miércoles, 19 de agosto de 2009

Es lo que tiene dejar un bote de pintura lleno a un par de niños…

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El niño superdotado

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El niño superdotado

¿Como lograré saber si mí hijo es un niño superdotado?

De una forma segura, solamente con la orientación de un profesional especializado en el tema. Pero existen algunas características que pueden ayudar a los padres a que identifiquen a un niño superdotado:

1. Duerme poco.
2. Aprende a leer en un corto espacio de tiempo.
3. Dice su primera palabra con seis meses.
4. Dice su primera frase con doce meses.
5. Mantiene una conversación entre 18 y 24 meses. Vocabulario impropio para su edad.
6. Aprende el abecedario y cuenta hasta 10 a los dos años y medio.
7. Resuelve mentalmente problemas de suma y resta hasta 10 con tres años.
8. Pregunta por palabras que no conoce desde los tres años.
9. Realiza preguntas exploratorias a edades tempranas.
10. Alta capacidad creativa.
11. Posee una alta sensibilidad hacia el mundo que le rodea.
12. Preocupación por temas de moralidad y justicia.
13. Enérgico y confiado en sus posibilidades.
14. Muy observador y abierto a situaciones inusuales.
15. Muy crítico consigo mismo y con los demás.
16. Gran capacidad de atención y concentración.
17. Le gusta relacionarse con niños de mayor edad.
18. Baja autoestima, tendencia a la depresión.
19. Se aburre en clase porque sus capacidades superan los programas de estudio convencionales.
20. Son, aparentemente, muy distraídos.
21. Su pensamiento es productivo más que reproductivo. Se basan en la construcción de las cosas.
22. Tienen muy poca motivación hacia el profesor.
23. Llegan a sentirse incomprendidos, raros.
24. Son independientes e introvertidos.

Qué deben hacer los padres

En el caso de que los padres perciban que su hijo tiene ese perfil, deberán tomar algunas providencias. Según Linda Kreger Silverman, especialista del US Department of Education (Departamento de Educación de Estados Unidos) los padres tienen un papel fundamental en el desarrollo de estos niños. Son ellos los que deberán entrar en contacto con el educador del niño, la escuela, y pedir una orientación. Seguramente, después de una evaluación del caso, los docentes pasarán el niño a la observación de un orientador, y si es el caso, a un especialista. Si realmente se confirma que el niño es superdotado, no os preocupéis, porque recibirán toda la orientación posible.

Continuar trabajando para el desarrollo del niño

- Hablando y jugando con él. Mantener conversaciones sobre hechos cotidianos con los adultos expresando su parecer.
- Prestando atención a sus inclinaciones por el arte o los números y ayudándole a desarrollar estas habilidades.
- Llevándolo a lugares donde pueda aprender cosas nuevas, como museos, bibliotecas y centros comunitarios donde se desarrollen actividades.
- Estimulándolo para que no se aburran, explicándole que el éxito es posible y que saldrá beneficiado en el futuro.
- Procurando un ambiente tranquilo donde pueda leer y estudiar y ayudarle siempre con sus deberes.
- Es aconsejable inscribirlos en actividades fuera de la escuela.

Si tu hijo tiene un coeficiente intelectual superior eso debe ser detectado lo antes posible: Los especialistas recomiendan prestar atención a los patrones de niños superdotados para captar esta capacidad cuando tienen entre 3 y 8 años y actuar en consecuencia.
Estos niños suelen tener problemas sociales cuando no reciben un trato adecuado. El psicólogo Kenneth Shore, experto en educación para superdotados, dice que estos pequeños pueden tener intereses distintos a los de sus compañeros."No es de sorprender que los superdotados se sientan desconectados de sus pares e incomprendidos por los maestros. Si la educación que reciben no se ajusta a sus necesidades, se vuelven inactivos, distraídos y tienen mala conducta ", asegura Shore. De acuerdo con Shore, los maestros a veces se equivocan y creen que estos chicos tienen problemas de aprendizaje. Según el experto, un ejemplo de esta situación fue experimentado por Albert Einstein: cuando el premio Nobel de Física tenía 12 años, sus maestros determinaron que era lerdo para aprender. De hecho, Einstein tenía los peores recuerdos de la escuela.

¿Lo niños superdotados deben estudiar separados de los demás chicos?

Los programas para chicos superdotados han generado mucha controversia. "Algunos los critican por ser elitistas y mandar un mensaje de mediocridad a aquellos que no han sido elegidos como superdotados", dice Shore. Aunque es cierto que no es bueno segregar, es conveniente que estos niños reciban una atención especial. Shore, que fue psicólogo escolar durante 20 años, recomienda que los niños vayan a una escuela normal, pero que inviertan más horas de estudio semanales que los demás en programas de aprendizaje enriquecidos. Para esto, el educador y la familia deben formar un equipo para seguir de cerca los avances del pequeño.

BEATA LAURA VICUÑA

Nació el 5 de abril de 1891 en Santiago de Chile. Es la primogénita del matrimonio de José Vicuña y Mercedes del Pino. Poco después de nacer la segunda hija: Julia, muere su padre quedando la familia en la indigencia.
Mercedes emigra con otros chilenos a la Argentina buscando un bienestar
Así llega a Neuquén en 1899, finalmente llega a la estancia del Quilquihué de Junín de los Andes a trabajar como dependiente y donde comienza a convivir con Manuel Mora (el dueño de la misma).
Laura y Julia ingresan al colegio María Auxiliadora de Junín de los Andes. Desde su llegada Laura es muy sensible a la fe cristiana. A los 10 años recibe la primera Comunión.
En sus segundas vacaciones al volver a la estancia, ya adolescente, Manuel Mora trata de abordarla y es rechazado. Durante una fiesta la invita a bailar y al ser nuevamente rechazado la arrastra fuera de la casa y debe dormir a la intemperie. Mora decide no pagar más la cuota de la escuela, para acorralarla, pero las hermanas la reciben gratuitamente Laura decide ofrecer su vida por la conversión de su madre. Al poco tiempo sobreviene una inundación en el colegio en un crudo invierno, Laura se enferma .
La madre se la lleva a su casa pero no se recupera. Entonces decide regresar a Junín, Mora furioso por haber perdido a Mercedes y ser rechazado por Laura le propina una feroz paliza a la joven.
Viendo próxima su muerte Laura le dice a su madre de su ofrecimiento: "mamá, la muerte está cerca, yo misma se la he pedido a Jesús. Le he ofrecido mi vida por ti, para que regreses a El " y le pide que abandone a Mora y se convierta.
Ella le promete cumplir su deseo. Muere un 22 de enero de 1904, sin cumplir los 13 años.
Sus restos desde 1956 están en el Colegio María Auxiliadora de Bahía Blanca (Argentina=.
El 3 de septiembre de 1988 Juan Pablo II la declara Beata.

SAN TARSICIO

mártir eucarístico
Se cree vivió en el siglo III. Durante las persecuciones de Valeriano, los cristianos se reunían en las catacumbas y allí celebraban la Eucaristía. Trataban de hacerles llegar la comunión a los que estaban encarcelados para que no desfallecieran.
Tarsicio, un niño, lo más probable es que fuera un joven diácono, acólito o algún miembro de grado menor del clero se ofrece a llevar el Divino Manjar, que envuelve en un lienzo de lino.
Por el camino es detenido y lo quieren obligar a mostrar lo que lleva, él se niega . Hay injurias y golpes. Entre la multitud alguien dice: "Es un cristiano, un cristiano que lleva un sortilegio a los prisioneros". Nuevamente se arrojan sobre él para quitárselo, Tarsicio se resiste y lo matan a golpes. Se lo considera un mártir eucarístico. Su cuerpo destrozado es enterrado en la catacumba de san Calixto. Actualmente hay sobre su tumba unos versos de san Dámaso :
Queriendo a San Tarsicio almas brutales,
De Cristo el sacramento arrebar,
Su tierna vida prefirió entregar
antes que los misterios celestiales.

SANTA MARIA GORETTI

Mártir de la pureza

Luis Goretti y Assunta Carlini tuvieron 5 hijos, la segunda que llamaron María nació el 16 de octubre de 1890, en Corinaldo, cerca de Ancona, Italia. Familiarmente se la llamó Mariela.
Sus padres eran pobres campesinos que después emigran al Lazio (Italia), que es una zona fértil pero pantanoso y malsana. La familia Goretti acostumbrada a la pobreza y al duro trabajo, se instalan en una casona, condividiéndola con dos colonos: Juan Serenelli y su hijo Alejandro.
María , se dedicaba al cuidado de sus hermanitos más pequeños y a las tareas domésticas mientras sus padres trabajaban en el campo.
Mariela era dócil, trabajadora, y muy espiritual.
Teniendo 10 años muere su padre, de malaria. Debido a ello Assunta trabaja fuera de casa todo el día. Mariela crecía y se fue haciendo mujer despertando en Alejandro una pasión insana ( alimentada por malas lecturas que hacía el joven).
El joven la provocaba y Mariela respondía: "No, no, Dios no lo quiere".
Finalmente, el 5 de julio de 1902 Mariela remendaba una camisa en lo alto de la escalera, cuando todos estaban trillando el campo. Alejandro quiso violarla, a lo que María se resistió. El joven despechado le clavó 14 puñaladas con un punzón.
Es llevada al hospital y muere al día siguiente perdonando a su asesino. "Por amor a Jesús lo perdona y deseo que esté conmigo en el paraíso".
Alejandro cumple 27 años de condena en la prisión, se arrepiente, se convierte y se hace fraile capuchino muriendo nonagenario.
Fue proclamada santa el 24 de junio de 1959 por Pío XII.
El día de su canonización estaban presentes, su madre, sus hermanos y su asesino que ya se había convertido
.

domingo, 16 de agosto de 2009

El mono y la tortuga. Cuento tradicional de Filipinas.

