Categoría: Fábula
Un pequeño rincón... crónica de un gran país...
Había una vez, un pequeño rincón; que era la ventana por donde se veía todo. Un ágora en la que se hablaba de todo... incluso, de cómo se debía gobernar un gran país.Cómo hacer para que todo funcionase a la perfección. A gusto de, por lo menos, la mayoría.
No atinaban a explicarse cómo, algo tan sencillo y tan claro, nadie era lo suficientemente capaz de llevarlo a la práctica.Ninguno de los que gobernaron, gobernaban, o gobernarían ese gran país... Los del pequeño rincón pensaban, pensaban... pensaban. Hablaban, hablaban... y hablaban.
Mientras tanto, en su rincón las cosas no funcionaban, el pequeño lugar, languidecía, moría sin que nadie hiciera nada para evitarlo. No había manera de ponerse de acuerdo en la forma de detener la caida.
Unos, pensaban que ya lo haría otro. Otros, que tampoco era para tanto. No pasaba nada si se perdía... Los más, que como no les ocurría a ellos, tampoco iban a mover un dedo.
Mientras tanto; pensaban, pensaban... pensaban... y seguían pensando:
¿Por qué nadie hace nada? ¿Por qué nadie se esfuerza por gobernar como es debido el gran país?... Es tan fácil...
De las metas, lo mejor es el camino... (Fábula)
En la falda de la montaña se habían reunido varios de los pequeños seres que por allí habitaban; la mariposa, el saltamontes, la libélula y el caracol. Descubrieron conversando que todos tenían el mismo sueño; todos querían subir a la cima de la montaña... Sentían curiosidad por saber qué era lo que se veía desde allí.
Puesto que querían lo mismo, decidieron que
podían emprender el viaje juntos. Así, con la compañía, el ascenso se
les haría más distraído y llevadero. Como eran diferentes; cada uno
tenía su forma de caminar por la vida, y por supuesto, esta aventura no
iba a ser una excepción.
La mariposa, bella y vanidosa; sabía de su hermosura
elogiada, pero también sabía que sus horas estaban contadas, por eso
vivía en una constante agitación. Demasiada impaciencia por conseguir
sus metas. Iba y venía siempre inquieta, azuzando a sus compañeros:
-¡Venga muchachos! No os demoréis tanto, o no me dará tiempo a llegar…
Los otros le contestaban que no podían seguir su ritmo,
que si tanta prisa tenía, que se adelantara a todos. Que ya se
encontrarían arriba.
Solo la libélula, tan inquieta y curiosa como ella, se
ofreció a acompañarla a su ritmo. Pero; se cansaba demasiado pronto de
las cosas. Inconstante, emprendía cada nueva aventura con ganas, pero si
no lo conseguía en poco tiempo, se cansaba y desistía… Como ahora; sólo
continuaba porque la empujaban los demás, que si no… Ya hubiera
abandonado.
El saltamontes, era el más ambicioso de los cuatro,
solo le importaban las metas. Con sus saltos iba en busca del objetivo,
ahorrándose tramos del camino, sin importarle a quién pisaba ni lo que
dejaba tras de si.
El caracol, era lento y parsimonioso. Concienzudo;
miraba y observaba cuanto encontraba a su paso. Pero su lento caminar
exasperaba a los otros.
Se detenía a cada paso: ahora una hoja, ahora
una rama, ahora una piedra... Todo llamaba su atención aunque no cedía
en el ascenso; bebía de los riachuelos que formaban las gotas de rocío,
disfrutaba de su sabor, de los destellos que el sol arrancaba de
ellas...
Durante la subida, se detuvo a hablar con la lombriz, aprendió de ella todo lo que, de bueno, nos puede ofrecer la tierra.
También charló con el gusano, que le explicó el por qué
de su manía por descomponer la materia del suelo. Él le contó que así
hacía limpieza y gracias a ello, habría sitio para que las flores de la
primavera siguiente volvieran a brotar en aquel lugar.
La abeja le contó como, agradecida, repartía el polen
de esas mismas flores con sus patas, en pago por el delicioso néctar que
ellas le permitían libar, y así convirtirlo en deliciosa miel.
Todo, todo merecía la atención del caracol. Debido a
eso era un poco más sabio cada día y a cada paso. Se cansaba, sí, la
elevación era muy pronunciada y la meta como siempre, estaba arriba de
todo, pero no por ello abandonaba el ascenso. La curiosidad por saber
qué había allí le impulsaba a seguir.
Por fin el grupo alcanzó la cima. Bueno, los tres que
quedaban, por que la mariposa hacía horas que había partido y llegado.
Tanto esfuerzo, la había dejado muy débil. Apenas si tenía aliento para
apreciar lo que estaba viendo.
La libélula y el saltamontes llegaron casi a la vez y
no pudieron reprimir el gesto de decepción en sus caras. Habían sido
tantas las expectativas y tan grande el esfuerzo, que cuando por fin lo
alcanzaron no se sintieron realmente compensados.
En cambio el caracol, a pesar del cansancio, había
encontrado tan enriquecedor el trayecto, que cuando consiguió culminarlo
dio por bien empleada la experiencia. Además sabia aceptar las cosas
como le venían, sin crearse demasiadas expectativas, pues era consciente
de sus limitaciones y cuando emprendía una tarea nunca sabía si podría
llegar al final. Por eso se recreaba en el camino, permitiéndo así
tomarse pequeños respiros. Y cuando lo sconseguía, la victoria era más
dulce.
Cuando llegó, oteo el paisaje maravillándose de lo
grande que era el mundo y de todo lo que aun le quedaba por aprender…
Nuevos alicientes para seguir caminando. Nuevas ilusiones para
continuar...
(Lidia)
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