La mitología griega cuenta que fue una cabra la que crió y amamantó en secreto al dios Zeus en el monte Ida de Creta (imagen derecha), por lo que este animal está relacionado con el conjunto de animales matriarcales y protectores… y es otra sugerencia de cómo el sistema patriarcal mamó su poder de las primitivas formas matrilineales.

Y es que resulta que la cabra en cuestión era la cabra Amaltea: las salpicaduras de su chorrito nutricio al caer sobre Zeus formaron la Vía Láctea, es decir, la galaxia, pues 'galaxías' significa en griego “relativo a la leche”, derivado de ‘gála/gálaktos’, leche; es la misma Amaltea que, jugando un día con el niño Zeus, se rompió un cuerno, y el dios, en compensación, se lo devolvió confiriéndole la propiedad de que podía llenarlo siempre que quisiera con aquello que deseara.
Ése es el Cuerno de la Abundancia, que en latín es ‘cornu-copia’ ―copioso, igual a muy abundante; copiar, multiplicar algo―, cornucopia, y que fuera del Olimpo se quedó en un dorado espejismo: ''espejo pequeño de marco tallado y dorado, que suele tener en la parte inferior uno o más brazos para bujías cuya luz reverbere en el mismo espejo...'' (Joan Corominas: Diccionario etimológico)
 
El nombre del Cabo Finisterre que nos da Estrabón es "Promontorium Nerium", en referencia a las tribus nerias que lo dominaban, siendo más tarde bautizado como "Finis-terræ", Fin de la Tierra, porque los romanos, al asomarse por primera vez, se dice, huyeron al ver como el mar crepitaba y hervía mientras se engullía al sol y el cielo se ensangrentaba.
 Consecuentemente, los piadosos soldados romanos identificaron al Limia, el gran río orensano, con el mítico Río Leteo ―de 'letum', muerte, de donde también vienen letal y letargo― o Río del Olvido, el cual, según habían aprendido de los griegos, cruzamos todos antes de morir a fin de borrar de la memoria todo lo vivido en el mundo (Patinir, El paso de la laguna Estigia camino del Hades, a la derecha).


Por si se ha suscitado alguna inquietud, aclararemos que ni leticia ni Leticia tienen nada que ver en este asunto, pues su raíz es muy otra: derivan del latín 'lætitia', alegría, un agrario derivado de 'lætus', que significa gordo, rico, abundante o fecundo, adjetivos referentes todos ellos a las tierras y los rebaños (y, evidentemente, nada que ver tampoco con princesas de ninguna clase).

El cruce postmortem final e ineludible del Leteo era una creencia arraigada. Y tan asumida que en el año −137 los soldados de Décimo Junio Bruto se negaron a cruzar el Limia hasta que pudieron comprobar cómo su escéptico jefe, tras vadearlo, los llamaba por sus nombres desde la otra orilla, en una demostración de que seguía conservando sus neuronas correctamente conectadas. El motivo de que sea el Limia, mucho más retirado del Finis-Terræ que el Miño el Tambre o el Sil, el elegido como portador de las aguas de la amnesia post mortem , reside en las informaciones aportadas por los atentos vigías y espías romanos:

Ellos habían observado que cada vez que las tribus aliadas de los celtas y los túrdulos (que desde la desembocadura del Anás ―hoy Guadiana tras la trascripción al árabe, 'Guadi Anás', río Anás― se habían instalado en el área coruñesa) regresaban de una expedición de rapiña, perdón, de una campaña militar, por tierras portuguesas y extremeñas, se enzarzaban en sangrientas reyertas a causa del reparto del botín, como si nunca se hubiesen conocido, llegando en ocasiones incluso a la destrucción del botín mismo.
Y como quiera que tan inquietante evento siempre ocurría tras el paso del río Limia, límite natural de la zona de control de tales tribus ―que sigue constituyendo la frontera luso-española, por cierto― donde ya no había otra amenaza que la suya propia, los romanos dedujeron que era el vado de precisamente ese dichoso río el causante de tal fenómeno de repentina locura social, inconcebible para su disciplinada mentalidad.