Dormirse en los laureles.

Hoy en día es complicado hacer amigos duraderos. ¿Será por la falta de tiempo o porque nos hemos vuelto egoístas?

Un mono y una tortuga que eran amigos inseparables encontraron dos plataneros en el suelo. A la tortuga se le ocurrió volver a plantarlos para tener comida todo el año. Al mono le pareció buena idea. Y sellaron el trato con un choque de patas. Pero cuando los plátanos maduraron, el mono se encaramó a los árboles y comenzó a devorarlos. La hambrienta tortuga, que no podía trepar a los árboles, le suplicó que le dejase algo.

«No te preocupes, hay de sobra para los dos», dijo el mono. La tortuga confió en su amigo y se durmió a pie de árbol. Cuando despertó, vio al mono con la panza repleta y ni un solo plátano a la vista. Y le espetó: «Eres un egoísta glotón y no me has dejado nada, de modo que te reto a una carrera. El que gane se quedará con los dos plataneros y el que pierda se marchará del bosque». El mono se burló de su lentitud y le dijo que no tenía nada que hacer.

La carrera comenzó y el mono dejó atrás a la tortuga en pocos minutos. Pero como le pesaba la panza, se tumbó y se quedó dormido. Cuando despertó, la tortuga estaba a punto de cruzar la meta, y esto le dio tanta rabia que la tiró al río. Pero como la tortuga es más rápida en el agua, pronto llegó a la meta y se hizo con el triunfo.

Saber apreciar las cualidades y defectos de los amigos no nos da ventaja sobre ellos, pero sí nos ayuda a conocerlos mejor.
Publicados bajo licencia CC por el periódico 20 minutos.

El tigre y el zorro. Cuento tradicional de Nepal.

Más vale astucia que fuerza

En el mundo de los animales casi siempre impera «la ley del más fuerte». Y en el nuestro, ¿crees que es igual?

En una selva lejana se instaló un tigre con ganas de armarla. Aparte de ser enorme, este felino mataba y engullía sin piedad varias piezas diarias poniendo en peligro el equilibrio de la jungla.

El resto de los animales, alarmados y entristecidos, decidieron entregarle cada día al gran sanguinario a un miembro de una familia, empezando por los más mayores. Y así lo hicieron hasta que les tocó el turno a los zorros. Y cuando el abuelo zorro estaba a punto de marcharse para ser sacrificado, su nieto dijo que él mismo ocuparía su lugar.

Cuentos breves infantiles. Cuento tradicional de nepal.El pequeño zorro se plantó sin miedo delante del tigre y comenzó a reírse compulsivamente. El gran felino, desconcertado, le preguntó por qué se reía, y el pequeño le dijo que otro tigre le estaba quitando buenos bocados. El tigre, enfurecido, le dijo que le llevase ante tan terrible rival. Se pusieron en camino y muy pronto llegaron a un profundo pozo. El zorrito le dijo al tigre que su colega vivía allí dentro. El felino se asomó al pozo y al ver su reflejo en el agua, con una expresión tan feroz, no se reconoció y pensó que era el otro tigre. Y entonces,… se tiró de cabeza a las oscuras aguas para luchar a muerte con su reflejo.

No siempre gana la fuerza: la inteligencia puede ser una alternativa interesante para triunfar. ¡Hagamos músculos mentales!

Publicados bajo licencia CC por el periódico 20 minutos.

La carrera del zorro y la piedra

La carrera del zorro y la piedra

JUJUY

Que pasaba el zorro al lado de una piedra de caraquiar o tutaniar, y al verla tan reluciente de grasita, se ha parao a conversar. La piedra de tutaniar es la que usan los paisanos pa golpiar los güesos y sacarles el caracú, y 'tá siempre engrasada.

Que li ha dicho el zorro a la piedra:

-Compadre, ¿quiere que le dé una lambidita?

-Bueno, compadre -contestó la piedra-, pero con una condición.

-Ponga lo que quera, compadre -contestó el zorro.

-Bueno, allá va el trato -dijo la piedra-. Después que lamba, tenimos que correr una carrera.

-Bueno, compadre -contestó el zorro.

El zorro lambió un buen rato y la piedra quedó como lavada. Entonces se prepararon para la carrera, que tenía que ser un cuesta abajo.

Han largau la carrera. Al principio el zorro le llevaba ventaja a la piedra, pero cuando la piedra ha tomau vuelo, lo llevaba mal al zorro.

-Apure, compadre, que ya lu alcanzo -le gritaba la piedra.

—568→

En toda la furia de la disparada, la piedra ha tropezau con otro, ha dau un salto grande, y ha caido sobre el pobre zorro. Áhi lu ha dejau hecho una tortilla. Se ha parau la piedra y li ha dicho al zorro:

-Vea, compadre, lo que le pasa por goloso.

Santiago Vargas, 38 años. El Cucho. Capital. Jujuy, 1957.

El narrador es peón hachero en esta región de la selva subtropical.

El zorro y el conejo

El zorro y el conejo


Resulta que el conejo tenía la cueva en la orilla de una paré ande había agricultura. Y el zorro viene caminando por la orilla 'e la paré, y lo ve el conejo que venía el zorro. Y como el conejo sabía que si lo agarraba áhi se lo iba a comer, agarra y forcejiaba la paré de modo de no dejala caer. Entonce ve el zorro, y le dice:

-Amigo, ¿qué hace?

-¡Cómo!, ¿no ve lo que hago?

-¿Pórque sostiene esa paré?

-¡Ah!, es que recién ha 'tau Dios conmigo y me dice que sostenga esta paré, que no se caiga. Y mi ha dicho que si yo lo dejo caer a la paré se va a perder el mundo. Y en realidá ya hace tres días que 'toy pechando aquí con el fin que no se pierda el mundo. ¿Pórque no hacís la gauchada, y mi ayudás a pechar la paré? -le dice al zorro-. Tengo un hambre que ya no veo. Porque si lo largo se cái la paré y se da vuelta el mundo y los perdimos todos.

-¡Ah!, no es propio que se pierda el mundo -dice el zorro-. Te voy a ayudá a pechá un rato. Andá a comé. Toma agua y volvé.

—564→

Y se fue el conejo, se mandó a mudar lejo. Lo dejó pechando al zorro áhi. Se cansó de pechar el zorro. Aguantó tres días. Al otro día dice:

-Yo largo la paré aunque se dé vuelta el mundo.

Y éste, tan cansau que 'taba, sale disparando. Y mira, y nada, la paré ni pensaba cáirse.

-¡Qué pícaro, el conejo! -dice-, y toda la injusticia que hace conmigo. Lo busco y lo como ande lo encuentre.

Y se va buscandoló. Por todos los campos s' iba. A las cansadas, al tiempo, lo encuentra trabajando una cueva. Cuando lo ve el conejo, rápido se entra para adentro. Y di áhi lu habla:

-Mirá -le dice-, ahora hay otro anuncio. Hace dos días vino Dios y mi ha dicho qui haga una cueva bien profunda. Dice que ahora va llover juego.

-¡Sí! ¿En realidá? -dice el zorro.

-¡Claro!, por eso 'toy cavando la cueva, porque va a llover juego. ¿Pórque no ti hacés vos también una cueva y así nos salvamos los dos?

-Güeno -dice el zorro.

-Mirá -le dice el conejo-, te lo cambio a la cueva, que ya 'tá prencipiada.

-Y bueno -dice el zorro.

-Ya que la tengo prencipiada, te la doy, yo la voy a hacer más grande.

El conejo se va a otra parte. Y le dice al zorro:

-El plazo 'tá cerca, faltan dos días no más pa que llegue el juego. Hay que trabajá día y noche.

Y así el zorro trabajaba noche y día, sin descansar. Y mientras tanto, el conejo juntaba espinas. Y le decía al zorro:

-A la cueva hay que hacelo con güeltas.

Y cuando el zorro se perdía trabajando adentro, el conejo le comenzaba a poner espinas en la cueva, adentro, sin que el zorro se diera cuenta. Y entonce le dice:

-Mirá, cuando vos sintáis que te hinca alguna cosa, ése es el juego.

—565→

Y por áhi, en lo que viene el zorro sacando tierra, se hinca el zorro, y dice:

-¡Ah, esto había síu juego, en realidá! -y se fue adentro y no sale más.

Pasaron dos días y el zorro tenía mucho hambre. Y ya no podía más, y ha veníu y ha salíu. Se ha hincau en la nariz, en los ojos, en todas partes y ha dicho:

-¡'Tá lloviendo juego!

Y ya el hambre lu ha obligau a salir, y dice:

-¡Qué!, aunque me queme, salgo no más, ya nu aguanto más, ya nu aguanto más.

Y haca fuerza, y pecha no más, y sale para ajuera entre un montón de espinas. Y nu había nada de juego. Y se dio cuenta de todo lo que li había hecho el conejo, y dice:

-¡Cuando lo encuentre lo como, ya no lo perdono más!

Se larga buscandoló. Al tiempo va y lo encuentra en la campaña, en unas casas botadas309, abajo di un horno. Áhi vivía. Y ya lo quería comé el zorro al conejo, y el conejo le dice:

-¡Ay, hermanito!, el anuncio del juego se aproxima, esto va a ser muy pronto. Mirá este horno -le dice-. ¿Sabís pa qué lu hi trabajau yo? El anuncio es de otra manera. Va a haber un diluvio y después va a llover juego, y por esto hi trabajau el horno, así me encierro y pueda ser que me salve.

