sábado, 12 de septiembre de 2009

LA MUERTE Y SU GUARDIÁN

(Relatos de naúfragos)


LA MUERTE Y SU GUARDIÁN

(Basado en una foto que vi publicada en una revista e imaginando sobre la vida de una persona que veía que vivía en la calle)

Martín recibió una llamada a las siete de la mañana. Maldecía entre dientes temblando por el frío. Hacía tres días que la calefacción no funcionaba y se acumulaba ya a uno de tantos desperfectos domésticos irreparables. Se metió en los pantalones vaqueros y suéter negro de lana, que le hicieron contraerse de lo fríos que estaban.

Sin apenas tiempo, tomó café de la noche anterior con la esperanza de que lo reanimase pronto. Metió la cámara dentro de la funda de piel y se la colgó al hombro.

Al instante de cerrar la puerta, recordó la advertencia de su compañero, que había olvidado con las prisas y el sueño. “Llueve a cántaros, tío. Es una pasada”. Entró veloz, buscando el chubasquero en el desorden del pequeño estudio. Mientras bajaba las escaleras de dos en dos, sujetando la cámara con sus manos, pisó la pata de un pequeño gato con el pelo apelmazado por el agua, que saltó escaleras abajo. Martín maldijo. Maldijo el puto trabajo y a esa ciudad de pobres gatos sin dueño ni techo.

El viento le hizo reaccionar. Se colaba por el cuello. Cuando llegó jadeando a la amplia avenida, se lanzó sobre el primer taxi que pasaba.

- Al Jardín Real. Lo más rápido que pueda.

El taxista conseguía adormecerle con sus comentarios alarmistas sobre aquel temporal que estaba azotando la localidad. Años tras año era lo mismo. Todos los destrozos que causaba en las cosechas...

Martín empezó a ponerse nervioso. Un atasco colapsaba todo el centro, el contador subía alarmantemente, y él, malhumorado, despotricaba en silencio sobre el dichoso trabajo de mierda que había aceptado en esa ciudad de locos que no sabían circular bajo la lluvia. Se lamentaba de no recibir respuesta sobre las fotos de Florencia que había mandado a una revista de difusión cultural. “Mejor esto que volver allá. Por lo menos, estoy fuera y algún día, , todavía más lejos. En ciudades distintas. Entonces, me dará lo mismo que sean ciudades de locos porque estaré lejos. Lejos de todo” se consolaba mientras miraba por la ventanilla.

Cuando llegó a los jardines, Jaime esperaba en la puerta.

- ¡Menos mal!. Todavía no han llegado a levantar el cuerpo. Sólo hay dos polis.

Corrieron entre los charcos. El barro le salpicaba en el rostro.

El policía les detuvo con la mano hasta que enseñaros las acreditaciones como periodistas.

Mientras Martín desenfundaba la cámara y buscaba el mejor ángulo, Jaime anotaba sin ganas lo que le narraba el policía, y que él brevemente iba a titular “Muerte de un transeúnte por las bajas temperaturas de esta noche”

- Un pobre loco. Todo el día en la calle. De esos que siempre están aquí. Los vecinos estaban hasta las narices de sus timbales. ¿Saben?, todo el santo día tocando y tocando esos bidones. Por la noche, los vecinos se quejaban. Estaban hasta los huevos del tum. tum, tum,... y de los gritos que daba.

Martín comenzó a enfocar aquel rostro borroso intentando esquivar la lluvia, y Jaime, ya sin anotar, observaba al policía en chubasquero y con los brazos en jarra.

- Le detuvimos un par de veces. ¿Sabe?, era muy difícil, porque no se movía del sitio. Lo teníamos que levantar a la fuerza. Pero nada, en cuanto lo soltábamos, seguía. Incluso bajo la lluvia, descalzo. Sabíamos que cualquier día... el pobre ya no ha aguantado más. ¿Sabe que era un poeta? Sí, un poeta. Anótelo. Descubrimos por los datos dos libros suyos. Dios ¡qué de cosas tan raras y horribles escribía este pobre hombre!!! Seguro que enloqueció.

Martín descubrió en su objetivo un rostro blanquecino, los pelos de la barba y el bigote aplastados contra la piel y unos labios gruesos y amoratados. Se detuvo frente a sus ojos. Unos ojos grandes, abiertos, como si hubieran descubierto algo más allá del objetivo, más allá de los ojos de Martín, y le pareció que brillaban tanto como si encerrasen una constelación de estrellas.

Le temblaba un poco el pulso. Cerró los ojos y disparó.

Al mismo tiempo oyó lo que le parecía un grito y sintió calor de vaho cerca de su mano. Después un dolor intenso, como fuertes y minúsculas punzadas en sus dedos.

Jaime le gritó avisándole del peligro.

- ¡Maldito chucho!- Dijo el policía pegándole un puntapié.- Tan loco como su dueño. Fíjese, no hay forma de que se marche. Toda la noche lloviendo y... seguro que palmará también.

Martín llegó cansado, con la mano vendada y calado hasta los huesos. El pequeño gato seguía allí maullando, lamiéndose la pata. Se acercó con cuidado y lo cogió en su regazo.

- ¡Tranquilo, hombre! No me vayas tú también a hacer daño. - Le decía acariciándolo.

Le dio un plato con leche y se metió en su cuarto pequeño para revelar. Poco a poco la imagen iba saliendo. La agitó en el líquido. Unos dientes afilados y la boca con espuma de rabia. Al fondo, casi imperceptible, un rostro transparente, sereno. Dos ojos negros mirando cara a cara a la eternidad. Martín se sintió mareado, como si tuviera vértigo. Cogió la foto y cerró la puerta tras de si.

Era una buena foto. La mejor que había conseguido hasta ahora. Se tumbó en el colchón sobre el suelo dejando un pequeño espacio para el gato, que se acomodó e inmediatamente cayó en un profundo sueño, mientras él le acariciaba.

- ¡Cómo es la vida! – se dijo Martín- Seguro que a mi jefe le parecerá una foto cojonuda. ¡Oye, gatito! ¿duermes? ¡Qué bueno haberte encontrado! Por fin tú y yo nos iremos lejos de esto, sin cámara. Lejos de aquí, para no pensar en allá, ni en ahora. Para dejar de sentir dolor y miedo.

Martín se lió un cigarro. El sueño iba adormeciendo el dolor de su mano. Imaginaba países lejanos sin lluvia, con cielos estrellados y colores vivos, mujeres de piel caliente y olores que le embriagasen.

Países lejanos que todavía no tenían nombre.

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