sábado, 7 de septiembre de 2013

Cárol: Mamá me lleva a la playa

Cárol: Mamá me lleva a la playa
 
 


Desde la ventana de su habitación, Cárol vio que el día era estupendo.
—¡Bien! ¡Hoy iremos a la playa! —exclamó Cárol.
Su mamá ya estaba levantada desde hace rato y había preparado un cesto con las toallas, algunas bebidas y demás cachivaches.
—¿Sabes lo que vamos a estrenar este año, Cárol?
—¡Dímelo! ¡Dímelo!...
—¡Una sombrilla!
—Ábrela, mami, que la vea.
—No, eso cuando estemos en la playa. Ahora súbete a la silla que te voy a echar el bronceador.
Cárol se subió a la silla y mamá abrió la crema solar pediátrica de protección más cincuenta. Se echó un poco en la mano y empezó a extenderla sobre la espalda de Cárol.
—¡Huy! ¡Huy! ¡Qué fría está la crema! ¿Por qué no la calientas en el microondas?
—No seas tan tiquismiquis, y aguanta un poco.
Cárol y mamá ya estaban listas. Salieron de casa, cogieron el autobús y en media hora llegaron a la playa. Como era un día de diario, en la playa no había tanta gente. Además la mamá de Cárol prefería llegar temprano y volver a casa a la hora de comer.
—¿Por qué no viene papá? —preguntó Carol extrañada.
—Porque está trabajando y llegará por la tarde.
—Papá, ¿trabaja mucho, no?
—Sí, creo que, a veces, trabaja demasiado, pero a él le gusta hacer las cosas tranquilamente y por eso tarda más.
Se instalaron en una calita, cerca de un espigón donde la gente también se ponía a pescar. Mamá hizo un hoyo profundo en la arena, mientra Cárol miraba en cuclillas, introdujo el palo de la sombrilla y la enterró.
¡Qué Chuli! —exclamó Cárol—. ¡Qué bonita es la sombrilla! Es la que tiene los colores más alegres de toda la playa.
Mamá y Cárol se quitaron la ropa y se quedaron en bañador. Mamá llevaba gafas de sol y Cárol un gorrito para que no le diera mucho calor en la cabeza.
—Vamos a bañarnos —dijo mamá.
Cárol se cogió de la mano de mamá y avanzaba por la orilla despacio. El agua le llegó a los pies.
—¡Qué fría! ¡Está muy fría! —se quejó Cárol.
—Eso es al principio, después te parecerá menos fría.
Poco a poco Cárol y mamá se metieron en el agua. Mamá era una gran nadadora e intentaba enseñar a Cárol. La playa, por mucho que se metieran hacia dentro, no cubría. Allí estuvieron jugando a nadar, echarse agua y a buscar pececillos que se veían muy bien en el agua cristalina. También, cerca de las rocas encontraron algún cangrejo. Cárol quería cogerlo, pero mamá le dijo que tenía que ser con una red especial, que si lo cogía con la mano le podría picar con sus pinzas.
Salieron del baño y se echaron en la toalla a secarse al sol. Cuando ya no tenían gotas de agua en la piel, mamá propuso hacer castillos de arena.
—Vamos a la orilla —dijo mamá—. Llenaremos el cubo de arena húmeda, que ni esté seca ni mojada.
Cárol fue muy obediente y llenó el cubo, pero le costaba arrastrarlo. Mamá le dio la vuelta al cubo y poco a poco salió una torre de arena.
—Tenemos que hacer cuatro —dijo mamá.
Hicieron las cuatro torres y una muralla que unía las torres.
—Ahora hay que decorar el castillo.
—¿Cómo se decora? —preguntó Cárol muy interesada.
—Tienes que buscar en la orilla conchas y piedrecitas blancas.
Cárol rápidamente se hizo con el material decorativo. Con mucho cuidado, para no romper el castillo, fue decorándolo.
—¡Qué bonito! —gritó Cárol muy emocionada.
Cerca de ellas, una niña un poco más grande que Cárol, estaba haciendo un hoyo en la orilla que se llenaba de agua con el oleaje. Cárol y su mamá se acercaron interesadas.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Cárol.
—María.
—¿Puedo ser tu amiga?
—Sí.
María y Cárol jugaron mucho rato a hacer el hoyo más grande, se metían en él como si fuera una bañera, entraba y salía el agua y se lo pasaron muy divertido.
—Bueno, Cárol, tenemos que irnos a casa.
—Ahora que me lo estoy pasando bien. Déjame un ratito más con mi amiga.
—Vale, cinco minutos y nos vamos.
Pasado el tiempo Cárol y mamá recogieron y se fueron.
—Pero mamá, yo estoy llena de arena y tú en bañador, no podemos ir así por la calle.
—Claro que no. Ahora vamos a las duchas, nos quitamos la arena, nos secamos y nos vestimos.
—¡Aaah! —exclamó Cárol—. Así me quedo más tranquila.
Cuando se arreglaron, cogieron el autobús de vuelta a casa. En el ascensor se encontraron con la vecina doña Luisa.
—¡Qué de la playa! —comentó la señora—. Te vas a poner muy morenita.
—Sí, mi madre dice que me va a llevar casi todos los días.
—Pues hacéis muy bien, que en verano, en la playa, es donde mejor se está.
 
 
Y colorín colorado este cuento se ha acabado. FIN
 

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