Y le dice:

-Mirá, ya que lo tengo, ¿pórque no te encerrás vos, y yo me hago otro más chiquito? ¿Pórque no te encerrás vos? Esta misma tarde va a venir el diluvio.

Y el zorro se ha asustau otra vez y le ha dicho que güeno, y se ha encerrau en el horno. El conejo ha traido barro y piegras y li ha cerrau la puerta del horno. Y después ha traido agua y —566→ li ha echau por encima del horno, y hacía ruido. Y el zorro decía que eran truenos y el diluvio, y decía:

-Bueno, yo 'toy tranquilo. El conejo de zonzo si ha quedau ajuera, ahora qui ha llegau el diluvio.

'Taba sentau, muy tranquilo. El conejo había juntau leña y le había puesto juego abajo del horno. Y así, después del diluvio lo sintió al juego. Y cada vez lo sentía más caliente, más caliente, al juego. Y ya decía el zorro:

-¡Había sido positivo el diluvio y el juego!

Y al fin se afisea el zorro y muere dentro del horno y se ha quedado libre el conejo.

Áhi termina.

Eusebio Maita, 46 años. Ciudad de Salta, 1952.

El narrador es un empleado ferroviario, hombre del pueblo, que tiene un repertorio muy numeroso de cuentos tradicionales.

El asno y el zorro.

El asno y el zorro. Cuentos. Cuentos educativos infantiles. Cuentos con moraleja. Material educativo. Cuentos de animales.

Cuento, el asno y el zorro

Había una vez en un bosque un asno, que se llamaba Bonifacio y un zorro que se llamaba Serafín. El zorro siempre se burlaba de la tosca inteligencia del asno Bonifacio.
—Especies tan toscas como la tuya no tendrían que existir, por que eso daña la imagen de animales como nosotros.
—Mi padre, que era un asno listo y bueno, solía decir siempre que tenia que haber de todo en el mundo( gente buena, gente mala, gente lista, gente menos lista, en fin de todo), pero que todos éramos hijos del gran creador y que todos teníamos los mismos derechos, a la hora de pasar por la vida.
—Tu padre era un tosco y tú eres tosco y medio ¡ja, ja, ja! Listo tu padre, no me hagas reír Bonifacio, que me duelen los dientes.
—Serafín, tú con esa arrogancia, ¿a que le llamas ser listo?
— Pues que haga lo que haga, lo puedo hacer mejor y más rápido que tú.
—Si tan superior te crees a mí, hagamos una apuesta y el que la gane entonces podrá decir, con certeza, que es más listo.
—Bonifacio, no quiero abusar de ti, porque en el fondo, muy en el fondo de mi corazón, te quiero. Tú sabes de sobra que cualquier cosa que digas, por muy rara que sea, la puedo hacer mejor y más rápido que tú.
—Entonces no lo pensemos más y hagamos la apuesta, si tan seguro estás de que me puedes ganar, no creo que pongas ningún impedimento.
—Y se puede saber Bonifacio, qué tienes en tú tosca mente, que piensa (aunque poco), que en algo me puedes ganar.
—Un viaje.
—Un viaje, ¡ja, ja, ja! ¡Piensas ganarme en un viaje!, no me hagas reír, que me duelen los dientes,¡ ja, ja, ja! Hacía tiempo que no me divertía tanto Bonifacio. Tú además de ser tosco, veo que eres tonto ¡ja,ja,ja!
— Sí, sí, un viaje (veo que te hace mucha gracia), y el que llegue primero al sitio elegido por los dos, será él que habrá ganado la apuesta. Y entonces a partir de ese momento, será el que podrá decir con certeza, quien de los dos es el más listo.
— ¿Y a donde quiere ir usted de viaje, señor listo?
—A donde tú digas, te doy el privilegio de elegir el recorrido. A mí me da igual, te ganaré de todas formas, hagas lo que hagas y vayas como vayas y a donde vayas.
—Qué te parece si la apuesta, es ir al pueblo más cercano.
— ¿Cuantos kilómetros hay hasta el pueblo más cercano que dices? — Preguntaba el zorro, ya un poco más serio —.
—Cincuenta kilómetros más o menos, hasta la puerta de la iglesia – le contestaba Bonifacio —.
— No me hagas reír Bonifacio, a ese pueblo llego antes que tú, por lo menos una hora.
—Cuando quieras podemos comenzar el viaje, Serafín.
—Después y cuando te haya ganado, no te enfadaras si te digo tosco, lento y lo que me venga en gana.
—No me enfadaré, pero si gano yo, te diré lo mismo y entonces tú, me tendrás que aguantar y respetar.
—No me hagas reír Bonifacio ¿ piensas siquiera un segundo, en que me puedes ganar?
—Tú has escuchado lo que te he dicho.
Sí, sí me ganaras que eso es imposible, aceptaré lo que me digas ¡ ja, ja, ja!
—Tendremos que traer testigos de prestigio, para que verifiquen, quién de los dos gana la apuesta.
—Por mí no te preocupes Bonifacio, puedes traer a todos los habitantes del bosque.
—No hace falta que vengan todos, solo los de mas prestigio.
— ¿Y a quien piensas llamar?
—Llamaré al lobo Amaro, al oso Blaco y al búho Creco.
—Por mí los puedes traer, aunque en eso del prestigio, hay otros que para mí son más.
—Si no estas de acuerdo, puedes traer tú a los que consideres de más prestigio.
—Es igual, que vengan los que tú has dicho, al fin y al cabo, siempre será mejor que verifiquen tu derrota, tus propios amigos.
Los tres invitados fueron puestos al corriente de la disputa, y los tres aceptaron ser los jueces de la misma.
—El que llegue primero a la puerta de la iglesia será el ganador, y no importa el camino que se elija, podréis elegir el que ustedes consideréis mejor. ¿Estáis los dos de acuerdo, en que así sea? —Les preguntaba, el búho Creco—.
Los dos aceptaron las condiciones y quedaron para salir al día siguiente, a las ocho de la mañana. Medía hora antes de comenzar la carrera, Serafín hacía flexiones, enseñando sus ágiles patas, y Bonifacio en cambio llegaba diez minutos antes de la carrera, con su lento caminar.
—¿Estáis de acuerdo en cumplir todas las normas que hemos nombrado? — les decía el lobo Amaro —.
Los dos estuvieron de acuerdo y cuando el oso Blaco bajo la mano, comenzó la disputa. Serafín salió como un rayo, seguido por un lento Bonifacio.Cuando llevaban media hora de carrera, Serafín había perdido a Bonifacio y este miraba desde lo alto de un cerro, a ve si lo divisaba. Serafín se echó a reír, cuando a lo lejos vio a Bonifacio que, con su lento caminar, iba subiendo el cerro.
—Adiós súper lento, en la puerta de la iglesia te espero — le dijo serafín y salió corriendo —.
Cuando faltaban diez kilómetros para llegar al pueblo, Serafín se encontró con un serio obstáculo. Se trataba de un río de unas dimensiones muy grande y, para poder llegar al pueblo, había que atravesarlo y Serafín no sabía nadar. Este, desesperado, daba vueltas intentando buscar un lugar para cruzarlo, pero si no era nadando, no había ningún sitio por donde hacerlo. Bonifacio, con su lento caminar, se acercó al río y bajo la mirada de Serafín, que se había escondido tras unos matorrales, se echó al agua y en un santiamén, estuvo en el otro lado. El búho Creco (que iba vigilando a los dos contendientes) vio a Serafín que, con mucha impotencia y desesperación, intentaba cruzar el río.
—¿Que té pasa Serafín, que estás tan nervioso? — le preguntó el búho Creco —.
Este no lo esperaba y se llevó un gran susto.
—Es que no se nadar y me ganará Bonifacio, y eso me pone el cuerpo malo.
En ese momento llegaban el lobo Amaro y el oso Blaco.
— ¿Pero con lo tosco que es Bonifacio¿ como ha podido cruzar el río y tú, con lo listo que siempre has dicho que eres, estas en este lado todavía?— le preguntaba el lobo Amaro —.
—La verdad, señores, es que el que ahora esta siendo tosco soy yo.
—Que esto te sirva de lección muchacho y nunca menosprecies a nadie, por muy superior que te creas— le aconsejaba el oso Blaco —.
—Siempre hay alguien que sabe más que uno, por muy listo que uno se crea— le aconsejaba el búho Creco —.
—Nunca te burles de los que, por desgracia, no han tenido la suerte que tú, porque la inteligencia se heredad, pero el saber no, y siempre puede haber alguien, que no teniendo la inteligencia que tú, puede saber cosas que tú no sabes – le aconsejaba el lobo Amaro —.

Moraleja: Que sirva de lección, lo de Bonifacio y Serafín, que de todo tiene que haber, según el creador. Si tú eres un Serafín, por que has tenido esa suerte, ayuda a los Bonifacios y nunca te creas superior a ellos, sino con más suerte.

Autor: Guillermo Jiménez

La vendedora de cerillas

http://www.todocuentos.es//images/wr_q.gifué frío tan atroz! Caía la nieve y la noche estaba llegando. Era la noche de Navidad. En medio del frío y la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnudos.De hecho, cuando salió de casa tenía zapatos; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes que la niña las perdió al apresurarse a cruzar la calle para que no la atrpellasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.

