LAS HABICHUELAS MÁGICAS. Andersen, Hans Christian
Periquín vivía con su madre, que era viuda, en una cabaña del bosque.
Como con el tiempo fue empeorando la situación familiar, la madre
determinó mandar a Periquín a la ciudad, para que allí intentase vender
la única vaca que poseían.
El niño se puso en camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se
encontró con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas. -Son
maravillosas -explicó aquel hombre-. Si te gustan, te las daré a cambio
de la vaca. Así lo hizo Periquín, y volvió muy contento a su casa. Pero
la viuda, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogió las
habichuelas y las arrojó a la calle. Después se puso a llorar. Cuando se
levantó Periquín al día siguiente, fue grande su sorpresa al ver que
las habichuelas habían crecido tanto durante la noche, que las ramas se
perdían de vista. Se puso Periquín a trepar por la planta, y sube que
sube, llegó a un país desconocido. Entró en un castillo y vio a un
malvado gigante que tenía una gallina que ponía un huevo de oro cada vez
que él se lo mandaba.
Esperó el niño a que el gigante se durmiera, y tomando la gallina,
escapó con ella. Llegó a las ramas de las habichuelas, y descolgándose,
tocó el suelo y entró en la cabaña. La madre se puso muy contenta. Y así
fueron vendiendo los huevos de oro, y con su producto vivieron
tranquilos mucho tiempo, hasta que la gallina se murió y Periquín tuvo
que trepar por la planta otra vez, dirigiéndose al castillo del gigante.
Se escondió tras una cortina y pudo observar como el dueño del castillo
iba contando monedas de oro que sacaba de un bolsón de cuero. En cuanto
se durmió el gigante, salió Periquín y, recogiendo el talego de oro,
echó a correr hacia la planta gigantesca y bajó a su casa.
Así la viuda y su hijo tuvieron dinero para ir viviendo mucho tiempo.
Sin embargo, llegó un día en que el bolsón de cuero del dinero quedó
completamente vacío. Se cogió Periquín por tercera vez a las ramas de la
planta, y fue escalándolas hasta llegar a la cima. Entonces vio al ogro
guardar en un cajón una cajita que, cada vez que se levantaba la tapa,
dejaba caer una moneda de oro. Cuando el gigante salió de la estancia,
cogió el niño la cajita prodigiosa y se la guardó. Desde su escondite
vio Periquín que el gigante se tumbaba en un sofá, y un arpa, oh
maravilla!, tocaba sola, sin que mano alguna pulsara sus cuerdas, una
delicada música. El gigante, mientras escuchaba aquella melodía, fue
cayendo en el sueño poco a poco Apenas le vio así Periquín, cogió el
arpa y echó a correr. Pero el arpa estaba encantada y, al ser tomada por
Periquín, empezó a gritar: -Eh, señor amo, despierte usted, que me
roban!
Despertose sobresaltado el gigante y empezaron a llegar de nuevo desde
la calle los gritos acusadores: -Señor amo, que me roban! Viendo lo que
ocurría, el gigante salió en persecución de Periquín. Resonaban a
espaldas del niño pasos del gigante, cuando, ya cogido a las ramas
empezaba a bajar. Se daba mucha prisa, pero, al mirar hacia la altura,
vio que también el gigante descendía hacia él. No había tiempo que
perder, y así que gritó Periquín a su madre, que estaba en casa
preparando la comida: -Madre, tráigame el hacha en seguida, que me
persigue el gigante! Acudió la madre con el hacha, y Periquín, de un
certero golpe, cortó el tronco de la trágica habichuela.
Al caer, el gigante se estrelló, pagando así sus fechorías, y Periquín y
su madre vivieron felices con el producto de la cajita que, al abrirse,
dejaba caer una moneda de oro.
Y Colorín colorado...