EL TOMATE BAILÓN




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La señora Juana era muy buena cocinera, aunque un poco maniática, pues siempre decía que sus deliciosos guisos no tenían secreto alguno, que sólo había que ser muy cuidadoso con los ingredientes de cada receta. Era meticulosa hasta el punto de que, si preparaba un estofado de carne para su familia, contaba incluso los guisantes que tenía que echar a la cazuela.
Su familia no le daba mucha importancia y, por otro lado, la señora Juana raramente permitía que se metieran en su cocina sus hijos o su marido. Una mañana estaba en su cocina, a punto de preparar la comida. Hoy tocaba macarrones con tomate. Sacó de la nevera la bolsa con los tomates que había comprado en el mercado a primera hora. Los contó: “uno, dos....tres...” ¡Nueve! ¡Faltaba uno!
La señora Juana los volvió a contar. Tenían que ser diez. Su sabrosa salsa para macarrones requería exactamente diez tomates del mismo tamaño, jugosos y maduritos. Pero había nueve.
-Qué raro- pensó- juraría que esta mañana había diez cuando los compré.
Miró de nuevo en el interior de la nevera. Tal vez se había salido de la bolsa. Buscó por detrás de la lechuga, de las botellas de leche, de los melocotones...pero no lo encontró. Y empezó a ponerse nerviosa. Llamó a su hijo pequeño, Juanito, que estaba en el patio, jugando a la pelota.
-Juanitoooo!!
El niño acudió en seguida y desde la puerta de la cocina, preguntó:
-¿Qué quieres, mamá, ya es la hora de comer?
-No, aún no he empezado a hacer la comida- respondió la madre- por casualidad...¿no habrás cogido un tomate de los que había en la nevera?
-No- dijo el niño- he estado en el patio desde que llegué del cole...
-No me mientas, yo sé que te encanta comerte los tomates frescos a bocados, si lo has cogido dímelo.
-Que no, mamá, qué pesada te pones con el dichoso tomate, si no he entrado en la cocina para nada!
-Pues falta un tomate, compré diez, y sólo hay nueve! ¿Dónde está?
-Se habrá caído por la nevera, yo que sé...-replicó Juanito- yo no me lo he comido.
La señora Juana llamó a su hija, Marieta, la mayor.
-¡Marietaaaaa! ¿Puedes venir un momento?
La chica estaba en su habitación. Tardó un buen rato en acudir a la cocina. La señora Juana le hizo la misma pregunta que al pequeño Juanito:
-¿Tú has cogido un tomate de los que había en la nevera?
-¿Yo?- Marieta puso cara de asco-... ¡Mamá, ya sabes que yo ODIO los tomates,¿para qué iba a coger uno? ¿Para eso me has llamado?
-No lo entiendo!- exclamó la mujer- Tiene que estar en alguna parte...
Y empezó a sacar, una por una, todas las cosas de la nevera dejándolas sobre la mesa de la cocina, con gesto casi de desespero. Los niños ya se habían marchado, y ella, a solas, se empeñó en encontrar el tomate a toda costa. Ya estaba la mesa abarrotada de cosas y la nevera medio vacía. Con los nervios, un tarro de mermelada se le escapó de las manos y fue a parar al suelo rompiéndose y desparramándose todo el contenido, pero a la señora Juana no le importó para nada y continuó con su insistente búsqueda. Al darse la vuelta, observó la puerta de la nevera. Allí, en la parte de arriba, donde se colocan los huevos, había un tomate. La pobre mujer no podía dar crédito a sus ojos.
Un pequeño y redondito tomate bailaba encima de los huevos.
Del susto, la buena mujer pisó la mermelada derramada en el suelo haciéndole caer de culo. Pensó que estaba soñando. Segundos después logró articular palabra y llamó de un grito a sus hijos.
Juanito y Marieta acudieron en seguida al oír aquel chillido. Desde la puerta de la cocina, contemplaron a su madre, sentada en el suelo, con las piernas y la boca abiertas, y el dedo señalando hacia la puerta de la nevera.
-¿Se puede saber qué haces ahí en el suelo, mamá?- preguntó la hija mayor- ¿Es que te has quedado muda?
-¿Veis lo que yo estoy viendo?- pudo decir, por fin.
Los niños miraron a la nevera.
-¡Oh,vaya! Ya encontraste el tomate perdido! –exclamó Marieta- ¿Eso es todo? ¿Puedo irme ya a mi cuarto?
-¡Mira! ¡Está bailando!- gritó Juanito.
-¡Menos mal!- dijo la señora- Creí que me había vuelto loca,¿tú también lo ves, hijo?
-Sí, es alucinante! ¡Mira, Marieta! No para de bailar!
La chica observó con atención hacia la puerta de la nevera. Pegó un chillido ante la sorpresa. Allí estaba el tomate, baila que te baila, saltando de un huevo a otro.
-¡Tiene ritmo!- exclamó Juanito. El pequeño estaba entusiasmado.
La redonda y encarnada hortaliza, con finas piernecitas y bracitos, bailaba sin cesar, al son de una extraña musiquilla que se oía por toda la cocina:

“El tomate bailón, el tomate bailón,
encima de los huevos bailo yo!”