Al respecto de tales reyertas y tales ríos, añadiremos que el dios Baco ―Dionisos para los griegos―, a causa de los efectos de su invento, el vino, era considerado hijo de Leto, diosa griega del Olvido en la coherente religión greco-romana. Olvido que era hija, a su vez de la unión de la Inteligencia con la Luna: así eran sus mitos, iluminadora poesía filosófica y consoladora psicología moral: todavía aplica el pueblo el adjetivo de "lunático" a las mentes extraviadas. Ambas virtudes, filosofía natural y psicología social, quedarían sepultadas bajo los, también en ese aspecto, racionalmente inferiores monoteísmos venideros y actuales.

Al fin y al cabo, en Finisterre se encuentra el Monte Pindo, municipio de Ézaro llamado en ocasiones el Olimpo Celta, y por el cual también discurre el Xallas, único río en Europa que desemboca directamente al mar en forma de cascada.
Olvido deriva del latín 'oblitero', propiamente "borrar letras", al estar compuesto como 'ob-littera'. En cuanto a amnesia, es un drivado del griego 'mnemoniká', mente, con la anteposición de 'a', sin, es decir, sin mente, en sentido de "sin huella en la mente". De ahí, también, amnistía, entre otras varias.



2. El Hallazgo del Sepulcro: un verdadero hallazgo

(El dios Lug)

Con la cristianización del Imperio y los trastornos causados por las sucesivas invasiones bárbaras, la única ruta superviviente habría sido, precisamente, la que seguía la Vía Láctea ―el Arco Iris del dios celta Lug, patrón de Lugo―, gracias a la escasa romanización y la pervivencia de cultos animistas y paganos, especialmente en las zonas rurales: el cristianismo fructificó en las ciudades básicamente, de ahí que pagano signifique "habitante de un pago", es decir, de un distrito rural, pueblo o aldea.
De hecho, durante los siglos V y VI se produjo en Galicia una rápida alternancia de religiones "oficiales", a causa de las veleidades de los suevos, que pasaron del paganismo al catolicismo, de éste al arrianismo, para volver al catolicismo, de nuevo al arrianismo y, por fin, declararse católicos "por decreto" tras ser derrotados por los visigodos.
Y tanto vaivén cristiano no impide que san Martín de Dumio escriba su Correctio rusticorum (en el año 560), en el que se reconoce que la población «invoca a dioses gentiles, acude a fuentes sagradas, mantiene el rito romano de las calendas, los oráculos, el culto druídico de piedras y árboles... »

En Finisterre se han encontrado vestigios arqueológicos de lo que los historiadores llaman el "Ara Solis", Altar del Sol, donde los pueblos prerromanos expulsados o sometidos por celtas (los Nerios o Tamaricos) que allí habitaban, realizaban sacrificios rituales. Así pues, en el siglo IX simplemente se "cristianiza" esta peregrinación con el "descubrimiento" de la tumba del apóstol Santiago, reinaugurándose por orden del rey de Asturias, Alfonso II el Casto, con la construcción en el lugar una iglesia de piedra aparejada con arcilla (¡quién pillara ahora a aquellos buenos y odiados arquitectos militares romanos!). El lugar del descubrimiento se llamó Compostela o Campo de la Estrella, aunque es más probable que la palabra tenga su raíz en 'compositum', en latín, cementerio.


Fue el Beato de Liébana quien, por carecer de fuentes más fiables, por propio convencimiento o por interés político-patriótico en sacarse de la amplia manga del hábito un salvador divino, acepta la predicación jacobea, y la amplifica años después con el Himno de Mauregato, en el que nombra al Apóstol, Patrón de España. De esta forma se prepara el camino para que el casual hallazgo del sepulcro paleocristiano de Galicia ―sobre aquel culto solar venerado en tiempos anteriores― acabe por identificar los restos con los del Zebedeo.

Tal hecho fue una clara manifestación de la misericordia divina que así demostraba perdonar los pecados de los godos, dando permiso a la expulsión de los moros, los cuales habrían sido, según costumbre, una plaga bíblica más, enviada como castigo de la herejía arriana. Fue por esto que el descubrimiento de la tumba del apótol Santiago renovó el esfuerzo de los cristianos de la penísula en su lucha contra la invasión musulmana.
Una vez puesto manos a la obra, la primera actividad de Santiago no se haría esperar: el año 845, en la batalla de Clavijo, junto al rey Ramiro I, de Asturias y León, se vio al apóstol montado sobre un caballo blanco luchando junto a las huestes cristianas. Después de esa batalla se acuñaron los gritos de guerra: "Santiago Matamoros", "Santiago y cierra España" y "Santiago y a ellos".

