Hace
muchos años en un planeta no muy alejado de la tierra nació una
princesa muy bonita a la que sus padres pusieron por nombre Cristalita.
Desde
que era bebé siempre fue muy inquieta y cuando aprendió a hablar nunca
más dejó de hacerlo. Se la pasaba hablando y hablando. Nunca dejaba
hablar a nadie. Sus padres llegaron a pensar que tenía alguna
enfermedad, pero los médicos del reino les dijeron que era normal y que
con el tiempo se le pasaría.
Sin embargo no fue así. Cristalita hablaba y hablaba cada vez más. Finalmente sus padres y toda la gente del reino terminaron acostumbrándose a eso.
A
pesar de hablar tanto, Cristalita era muy simpática. Por eso toda la
gente que la conocía la dejaba hablar y hablar. Sólo la miraban
divertidos.
Ni
sus padres ni la gente lo sabían, pero Cristalita tenía un don muy
grande. Podía hablar con el viento, con la lluvia y con el sol. Eran sus
mejores amigos. A ellos les encantaba escucharla y que Cristalita los
tuviera en cuenta, que los saludara, que les platicara sus cosas y que
les preguntara como se sentían.
-Todo
mundo da por hecho que existen, pero nadie se ocupa de ustedes- les
decía Cristalita. - A mí sí me importan. Además ustedes no me
interrumpen cuando hablo.
Eso
era lo que más le gustaba. Que ellos no hablaban. Con su apariencia le
comentaban todo. Ella sólo preguntaba como les había ido. El sol con sus
rayos le platicaba lo que había visto en otros
mundos. El viento, con su soplido, le contaba como le había ido en otras
partes de la tierra. Incluso la lluvia le tenía tanta confianza, que un
día le contó que se había enamorado de un trueno y por eso había habido
tantas tormentas eléctricas.
Cristalita,
como todas las niñas, creció y se convirtió en una hermosa señorita
princesa que continuaba hablando y hablando. Y como es común en estos
cuentos, un día apareció un príncipe en su vida.
Ese
príncipe venía de muy lejos. Había oído hablar de la belleza de la
princesa y de su costumbre de hablar y hablar y desde que la vio por
primera vez se enamoró de ella.
Sin
embargo había un problema. Cada vez que el príncipe intentaba platicar
con ella no podía. Cristalita hablaba y hablaba y no lo dejaba
pronunciar una palabra. Así que él se conformaba con estar con ella y
sólo mirarla.
A
Cristalita también le gustaba el príncipe, pero no podía dejar de
hablar. Estaba tan acostumbrada a hacerlo, que no sabía como. También se
conformaba con estar un rato con él, aunque ella fuera la única que
hablara.
El sol, el viento y la lluvia se dieron cuenta de esta situación y decidieron ayudarla.
Un día que el príncipe caminaba solo por el bosque escuchó al viento decirle que Cristalita lo amaba.
- ¿De verdad?- preguntó el príncipe asombrado- Yo también la amo y quiero pedirle que sea mi esposa, pero no sé como hacerlo.
El viento le dijo que no se preocupara.
El
sol, usando sus mejores rayos, fue el encargado de darle esta noticia a
Cristalita. Al enterarse, Cristalita saltó y gritó de felicidad.
-¡Dile que yo también quiero que sea mi esposo!- contestó emocionada.
La lluvia, con una gran tormenta, fue la que dio la respuesta al príncipe, quien totalmente empapado bailó de felicidad.
Después
de que se casaron, el príncipe construyó un hermoso castillo con
enormes ventanas, grandes puertas y amplios patios para que el sol, el
viento y la lluvia siempre estuvieran presentes ayudándoles a platicar.
Vivieron muy felices y tuvieron dos hijas, que no se la pasaban hablando
todo el tiempo y que cuando crecieron también aprendieron a platicar
con el sol, con el viento y con la lluvia, como lo hacía su madre.
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