sábado, 12 de septiembre de 2009

EL CABALLERO DE LAS BLANCAS PALOMAS

EL CABALLERO DE LAS BLANCAS PALOMAS

Allí fue él una fría mañana de enero con sus cuatro monedas perdidas en el bolsillo de su raída chaqueta y caminando enérgicamente con unas agujereadas playeras.

Se sentó en un banco de la plaza, y al alzar su cabeza hacia el cielo, vio volar cientos de palomas.

“Hoy es le día. Sí. Definitivamente las palomas lo presagian” Y después de dar una vuelta de reconocimiento a la mojada plaza, se acercó a un anciano que ojeaba el periódico sobre un húmedo banco.

- ¡Buenos días!, señor ¿le importa que hable con usted un rato?

- Sí, dígame. ¿Qué desea?- Contestó bruscamente el viejo, cerrando estrepitosamente el periódico y mirándolo con desconfianza.

- Sólo quería hablar con usted. ¿Se siente solo? ¿Teme a la muerte?

- ¿Es usted un vendedor de seguros? No.Los siento, pero no me interesa.- Le contestó abriendo de nuevo el periódico.

- No, no.- Le dijo sonriendo como quien va a explicar algo evidente.- Ni mucho menos. Es que, como lo he visto aquí tan solo, .... he pensado que quizá necesitaba compañía.

El viejo hombre, ya sin cerrar el periódico, lo miró de reojo, frunciendo el ceño y con una sonrisa burlona le contestó:

- No, no, en absoluto.¡Qué me voy a sentir solo! Ahora mismo llegará mi señora. Es que la estoy esperando para ir a misa. No se preocupe.

- Bueno, en ese caso, ¿no le importa que prosiga mi camino?

- Es absoluto. ¡Marche, marche! Usted tranquilo.- Le despedía agitando la mano dándole permiso para que se marchara.

- ¡Hasta luego!-

- ¡Hasta luego y que lo pase bien!.- le contestó el anciano sin mirarlo y sumergiéndose de nuevo en la soledad de las páginas del diario.- ¡Pobre chalado!- murmuró mientras lo veía desaparecer por la una de las calles estrechas que desembocaban en la plaza.

El hombre continuó su camino. De vez en cuando alzaba la cabeza y se detenía para observar a las blancas palomas que seguían su camino. Cuando sintió hambre, se metió en un bar.

- ¡Buenos días, caballero!- Le dijo al camarero.-¿Qué tal se encuentra?

- ¡Buenos días!.-le respondió el joven mientras pasaba el trapo por la barra.

- Mire, no tengo dinero, sólo estos duros. Pero, si hiciera el favor de darme algo de comer, se lo agradecería. Sabe, no he comido nada desde hace dos días.- Le decía enseñándole sus cuatro monedas.

- Lo siento señor.- Le contestó el joven tímidamente.- Yo, yo no puedo hacer nada.-

- Tan sólo quiero un poco. Algo que te sobrara de ayer. Me conformo con poco. Simplemente para engañar al estómago.-

- ¿Qué pasa aquí?- Interrumpió la escena un camarero barrigudo y con perilla que lo había estado observando desde que entró.

- Nada,...que este caballero quiere algo de comer, pero no tiene dinero.- Decía mientras los comensales prestaban atención a la escena.

- Sí que tengo dinero. Si con esto pudiera....- Insistía mostrando sus monedas.

Venga, venga. Haga el favor de salir. Hay un comedor para pobres no muy

lejos de aquí. No podemos dar de comer a todos gratis.- Le explicaba con voz tranquila y socarrona mientras lo acompañaba hasta la puerta.

- Bueno, de todas formas, muchas gracias.

- De nada hombre, de nada. Esto no son las monjitas.- Le decía mientras cerraba la puerta.

- ¿Qué ha pasado?- Preguntó una anciana que había estado mostrando más interés por la escena que por la comida.

- Nada, nada. Siga comiendo. Un borracho que... ya sabe como son esta gentuza.

El hombre cruzó varias calles sin rumbo determinado, saludando entusiasmadamente a los que se cruzaban en su camino. Unas palomas se iban sumando a otras y el espectáculo que podía contemplar sobre su cabeza era magnífico, prodigioso. Cuando bajó la vista, la vio allí. Estaba sentada en la parada de autobús, apretando contra su pecho la carpeta con pegatinas de cantantes y actores de revista juvenil.

Miraba un punto fijo con los ojos húmedos, absorta de los comentarios y risas de sus amigas.

Él se acercó firme, seguro, y se sentó a su lado.

- ¡Hola!¿te encuentras triste?¿quieres que te acaricie y te de un beso?

- ¡Serás guarro! ¡Lárgate de aquí! - Gritaron sus amigas empujándolo a la calle.

- Pero, si soy bueno. Yo soy bueno. No quiero hacerle daño a nadie.- Contestó él.

La chica se quedó perpleja, sin comprender, recién despierta de su soledad. Sus amigas la consolaban.

- ¡Qué susto!¡Estate más atenta!- La consolaban sus amigas.

Cuando comenzaba a anochecer, él se sentía por primera vez solo, hambriento y triste.

Le dio las cuatro monedas a un borracho que le interceptó el paso y se dirigió cansado hacia la plaza. Las encontró allí, a todas sus palomas acurrucadas entre las gárgolas. Brillaban allí arriba, en la oscuridad de la noche, como fantasmas entre aquellos rostros monstruosos.

Se acercó al parque y buscó un banco donde descansar. Oyó en la oscuridad una voz grave y violenta.

- ¡Venga! ¡Dame todo lo que tengas!-

Él se giró y descubrió a un joven con los ojos desorbitados, enrojecidos y un brillo en la mano.

- No tengo nada. Lo he dado todo.-

- La chaqueta. ¡Dame la chaqueta!- Gritaba amenazante con la navaja.

- Yo también tengo frío. Si quieres..., la podemos compartir.- Le contestó abriéndola de par en par.

-¡Serás maricón!.- Le dijo mientras se abalanzaba sobre él y le clavaba la navaja en varias partes de su cuerpo.

Aquella mañana llovía con furia sobre la plaza. Las palomas temerosas no se atrevían a salir de su refugio. La gente se había detenido en corro con sus paraguas negros. Un hombre yacía sobre el suelo en un charco de sangre. En su cara se dibujaba una estúpida sonrisa y un perro lastimado lamía las lágrimas de su último sueño. Un amigo le abría la puerta y lo sentaba en su mesa llena de manjares, y una hermosa mujer lo besaba apasionadamente.


"Relatos de naúfragos"

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