(Beato de Saint-Sever: Soldados de Cristo luchando contra la Bestia)


Tradicionalmente se considera que Santiago debuta como guerrero en la batalla de Clavijo, pero no existe de ella una constancia documental fiable. Según esta versión, en esas tierras riojanas habrían chocado el emir Abd-al-Rahmán II y el rey Ramiro I de Asturias, en lucha por el control de esa zona y el cobro del mítico "tributo de las cien doncellas", que le habría sido impuesto al rey Mauregato unos setenta años antes.
Es probable que esta tradición sea una mezcla de los relatos de las batallas de Albelda (h. 859) y Simancas (939). En Albelda, junto al actual Clavijo, tuvieron lugar dos batallas a mediados del s. IX, interesando más la que entablaron en el verano del 859 el rey Ordoño I de Asturias y Musa, gobernador de Tarazona, en la que la victoria cristiana permitió la ocupación de Albelda.
Por otro lado, el Cronicón Iriense documenta la invocación a la ayuda jacobea por Ramiro II en la batalla de Simancas (939), con la consiguiente victoria cristiana, recogida posteriormente por Berceo en su Vida de San Millán, pues el Apóstol y el monje riojano habrían combatido codo con codo como jinetes celestiales.

Dos siglos más tarde vendrían santo Domingo de la Calzada, patrón de las obras públicas, y su discípulo san Juan de Ortega (derecha, su monasterio), protector de la arquitectura, a civilizar la ruta jacobea, acondicionando los tramos más abandonados de la antigua ruta, sobre todo en el cruce de los ríos, y levantando ―amparados por los soldados de Doña Urraca y Alfonso VII― muros protectores tras los que resguardar de los rateros y salteadores a los pacientes y predispuestos viandantes que, sabiendo lo que les aguardaba, habían hecho testamento antes de salir, no obstante viajar con la mayor protección de que podían rodearse.


De la absoluta credulidad popular ―para nosotros hoy comparable a la también sincera fe pagana en Júpiter y Venus― es un ejemplo el mismo Juan de Ortega, quien en un viaje a Roma y Palestina se trajo una estimable colección de reliquias: restos necrológicos de San Esteban, San Donato, San Nicolás, San Ambrosio, Santa Bárbara y Santiago ―algo se le debió caer por el camino al volador santo―, así como la lengua de uno de los Santos Inocentes, un Lignun Crucis, y uno de los cráneos de las "Once mil Vírgenes".
A este adorable conjunto se le sumaría un par de espinas de la corona de Jesucristo aportadas por el papa Adriano IV... a cambio del crucifijo de marfil que Alfonso VII le había regalado al ―el sí― inocente santo.


(Sepulcro de san Juan de Ortega)


Algunos heterodoxos han defendido que quien en realidad ocupa el sepulcro de la catedral de Santiago es el cuerpo de Prisciliano, obispo místico y hereje del siglo IV, ajusticiado en Tréveris, la ciudad natal de Karl Marx. Pero esta hipótesis adolece de la misma falta de rigor que la doctrina oficial.
En realidad, poco importa quien esté enterrado en Compostela, lo realmente fundamental es que la invención del sepulcro infundió un alto grado de confianza en el pueblo asturiano, impulsando sus avances territoriales y permitiendo victorias tan importantes e inesperadas como la de la doble batalla de Simancas y Alhándega (939), en la que Ramiro II solicitó el auxilio apostólico frente a Abd-al-Rahmán III, según el Cronicón Iriense.


También ocurre que, como en todas partes cuecen habas, cuando se quiso reivindicar y prestigiar la figura de Carlomagno (a la derecha, se le supone), nuestros vecinos franceses se inventaron su participación en el descubrimiento de la tumba y posterior "construcción" del Camino, provocando un error en la datación de la invención, que debió referirse a antes del 814, fecha de la muerte del emperador, cuando parece seguro que debió ser algunos años posterior. En cualquier caso, durante el siglo X comienza a desarrollarse una intensa peregrinación, de la que paulatinamente se encuentran más datos, que contribuiría a aumentar el poder de los obispos compostelanos, hasta el punto de provocar la excomunión papal del obispo Cresconio (1049) por los continuos choques con Roma.