La niña caminaba, pues, descalza, y tenía los pies rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de cerillas y tenía a la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día: Ningún comprador se había presentado y, por ello, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y un aspecto miserable. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se ponían sobre sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. Veía relucir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se sentía por todos lados. Era el día de navidad y en esta festividad pensaba la infeliz niña.

Se sentó en una plaza, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todas las cerillas y ni una sola moneda. Su madrastra la maltrataría y, además, en su casa también hacía mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las grietas más grandes habían sido tapadas con paja y paños viejos. Sus manecitas estaban casi muertas de frío. Ah! ¡Cuanto placer le causaría calentarse con una cerilla! Si se atreviese a sacar una sola de la caja, a rascarla contra la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. Ritx! Cómo iluminaba y cómo quemaba! Desprendía una llama clara y caliente como la de una vela cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan bonita! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. Quemaba el fuego de una forma tan bonita! Calentaba tan bien!

Pero todo acaba en este mundo. La niña extendió sus pies para calentarlos también; pero la llama se apagó: Ya no le quedaba a la niña más que un trocito de cerilla. Rascó otro, que quemó y brilló como la primera vez; y allá donde la luz cayó sobre la pared se hizo tan transparente como una gasa. A la niña le pareció ver una habitación en la que la mesa estaba cubierta por un manto blanco con finas porcelanas, y sobre el que un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. Oh sorpresa! Oh felicidad! De repente tuvo la ilusión que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo pintiparado en el pecho, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó y no vió delante suyo más que la pared impenetrable y fría.

Encendió otra cerilla. Entonces creyó verse sentada cerca de un magnífico pesebre: era más rico y más grande que todos los que había visto en aquellos días en los escaparates de los más ricos comercios. Mil luces brillaban en los árboles; los pastores parecían moverse y sonreír a la niña. Esta, boquiabierta, levantó entonces las dos manos y la cerilla se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas dejó una estela de fuego al cielo.

- Eso quiere decir que alguien ha muerto - pensó la niña; porque su abuela, que era el única que había sido buena con ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces : "Cuando cae una estrella, se ve que una alma sube hasta el trono de Dios".

Aún rozó la niña otra cerilla a la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la que estaba su abuela de pie y con un aspecto sublime y radiante.

- Abuela! - gritó la niña - Llévame contigo! Cuando se apagué la cerilla sé muy bien que ya no te veré más! Desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el bonito nacimiento!

Después se atrevió a rozar el resto de la caja, por que quería conservar la ilusión de que veía a su abuela, y las cerillas dejaron ir una claridad muy intensa. Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan bonita. Cogió la niña por debajo del brazo y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un lugar tan elevado, que allá no hacía frío, ni se pasaba hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.

Cuando llegó el nuevo día seguía la niña sentada entre las dos casas, con las mejillas rojas y un sonrisa en los labios. Muerta, muerta de frío en la noche de Navidad! El sol iluminó aquel tierno ser acurrucado allá con las cajas de cerillas, de los cuales una había quemado completamente.

- Ha querido calentarse, pobrecita! - dijo alguien.

Pero nadie pudo saber las bonitas cosas que había visto, ni en medio de que resplandor había entrado con su anciana abuela al reino de los cielos.

El patito feo

http://www.todocuentos.es//images/wr_q.gifué lindos eran los días de verano! ¡Qué agradable resultaba pasear por el campo y ver el trigo amarillo, la verde avena y las parvas de heno apilado en las llanuras! Sobre sus largas patas rojas iba la cigüeña junto a algunos flamencos, que se paraban un rato sobre cada pata. Sí, era realmente encantador estar en el campo.

Bañada de sol se alzaba allí una vieja mansión solariega a la que rodeaba un profundo foso; desde sus paredes hasta el borde del agua crecían unas plantas de hojas gigantescas, las mayores de las cuales eran lo suficientemente grandes para que un niño pequeño pudiese pararse debajo de ellas. Aquel lugar resultaba tan enmarañado y agreste como el más denso de los bosques, y era allí donde cierta pata había hecho su nido. Ya era tiempo de sobra para que naciesen los patitos, pero se demoraban tanto, que la mamá comenzaba a perder la paciencia, pues casi nadie venía a visitarla.

Al fin los huevos se abrieron uno tras otro. “¡Pip, pip!”, decían los patitos conforme iban asomando sus cabezas a través del cascarón.

-¡Cuac, cuac! -dijo la mamá pata, y todos los patitos se apresuraron a salir tan rápido como pudieron, dedicándose enseguida a escudriñar entre las verdes hojas. La mamá los dejó hacer, pues el verde es muy bueno para los ojos.

-¡Oh, qué grande es el mundo! -dijeron los patitos. Y ciertamente disponían de un espacio mayor que el que tenían dentro del huevo.

-¿Creen acaso que esto es el mundo entero? -preguntó la pata-. Pues sepan que se extiende mucho más allá del jardín, hasta el prado mismo del pastor, aunque yo nunca me he alejado tanto. Bueno, espero que ya estén todos -agregó, levantándose del nido-. ¡Ah, pero si todavía falta el más grande! ¿Cuánto tardará aún? No puedo entretenerme con él mucho tiempo.

Y fue a sentarse de nuevo en su sitio.

-¡Vaya, vaya! ¿Cómo anda eso? -preguntó una pata vieja que venía de visita.

-Ya no queda más que este huevo, pero tarda tanto… -dijo la pata echada-. No hay forma de que rompa. Pero fíjate en los otros, y dime si no son los patitos más lindos que se hayan visto nunca. Todos se parecen a su padre, el muy bandido. ¿Por qué no vendrá a verme?

-Déjame echar un vistazo a ese huevo que no acaba de romper -dijo la anciana-. Te apuesto a que es un huevo de pava. Así fue como me engatusaron cierta vez a mí. ¡El trabajo que me dieron aquellos pavitos! ¡Imagínate! Le tenían miedo al agua y no había forma de hacerlos entrar en ella. Yo graznaba y los picoteaba, pero de nada me servía… Pero, vamos a ver ese huevo…

-Creo que me quedaré sobre él un ratito aún -dijo la pata-. He estado tanto tiempo aquí sentada, que un poco más no me hará daño.

-Como quieras -dijo la pata vieja, y se alejó contoneándose.

Por fin se rompió el huevo. “¡Pip, pip!”, dijo el pequeño, volcándose del cascarón. La pata vio lo grande y feo que era, y exclamó:

-¡Dios mío, qué patito tan enorme! No se parece a ninguno de los otros. Y, sin embargo, me atrevo a asegurar que no es ningún crío de pavos.

Al otro día hizo un tiempo maravilloso. El sol resplandecía en las verdes hojas gigantescas. La mamá pata se acercó al foso con toda su familia y, ¡plaf!, saltó al agua.

-¡Cuac, cuac! -llamaba. Y uno tras otro los patitos se fueron abalanzando tras ella. El agua se cerraba sobre sus cabezas, pero enseguida resurgían flotando magníficamente. Movíanse sus patas sin el menor esfuerzo, y a poco estuvieron todos en el agua. Hasta el patito feo y gris nadaba con los otros.

-No es un pavo, por cierto -dijo la pata-. Fíjense en la elegancia con que nada, y en lo derecho que se mantiene. Sin duda que es uno de mis pequeñitos. Y si uno lo mira bien, se da cuenta enseguida de que es realmente muy guapo. ¡Cuac, cuac! Vamos, vengan conmigo y déjenme enseñarles el mundo y presentarlos al corral entero. Pero no se separen mucho de mí, no sea que los pisoteen. Y anden con los ojos muy abiertos, por si viene el gato.

Y con esto se encaminaron al corral. Había allí un escándalo espantoso, pues dos familias se estaban peleando por una cabeza de anguila, que, a fin de cuentas, fue a parar al estómago del gato.

-¡Vean! ¡Así anda el mundo! -dijo la mamá relamiéndose el pico, pues también a ella la entusiasmaban las cabezas de anguila-. ¡A ver! ¿Qué pasa con esas piernas? Anden ligeros y no dejen de hacerle una bonita reverencia a esa anciana pata que está allí. Es la más fina de todos nosotros. Tiene en las venas sangre española; por eso es tan regordeta. Fíjense, además, en que lleva una cinta roja atada a una pierna: es la más alta distinción que se puede alcanzar. Es tanto como decir que nadie piensa en deshacerse de ella, y que deben respetarla todos, los animales y los hombres. ¡Anímense y no metan los dedos hacia adentro! Los patitos bien educados los sacan hacia afuera, como mamá y papá… Eso es. Ahora hagan una reverencia y digan ¡cuac!

Todos obedecieron, pero los otros patos que estaban allí los miraron con desprecio y exclamaron en alta voz:

-¡Vaya! ¡Como si ya no fuésemos bastantes! Ahora tendremos que rozarnos también con esa gentuza. ¡Uf!… ¡Qué patito tan feo! No podemos soportarlo.

Y uno de los patos salió enseguida corriendo y le dio un picotazo en el cuello.

-¡Déjenlo tranquilo! -dijo la mamá-. No le está haciendo daño a nadie.

-Sí, pero es tan desgarbado y extraño -dijo el que lo había picoteado-, que no quedará más remedio que despachurrarlo.

-¡Qué lindos niños tienes, muchacha! -dijo la vieja pata de la cinta roja-. Todos son muy hermosos, excepto uno, al que le noto algo raro. Me gustaría que pudieras hacerlo de nuevo.

