domingo, 14 de julio de 2013

A la playa sin bronceador




A Juliana le encantaba la playa. Todos los veranos iba de vacaciones con sus padres a un balneario bonito y concurrido, donde tomaba sol a sus anchas, jugaba en el agua y pasaba horas construyendo castillos de arena, tan bonitos, que daba pena dejarlos abandonados hasta el día siguiente.

Nada mejor para descansar bien, que pasarse las horas contemplando el mar, acostados en la arena, escuchando las olas y las gaviotas. -¿Verdad que dan ganas de estar en la playa? Pero volvamos a Juliana y su historia.
Ese fue un verano muy caluroso y soleado. Hacía meses que no llovía en la región y los expertos en el clima afirmaban que era cuestión de la capa de ozono. Pero a la gente no le importaba eso, todos estaban felices de tener el verano más cálido y sin lluvias, de este modo, tendrían más tiempo para disfrutar de las playas.
Los papás de Juliana tenían una preciosa casa en el balneario, con todas las comodidades y además, estaba muy cerca de la playa. No se podía pedir más. Así que todas las tardes, tres horas después de almorzar,- porque hay que esperar ese tiempo para poder bañarse- Juliana y sus padres bajaban a la playa para divertirse en grande. Pero una tarde, la pequeña se quedó dormida en el sofá después del almuerzo y no notó que la familia comenzaba sus aprontes.
Cuando estuvieron listos, despertaron a Juliana para salir y la niña los acompañó sin prestar mucha atención. Bajaron hasta la orilla y se instalaron en unas reposeras muy cómodas que alquilaron. Pero cuando llegó el momento de aplicarse el protector solar, Juliana se dio cuenta de que lo habían dejado en su bolso en casa con el apurón. No le dio mucha importancia y se metió al agua para retozar hasta que los dedos le quedaran arrugaditos de tanta agua.
Luego se puso a construir sus castillos, sin preocuparse por el sol ni por nada que no fuese su labor. Pasaron las horas y se hizo tiempo de volver a casa para la cena. Todos recogieron sus cosas y volvieron para asearse y comer.
Después de darse un buen baño, Juliana estuvo lista para la cena, tenía mucha hambre y se sentía un poco cansada. Cuando bajó al comedor, su mamá dio un salto al verla.
- Pero Julieta, estás color bermellón. Pareces un foco.- dijo la madre.
- Me arde mucho, mamá. Creo que me quemé demasiado.
- Pareces afiebrada. Come y acuéstate.
Antes de irse a la cama, la mamá de Juliana pasó por su dormitorio a ver cómo estaba. Encontró a la niña muy roja e hinchada, con una fiebre terrible y muchísimo ardor. Llamó de inmediato al médico, que le diagnosticó quemaduras de primer grado.
Mucho líquido y reposo, una crema para las quemaduras y alejarse del sol, fue lo que le recetaron. También recibió la advertencia de que no volviese a ponerse al sol, sin usar protección, pues los rayos ultravioletas son muy dañinos y queman nuestra piel y nuestros ojos.
Así que desde entonces, Juliana se cuida muy bien de bajar a la playa cuando el sol está más suave, pero lo hace utilizando mucha protección, no vaya a ser que de nuevo le ocurra lo de aquella ocasión.
Autora: Andrea Sorchantes

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