3. El santo de los mil nombres

La propia exuberancia por toda Europa de nombres propios distintos que son el mismo, característica onomástica de nuestro dinámico santo, denota su "arraigo" popular, pues ya se sabe que el pobre es bastante aficionado a ese triste deporte de la emigración, que aquí realizaba disfrazado de peregrino, a modo de polizón, ya que en aquellos tiempos ―no nos dejemos engañar― no le era dado peregrinar a cualquiera. Y es que Santiago es un término moderno, evolución de San Jacobo, que ostenta todo un record de formas distintas: Santiago, Diego, Yago o Jaime. Jacques, en francés, es un nombre de pila que corresponde al inglés Jack, al español YagoSant y Yago componen Santiago― y al latino Jacobus, derivado, con el cristianismo, del hebreo-arameo Jacob.

Pero fue también, antes del cristianismo y en los primeros tiempos de éste, un sustantivo, usado en general como adjetivo, que designaba ciertas categorías de personas que efectuaban trabajos manuales y que prosperaron con el Renacimiento, algo así como el castizo femenino y obsoleto "manola" madrileño ―o, en otro ámbito, los "Rodríguez"―, y como otros términos europeos derivados, entre ellos el galo "gars", cuyo diminutivo es 'garçon', que hoy significa tanto camarero como muchacho, y que antes fue, genéricamente, aprendiz.
En este sentido se emplea todavía popularmente en Francia para designar a los campesinos (Jacques Bonhomme) o en Inglaterra para referirse a los marinos (Union Jack). En una Península Ibérica, en su mayor parte ocupada por los musulmanes que hablaban una lengua oriental, es evidente que al no existir el sustantivo calificativo "Jacques", no podía crearse ningún equívoco con el nombre, quedando Yago tan sólo como un nombre de pila.

Tal denominación ha dejado una sangrienta huella histórica en la jacquerie, etimológicamente un derivado del nombre propio Jacques y de su abreviación Jacq, nombre por el que se conocía despectivamente en los ámbitos señoriales a los campesinos franceses. Debido a ello, jacquerie ha servido para designar a cualquier movimiento de revuelta campesina acontecido en Francia.
El primero y más importante de estos moimientos fue el que se desarrolla en las tierras de l`Ile-de-France, entre los meses de mayo y junio de 1358, revuelta anti señorial debida al malestar por las constantes apropiaciones de los bosques comunales por parte de la nobleza entre una sociedad campesina que no se había recuperado de la crisis provocada por la peste negra diez años atrás y de sus secuelas y rebrotes, parciales pero periódicos.


Es por estas circunstancias que, pese a tener sentido aisladamente en el contexto del campo francés, la jacquerie revela su verdadera dimensión en el ámbito de revueltas campesinas que se extendieron como un torrente por toda la Europa de finales del medievo: la revuelta de los marineros de Flandes (1323-1328), el levantamiento taylorista de Inglaterra (1381), el movimiento taborita de Bohemia (1420-1452), los Payeses de Remença catalanes (1380-1486) o las llamadas Guerras Irmandiñas gallegas (1458-1469).


4. Peregrinación en buenas compañías
Por si causara extrañeza el hecho de que no le fuera dado peregrinar a cualquiera, ampliaremos tal comentario. Aunque hayamos perdido la perspectiva histórica, sobre todo con la influencia del cine, cómodo y divertido sustituto del libro, donde "vemos" ―salvo honrosas excepciones― a la gente de cualquier época moviéndose y actuando como hoy nosotros lo hacemos, tal panorámica es radicalmente falsa, y en muchos casos voluntariamente mentirosa. En casi ninguna época, pero sobre todo en la Edad Media, la gente común, fuera artesana o campesina ―el noventa por ciento de la humanidad―, ha podido moverse de su gremio o de su terreno sin permiso de su señor "natural" y tomar así por las buenas la carretera, que no por nada se llamaba "camino real".