-Dios! Ésto no puede estar pasando!- gritó la hija mayor- ¿quiere alguien decirme qué clase de broma es ésta?¡Mamá, por lo que más quieras, levántate del suelo!
La señora Juana no podía ni hablar ni moverse.
-Juanito, si es otra de tus travesuras, ya está bien, no tiene ninguna gracia ver a mamá ahí tirada en el suelo con cara de espanto!- replicó Marieta.-Y esa musiquilla horrible!¿De dónde sale?


“El tomate bailón, el tomate bailón,
encima de los huevos bailo yo!”




Entonces el pequeño tomate dió una vuelta entera y de un salto, fué a parar a la mesa de la cocina, y continuó con su bailoteo encima de la tostadora.
-¡Qué bien baila!- dijo Juanito, quien estaba disfrutando de lo lindo. Intentó cogerlo pero el tomate se escabulló y saltó de nuevo, yendo a parar esta vez a una repisa de la pared, allí bailó alrededor de una jarra de barro con gran estilo al compás de aquella melodía insistente y algo chabacana.
La señora Juana ya no podía más. Aquello era demasiado! Se levantó del suelo y se dirigió a un cajón de la cocina, sacando un enorme cuchillo.
-¡Se acabó!- gritó.-¡Voy a coger ese maldito tomate y hacer con él picadillo!
-¡Nooooo...!- suplicó Juanito, agarrando a su madre por el delantal-, No, mamá, no, por favor!
-¡Suéltame hijo! Como que me llamo Juana que cogeré a ese tomate del demonio!
Y la buena mujer inició una persecución por toda la cocina, blandiendo en alto el cuchillo, parecía haberse vuelto loca de repente.
Marieta, junto a la nevera, apoyada en la pared, inmóvil, presenciaba la pintoresca escena sin saber qué hacer. Se pellizcó un moflete, murmurando en voz baja:
-Debo estar soñando, debo estar soñando...-y se volvió a pellizcar con fuerza el otro moflete, notando un leve dolorcillo, que le hizo dar un brinco:
-¡Ay!No, no estoy... soñando, esto está pasando, Marieta,despierta,haz algo!-,se hablaba a sí misma, parecía al borde de un ataque de ansiedad.
Para colmo,y, por si no fuera poco lo que estaba ocurriendo, mientras la madre iba y venía de un extremo a otro por la cocina persiguiendo al tomate, al compás de la musiquilla, las patatas del cesto empezaron a bailotear también. Formando una fila, sobre la mesa, danzaban y se oyó:

“Tomate bailón, tomate bailón,
nosotras las patatas bailamos mogollón”.


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Y, del cajón de los cubietos, que la mujer dejó abierto, se levantaron una docena de tenedores, que se unieron al baile,y a la música que resonaba:

“Tomate bailón, tomate bailón,
tenedores bailones, tenedores bailones,
pinchamos y bailamos
y somos los mejores”.



Y les siguieron las cebollas, que no lo hacían nada mal, y se marcaron unos pasos con piruetas incluidas, saltando al interior de las cazuelas:

“Somos la cebollas,
bailamos y bailamos
dentro de las ollas”.



Luego, de una caja de cerillas, junto al fogón, empezaron a salir cientos de cerillas bailarinas, que, con vocecilla aguda y chillona, se unieron a aquella locura formando un ballet increíblemente conjuntado:

“Las cerillas bailamos
y encendemos el fogón
y bailamos mejor
que el tomate bailón”.



Unas tijeras surgieron del cajón, bailando de forma muy elegante, a la vez que iban cortando un montón de espaguetis que se habían agregado al baile.
Marieta se había ido al salón, a llamar por teléfono a su padre.
-¿Papá? Tienes que venir a casa inmediatamente!
-¿Qué pasa, hija? ¿Por qué me llamas al trabajo? ¿Ha ocurrido algo malo?
-Tienes que venir cuanto antes, papá,te lo ruego!
-¿Qué pasa? No puedo salir ahora, estoy en una reunión muy importante!
-¡Papá! O vienes a casa o no sé lo que va a pasar, esto es una locura! Mamá se ha vuelto loca, está persiguiendo a un tomate por toda la cocina con un cuchillo en la mano, las cebollas bailando, las patatas...
-Cariño, no es momento para bromas, estoy muy ocupado. Dentro de una hora estaré en casa para comer, hasta luego!
Y colgó el teléfono. La chica casi a punto de echarse a llorar, regresó a la cocina. Podía oír desde el pasillo:

“Aquí llegan los platos,
que bailan a ratos.”
“Vosotros, los platos,
bailáis como patos”.



