CARTA DESDE EL BUQUE FANTASMA
Hace tiempo que no hablamos. Lo que fue una aventura peligrosa pero necesaria para subsistir, se ha convertido en una irrefrenable pesadilla. Estamos encerrados en la bodega de este buque de la muerte, donde mis compañeros y yo podemos verificar que existe el infierno. Estamos abrasándonos en él. Ya no tenemos palabras de ánimo que regalarnos. Los colmillos de la muerte nos muerden por todo el cuerpo sin piedad, pero nosotros mantenemos nuestra lucha con esperanza hasta el final.
Quisimos viajar al otro continente. Atravesar el espejo e ir allí donde nos contaron de niños, que los dioses convertían el plástico en alimento..
Sueño con comer algo, mandar un poco de dinero a mi familia, para que no sigan muriendo de hambre, para que no sigan viviendo en la humillación sabiendo lo que sabemos‚ ¡que los dioses existen!
Esta noche he soñado algo extraño. Sigo teniendo fuerzas para soñar. Estaba en mi tierra con mi familia. Éramos pocos y teníamos comida. Llegaban unas bestias con el rostro tapado y nos apaleaban, nos mataban y nos robaban los bosques, las rocas, la tierra y se lo llevaban allí, donde a cambio de unos papeles, podías comer hasta reventar. Y a nosotros nos dejaban un espacio de tierra seco, improductivo, y si intentábamos movernos, nos apaleaban de nuevo...
Ni un movimiento, ni un lamento. Ya sólo oímos el ruido de nuestra respiración, lo único que delata que seguimos vivos. ¿A quién le importa ahora que perezcamos en esta bodega?. ¡Hipócritas! A nadie les preocupa nuestra situación y nuestra muerte...
El sueño me vuelve a invadir. Hemos llegado al sitio tan anhelado, pero los dioses han mandado a unos orangutanes, que nos prohíben el paso.
-¡Hola! ¡Buenos días!- Les decimos- Venimos en busca de trabajo para poder comer y no morir.- Pero ellos son insensibles. Nos abrimos paso como podemos. Llegamos ante los dioses que se están dando un gran festín. Nos ignoran. Les decimos que venimos en busca de nuevos horizontes donde poder trabajar, comer y vivir, pero nos miran con indiferencia. No son muy diferentes de los encapuchados del anterior sueño. No nos matan, no nos apalean, pero su indiferencia y negativa asesinan las más remotas esperanzas y sueños que albergábamos en aquellos pseudo-dioses que no son más que ladrones. Todo lo poseen ellos: el alimento que les falta a nuestro cuerpo y a ellos les sobra, nuestras riquezas naturales, la ambición más sangrienta, la hipocresía más educada. Entendí que ellos eran dioses, porque tenían humanos a quienes castigar por sus pecados. El pecado de no ser ni asesinos ni ladrones...
Tan solo son sueños, me tranquilizo. Sé que el viaje valdrá la pena. Encontraremos a gente que nos comprenda, que nos ayude, y saldremos todos del infierno de esta bodega. Pero hay que reconocer que el pánico me invade por momentos y no puedo dejar de pensar que quizá moriremos todos aquí dentro. Mis compañeros deben de tener más fuerzas y esperanzas que yo...
Ahora sueño con la sonrisa de mi madre, con el perfume de mi tierra, con un cielo y aire limpio, y con un buen, enorme y sabroso filete de carne. ¡Ojalá fuese éste mi último sueño!, pero este buque fantasma no deja de navegar.
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