(Perro cazando a un siervo prófugo. Miniatura del Libro de los Tesoros)


Y eso sin contar con portazgos, aduanas y cien peajes más, ni con los bandidos de toda laya, también señoriales, ovejas negras de todas las familias que en todas las épocas se han echado al monte o al bosque, muchas veces con la bendición y el alivio paternos.
Y es que el penitente debía llevar consigo la preceptiva autorización estampada en la correspondiente cédula acreditativa, pues las rutas de peregrinos ocultaban a no pocos evadidos de la tutela señorial en busca de una supuesta mejor vida, bien como soldadesca en las "cruzadas" o bien como mano de obra que la construcción militar, religiosa o burguesa ―si es que pueden hallarse diferencias práticas entre ellas― iban necesitando crecientemente.
Solamente cuando el progreso, facilitando la industrialización del campo o la artesanía, consigue que la ténica le sustituya, el siervo "conquista" la libertad de movimientos que el subsiguiente paro laboral permite.

Pero fuesen de la categoría que fuesen, la gente nunca se ponía en camino en solitario, sino en compañía o con compañía (del latín 'com-panis', gente que come el mismo pan), es decir, o bien juntándose en caravanas suficientemente armadas, o bien llevando consigo un nutrido grupo de gente armada.
De ahí le viene el nombre, compañía, tanto a la "unidad militar que forma parte de un batallón", como a la "sociedad de hombres de negocios", pues tales formaciones especialmente organizadas para el viaje, como comerciantes armados en camino, o como escolta de los mismos, surgieron simultáneamente en la época de la que estamos hablando, constituyendo el núcleo originario tanto del actual ejército como de las actuales empresas o compañías.
La Compañía de Jesús, fundada en 1534 por Ignacio de Loyola, ―un aristócrata navarro que tomó activa parte en la represión comunera, primer "general" de la orden y creador de los "ejercicios" espirituales― es una buena muestra de la continuidad militante de nuestro catolicismo, a la vez que de la modernización, puesta al día o agiornamiento, del combativo Apostol Santiago como asimilación de la nueva filosofía política: la infiltración comercial como manera de hacer la guerra.


 Un sistema redescubierto, como todo, tras la Edad Media, a lomos de la expansión burguesa por el universo, pero que ya habían practicado por ejemplo los hititas y en general muchas de las tradicional y acertadamente consideradas como "invasiones" en la Antigüedad. Pues tan anónima sociedad (perdón por la ironía) fue contemporánea y gemela intelectual de las asociaciones comerciales de aventureros que viajaron a las Indias Orientales tras el descubrimiento, en 1498, de la ruta del cabo de Buena Esperanza por el navegante portugués Vasco da Gama, germen, a su vez, de las Compañías de las Indias Orientales, nombre de las numerosas empresas mercantiles creadas en Europa occidental durante los siglos XVII y XVIII para la ''explotación del comercio" con tales Indias (es decir, los territorios comprendidos entre Persia y China, incluyendo Insulindia).
Estas Compañías gozaban de escrituras de constitución concedidas por sus respectivos gobiernos, y autorización para "adquirir" territorios y ejercer en ellos completas funciones de gobierno, declaración de guerras inclusive. En resumen, si bien Ignacio de Loyola representa la superación técnica de Santiago Matamoros, al igual que ocurre con la guerra y el comercio, ambos santos son intencionalmente hermanos y estratégicamente complementarios.



5. Peregrinación en Hermandad
Y es que la orden militar hispana de más antigua aprobación papal fue la de Calatrava, nacida el año 1158 cuando el abad cisterciense de Fitero, Raimundo Serrat (conocido como Raimundo de Fitero), y el monje Diego Velázquez tomaron la decisión de defender la plaza que les dio nombre, sometida a duro asedio por los almohades. La orden fue aprobada en 1164 por el papa Alejandro III. Estos son mis buenos monjes de dios.
Y poco tiempo antes, en 1156, se había creado en tierras de Salamanca la hermandad de los caballeros de San Julián de Pereiro, germen de la Orden de Alcántara, que también se hallaba bajo la Regla del Cister. Su aprobación papal, que tuvo lugar en el año 1177, fue asimismo obra de Alejandro III. Así son mis buenos papas.

Porque la Orden de Santiago nació después que las anteriores, en 1161, como una cofradía de caballeros leoneses encabezada por Pedro Fernández que nueve años más tarde fue adoptada por el rey Fernando II de León (iconizado a la derecha).
En un principio a sus miembros se les llamó freires de Cáceres, pasando a denominarse poco después caballeros de la Orden de Santiago. Esta orden militar, cuya aprobación pontificia data del año 1175, añadía a la actividad bélica la "hospitalaria", como guardaespaldas de nuestros buenos peregrinos jacobeos a los que tenemos tan abandonados.