-Eso ni pensarlo, señora -dijo la mamá de los patitos-. No es hermoso, pero tiene muy buen carácter y nada tan bien como los otros, y me atrevería a decir que hasta un poco mejor. Espero que tome mejor aspecto cuando crezca y que, con el tiempo, no se le vea tan grande. Estuvo dentro del cascarón más de lo necesario, por eso no salió tan bello como los otros.

Y con el pico le acarició el cuello y le alisó las plumas.

-De todos modos, es macho y no importa tanto -añadió-, Estoy segura de que será muy fuerte y se abrirá camino en la vida.

-Estos otros patitos son encantadores -dijo la vieja pata-. Quiero que se sientan como en su casa. Y si por casualidad encuentran algo así como una cabeza de anguila, pueden traérmela sin pena.

Con esta invitación todos se sintieron allí a sus anchas. Pero el pobre patito que había salido el último del cascarón, y que tan feo les parecía a todos, no recibió más que picotazos, empujones y burlas, lo mismo de los patos que de las gallinas.

-¡Qué feo es! -decían.

Y el pavo, que había nacido con las espuelas puestas y que se consideraba por ello casi un emperador, infló sus plumas como un barco a toda vela y se le fue encima con un cacareo, tan estrepitoso que toda la cara se le puso roja. El pobre patito no sabía dónde meterse. Sentíase terriblemente abatido, por ser tan feo y porque todo el mundo se burlaba de él en el corral.

Así pasó el primer día. En los días siguientes, las cosas fueron de mal en peor. El pobre patito se vio acosado por todos. Incluso sus hermanos y hermanas lo maltrataban de vez en cuando y le decían:

-¡Ojalá te agarre el gato, grandulón!

Hasta su misma mamá deseaba que estuviese lejos del corral. Los patos lo pellizcaban, las gallinas lo picoteaban y, un día, la muchacha que traía la comida a las aves le asestó un puntapié.

Entonces el patito huyó del corral. De un revuelo saltó por encima de la cerca, con gran susto de los pajaritos que estaban en los arbustos, que se echaron a volar por los aires.

“¡Es porque soy tan feo!” pensó el patito, cerrando los ojos. Pero así y todo siguió corriendo hasta que, por fin, llegó a los grandes pantanos donde viven los patos salvajes, y allí se pasó toda la noche abrumado de cansancio y tristeza.

A la mañana siguiente, los patos salvajes remontaron el vuelo y miraron a su nuevo compañero.

-¿Y tú qué cosa eres? -le preguntaron, mientras el patito les hacía reverencias en todas direcciones, lo mejor que sabía.

-¡Eres más feo que un espantapájaros! -dijeron los patos salvajes-. Pero eso no importa, con tal que no quieras casarte con una de nuestras hermanas.

¡Pobre patito! Ni soñaba él con el matrimonio. Sólo quería que lo dejasen estar tranquilo entre los juncos y tomar un poquito de agua del pantano.

Unos días más tarde aparecieron por allí dos gansos salvajes. No hacía mucho que habían dejado el nido: por eso eran tan impertinentes.

-Mira, muchacho -comenzaron diciéndole-, eres tan feo que nos caes simpático. ¿Quieres emigrar con nosotros? No muy lejos, en otro pantano, viven unas gansitas salvajes muy presentables, todas solteras, que saben graznar espléndidamente. Es la oportunidad de tu vida, feo y todo como eres.

-¡Bang, bang! -se escuchó en ese instante por encima de ellos, y los dos gansos cayeron muertos entre los juncos, tiñendo el agua con su sangre. Al eco de nuevos disparos se alzaron del pantano las bandadas de gansos salvajes, con lo que menudearon los tiros. Se había organizado una importante cacería y los tiradores rodeaban los pantanos; algunos hasta se habían sentado en las ramas de los árboles que se extendían sobre los juncos. Nubes de humo azul se esparcieron por el oscuro boscaje, y fueron a perderse lejos, sobre el agua.

Los perros de caza aparecieron chapaleando entre el agua, y, a su avance, doblándose aquí y allá las cañas y los juncos. Aquello aterrorizó al pobre patito feo, que ya se disponía a ocultar la cabeza bajo el ala cuando apareció junto a él un enorme y espantoso perro: la lengua le colgaba fuera de la boca y sus ojos miraban con brillo temible. Le acercó el hocico, le enseñó sus agudos dientes, y de pronto… ¡plaf!… ¡allá se fue otra vez sin tocarlo!

El patito dio un suspiro de alivio.

-Por suerte soy tan feo que ni los perros tienen ganas de comerme -se dijo. Y se tendió allí muy quieto, mientras los perdigones repiqueteaban sobre los juncos, y las descargas, una tras otra, atronaban los aires.

Era muy tarde cuando las cosas se calmaron, y aún entonces el pobre no se atrevía a levantarse. Esperó todavía varias horas antes de arriesgarse a echar un vistazo, y, en cuanto lo hizo, enseguida se escapó de los pantanos tan rápido como pudo. Echó a correr por campos y praderas; pero hacía tanto viento, que le costaba no poco trabajo mantenerse sobre sus pies.

Hacia el crepúsculo llegó a una pobre cabaña campesina. Se sentía en tan mal estado que no sabía de qué parte caerse, y, en la duda, permanecía de pie. El viento soplaba tan ferozmente alrededor del patito que éste tuvo que sentarse sobre su propia cola, para no ser arrastrado. En eso notó que una de las bisagras de la puerta se había caído, y que la hoja colgaba con una inclinación tal que le sería fácil filtrarse por la estrecha abertura. Y así lo hizo.

En la cabaña vivía una anciana con su gato y su gallina. El gato, a quien la anciana llamaba “Hijito”, sabía arquear el lomo y ronronear; hasta era capaz de echar chispas si lo frotaban a contrapelo. La gallina tenía unas patas tan cortas que le habían puesto por nombre “Chiquitita Piernascortas”. Era una gran ponedora y la anciana la quería como a su propia hija.

Cuando llegó la mañana, el gato y la gallina no tardaron en descubrir al extraño patito. El gato lo saludó ronroneando y la gallina con su cacareo.

-Pero, ¿qué pasa? -preguntó la vieja, mirando a su alrededor. No andaba muy bien de la vista, así que se creyó que el patito feo era una pata regordeta que se había perdido-. ¡Qué suerte! -dijo-. Ahora tendremos huevos de pata. ¡Con tal que no sea macho! Le daremos unos días de prueba.

Así que al patito le dieron tres semanas de plazo para poner, al término de las cuales, por supuesto, no había ni rastros de huevo. Ahora bien, en aquella casa el gato era el dueño y la gallina la dueña, y siempre que hablaban de sí mismos solían decir: “nosotros y el mundo”, porque opinaban que ellos solos formaban la mitad del mundo , y lo que es más, la mitad más importante. Al patito le parecía que sobre esto podía haber otras opiniones, pero la gallina ni siquiera quiso oírlo.

-¿Puedes poner huevos? -le preguntó.

-No.

-Pues entonces, ¡cállate!

Y el gato le preguntó:

-¿Puedes arquear el lomo, o ronronear, o echar chispas?

-No.

-Pues entonces, guárdate tus opiniones cuando hablan las personas sensatas.

Con lo que el patito fue a sentarse en un rincón, muy desanimado. Pero de pronto recordó el aire fresco y el sol, y sintió una nostalgia tan grande de irse a nadar en el agua que -¡no pudo evitarlo!- fue y se lo contó a la gallina.

-¡Vamos! ¿Qué te pasa? -le dijo ella-. Bien se ve que no tienes nada que hacer; por eso piensas tantas tonterías. Te las sacudirías muy pronto si te dedicaras a poner huevos o a ronronear.

-¡Pero es tan sabroso nadar en el agua! -dijo el patito feo-. ¡Tan sabroso zambullir la cabeza y bucear hasta el mismo fondo!

-Sí, muy agradable -dijo la gallina-. Me parece que te has vuelto loco. Pregúntale al gato, ¡no hay nadie tan listo como él! ¡Pregúntale a nuestra vieja ama, la mujer más sabia del mundo! ¿Crees que a ella le gusta nadar y zambullirse?

-No me comprendes -dijo el patito.

-Pues si yo no te comprendo, me gustaría saber quién podrá comprenderte. De seguro que no pretenderás ser más sabio que el gato y la señora, para no mencionarme a mí misma. ¡No seas tonto, muchacho! ¿No te has encontrado un cuarto cálido y confortable, donde te hacen compañía quienes pueden enseñarte? Pero no eres más que un tonto, y a nadie le hace gracia tenerte aquí. Te doy mi palabra de que si te digo cosas desagradables es por tu propio bien: sólo los buenos amigos nos dicen las verdades. Haz ahora tu parte y aprende a poner huevos o a ronronear y echar chispas.

-Creo que me voy a recorrer el ancho mundo -dijo el patito.

-Sí, vete -dijo la gallina.

Y así fue como el patito se marchó. Nadó y se zambulló; pero ningún ser viviente quería tratarse con él por lo feo que era.

Pronto llegó el otoño. Las hojas en el bosque se tornaron amarillas o pardas; el viento las arrancó y las hizo girar en remolinos, y los cielos tomaron un aspecto hosco y frío. Las nubes colgaban bajas, cargadas de granizo y nieve, y el cuervo, que solía posarse en la tapia, graznaba “¡cau, cau!”, de frío que tenía. Sólo de pensarlo le daban a uno escalofríos. Sí, el pobre patito feo no lo estaba pasando muy bien.

