domingo, 14 de julio de 2013

Agustina y sus sueños


El pasatiempo favorito de Agustina eran los libros. Pasaba las tardes, después de hacer los deberes, sentada junto a la ventana, concentrada en sus lecturas. Incluso de noche, cuando sus papás creían que dormía, ella se escondía bajo las mantas con una linterna para seguir las historias de magia, aventuras y juegos. Siempre tuvo la ilusión de ser escritora cuando creciera, aunque para eso faltaba mucho.


No era raro que durante los paseos del colegio, mientras sus compañeros corrían, trepaban y saltaban, ella se sentara bajo un árbol o sobre la hierba, para disfrutar de las páginas de sus amados libros. A veces, hasta las maestras se olvidaban de ella y casi la dejan a su suerte en un par de ocasiones, en que se había acostado tras un tronco para leer más cómoda.
Todo esto no le preocupaba, ni siquiera las burlas de sus compañeritos, que le decían “polilla de los libros”. Cuando sostenía un libro entre sus manos, el mundo desaparecía ante ella y se abrían las puertas del mágico mundo de la imaginación.
Nada podía compararse con aquella sensación, excepto el sueño. Es que Agustina tenía sueños de increíble realismo, donde recreaba las historias que había leído durante el día. Algunas mañanas, Agustina se levantaba con unas ojeras terribles. No eran porque no hubiese dormido, sino todo lo contrario, se debían a los sueños que había tenido.
A veces, soñaba que trepaba montañas, caminaba por la cuerda floja, cruzaba el océano a nado y otras tantas proezas. Y como sus sueños eran tan reales, es natural que se levantara cansadísima.
Las cosas no estaban fáciles, cada día era más común que la pequeña se durmiera en su banco del colegio. Era tanto el cansancio acumulado, que ya no lograba mantenerse con los ojos abiertos, a menos que alguien se encargara de despertarla cada cinco minutos.
Esto preocupaba a sus padres, los que consultaron con los médicos y obtuvieron una respuesta muy alentadora. Todos los especialistas coincidieron en recomendarle que no leyera antes de acostarse y que, en cambio, practicara deportes.
De inmediato pusieron en práctica las recomendaciones médicas y los resultados no se hicieron esperar. En dos o tres días, Agustina comenzó a tener sueños más descansados y pronto recuperó su energía habitual. En poco tiempo, consiguió nuevos amigos y se convirtió en una niña muy popular, pues todos querían reunirse en una gran rueda a su alrededor, para que les leyera bonitas historias.
Autora: Andrea Sorchantes

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