(Santiago Matamoros guerrea en 1500, de Juan de Flandes, Museo Lázaro Galdiano de Madrid)


Las órdenes militares de Calatrava, Alcántara y Santiago también llevaron a cabo una importante labor repobladora en las tierras que controlaban. Las amplias donaciones que fueron recibiendo de reyes y nobles las convirtieron a en protagonistas, tanto en el terreno económico como en el político, de la historia de los territorios de la Corona de Castilla.

No nos cansaremos de insistir: Si la idea del "Estado laico" no acaba de entrarnos en la cabezota, y si tampoco le entra a la Iglesia, es porque ésta siempre ha formado parte natural y sustancial del Estado en todos los aspectos del mismo, así como de su génesis y desarrollo (ver la entrada sobre Palacios y Templos): hasta el advenimiento de la burguesía los clérigos eran los únicos que sabían leer y escribir; resultaban por tanto imprescindibles para llevar las cuentas y registrar las hazañas de reyes y nobles, los cuales, salvo excepciones, eran totalmente analfabetos.

Hasta la instauración en Europa de la Administración civil del Estado, por arte y parte de una criatura de la Revolución Francesa, Napoleón Bonaparte (en España con más de un siglo de retraso), todas las funciones de los funcionarios eran desarrolladas por la Iglesia: el registro de nacimientos y defunciones y matrimonios (es decir, la estadística, o datos del Estado); la Educación y la Sanidad ~escuelas, colegios y hospitales~ siempre fueron religiosas; la Seguridad Social en forma de caridad (albergues, comedores y horfelinatos); toda la Cultura le correspondía, por su arquitectura, su música, su literatura, su Universidad... y por su Censura oficial, de oficio y de Santo Oficio (o Inquisición), y su incidencia global en el terreno de la Justicia; asímismo, y en correspondencia con lo anterior, una nada desdeñable función de Policia, pues hasta finales de los pasados 70 para acceder a un empleo en España era necesaria la presentación de un Certificado de Buena Conducta expedido por la parroquia del aspirante (todavía hoy, el primer paso de muchos inmigrantes sudamericanos, a su arribada a España, es el de ponerse en contacto con el párroco de su localidad adoptiva); la Agricultura,  y su industra aneja, en su mayor parte propiedad de monasterios y abadías; el Empleo femenino en sus claustros y conventos, durante los infinitos siglos sin industrialización ni sector servicios, cuando la mujer no tenía otras salidas profesionales que el matrimonio, o la prostitución, o la servidumbre familiar o ajena (ámbitos, por otra parte, bajo control de los eclesiásticos)...

No queremos mencionar siquiera la autoridad de interdicto, por la que mediante el anatema o la excomunión los papas podían liberar a los súbditos de cualquier nación de la obediencia a sus reyes si éstos no cumplían con la Iglesia (con lo que los súbditos pasaban a depender exclusivamente de la autoridad eclesiástica); o su intervención en el imperialismo, cuyos recuerdos más significativos son las Cruzadas y las Bulas Alejandrinas del Tratado de Tordesillas.
Los párrocos y los obispos eran más Estado que los alcaldes y los gobernadores por cuanto su influencia en todos los aspectos de la vida del súbdito era mayor ('subditus' significa sometido, sujeto, propiamente "puesto debajo": el ciudadano fue otro invento de la Revolución Francesa).

Separar la religión de la política es tan conceptualmente difícil, tentados de decir imposible, como separar la política de la religión. Ambas componen la cultura y crean la civilización. Y, como le pasaba al alacrán de la fábula, "están en su naturaleza". Situación mucho más difícil de digerir por cuanto...:
Se puede decir que hasta la Edad Moderna, reyes y nobles laicos se dedicaban casi exclusivamente a la milicia (de hecho, los títulos de nobleza tienen intrínsecamente carácter militar: ver el punto dedicado a Marcas y Territorios en Las Marcas Registradas), con lo que las funciones civiles del Estado eran desempeñadas por la Iglesia. Somos Nosotros, la gente de a pie, nosotros somos, los que nunca hasta ahora habíamos formado parte del Estado: Y ahora nosotros queremos compartir con los curas su territorio. Difícil encajar tal cosa, vive Dios. Difícil en verdad. Una muestra:

«El obispo de Cádiz y Ceuta, Rafael Zornoza Boy, ha hecho un llamamiento a la solidaridad en unos tiempos en los que la crisis económica afecta de forma muy sensible a las familias gaditanas. Zornoza, que ha presentado este viernes el balance del trabajo de Cáritas, plantea la necesidad de que la sociedad contribuya a solventar la crisis que muchos padecen, sentido en el que ha recordado "la costumbre antiquísima de contribuir con los diezmos (parte de la cosecha, generalmente la décima, que se pagaba como tributo) y primicias destinadas a sostener las necesidades de la Iglesia y de la caridad con los pobres".
Concretamente, el obispo de Cádiz aboga porque empresas y trabajadores se planteen donar "una cantidad proporcional al sueldo" como "una forma estable de participación"...» (Diario El Mundo, 23-marzo-2012: El obispo de Cádiz propone recuperar el diezmo para ayudar a las familias)




6. El Camino y la Meta
Así que volvamos a los caminos de Galicia que para eso nos pagan. Antes de llegar, cerca de Compostela, los peregrinos eran obligados a bañarse en una fuente conocida por el picante nombre de Lavacolla antes de entrar al pueblo en que se encontraba la primitiva iglesia de Santiago (Lavacolla, ubicada a algo más de diez kilómetros de Santiago, debe su nombre al río Lavamentula; 'mentula' era el nombre obsceno en latín para designar al pene; un bonito nombre para un aeropuerto). 
De todas formas la eficacia higiénica y desinsectante debía ser bastante pasajera como muestra la necesidad de aromatizar el ambiente a base de un ambientador botafumeiro, primeramente manual, que hubo de ir aumentando de tamaño, velocidad y potencia con la importancia del recinto.


Al arribar a Compostela, a los peregrinos ―suponemos que los sin-papeles ya habían sido previamente empapelados― les era entregado un pergamino (derecha) que los confirmaba como “jacobeos”, o sea, penitentes que habían cumplido su promesa de llegar a la tumba de Santiago. Sobre su sombrero y su capa, colocaban la "vieira", la concha santiaguesa, un curioso símbolo que tiene su lógica puesto que representa la finalización de un viaje hasta el mar, aunque sea el Mar de los Muertos.


Evitando caer en interpretaciones esotéricas que relacionan su forma con la pata del ganso, y al juego de la oca con su laberinto iniciático, a la vieira ―deformación lingüística de venera―, tenemos forzosamente que conectarla con lo que mitológica y etimológicamente siempre ha sido: el símbolo de Venus.
Venera, que es como se denomina tal concha ―palabra con idénticos resabios eróticos y que designa el recinto de nacimiento de la diosa―, deriva, precisamente de Venus, deidad del deseo sexual y de su consecuencia más sensible, la enfermedad venérea. Y el deseo, tanto en el aspecto sexual, 'venus/veneris', como en su manifestación más sublime, 'veneror/venerari', la veneración, son palabras con la misma raíz, 'uen', de origen incierto, por lo remoto, pero que en todas las lenguas hace referencia al deseo más primario, ese que inexplicablemente inflama la garganta y humedece e ilumina los ojos.
De ahí su personificación en Afrodita ―viernes es contracción de 'Veneris dies', jornada tradicionalmente propicia al desmadre, que el cristianismo trasladó al sábado-sabadete― y su aceptación indiscriminada para expresar la más ingenua emoción ante lo más respetado, trátese de Dios o de la Virgen, de su santa esposa ―o esposo― o de su santo padre, también al de Roma. Y también al apóstol Santiago.



Históricamente, la tan arraigada tradición de la ayuda militar del Apóstol a los reconquistadores cristianos no aparece documentada ―y sin papeles no hay historia― hasta tres siglos después de la invención de su tumba, desarrollándose rápidamente entre los siglos XII y XIII, para pasar por una profunda crisis durante los últimos años de la Reconquista, cuando los ejércitos hispanos no precisaban tanto de la ayuda celestial, pero volviendo a resurgir oportunamente en la América del XVI, en los momentos apurados de la conquista.
Es a partir de la peste negra que asola Europa en el siglo XIV cuando las peregrinaciones se ven seriamente disminuidas. Doscientos años después, la aparición del Protestantismo es otro golpe al Camino de Santiago pues el mismo Lutero disuade a sus seguidores de viajar hasta su tumba cuando les aconseja:
«... no se sabe si allí yace Santiago o bien un perro o un caballo muerto...» «... por eso, déjale yacer y no vayas por allí...»