Cierta tarde, mientras el sol se ponía en un maravilloso crepúsculo, emergió de entre los arbustos una bandada de grandes y hermosas aves. El patito no había visto nunca unos animales tan espléndidos. Eran de una blancura resplandeciente, y tenían largos y esbeltos cuellos. Eran cisnes. A la vez que lanzaban un fantástico grito, extendieron sus largas, sus magníficas alas, y remontaron el vuelo, alejándose de aquel frío hacia los lagos abiertos y las tierras cálidas.

Se elevaron muy alto, muy alto, allá entre los aires, y el patito feo se sintió lleno de una rara inquietud. Comenzó a dar vueltas y vueltas en el agua lo mismo que una rueda, estirando el cuello en la dirección que seguían, que él mismo se asustó al oírlo. ¡Ah, jamás podría olvidar aquellos hermosos y afortunados pájaros! En cuanto los perdió de vista, se sumergió derecho hasta el fondo, y se hallaba como fuera de sí cuando regresó a la superficie. No tenía idea de cuál podría ser el nombre de aquellas aves, ni de adónde se dirigían, y, sin embargo, eran más importantes para él que todas las que había conocido hasta entonces. No las envidiaba en modo alguno: ¿cómo se atrevería siquiera a soñar que aquel esplendor pudiera pertenecerle? Ya se daría por satisfecho con que los patos lo tolerasen, ¡pobre criatura estrafalaria que era!

¡Cuán frío se presentaba aquel invierno! El patito se veía forzado a nadar incesantemente para impedir que el agua se congelase en torno suyo. Pero cada noche el hueco en que nadaba se hacía más y más pequeño. Vino luego una helada tan fuerte, que el patito, para que el agua no se cerrase definitivamente, ya tenía que mover las patas todo el tiempo en el hielo crujiente. Por fin, debilitado por el esfuerzo, quedose muy quieto y comenzó a congelarse rápidamente sobre el hielo.

A la mañana siguiente, muy temprano, lo encontró un campesino. Rompió el hielo con uno de sus zuecos de madera, lo recogió y lo llevó a casa, donde su mujer se encargó de revivirlo.

Los niños querían jugar con él, pero el patito feo tenía terror de sus travesuras y, con el miedo, fue a meterse revoloteando en la paila de la leche, que se derramó por todo el piso. Gritó la mujer y dio unas palmadas en el aire, y él, más asustado, metiose de un vuelo en el barril de la mantequilla, y desde allí lanzose de cabeza al cajón de la harina, de donde salió hecho una lástima. ¡Había que verlo! Chillaba la mujer y quería darle con la escoba, y los niños tropezaban unos con otros tratando de echarle mano. ¡Cómo gritaban y se reían! Fue una suerte que la puerta estuviese abierta. El patito se precipitó afuera, entre los arbustos, y se hundió, atolondrado, entre la nieve recién caída.

Pero sería demasiado cruel describir todas las miserias y trabajos que el patito tuvo que pasar durante aquel crudo invierno. Había buscado refugio entre los juncos cuando las alondras comenzaron a cantar y el sol a calentar de nuevo: llegaba la hermosa primavera.

Entonces, de repente, probó sus alas: el zumbido que hicieron fue mucho más fuerte que otras veces, y lo arrastraron rápidamente a lo alto. Casi sin darse cuenta, se halló en un vasto jardín con manzanos en flor y fragantes lilas, que colgaban de las verdes ramas sobre un sinuoso arroyo. ¡Oh, qué agradable era estar allí, en la frescura de la primavera! Y en eso surgieron frente a él de la espesura tres hermosos cisnes blancos, rizando sus plumas y dejándose llevar con suavidad por la corriente. El patito feo reconoció a aquellas espléndidas criaturas que una vez había visto levantar el vuelo, y se sintió sobrecogido por un extraño sentimiento de melancolía.

-¡Volaré hasta esas regias aves! -se dijo-. Me darán de picotazos hasta matarme, por haberme atrevido, feo como soy, a aproximarme a ellas. Pero, ¡qué importa! Mejor es que ellas me maten, a sufrir los pellizcos de los patos, los picotazos de las gallinas, los golpes de la muchacha que cuida las aves y los rigores del invierno.

Y así, voló hasta el agua y nadó hacia los hermosos cisnes. En cuanto lo vieron, se le acercaron con las plumas encrespadas.

-¡Sí, mátenme, mátenme! -gritó la desventurada criatura, inclinando la cabeza hacia el agua en espera de la muerte. Pero, ¿qué es lo que vio allí en la límpida corriente? ¡Era un reflejo de sí mismo, pero no ya el reflejo de un pájaro torpe y gris, feo y repugnante, no, sino el reflejo de un cisne!

Poco importa que se nazca en el corral de los patos, siempre que uno salga de un huevo de cisne. Se sentía realmente feliz de haber pasado tantos trabajos y desgracias, pues esto lo ayudaba a apreciar mejor la alegría y la belleza que le esperaban. Y los tres cisnes nadaban y nadaban a su alrededor y lo acariciaban con sus picos.

En el jardín habían entrado unos niños que lanzaban al agua pedazos de pan y semillas. El más pequeño exclamó:

-¡Ahí va un nuevo cisne!

Y los otros niños corearon con gritos de alegría:

-¡Sí, hay un cisne nuevo!

Y batieron palmas y bailaron, y corrieron a buscar a sus padres. Había pedacitos de pan y de pasteles en el agua, y todo el mundo decía:

-¡El nuevo es el más hermoso! ¡Qué joven y esbelto es!

Y los cisnes viejos se inclinaron ante él. Esto lo llenó de timidez, y escondió la cabeza bajo el ala, sin que supiese explicarse la razón. Era muy, pero muy feliz, aunque no había en él ni una pizca de orgullo, pues este no cabe en los corazones bondadosos. Y mientras recordaba los desprecios y humillaciones del pasado, oía cómo todos decían ahora que era el más hermoso de los cisnes. Las lilas inclinaron sus ramas ante él, bajándolas hasta el agua misma, y los rayos del sol eran cálidos y amables. Rizó entonces sus alas, alzó el esbelto cuello y se alegró desde lo hondo de su corazón:

-Jamás soñé que podría haber tanta felicidad, allá en los tiempos en que era sólo un patito feo

La lechera

http://www.todocuentos.es//images/wr_j.gifuanita, con su cantarillo de leche, bien puesto a la cabeza sobre el cojinete, pensaba llegar sin obstáculo a la ciudad.

Caminaba a paso largo, ligera y corta de saya, pues sólo se había puesto, para estar más ágil, el refajillo y las sandalias. Así equipada, revolvía en su imaginación lo que sacaría de la leche y la manera de emplearlo. Compraba un centenar de huevos, hacía tres polladas; con su asiduo cuidado todo iba bien. “Cosa fácil es, decía, criar los polluelos alrededor de la casa; por muy lista que ande la raposa, me dejará bastantes para comprar un cerdo. Lo engordó, es cuestión de un poco de salvado. Al comprarlo ya será bastante grande; Al revenderlo, me valdrá muy buen dinero. Y ¿Quién me impedirá, valiéndome tanto, meter en el establo una buena vaca con su becerrillo, y verlo triscar en medio del rebaño?” Al decir esto, Juanita brinca también, llena de gozo. Cae el cántaro y se derrama la leche. ¡Adiós vaca y becerro! ¡Adiós cochino! ¡Adiós polluelos! La dueña de tantos bienes, mirando con ojos afligidos su fortuna por los suelos.

¿Quién no se hace ilusiones? ¿Quién no construye castillos en el aire? Todos, desde el soberbio Piro hasta la Lechera; todos, lo mismo los sabios que los locos. Soñamos despiertos, y no hay nada más agradable; halagadoras fantasías se apoderan de nuestra alma; todos los bienes del mundo son nuestros entonces: riquezas, honores. Cuando estoy a mis solas, soy tan valiente que desafío al más bravo, y voy a destronar al Sultán de Persia. Elígenme rey; mi pueblo adora en mí; llueven coronas sobre mis sienes. Pero, a lo mejor, cualquier accidente me vuelve a la realidad, y soy un pobre Juan lo mismo que antes

Hansel Y Gretel

http://www.todocuentos.es//images/wr_h.gifansel y Gretel vivían con su padre, un pobre leñador, y su cruel madrastra, muy cerca de un espeso bosque. Vivían con muchísima escasez, y como ya no les alcanzaba para poder comer los cuatro, deberían plantearse el problema y tratar de darle una buena solución.

Una noche, creyendo que los niños estaban dormidos, la cruel madrastra dijo al leñador:

-No hay bastante comida para todos: mañana llevaremos a los niños a la parte más espesa del bosque y los dejaremos allí. Ellos no podrán encontrar el camino a casa y así nos desprenderemos de esa carga.

Al principio, el padre se opuso rotundamente a tener en cuenta la cruel idea de la malvada mujer.

-¿Cómo vamos a abandonar a mis hijos a la suerte de Dios, quizás sean atacados por los animales del bosque? -gritó enojado.

-De cualquier manera, así moriremos todos de hambre -dijo la madrastra y no descansó hasta convencerlo al débil hombre, de llevar adelante el malévolo plan que se había trazado.

Mientras tanto los niños, que en realidad no estaban dormidos, escucharon toda la conversación. Gretel lloraba amargamente, pero Hansel la consolaba.

-No llores, querida hermanita-decía él-, yo tengo una idea para encontrar el camino de regreso a casa.

A la mañana siguiente, cuando salieron para el bosque, la madrastra les dio a cada uno de los niños un pedazo de pan.

-No deben comer este pan antes del almuerzo -les dijo-. Eso es todo lo que tendrán para el día.

