miércoles, 22 de enero de 2014

La oveja y el ciempies

La oveja y el ciempies
En un lugar muy lejano, muy lejano de aquí; donde nunca los humanos han conseguido ir, vivía hace mucho tiempo (tanto que no puedo recordar) una oveja y un ciempiés que eran dueños del lugar.
Cuando la oveja al campo salía, el ciempiés hacia la compra y cuando la oveja regresaba, a pasear el ciempiés se marchaba y en esta dulce armonía su vida consistía. Más fue a suceder que una mañana algo nuevo aconteció y es que a este lugar y desde el cielo llegó un balón que algún niño perdió cuando iba en avión.

Al verlo la oveja pensó:

- ¿Será esto una nueva comida, o será una piedra divertida?
Pero el ciempiés fue a decir:
- ¡Esto es un extraterrestre! ¿Cómo habrá llegado aquí?

Dieronle vueltas y vueltas, vueltas, vueltas sin parar y tantas, tantas vueltas dieron, que dieron un traspiés y acabaron por los suelos la oveja y el ciempiés. Como no sabían qué hacer, decidieron marcharse para hablar con el señor juez, que era un gato muy instruido por su mucho viajar, pues había recorrido muchos sitios sin parar y había aprendido de una forma muy particular.

Al llegar tan preocupados la oveja y el ciempiés y mostrarle el balón casi sin saber qué hacer, Don Gato escondió su risa y dijo con cálida voz:
- ¡Esto que habéis encontrado es el mejor tesoro, codiciado en el mundo entero y buscado sin parar! Habéis tenido gran suerte de poderlo encontrar.
Saliendo de la casa del estimado juez, se miraron a los ojos la oveja y el ciempiés, preguntándose entre dientes quién habría de guardar el maravilloso tesoro de valor sin igual.
- Lo guardaré yo – Dijo la oveja – pues yo soy más grande que tú.
- Eso puede ser, pero lo podrías romper – contestaba el ciempiés – yo por el contrario, soy pequeño y sería sin duda su mejor dueño, pues no podría cambiarle mucho de lugar y así tu muy tranquila podrías estar.

Que si sí, que si no, la discusión comenzó, y se rompió la armonía en que la oveja y el ciempiés vivían. Pasaron muchos días de tristeza sin igual, en que estando peleados no se querían ni hablar; pero una mañana de sol, acertó a pasar por allí la familia de los ratones que se iban a París de vacaciones, y viendo a sus dos amigos, se atrevieron a preguntar qué había sucedido para que se pudiesen enfadar.

La oveja dijo así:
- Me encontré este tesoro y ¡lo quiere para él!
- ¡No es cierto eso que dice! – Replicaba el ciempiés – pues cayendo un día del cielo yo lo fui a recoger, no voy a regalarlo y lo agarro con mis pies.

Se rieron los ratones, se rieron sin parar.
- ¡Pero de que tesoro habláis, si eso es para jugar!
Se miraron sorprendidos la oveja y el ciempiés y quedaron boquiabiertos sin saber qué hacer.

Dijo el ratón chiquitín a uno de sus hermanos:
- ¡Dejad que os demostremos a que juegan los humanos! Y empujando con su hocico al tal codiciado balón, se lo paso a su hermano para que metiese gol.

Dña. Ratona muy altanera, dijo que ella haría de portera y viendo la oveja y el ciempiés lo divertido del juego, comprendieron enseguida la tomadura de pelo que Don Gato muy ladino les había hecho.
Ahora muy amigos ellos habían vuelto a ser, y desde entonces y hasta ahora en este maravilloso lugar, la oveja y el ciempiés no han dejado de jugar. Hay grandes partidos próximos a celebrar con ratones y tortugas, perros y lagartos, gatos y mariposas, lagartos, y también alguna hormiga.

Y la oveja y el ciempiés juegan, juegan sin parar, son los mejores amigos que has podido imaginar.

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