Eran la escoba y la fregona, que se marcaban un dúo de baile magistral. Y desde una esquina en lo alto, colgados, los ajos en ristra intentaban despegarse, aplaudiendo:

“Escoba y fregona,
qué pareja más molona!”



Juanito se estaba divirtiendo más que nunca, aunque seguía detrás de su madre, tratando de evitar que ésta diera caza al tomate bailón.

“Tomate bailón, tomate bailón,
encima de los huevos bailo yo.”



La señora Juana, fuera de sí, cuchillo en ristre, perseguía al encarnado tomatito, clavando aquí y allá el cuchillo jamonero, al tiempo que gritaba:
-Pero si ya no estás encima de los huevos, desgraciado! ¿Por qué no cantas otra cosa? ¿No sabes cantar nada mejor, maldito? Yo te diré lo que puedes cantar:
Y, por un instante, la mujer, en medio de la cocina, se detuvo para canturrear:

“Tomate bailón, tomate listillo,
la señora Juana te hará picadillo.”



Aquello parecía no tener fin. Algunas vecinas de las casas de al lado, se acercaron al oír el jaleo, sin atreverse a entrar.
Pasó la hora de la comida. Pasó la hora de ir a la escuela. A eso de las tres y media, llegó el padre.
Todo estaba en silencio.
-¿Hay alguien en casa? ¡Ya estoy aquí, cariño! Y estoy hambriento!
Cuando el padre entró en la cocina, casi le dá un infarto. La escena era desoladora. Trozos de platos rotos por todas partes, armarios abiertos de par en par, el suelo lleno de cebollas, patatas, ajos, mezclados entre cubiertos, ollas, cerillas...
El caos más absoluto reinaba en cada rincón, y un silencio que tan sólo dejaba oír el llanto de Juanito. El niño, apoyado sobre la tabla de madera, lloriqueaba desconsoladamente frente a una especie de masa roja hecha trizas.
La madre, sentada en una silla, sostenía el enorme cuchillo manchado de rojo, y sonreía con la mirada perdida. Por sus mejillas sonrojadas aún resbalaban las gotas de sudor, y por sus piernas, la mermelada. Marieta estaba sentada en el suelo, en un rincón, y entre sus brazos sostenía con fuerza toda una serie de utensilios de cocina, platos, tenedores, alguna lechuga, la escoba... como si pensara que alguien fuera a quitárselos.
El pobre hombre, cuando reaccionó, dijo:
-¿Qué ha pasado aquí?
Nadie le contestó. Los tres le miraron, pero no le hicieron demasiado caso.
El padre hizo otra pregunta:
-¿Puede alguien decirme qué ha pasado? ¡Hey, familia! ¡Estoy aquí!
Juanito dejó de sollozar, levantó la vista, se sorbió los mocos y observó a su padre.
-Hola papá.
-Hijo, ¿puedes explicarme qué significa todo esto?
-Bueno...-el niño, con voz triste, empezó a explicar- ya lo ves, mamá se empeñó en perseguir a un tomate bailón, ya la conoces, tiene sus manías...no le importaba nada lo bien que bailaba el tomate, era “su” tomate, para “su” salsa de macarrones, y no paró hasta que lo cazó...y aquí está el pobrecillo...hecho picadillo...Ya no bailará nunca más...
-Y...¿qué hay de los macarrones?-quiso saber el padre.
-Pues también bailaron, y no lo hacían nada mal...aunque para mí, el que mejor bailaba era el tomate...
Y dijo Marieta:
-Perdona, pero la escoba y la fregona lo hicieron de rechupete. Y las cerillas,¿qué me dices de las cerillas? Parecía que habían estado ensayando durante años...
-Pues yo creo que los que mejor bailaban eran los tenedores- dijo la madre.-Bueno, y las alcachofas...qué estilazo!
-Y las patatas...
-¡Basta!- exclamó el padre- Ya veo que no hay comida...¿qué os parece si...nos vamos al Burger?
-¡Síiii!
-¡Vale!
La señora Juana se quitó el delantal, se limpió con una gamuza la mermelada, Juanito se chupó los dedos manchados de trocitos de tomate, y Marieta se levantó, soltando todos los utensilios que cayeron al suelo. Y la familia al completo, hambrienta, salió de casa para ir a comer una hamburguesa.
Cuando la madre fue a cerrar la puerta de la cocina, contempló por última vez aquel escenario,y, en ese momento, uno de los nueve tomates que habían quedado en la bolsa, avanzó por encima de la mesa, dio una pirueta bailona,y le dijo:

“Ay,Juana, querida,
hoy no has hecho la comida,
por culpa de tus manías
todos los días,
y el tomate bailón
te ha dado una lección.”





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Estrella Cabrera Zamora 2010
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