El dominado y débil padre y la madrastra los acompañaron a adentrarse en el bosque. Cuando penetraron en la espesura, los niños se quedaron atrás, y Hansel, haciendo migas de su pan, las fue dejando caer con disimulo para tener señales que les permitieran luego regresar a casa.

Los padres los llevaron muy adentro del bosque y les dijeron:

-Quédense aquí hasta que vengamos a buscarlos.

Hansel y Gretel hicieron lo que sus padres habían ordenado, pues creyeron que cambiarían de opinión y volverían por ellos. Pero cuando se acercaba la noche y los niños vieron que sus padres no aparecían, trataron de encontrar el camino de regreso. Desgraciadamente, los pájaros se habían comido las migas que marcaban el camino. Toda la noche anduvieron por el bosque con mucho temor observando las miradas, observando el brillo de los ojos de las fieras, y a cada paso se perdían más en aquella espesura.

Al amanecer, casi muertos de miedo y de hambre, los niños vieron un pájaro blanco que volaba frente a ellos y que para animarlos a seguir adelante les aleteaba en señal amistosa. Siguiendo el vuelo de aquel pájaro encontraron una casita construida toda de panes, dulces, bombones y otras confituras muy sabrosas.

Los niños, con un apetito terrible, corrieron hasta la rara casita, pero antes de que pudieran dar un mordisco a los riquísimos dulces, una bruja los detuvo.

La casa estaba hecha para atraer a los niños y cuando estos se encontraban en su poder, la bruja los mataba y los cocinaba para comérselos.

Como Hansel estaba muy delgadito, la bruja lo encerró en una jaula y allí lo alimentaba con ricos y sustanciosos manjares para engordarlo. Mientras tanto, Gretel tenía que hacer los trabajos más pesados y sólo tenía cáscaras de cangrejos para comer.

Un día, la bruja decidió que Hansel estaba ya listo para ser comido y ordenó a Gretel que preparara una enorme cacerola de agua para cocinarlo.

-Primero -dijo la bruja-, vamos a ver el horno que yo prendí para hacer pan. Entra tú primero, Gretel, y fíjate si está bien caliente como para hornear.

En realidad la bruja pensaba cerrar la puerta del horno una vez que Gretel estuviera dentro para cocinarla a ella también. Pero Gretel hizo como que no entendía lo que la bruja decía.

-Yo no sé. ¿Cómo entro? -preguntó Gretel.

-Tonta-dijo la bruja,- mira cómo se hace -y la bruja metió la cabeza dentro del horno. Rápidamente Gretel la empujó dentro del horno y cerró la puerta.

Gretel puso en libertad a Hansel. Antes de irse, los dos niños se llenaron los bolsillos de perlas y piedras preciosas del tesoro de la bruja.

Los niños huyeron del bosque hasta llegar a orillas de un inmenso lago que parecía imposible de atravesar. Por fin, un hermoso cisne blanco compadeciéndose de ellos, les ofreció pasarlos a la otra orilla. Con gran alegría los niños encontraron a su padre allí. Éste había sufrido mucho durante la ausencia de los niños y los había buscado por todas partes, e incluso les contó acerca de la muerte de la cruel madrastra.

Dejando caer los tesoros a los pies de su padre, los niños se arrojaron en sus brazos. Así juntos olvidaron todos los malos momentos que habían pasado y supieron que lo más importante en la vida es estar junto a los seres a quienes se ama, y siguieron viviendo felices y ricos para siempre.

El Gato con botas

http://www.todocuentos.es//images/wr_u.gifn molinero dejó, como única herencia a sus tres hijos, su molino, su burro y su gato. El reparto fue bien simple: no se necesitó llamar ni al abogado ni al notario. Habrían consumido todo el pobre patrimonio.

El mayor recibió el molino, el segundo se quedó con el burro y al menor le tocó sólo el gato. Este se lamentaba de su mísera herencia:

-Mis hermanos -decía- podrán ganarse la vida convenientemente trabajando juntos; lo que es yo, después de comerme a mi gato y de hacerme un manguito con su piel, me moriré de hambre.

El gato, que escuchaba estas palabras, pero se hacía el desentendido, le dijo en tono serio y pausado:

-No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis.

Aunque el amo del gato no abrigara sobre esto grandes ilusiones, le había visto dar tantas muestras de agilidad para cazar ratas y ratones, como colgarse de los pies o esconderse en la harina para hacerse el muerto, que no desesperó de verse socorrido por él en su miseria.

Cuando el gato tuvo lo que había pedido, se colocó las botas y echándose la bolsa al cuello, sujetó los cordones de ésta con las dos patas delanteras, y se dirigió a un campo donde había muchos conejos. Puso afrecho y hierbas en su saco y tendiéndose en el suelo como si estuviese muerto, aguardó a que algún conejillo, poco conocedor aún de las astucias de este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había dentro. No bien se hubo recostado, cuando se vio satisfecho. Un atolondrado conejillo se metió en el saco y el maestro gato, tirando los cordones, lo encerró y lo mató sin misericordia.

Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidió hablar con él. Lo hicieron subir a los aposentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo una gran reverencia ante el rey, y le dijo:

-He aquí, Majestad, un conejo de campo que el señor Marqués de Carabás (era el nombre que inventó para su amo) me ha encargado obsequiaros de su parte.

-Dile a tu amo, respondió el Rey, que le doy las gracias y que me agrada mucho.

En otra ocasión, se ocultó en un trigal, dejando siempre su saco abierto; y cuando en él entraron dos perdices, tiró los cordones y las cazó a ambas. Fue en seguida a ofrendarlas al Rey, tal como había hecho con el conejo de campo. El Rey recibió también con agrado las dos perdices, y ordenó que le diesen de beber.

El gato continuó así durante dos o tres meses llevándole de vez en cuando al Rey productos de caza de su amo. Un día supo que el Rey iría a pasear a orillas del río con su hija, la más hermosa princesa del mundo, y le dijo a su amo:

-Sí queréis seguir mi consejo, vuestra fortuna está hecha: no tenéis más que bañaros en el río, en el sitio que os mostraré, y en seguida yo haré lo demás.

El Marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejó, sin saber de qué serviría. Mientras se estaba bañando, el Rey pasó por ahí, y el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas:

-¡Socorro, socorro! ¡El señor Marqués de Carabás se está ahogando!

Al oír el grito, el Rey asomó la cabeza por la portezuela y, reconociendo al gato que tantas veces le había llevado caza, ordenó a sus guardias que acudieran rápidamente a socorrer al Marqués de Carabás. En tanto que sacaban del río al pobre Marqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al Rey que mientras su amo se estaba bañando, unos ladrones se habían llevado sus ropas pese a haber gritado ¡al ladrón! con todas sus fuerzas; el pícaro del gato las había escondido debajo de una enorme piedra.

El Rey ordenó de inmediato a los encargados de su guardarropa que fuesen en busca de sus más bellas vestiduras para el señor Marqués de Carabás. El Rey le hizo mil atenciones, y como el hermoso traje que le acababan de dar realzaba su figura, ya que era apuesto y bien formado, la hija del Rey lo encontró muy de su agrado; bastó que el Marqués de Carabás le dirigiera dos o tres miradas sumamente respetuosas y algo tiernas, y ella quedó locamente enamorada.

El Rey quiso que subiera a su carroza y lo acompañara en el paseo. El gato, encantado al ver que su proyecto empezaba a resultar, se adelantó, y habiendo encontrado a unos campesinos que segaban un prado, les dijo:

-Buenos segadores, si no decís al Rey que el prado que estáis segando es del Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín.

Por cierto que el Rey preguntó a los segadores de quién era ese prado que estaban segando.

-Es del señor Marqués de Carabás -dijeron a una sola voz, puesto que la amenaza del gato los había asustado.

-Tenéis aquí una hermosa heredad -dijo el Rey al Marqués de Carabás.

-Veréis, Majestad, es una tierra que no deja de producir con abundancia cada año.

El maestro gato, que iba siempre delante, encontró a unos campesinos que cosechaban y les dijo:

-Buena gente que estáis cosechando, si no decís que todos estos campos pertenecen al Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín.

El Rey, que pasó momentos después, quiso saber a quién pertenecían los campos que veía.

-Son del señor Marqués de Carabás, contestaron los campesinos, y el Rey nuevamente se alegró con el Marqués.

El gato, que iba delante de la carroza, decía siempre lo mismo a todos cuantos encontraba; y el Rey estaba muy asombrado con las riquezas del señor Marqués de Carabás.

El maestro gato llegó finalmente ante un hermoso castillo cuyo dueño era un ogro, el más rico que jamás se hubiera visto, pues todas las tierras por donde habían pasado eran dependientes de este castillo.

El gato, que tuvo la precaución de informarse acerca de quién era este ogro y de lo que sabía hacer, pidió hablar con él, diciendo que no había querido pasar tan cerca de su castillo sin tener el honor de hacerle la reverencia. El ogro lo recibió en la forma más cortés que puede hacerlo un ogro y lo invitó a descansar.

-Me han asegurado -dijo el gato- que vos tenías el don de convertiros en cualquier clase de animal; que podíais, por ejemplo, transformaros en león, en elefante.

-Es cierto -respondió el ogro con brusquedad- y para demostrarlo veréis cómo me convierto en león.

El gato se asustó tanto al ver a un león delante de él que en un santiamén se trepó a las canaletas, no sin pena ni riesgo a causa de las botas que nada servían para andar por las tejas.

