martes, 4 de junio de 2013

La dama del lago


               
    Existe, en algún lugar, un mundo desconocido, un reino de fantasía, donde habitan criaturas diminutas, como lo son las hadas, fabricantes de sueños y hechicerías, que representan el poder mágico, de misterioso encanto y belleza fascinante, capaces de transformar la naturaleza para su beneficio...
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  Le habían dicho que en lo alto de la colina viven hadas que a menudo son visitadas por las brujas y entre ellas organizan los destinos de la región, que en tales encuentros reina el poder dominante de esas hadas y ningún otro ser, a excepción de las brujas, debe interferir. Por ello, si alguna noche ve las luces encendidas de su guarida en lo alto de la colina, no debe acercarse, pues algo muy extraño y súper poderoso podría hacerse dueño de su cuerpo y alma para siempre. Luciano sabía que las hadas confieren buena o mala suerte, se ofenden con facilidad, tejen varios conjuros y encantamientos con flores, les gusta el lujo, la belleza, lo formal, la bondad de las personas generosas y alegres, por eso, cuando encuentran gente con esas características, suelen premiar sus actos, si bien quien reciba algún premio de parte de un hada, lo guardará en secreto. También, que una de esas hadas luminosas es amante de la música y le agrada bailar, sintiéndola vibrar en su cuerpo, danzando en círculos e invitando a las personas a hacerlo con ella hasta lograr apoderarse de su cuerpo y adueñarse de su mente. Otras, son guerreras, cabalgan en procesión con caballos ágiles, muy veloces, capaces de ir más rápido que el viento. Lo cierto es que las hadas pueden hacerse visibles o invisibles ante la presencia del humano y, sólo el poder de un trébol, puede romper ese embrujo y permitir que se las pueda ver con mayor facilidad, sobretodo en horas del crepúsculo. Aman la primavera porque toman de ella sus flores, como lazo de unión con los hombres, quienes se ven atraídos por su belleza. A través de las plantas y flores, reciben la energía del sol y los minerales del suelo, aunque también existen hadas en lagos, ríos y mares, bellas doncellas sumergidas entre aguas, también amantes de las flores y de las frutas, capaces de enamorar a quien se atreva a recorrer el pasadizo secreto, entre las piedras, para llegar a la isla encantada a intentar danzar con ellas.
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   Un día de primavera, al caer la tarde, Luciano salió a caminar por la orilla del inmenso lago cuyo espejo de agua, desde siempre, le atraía sobremanera. De repente se detuvo para apreciar mejor el hermoso paisaje y vio que su imagen corporal, en el reflejo sobre las aguas, cambiaba de forma y de color según sus movimientos, y esto lo puso un tanto nervioso. Pensó por un momento que el sol, con su magia y poder natural, le generaba una ilusión óptica, entonces decidió aguardar a que se escondiese por detrás de la colina que se levantaba hacia el oeste. Las aguas, en un momento, comenzaron a agitarse con un vaivén lento, a modo de vals, pero con el tiempo tomaron mayor velocidad formando un oleaje tempestuoso que lo atrajo de manera poderosa. El joven, haciendo fuerza por salir de tal situación, alcanzó a aferrarse de la rama más baja de un árbol cercano a él. Con gran esfuerzo, logró que las aguas no lo atrapasen y, cuando al fin se calmaron, salió corriendo hasta su morada. Era tal el estado de nerviosismo y temor que sentía que, al entrar a su casa, cerró bien las puertas y ventanas, por si acaso algún ser extraño se apoderara de su mente y cuerpo. Inmediatamente sacó del bolsillo el trébol de cuatro hojas que había hallado con anterioridad cerca del lago y le agradeció su protección.
   Claro que no podía dejar de recordar esa atracción inesperada y asombrosa que había intentado dominarlo, y pensó que sería bueno regresar pronto para tratar de descubrir qué poder extraño había logrado cautivar su mirada hasta ver su propia imagen transformada sobre el espejo de agua. Fue como si otra persona entrara en su alma para apoderarse de su espíritu y llegar a hacer de él quién sabe qué cosa.
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   Esa noche miró a través del cristal de la ventana hacia lo alto de la colina y notó que las luces de aquella casa estaban apagadas, entonces se tranquilizó pensando que era su imaginación quien le había jugado una mala pasada, y se acostó a descansar. Dio vueltas y vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. El trébol de cuatro hojas había sido testigo de su inquietud y desesperación y, una vez más, pudo resguardarlo de quién sabe qué efecto macabro. En un momento quiso convencerse, diciéndose a sí mismo que las criaturas maléficas pertenecían al reino de la fantasía y que los hechizos sólo existen en la imaginación de los más débiles. Si bien sabía, a través de la literatura, sobre las moradas de las hadas más allá del sol poniente, ese hecho que había vivenciado le hacía pensar que podrían existir seres capaces de doblegar su conciencia y quizás, en ese lago, se hallaría alguna isla sumergida que ninguna expedición habría logrado descubrir. Esta idea perturbaba su pensamiento, a causa de la experiencia vivida y, la única manera de saberlo, era investigar regresando al lugar de los hechos.
