AGUSTÍN, EL CONEJO SALTARÍN
María Cristina Laluz
Agustín es un conejo muy especial. Sus grandes ojos
escudriñan todo lo que le rodea. Quiere saber. Todo le interesa. Olfatea, lame,
toca. Con sus orejas bien paradas puede oír hasta los ruiditos más lejanos.
Cuando le preguntan, como hacen siempre los adultos:-¿Qué vas a hacer cuando
seas grande?; él responde , muy serio:
-Voy a ser un
Científiconejo.
-¿Y para qué?
-Para inventar todo
lo que aún no ha sido inventado.
-¿Y
para qué?

-Te explico: quiero
inventar un lápiz que escriba solo, sin faltas y con linda letra; una pelota que
no se pinche y con la que se pueda jugar al fútbol sin pelear; una escalera de
la que uno se pueda caer sin hacerse chichones; una máquina
anti-aburrimiento y
un sistema para descargar energía sobrante que las mamás podrán usar con sus
hijos a partir de las ocho de la noche; un reloj que solo marque horas felices;
una nave que ruede, flote, sirva para explorar el fondo del mar y el espacio
interplanetario.
-¡¿Todo eso?!
-¡Y mucho más!
Agustín pasaba
muchas horas pensando en estas cosas.
Una mañana salió
temprano a recorrer el bosque. Oyó unos débiles quejidos. Se guió por ellos y
llegó al borde de un barranco. Se asomó.
Allá en el fondo
blanqueaba una bola de algodón que se movía.
-¿Qué te pasóoooo?
-Iba saltando
distraída y me caí. ¡Ayúdameeeeee!
-Quédate tranquila,
descansa, que yo vuelvo enseguida.
Casi voló hasta el
fondo de su casa donde tenía cientos de cosas inservibles, que esperaba usar
cuando llegara el momento oportuno.
Buscó unos resortes
enormes. Los ató a unas cañas gruesas y se marchó corriendo otra vez.
-¡Allá vooooooy!-
dijo, saltando desde el borde. Llegó junto a la coneja Jazmín, que lo miró
arrobada.
-¿Te animas a saltar
conmigo?
-Contigo a donde
sea,- dijo ella , que se había enamorado desde el momento en que lo vio.
Agustín la tomó
delicadamente en sus brazos. Se agachó, impulsó sus patas traseras en un salto
fenomenal y al llegar arriba se miraron, sabiendo que iban a seguir juntos.
Se casaron. Agustín
olvidó sus sueños de ser un Científiconejo porque tuvieron que trabajar, como
todos los esposos. Llegaban cansados a casa, pero aún así se daban tiempo para
inventarle cada noche un cuento diferente a sus quince hijitos.
Hasta que fueron
ancianos, en las noches de luna clara, salían a pasear montados en los zancos,
sonrientes y enamorados.
Salta que salta Agustín,
salta que salta Jazmín
y de su amor encantado
este cuento ha terminado.
LALUZ, María
Cristina
(Montevideo, 1951)-Desde niña vivió en la ciudad de Durazno adonde anclaron sus
raíces, maestra por vocación, poeta y narradora que ha editado en libros y
periódicos, integrante del Club de Narradores de A.U.L.I. “Dora Pastoriza”,
busca en los cuentos la alegría del encuentro. Publicó en Perú y Uruguay, en el
2000 inauguró la Colección Palabrapuente con el poemario homónimo con
ilustraciones de Ana María Dolder. Es Experta en literatura infantil
iberoamericana y universal.
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