Algún rato después, viendo que el ogro había recuperado su forma primitiva, el gato bajó y confesó que había tenido mucho miedo.

-Además me han asegurado -dijo el gato- pero no puedo creerlo, que vos también tenéis el poder de adquirir la forma del más pequeño animalillo; por ejemplo, que podéis convertiros en un ratón, en una rata; os confieso que eso me parece imposible.

-¿Imposible? -repuso el ogro- ya veréis-; y al mismo tiempo se transformó en una rata que se puso a correr por el piso.

Apenas la vio, el gato se echó encima de ella y se la comió.

Entretanto, el Rey, que al pasar vio el hermoso castillo del ogro, quiso entrar. El gato, al oír el ruido del carruaje que atravesaba el puente levadizo, corrió adelante y le dijo al Rey:

-Vuestra Majestad sea bienvenida al castillo del señor Marqués de Carabás.

-¡Cómo, señor Marqués -exclamó el rey- este castillo también os pertenece! Nada hay más bello que este patio y todos estos edificios que lo rodean; veamos el interior, por favor.

El Marqués ofreció la mano a la joven Princesa y, siguiendo al Rey que iba primero, entraron a una gran sala donde encontraron una magnífica colación que el ogro había mandado preparar para sus amigos que vendrían a verlo ese mismo día, los cuales no se habían atrevido a entrar, sabiendo que el Rey estaba allí.

El Rey, encantado con las buenas cualidades del señor Marqués de Carabás, al igual que su hija, que ya estaba loca de amor viendo los valiosos bienes que poseía, le dijo, después de haber bebido cinco o seis copas:

-Sólo dependerá de vos, señor Marqués, que seáis mi yerno.

El Marqués, haciendo grandes reverencias, aceptó el honor que le hacia el Rey; y ese mismo día se casó con la Princesa. El gato se convirtió en gran señor, y ya no corrió tras las ratas sino para divertirse.

El gallo y el zorro

http://www.todocuentos.es//images/wr_e.gifstaba de centinela en la rama de un árbol cierto gallo experimentado y ladino: "hermano, dijole un zorro con voz meliflua, ¿para qué hemos de pelearnos? haya paz entre nosotros.

Vengo a traerte en fausta nueva; baja, y te daré un abrazo. No tardes: tengo que correr mucho todavía. Bien podéis vivir sin zozobra, gallos y gallinas: somos ya hermanos vuestros. Festejamos las paces; ven a recibir mi abrazo fraternal. Amigo mío, contestó el gallo: no pudieras traerme nueva mejor que la de estas paces; y aún me complacen más, por ser tu el mensajero. Desde aquí diviso dos labreles, que sin duda son correos de la feliz noticia: van aprisa y pronto llegarán. Voy a bajar: serán los abrazos generales. ¡Adiós! , dijo el zorro: es larga hoy mi jornada; dejemos los placémenes para otro día.” Y el bribón, contrariado y mohíno, tomó las de Villadiego. El Gallo machucho echó a reír, al verlo correr todo azorado porque no hay gusto mayor que engañar al engañoso

La mariposa colorín

La mariposa colorín. Página de cuentos. Cuentos infantiles para escuchar. Lecturas infantiles. Escritores de literatura infantil.

la mariposa colorin

Había una vez, hace mucho tiempo y en un lejano país, muchas mariposas, de todos colores.
Allí vivía Colorín, una mariposa muy pequeñita, pero con muchos colores, tantos que era la más linda del parque.
Colorín dormía sobre el césped debajo del banco amarillo del parque.
Una mañana, cuando se levantó, estaba toda mojada, con rocío que había caído durante la noche. Se sacudió, se revolcó en el pasto y salió volado a pasear.
- ¡Mariposa Colorín! ¡Mariposa Colorín! – gritaron las flores.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué gritan tanto? – les contestó.
- ¡Dónde están tus colores! ¡Quién te los sacó! – dijeron las flores.
Colorín recién en ese momento se dio cuenta de que estaba toda blanca, sin ningún color.
- ¿Qué pasó? ¿Quién me los quitó? – dijo llorando.
Estaba desconsolada. Nadie la podía calmar. Los pájaros le cantaban. Las hojas de los
árboles acariciaban sus alas. Pero nada la calmó.
En ese momento pasaba por allí, la luciérnaga pintora, con su paleta de colores y sus pinceles.
- ¿Qué pasa acá? ¿Por qué tanto alboroto? – preguntó.
- ¡A Colorín le quitaron los colores! – gritaron a coro flores, pájaros y plantas.
- Pero eso no es problema. ¡Yo te los pintaré! – la consoló la luciérnaga.
Colorín, volando fue hasta donde estaba la pintora, se puso en posición, y pincelada va,
pincelada viene, de nuevo tuvo sus colores.
Contenta, volando, siguió por el parque saludando a todos.
Esa tarde, mientras hablaba con la oruga Manuela, apoyada sobre la hoja de un sauce, el parque se oscureció, unas nubes muy negras taparon el sol, los relámpagos cruzaban el cielo y sin más, empezó a llover, tan pero tan fuerte que la pobre Colorín se volvió a despintar. Le chorreaba la pintura manchando todo a su paso.
- ¿Y ahora qué hago? ¡De nuevo sin mis colores! – lloró desconsolada Colorín.
En ese momento un rayo de sol salió entre las nubes y por el horizonte asomó un
brillante arco iris, que anunció el fin de la lluvia.
- ¡Arco iris! ¡Arco iris! ¡Vos que tenés tantos colores, regálame algunos, que perdí los míos! – le pidió Colorín.
El arco iris viéndola tan triste, le dijo:
- Mariposa Colorín, te voy a regalar los colores, pero por favor, no duermas más sobre el césped.
Y Colorín, colorado, este cuento se ha terminado.

Fin

Escritores de cuentos Griselda Bosi
Autora: Griselda Bosi ( Luly )
Artista plástica/Escritora de cuentos

En 2008 participó del Concurso Nacional de Narrativa Día del Animal y obtuvo 7º premio con el cuento “La Mariposa Colorín”.

Las mariposas son de colores

Las mariposas son de colores. Cuentos cortos. Cuentos para reflexionar. Cuentos educativos.

Cuento. Las mariposas son de colores

Las mariposas son de colores cantaba una mañana el señor jardinero
-y las flores son de colores laralala pero los cantos también yo si que se laralala.
Era su canción favorita pero el jardinero no sabia, ni mucho menos se acordaba donde la había aprendido, el solamente cumplía su deber de cuidar el jardín.
Estando repitiendo lo que el no entendía escucho el susurro como de una voz melodiosa sorprendido quedó al ver una mariposa que llevaba el verde esperanza , el amarillo del hermoso sol y que me dices , Oh… sorpresa cuando le encontró el negro como de socavón. Le pregunto: ¿como puedes tú tan pequeño ser, llevar ese vestido que brilla al amanecer con tantos colores hermosos y todos te quedan bien?

Le contestó la mariposa -no me has dejado hablar, estás tan distraído, yo tengo que decirte: los habitantes del jardín me han comisionado para explicarte algunas cosas y entiendas tu labor. Eres dulce, bonachón y ante todo un gran señor, pero debes saber que algunas veces te distraes…cortas mucho allí, pisas duro allá, y crees que todo listo esta.
Nosotros habitantes del jardín, te queremos, te necesitamos, somos seres vivos y nos alimentamos, nuestro hogar es tuyo, aprende para quien es cada flor, y entona tu canción.
Las mariposas somos de colores, las libélulas también ,como te parece el compae gusano, caminando lentamente como si llevara un acordeón y mi madrina la araña con sus ocho patas tejedora incansable meciéndose en el aire con la melodía de aquel gorrión.
Todos somos de colores las rosas y todas las flores…-! ay ¡señor jardinero, tomémonos de las manos , hagamos un solo color ese que se llama amor-.

Autora: Esperanza Soto. (Hope)

La mariposa mágica

La mariposa mágica

Había una vez una niña que se llamaba Fejaban que le encantaban las mariposas, y un día quiso cazar una para poder tener una de colección, la iba a poner en un lugar con tierra, pasto, árboles y plantas y un día encontró una muy exótica y bonita, era de color rojo con amarillo y naranjo, que le gustó y nunca había visto una mariposa de esos tipos de colores entonces la atrapó y se la llevó a ese lugar con tanta naturaleza, y pronto se hizo de noche y llegó la hora de dormir, entonces ella antes de dormir dijo “Deseo tener un chocolatote gigante para mi solita” y se durmió y al día siguiente cuando despertó encontró un tremendo chocolate de su sabor favorito y lo encontró súper extraño y no sabía quien pudo dejarle ese chocolate y se empezó a comer poco a poco, entonces vio su mariposa y estaba durmiendo con sus alas cerradas y deseo al momento de mirarla que no se muriera nunca y la mariposa mágicamente despertó y estalló como un esplendor alrededor de ella y después no pasó nada, Luego pasaron 5 meses y la mariposa no se moría y no envejecía, y desde ese momento supo que la mariposa era mágica, y todos los días deseaba algo distinto por ejemplo tener un plasma y le llegó un plasma muy grande y le dio las gracias a su gran mariposa y siempre toda la vida le cumplió sus mayores y grandes deseo hasta que Fejaban se hizo abuelita y ya tenía un hijo, y le dijo “te tengo un gran regalo, mira por este lugar y lo encontrarás” y el niño vio y encontró una mariposa y Fejaban le dijo que esa mariposa cumplía deseos de una persona y se la regaló a su hijo y así la mariposa pasó de generación en generación y así por toda su larga larga vida.