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   Así fue que al día siguiente salió presuroso hacia allí, a la hora en que el cielo se vestía con su manto crepuscular. Caminó bordeando el lago sin notar nada extraño y decidió reposar un momento, sentándose sobre una roca para observar mejor el movimiento de las aguas. Nada hacía prever algo inusitado. Tomando una rama pequeña que yacía a su lado, comenzó a dibujar sobre la tierra húmeda diferentes círculos de variado tamaño y, de un momento a otro, le pareció ver que uno de esos círculos se transformaba en un rostro, de belleza angelical, cuyos ojos titilaban mientras una sonrisa atrapante se apoderaba de su corazón. Sintió que le temblaban las manos y decidió tirar la rama al lago, aunque con tal fuerza que dio varias vueltas en el aire hasta caer y sumergirse delante de su vista, pero en ese mismo lugar comenzaron a aparecer diferentes peces de colores que saltaban cual delfines brotando del fondo de un océano, para volver a hundirse y desaparecer. Luciano pensó que aquello era producto de su imaginación y falta de sueño, pues había dormido muy poco esa noche. El estado de sugestión era tan alto que bien podría estar dominando su mente, entonces quiso cortar con esa rara sensación que lo inquietaba y se puso en pie decidido a regresar a su hogar. Al tomar contacto con el árbol que estaba al lado de las rocas, sintió que sus ramas lo abrazaban rodeándole todo el cuerpo, apretándolo muy fuerte, sin dejarlo respirar, apoderándose de él. Quiso gritar pidiendo ayuda pero sus cuerdas vocales no le respondieron, por más esfuerzo que hizo.
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. Las hojas de ese árbol acariciaron sus cabellos y de pronto vio, sobre la roca, la imagen de aquella dama cuyo rostro lo había cautivado. Le sonreía nuevamente de manera seductora,  mientras lo invitaba a acercarse con un ademán delicado y lento de su mano. Luciano se sentía muy atraído y enseguida perdió el miedo, pues demostraba ser inofensiva y estar deseosa de entablar una relación pacífica. Al acercársele, se desprendió de la gran piedra dirigiéndose hacia el agua y comenzó a nadar mirándolo provocativamente, invitándolo a ingresar al lago, mientras sonreía dulcemente. El muchacho, al sentir el latido agitado de su corazón que parecía querer salirse del pecho, decidió quitarse la ropa y entrar a nadar con ella. La dama lo abrazó y lo besó en los labios sumergiéndose con él rápidamente hasta bajar a las profundidades del lago. En el trayecto todo fue serenidad, buceando entre aquellos peces coloridos, hasta llegar a una hermosa isla sumergida donde todo era paz y quietud. Sintió que el paraíso estaba frente a él, que no había conocido lugar más bello en toda su vida y supo estar plenamente enamorado de aquella extraña y atractiva mujer, un hada hermosa como las de los cuentos. Claro que no sería todo tan mágico en esa nueva aventura…
-  ¿Qué quieres de mí?- preguntó con ansiedad.
-  Todo lo que deseo es tu corazón- le respondió con voz suave.
-    Ya es tuyo, estoy enamorado de ti- dijo mientras le acariciaba su rojiza cabellera.
-    El amor es capaz de toda bondad y crueldad, es dueño de  la verdad y la fantasía ,las que perduran a través del tiempo. Un amor que trasciende es el más inesperado y es fuente de vida por los siglos de los siglos, ya lo comprenderás.
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   Dicho esto, ordenó a los peces que le arrancaran el corazón al joven y se lo entregasen. Al hacerlo, las aguas se tiñeron de un color rojo brillante y, a medida que la sangre vertía de las venas, ella la bebía desesperadamente, mientras Luciano, inmerso en un profundo dolor e impotencia, le suplicaba que lo dejara vivir un tiempo más, para amarla, sólo que  ella necesitaba de ese alimento para continuar su viaje de ida hacia la eternidad. Pasaron tan sólo unos minutos y el alma del joven se desprendió del cuerpo elevándose de inmediato. Una luz muy potente lo enceguecía pero, de todos modos, podía ver a la dama del lago, con su corazón entre las manos, más hermosa que nunca y comprendió que el amor es algo tan sublime y extraordinario que puede cambiar el destino de las personas, el perfume del silencio, el tenor de las palabras, el color de las aguas, el sentido de las rocas, el abrazo de las hojas, la voz del viento, el sueño y, hasta el más deseado anhelo encerrado en un pequeño trébol de cuatro hojas.
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       Desde entonces, aquel hada hermosa de cabellos rojizos y dulce sonrisa que supo cautivarlo, renace en cada latido de su noble corazón, el cual le ha de brindar la vida eterna.
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                                                 FIN
                                  Claudia Beatriz Felippo

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