Además ocurrió que el arzobispo de Santiago en el periodo 1587-1602, Juan de Sanclemente y Torquemada, ante la amenaza del corsario Francis Drake que había manifestado su intención de destruir la catedral y el relicario del apóstol, ocultó sus restos llevándose el secreto a la tumba. Éste y otros motivos consiguen que, durante los siguientes dos siglos, las peregrinaciones a Compostela entran en una atonía tal que según cuentan las crónicas, en 1867 tan solo habían acudido a Compostela unas pocas decenas de peregrinos.


Aunque Unamuno escribía en sus "Andanzas y visiones españolas" (1922) que «todo hombre moderno, dotado de espíritu crítico, no puede admitir, por católico que sea, que el cuerpo de Santiago el Mayor repose en Compostela», lo único indudable en toda esta historia es la enorme importancia que la creencia en Santiago tuvo en la España medieval, pues la peregrinación permitió mantener el contacto con Europa en unos momentos críticos para la Cristiandad, al tiempo que la imagen bélica del Apóstol daba un "impulso divino" a los guerreros cristianos que avanzaban contra los invasores musulmanes.
De forma que se podría conjeturar que, de no ser por el culto jacobeo, la Península Ibérica sería actualmente bien un país musulmán más, bien un próspero país industrializado similar a Francia, en lugar de constituir el híbrido racial y cultural ―tan puñeteramente "diferente"― que conocemos.

No obstante, la Historia es la que es. Y es irrefutable que a comienzos del s. XIII los soldados cristianos marchaban al combate con la confianza del apoyo celestial del Apóstol ecuestre, y se lanzan contra el enemigo al grito del "Santiago y cierra España", como hacen en las Navas de Tolosa (a la izquierda, reciclaje heráldico de las cadenas del moro), o invocando a "Sancti Yagüe", como hace el Cid en su poema, redactado por esas fechas. Y es al grito de "¡Santiago, Santiago!", coreado por los ejércitos cristianos, como entran los Reyes Católicos en Granada el 2 de enero de 1492, cerrando así la larga Reconquista. Y la primera enseña que ondea en la Torre de la Vela de la Alhambra no podía ser otra que el estandarte de Santiago con su característica cruz en forma de espada, que aún hoy día constituye el emblema del Ejército de Tierra español (imagen derecha).


La Iglesia volvió a sentirse reconfortada en 1955, cuando en unas nuevas excavaciones apareció la lápida funeraria del obispo Teodomiro, el original descubridor del sepulcro apostólico, a quien algunos historiadores tenían por un personaje de fábula. Desde entonces, ni el materialismo de la época ha podido con una leyenda que, además de las viejas historias, se sustenta ahora en un tinglado político, turístico y cultural que es lo que hoy mejor podría definir la Civilización.


7. Caminante, no hay Camino
Quizá sea para evitar que ninguna investigación seria desvirtué o ponga en evidencia la leyenda, por lo que los estudios arqueológicos llevados a cabo en el área que comprende el territorio de la Costa da Morte sean más bien pobres, limitándose a ciertas excavaciones en los restos históricos de mayor interés: Dolmen de Dombate, Castro de Borneiro, Tines o Moraime. Excavaciones que, de todas formas y por si acaso, se hicieron de un modo incompleto y con escasos medios, estando los restos encontrados, a falta de un museo comarcal, desparramados por diferentes colecciones, y siendo los resultados de estas investigaciones poco o nada divulgados.




 (Como se puede observar, tanto santo Domingo de la Calzada, que no en vano se llama así, como san Juan de Ortega, hoy con municipio a su nombre, se limitaron a acondicionar, adecentar y proteger la calzada romana correspondiente, la cual había sido montada a su vez sobre una senda pateada durante milenios)


La documentación relativa al Camino de Santiago está basada en: F. Escribano (Los orígenes del culto a Santiago en España), Instituto Cervantes (El Camino de Santiago), Lucía Corti, Julio Maltés y Martín Concha Cosani (Santiago de Compostela el camino iniciático de las estrellas), Xosé Hermida (Santiago no está enterrado aquí, El País Digital, 31 mayo 1999)

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